Reportaje

Los últimos de Choucha

Javier Pérez de la Cruz
Javier Pérez de la Cruz
· 12 minutos
Ibrahim Ishak, refugiado en Choucha | © J. Pérez De La Cruz
Ibrahim Ishak, refugiado en Choucha | © J. Pérez De La Cruz

Túnez | Abril 2014

“Nos estamos muriendo poco a poco. Desde que la ONU se fue no tenemos nada. Nuestras vidas dependen de lo que consigamos de los coches», se lamenta Mohamed al señalar la carretera que conecta la última población tunecina con Ras Ajdir, el paso fronterizo hacia Libia. Este somalí llegó al campo de refugiados de Choucha en 2011.

Naciones Unidas instaló en ese lugar un campamento provisional para las decenas de miles de personas que escapaban de la guerra civil de Libia. En su mayoría se trataba de subsaharianos que llevaban años trabajando en Libia, una comunidad relativamente importante en el país, que había conseguido asentarse allí gracias a la prosperidad económica libia.

No obstante, con el alzamiento rebelde, a las personas de piel negra se les tildó de mercenarias y defensoras del régimen, pues el ‘coronel’ Muammer Gadafi armó a grupos de origen subsahariano para que lucharan en su bando.

«¿Qué hemos hecho para ser tratados así? A los prisioneros al menos los alimentan en la cárcel», se queja un refugiado

Más de tres años después del fin de la guerra, casi cien personas continúan viviendo en Choucha. No han podido ser reubicados en un tercer país, y se niegan a aceptar el plan de ACNUR de integrarse en las ciudades del sur de Túnez, donde el trabajo y las posibilidades económicas escasean. Por otra parte, a Libia no pueden volver, pues la situación al otro lado de la frontera ni es estable ni pacífica.

La inestabilidad libia también preocupa a las autoridades tunecinas. Temen que terroristas o individuos armados puedan aprovecharla para entrar en Túnez. De ahí que el ejército tunecino declaró hace meses la zona territorio militar y controla los accesos al recinto.

Ahora, los refugiados se sienten vigilados: «¿Qué hemos hecho para ser tratados así? No podemos abandonar este lugar. No entendemos nada. ¿Qué está pasando? ¿Estamos detenidos? Estamos peor que los prisioneros, al manos a ellos los alimentan en la cárcel», añadía Mohamed.

Clausura preventiva

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) cerró Choucha hace casi un año. El agua y la electricidad que hacían llegar al campamento también desaparecieron. Solo las delegaciones locales de la Media Luna Roja proporcionan alguna ayuda a los que se han quedado. «Solo atendemos temas relacionados con la salud, les damos medicinas o les llevamos al hospital. Eso es todo. No tenemos ni idea de dónde sacan la comida y el agua», explica Sana Mhadi, una joven voluntaria de Ben Gardane, la localidad más cercana a Choucha.

Según informa la propia oficina de ACNUR en Túnez, dos fueron los motivos principales por los que se cerró el campo. El primero es que no querían que se convirtiera en un lugar permanente que sirviera de paso a los migrantes que, desde países subsaharianos, tratan de llegar a Europa.

El campo se cerró para que no se convirtiera en un lugar de paso para los migrantes a Europa. Es lo que está ocurriendo

Es precisamente lo que está ocurriendo, pues a Choucha continúan llegando personas que han fracasado en su intento de alcanzar las costas italianas. “Algunos de los que detienen en el mar también acaban viniendo al campo”, aseguró hace apenas unos días a través del teléfono un residente de Choucha que prefería mantenerse en el anonimato.

La segunda razón para el cierre era la seguridad de las personas allí instaladas, especialmente delicada por su proximidad al paso de Ras Ajdir, la frontera libia y a los conflictos internos que allí se viven. De hecho, solo durante dos días, los pasados 20 y 21 de mayo, Ras Ajdir registró 7.000 entradas en territorio tunecino debido a las tensiones del país vecino.

Las cifras de ACNUR para mayo sostienen que en Choucha quedan viviendo 84 personas, 80 de ellos refugiados y 4 todavía pendientes de recibir respuesta a su petición de asilo. Se trata del 7% de refugiados de todo Túnez. No obstante, en sus cifras oficiales no se incluyen las personas a las que se les ha rechazado la solicitud, quienes incluso tienen su propio sector dentro del campo. «La situación es catastrófica, sobre todo para aquellos refugiados que han sido rechazados. Hay que encontrar alguna solución”, relata desde su despacho Monji Slim, presidente de la Media Luna de la población de Medenine.

Uno de ellos es Ibrahim Ishak, de 42 años, natural de Darfur, Sudán. Sentado dentro de su tienda enseña los papeles del médico que demuestran su frágil estado salud. Tiene problemas de corazón. Sus compañeros de campamento contaban que hace tres meses se desmayó y muchos temieron lo peor.

Después de abandonar su hogar debido a la guerra que allí estalló, Ibrahim estuvo viviendo durante 12 años en Libia. En marzo de 2011, como viene recogido en su pasaporte, cruzó la frontera y llegó a Choucha. «Hemos estado sufriendo durante los últimos meses. En Darfur había guerra, en Libia había guerra, y aquí no hay nada para seguir adelante». Él se siente discriminado por la comunidad internacional: «Somos 55 personas de Darfur las que hemos sido rechazadas por la ONU”.

Difícil integración

ACNUR niega que se haya abandonado a los refugiados de Choucha. El cierre del campo se realizó con la intención de transferir los programas de asistencia hacia zonas urbanas. Para ello han llevado a cabo consultas individuales con todos los habitantes del campo y les ofrecieron una ayuda económica para facilitar su nuevo comienzo en las localidades del sur del país.

El plazo para acogerse a este plan se amplió hasta el pasado 31 de marzo, pero fueron muchos los que decidieron continuar en Choucha como señal de protesta para seguir peleando por su objetivo: ser reubicados en un tercer país, principalmente en la Unión Europea.

Muchos refugiados siguen en Choucha como protesta para ser reubicados en un tercer país, a poder ser en la UE

Y es que las experiencias de aquellos que ya están viviendo en las ciudades no siempre es positiva. Abdelrahim Yahya Filli reside en Medenine con otros cinco compatriotas de Eritrea. Las mareas del Mediterráneo llevaron su barca a las costas tunecinas en vez de a las de Lampedusa. Pasó ocho días a la deriva y todavía baja la mirada al contar que ocho de las personas que navegaban con él murieron. Esto ocurrió en septiembre. Ahora tiene una tarjeta de refugiado, pero hasta el momento no le ha visto un gran uso.

«Se supone que me iban a dar 120 dinares al mes (algo menos de 60 euros), pero después me dijeron que no, que eso es para las personas que llevan más tiempo. Tengo que pagar el alquiler de la casa y no sé de dónde sacar el dinero. No hablo árabe, no hay trabajos y cuando, alguna que otra vez, he sido capaz de hacer algo, me han acabado pagando la mitad de lo que habíamos acordado». Abdelrahim no tiene duda, en cuanto tenga la oportunidad, volverá a Libia para intentar llegar a Europa una vez más.

“La situación de muchos inmigrantes y refugiados en países del norte de África es dramática y, desgraciadamente, las organizaciones humanitarias no podemos dar respuesta a todas estas necesidades, en muchos casos, por falta de financiación”, señala ACNUR en un comunicado.

«La nueva Constitución reconoce el derecho al asilo, pero no hay ley ni sistemas de acogida», afirma un experto

A la difícil situación económica de Túnez se suma la legislación vigente, todavía no muy específica con la figura del refugiado. «La nueva Constitución reconoce el derecho al asilo para refugiados, pero no hay ley ni sistemas para acoger a personas. Todo esto lo hace ACNUR, que otorga a algunas personas un estatus de refugiado. Este es reconocido por las autoridades tunecinas, pero solo para no deportarlas. Quitando eso, no da ningún derecho, no sirve para nada». Esta es la lectura de la situación que hacía Nicanor Haon, experto en migración del Forum Tunisien pour les Droits Economiques et Sociaux. Y añade en su correo electrónico: “Las deportaciones a Libia son una amenaza constante en el sur».

En Choucha los tanques de agua están vacíos y muchas de las tiendas destruidas. Tal y como explican los refugiados, han tenido que romper los antiguos baños de la ONU para conseguir piezas con las que poder reconstruir sus tiendas. Todos se encuentran «cansados y hartos» de las condiciones en las que viven. Las mujeres se pasan los días enteros esperando junto a la carretera que lleva a la frontera para mendigar agua, comida y todo lo que los conductores estén dispuestos a darles.

Mientras, los hombres deambulan por el campo, languidecen en sus tiendas o se juntan en el «Café», como han denominado a una gran tienda equipada con televisores. «No tenemos nada que hacer”, dice Mohamed, el somalí. «Es normal que a veces haya tensiones entre nosotros, como justo antes ha ocurrido. Pasamos demasiado tiempo dándole vueltas a nuestros problemas… Es mentalmente agotador».

Tanto ACNUR como la Media Luna Roja están preocupados por la situación de los más vulnerables, sobre todo de los niños, en un momento especialmente duro en el que el intenso calor del incipiente verano complica el día a día en Choucha. Uno de esos pequeños es Aymen, el hijo de tres años de Wasim Ahmed, un paquistaní al que le han rechazado su solicitud de asilo.

«Son ya tres años aquí, en mitad del desierto. Este no es un lugar apropiado para mi hijo», dice el paquistaní Wasim Ahmed

Wasim, de 37 años, cruzó la frontera con su mujer y su hijo recién nacido tras haber vivido y trabajado 22 años en Libia. Allí importaba productos médicos de multinacionales y los distribuía en el país. «También trabajaba con una empresa española, pero ya no recuerdo el nombre». Y se lamenta: «Hay muchísimas cosas que faltan aquí, sobre todo para una familia. No solo agua y electricidad, sino también intimidad y tranquilidad. Son ya tres años aquí, en mitad del desierto, en mitad de la nada. Este no es un lugar apropiado para mi hijo. Estoy viendo cómo su futuro se viene abajo».

Aymen no es el único niño de Choucha. Durante sus dos años y dos meses de vida, Mohamed no ha conocido otra cosa más que las remendadas tiendas del campamento. Su madre, Kaltoun, dio a luz justo después de llegar en marzo de 2011. No puede volver a su país de origen, Somalia, que se continúa desangrándose a causa de una guerra que nunca termina. «Antes de que la ONU se marchara, la vida aquí era diferente -dice con su hijo en brazos-, pero durante los últimos meses hemos perdido toda esperanza. «Le pedimos amablemente al mundo que por favor nos ayude».

Otros refugiados se muestran más hartos y reacios con los medios de comunicación y los voluntarios que todavía visitan el campo. Demasiados periodistas han pasado durante los últimos tres años, pero su situación no ha cambiado absolutamente nada. «Cuento mi historia una y otra vez. Me entrevistan, me graban y se van. Pero nosotros aún estamos aquí y las cosas no hacen más que empeorar. También la Media Luna Roja y el Forum Tunisien pour les Droits Economiques et Sociaux. Dicen que vienen por aquí, pero yo no los he visto desde hace un buen tiempo», clama un joven de Costa de Marfil. No obstante, la mayoría de los refugiados recibe a los visitantes. Están ansiosos por contar sus historias personales y reclamar sus derechos.

Algunos refugiados están hartos de los periodistas. Han pasado muchos en tres años, pero su situación no ha cambiado nada

«Agradecemos a la comunidad internacional el esfuerzo realizado. Sabemos que trabajan duro y que hay muchas crisis humanitarias, pero nosotros todavía necesitamos una solución. Estamos en una especie de limbo en el que nadie sabe ni qué ocurrirá mañana». Usman Bangura es otro refugiado rechazado de Sierra Leona. Él también ha estado en Choucha desde marzo de 2011.

Como muchos otros, Usman no quiere integrarse en la sociedad tunecina. «Nuestro problema es con ACNUR, no con el gobierno tunecino. La ONU nos trajo aquí. Es la ONU la que nos tiene que dar una solución. Simplemente reclamamos nuestros derechos reconocidos por la convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados».

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