Entrevista

Charles Berberian

«Estoy a favor de los cobardes: hacen menos daño»

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 27 minutos
Charles Berberian (Sevilla, 2013) | © Ilya U. Topper /M'Sur
Charles Berberian (Sevilla, 2013) | © Ilya U. Topper /M’Sur

Sevilla | Noviembre 2013 | Con Alejandro Luque

Aunque lleva más de dos décadas de reconocimiento, fue el Gran Premio de Angoulême el que consagró a Charles Berberian –junto a su compadre Philippe Dupuy– como uno de los grandes del cómic europeo actual. Los amantes del género han podido disfrutar de obras maestras como El señor jean, Diario de un álbum, La teoría de los solteros, Bienvenido a Bobolandia, Sacha o Juke Box.

Sin embargo, la mayoría desconoce sus orígenes mediterráneos, su nacimiento en Bagdad en 1959 y su experiencia libanesa antes de recalar en París. Aprovechando su presencia en el Encuentro del Cómic y la Ilustración de Sevilla, alrededor de una taza de café, M’Sur conversó con él sobre su infancia, las revoluciones, las adapataciones de la viñeta al cine o sus músicos favoritos, entre otras muchas cuestiones.

Para situarnos: usted es de familia armenia, como permite intuir su apellido.

Por parte de padre, sí: Berberian. El apellido de mi madre es Ekonomides. Es griega. Podríamos haberlos mezclado: Ekonomidian o Berberedes… Digamos que soy francés oriental.

¿Qué recuerda de su infancia en Bagdad?

No recuerdo muchas cosas de Iraq. Llegué a Líbano a los diez años y me quedé allí otros cinco o seis, con mi hermano y mi abuela. A Francia llegué con dieciseis, en 1965. Lo que sí sé es que en Iraq ya leía cómics. Cómics americanos. No había en la época tebeos libaneses o iraquíes. De hecho creo que iraquíes todavía no hay. Tampoco he visto filmes, ni he escuchado música iraqí. La cultura egipcia es mucho más rica. Desde los años 50 y 60 había música, un personaje como Umm Kulthum, o Farid al Atrach, un sirio que vivió en Líbano, y que rodaba sus filmes en Egipto, el Hollywood oriental…

¿Y la cultura libanesa?

«En Iraq ya leía cómics. Cómics americanos. No había en la época tebeos libaneses o iraquíes»

Curiosamente, fue la guerra en Líbano la que dio lugar a una generación de artistas. Un escritor libanés dejó dicho que la guerra suscitaba las ganas de crear. Antes de eso no había realmente una cultura libanesa propia. La mayor cantante, Fairuz, estaba muy ligada a la tradición. Desde la guerra hay toda una generación de directores de teatro, músicos, poetas, escritores y dibujantes de cómic, que relatan lo que han vivido.

Hay grandes nombres del cómic, como Marjane Satrapi y Zeina Abirached, que se han hecho famosos con cómics sobre su infancia. ¿Usted nunca tuvo esa tentación?

Me gustaría esperar, porque no quiero que mi obra se resuma en un solo libro. He leído muchos libros sobre la historia de la región, sobre Jerusalén, Estambul… La historia de Líbano es algo con lo que he convivido. Pero no creo que haya llegado aún el momento de contarlo.

Cuentan que usted empezó a dibujar, en cierto modo, como homenaje a Hervé. ¿Qué le gustaba de Tintín? Seguramente no sería muy exótico en los lugares de su infancia…

«La música para mí ahora es tan importante como el cómic»

Hay un solo Tintin que transcurre en el mundo árabe, el de El cangrejo de pinzas de oro, los demás sí eran exóticos: Sudamérica, Norteamérica, la Luna… Mi hermano era más lector de Tintin, yo prefería Lucky Luke, o Gaston la Gaffe. Aparte estaban los héroes de mi infancia, Superman, Batman… Pero la música para mí ahora es tan importante como el cómic. Cuando tenía doce, trece años, escuchaba el pop de Woodstock, Bob Dylan, Santana. Cat Stevens y Leonard Cohen hablaban en sus canciones del amor, como Woody Allen o François Truffaut en el cine. Y desde que he descubierto en el cómic esta orientación, todo lo demás ha desaparecido rápidamente, han desaparecido Lucky Luke, Gaston la Gaffe, Superman, Batman…

¿Y han llegado..?

Gotlib, Moebius…Nuevos autores tan importantes para mí como Bob Dylan o Woody Allen. Es el tipo de cómic que quiero hacer. Al verlo es cuando me dije que yo podría tal vez también hacer algo así. Tenía ganas de dibujar lo que veo. Ya había empezado a dibujar un cómic sobre Líbano, donde vivía, un poco influenciado por Gotlib, y así comencé en Fluide Glacial, la revista de Gotlib.

En Woodstock se pensaba que la música podía cambiar el mundo. ¿El cómic también?

Tanto como cambiar el mundo… Eso se dijo en su momento, pero lo que la música y el cómic han hecho es cambiarme a mí. Yo ya no era igual después de ver Woodstock, después de escuchar la música de Still, Crosby and Nash, Santana, Slystone, Richie Heavens, toda esa gente que apareció en Woodstock, y después de leer los cómics de Gotlib, que habla de esa música también, y desde luego Robert Crumb, al que he redescubierto, porque cuando iba a la librería para comprar Echo des Savannes, la revista underground de Gotlib, había otra revista underground de Robert Crumb, que también hablaba de música y de contracultura.

¿Y cómo le ha cambiado?

Empuja a ver las cosas de otra manera. Y hoy la cultura ha cambiado gracias a los artistas que la fabricaban en los años 70. Un ejemplo concreto: Václav Havel en Praga, y su Revolución de Terciopelo, Velvet Revolution… la llamaron así según Velvet Underground, tenían una conexión, y la primera persona que Vaclav Havel invitó a Praga cuando le nombraron jefe del gobierno, fue Lou Reed. Yo seguramente no viviría la vida que vivo ahora si esa gente no me hubiera despertado. Por eso digo que nací por segunda vez cuando llegué a Paris en 1976.

En España, al cómic se le ve como algo infantil, pero en Francia tiene un peso político como espacio de debate ¿verdad?

Sí, porque hay una revista satírica llamada Charlie Hebdo que publica cómic político, pero también Métal Hurlant, una revista de contracultura -así se decía entonces – publicada por Les Humanoïdes Associés, que también sacaron la primera traducción de Charles Bukowski. Es político, sí, pero mucho más profundo que pertenecer a un partido, es toda una manera de pensar distinta… En España existía El Víbora, un actor importante de la contracultura. Todos los que publicaron en El Víbora son para mí autores importantes, por eso estoy contento de estar en ‘La Cúpula’. Nazario hizo una portada para un disco de Lou Reed… En esa época había pequeños incendios en todas partes, y el cómic estaba muy presente en estos pequeños fuegos.

Francia para nosotros siempre fue el país de las libertades, pero con el aparente avance de la extrema derecha ¿lo sigue siendo?

«El Frente Nacional es gente racista sin ideas. No son coherentes, no representan a nadie. Solo hacen ruido»

El Frente Nacional está presente sobre todo en la prensa. Son gente racista sin ideas. No son coherentes, no hay una estructura de pensamiento precisa, no tienen ninguna fuerza económica, no representan a nadie. Sólo hacen ruido. El problema en Francia, un peligro mucho más presente para la libertad de expresión, a mi juicio, es un poco lo contrario de lo que podíamos encontrar en los años 60 o 70: todo el mundo puede hablar, todo el mundo puede expresarse y ya no se le escucha a nadie. Lo que más emerge es lo más lamentable. No es que se haya reducido la libertad de expresión. Es como llegar a una sala llena de gente y todo el mundo habla en voz alta y aquel al que más se le escucha es el que grita más, y para gritar tanto tiene que expresar las ideas más simples, las más pobres. Ya no hay un pensamiento político tan afianzado como antes.

No pasa sólo en Francia.

Hemos visto que en Túnez o Egipto, Facebook sirve para encontrarse e intentar provocar una revolución, pero en Francia, Facebook sólo sirve para juntarse y beber. No tengo la sensación de que pueda haber una revolución hoy en Francia. No hay rabia, no hay un pensamiento que permita estructurar esa rabia. Hay como una vaga decepción, una desilusión, pero los jóvenes y los no tan jóvenes quieren ganar dinero y beber, eso es todo. No veo que haya un sistema inteligente y estructurado para oponerse, por ejemplo, a los bancos. Todo el mundo puede hablar mal de los bancos, pero a los bancos les da exactamente igual.

¿Y qué se podría hacer?

«Todo el mundo habla mal de los bancos, pero a los bancos les da igual. No veo que haya un sistema estructurado para oponerse»

Hoy sólo hay una única herramienta y es el proceso legal para obligarles a pagar al pueblo lo que le deben. Y este es problema principal: cómo reunirse, encontrar el dinero necesario para pagar a abogados y hacerles un proceso a los bancos. Y a los bancos les sigue dando igual, dicen incluso: si nos acusáis en los tribunales, os indemnizamos y seguimos ganando. Este es nuestro problema hoy: no es la falta de expresión sino cómo enfocarla.

París en 1968 era la referencia de toda revolución moderna ¿verdad?

¿Por qué ha desaparecido ese espíritu? [Silencio] No lo sé. Es una pregunta. No lo sé. [Silencio]. Pienso que los años 80 y 90 eran años de búsqueda de identidad precisamente por la generación de los años 60, y esta búsqueda ha diluido el discurso común. Lo que no es necesariamente algo malo, porque no se puede construir una sociedad si no se puede construir individualmente. No lo sé…

¿Ha seguido las revueltas de Taksim en Estambul del verano pasado?

He visto algo, pero creo que toda revuelta es una historia muy personal, la revuelta de Taksim no es la de Túnez o Egipto.

Sin conocer la de París, por no haber nacido aún, la revuelta de Taksim era exactamente como uno se imaginaba lo que tuvo que ser aquello.

Cuando los jóvenes se rebelan, siempre es excitante. La rabia, las ganas de cambiar el mundo, para que el mundo se parezca más a lo que ellos imaginan. También está la seducción, que es un elemento muy importante en las revoluciones. [Risas]

¿La seducción?

Un cineasta que filmó el 68, Romain Goupid, dijo que él se metió en política porque quería seducir a las chicas guapas que andaban por los partidos de izquierdas [Risas].

No me sorprende: en Taksim, las chicas guapas abundaban, porque el gobierno turco es islamista, conservador, de manera que las manifestantes apostaban por los minishorts.

Pues sí. Esto está muy bien. Yo creo que si ahora hubiera una revolución en alguna parte, yo sería testigo, no actor, porque soy demasiado viejo [risas]; tengo 54 años. Pero nuestro rol, el de los artistas, dibujantes, músicos, es observar el mundo, dar testimonio. Y no creo que la revolución traiga sólo cosas buenas.

¿Qué trae de malo?

«No creo que la revolución traiga sólo cosas buenas. No me gustan los que toman las armas para intentar tener la razón»

Desconfío siempre de los más fuertes, de los que se sienten más cómodos para expresarse en la revolución. No me gustan los que hablan más alto, los que toman las armas para intentar tener la razón. Estoy en contra de toda acción violenta. En la guerra civil de Líbano, quienes tomaban las armas eran los que no tenían miedo a hacer daño a los demás. Digo de broma que estoy a favor de la cobardía: un cobarde no intentará convencer a los demás de sus ideas; huirá… [risas]; así hará menos daño que los valientes, que creen en la justicia de su ideario.

¿Vivió la guerra civil libanesa?

Sólo durante seis meses, pero cuando volví en 2005, vi testimonios. Lo más feo del ser humano se expresa en estas condiciones y es absolutamente horrible. Es como la imagen de un gato aplastado por un camión, multiplicado por cien mil. El gato somos nosotros, la población. Y el camión es la guerra. Todo el mundo sufre en la guerra. Por ese motivo, Líbano se ha convertido en un país con un sentimiento nacional tras 25 años de guerra civil: porque todo el mundo ha sufrido: cristianos, drusos… Los banqueros, los pescadores, los niños, los viejos, dicen de golpe: todos hemos derramado nuestra sangre por esta tierra.

¿No tiene miedo a que vuelva a comenzar?

Esto volverá a comenzar necesariamente algún día, porque el ser humano está hecho para pelearse con su prójimo, pero en ese momento, en Líbano nadie quiere la guerra. Cada vez que algo pueda ser un inicio de guerra, los que han vivido la guerra les dicen a los jóvenes de 17 años, que están dispuestos a tomar las armas: no, mira, te explico, eso es lo que ha pasado a tu padre, a tu abuela, a tu primo… Y se apaga todo; nadie quiere eso.

En los últimos dos o tres años ya no estaría tan seguro.

«La democracia funciona mucho mejor que la revolución, que nos puede traer a dictadores»

En Líbano nunca se puede estar seguro. Pero hay una realidad de la que podemos estar orgullosos hoy, aunque no hay mucho motivo para estar orgullosos en el mundo que nos rodea: hay menos guerras que antes. Y en las guerras muere menos gente que antes. Tenemos una vida mucho más fácil que nuestros antepasados. Yo tengo una vida más fácil que mi padre. Igual tenemos más miedo, estamos más depresivos, pero la crisis de los años 30 era mucho más violenta que la que vivimos hoy, que también es violenta.

¿En qué se nota esa diferencia?

Hoy vemos a los banqueros en el banquillo, vemos a los hombres de negocios pagar por sus errores mucho más rápidamente que en los años 30. Hoy hay que confiar en la justicia y en los jueces que intentan hacer su trabajo. Y la democracia funciona mucho mejor en este caso que la revolución, que nos puede traer a dictadores.

¿Cómo afrontan los casos de corrupción en Francia?

Hay un gobierno de izquierdas, y hay hombres de negocios de la izquierda que están en el banquillo, y cuando hay un gobierno de derechas también se juzga a hombres de negocios de derechas. Los jueces pueden hacer su trabajo. Me gusta nuestra época, es extraño decirlo, pero es mejor ser joven ahora que haber sido joven en los años 40 o 50. Yo tengo una hija de 22 años y me parece que ella tiene muchas más posibilidades que cuando yo tenía 20 o 22 años, y yo ya tenía más que mis mayores. Los amigos de mi hija son gente que viaja, que conoce el mundo, se comunica de cultura a cultura. Y cuando ocurre un horror en el mundo, estamos inmediatamente al tanto, hay una reacción inmediata, las imágenes y los testimonios circulan, los testimonios circulan. Si no se puede contar en un filme o un libro, se cuenta con una canción o un cómic, y la canción viaja, el dibujo viaja… Es una generación que me gusta.

¿Lo nota también con los dibujantes jóvenes?

Sí: los dibujantes en Francia que ahora tienen 22 años o 30, me parecen más fuerten que los de mi generación. Formo parte de la Comisión del Cómic y veo cosas… también cosas horribles, sin interés, pero hay dos o tres proyectos que me parecen excelentes, ahí está Bastian Vivès, [Pascal Girard con] Paresse, un chico llamado Alfred con su libro Come prima, en italiano… Es una canción de varieté: Come prima, più di prima, t’amerò… [canturrea] y es realmente bueno. También la música de ahora me gusta.

Usted toca un instrumento ¿verdad?

Sí, la guitarra.

Una de sus historietas en Juke Box cuenta un encuentro con John Lennon. ¿Es autobiográfico?

Es ficción.

Pues sepa que para los beatlemaníacos, usted es el dibujante que conoció a John Lennon.

«En mi mente, realmente he estado un rato con John Lennon. Por supuesto es falso»

Leí una entrevista de un periodista del Rolling Stone, era un libro. Una semana leyendo el libro es como si uno hubiera pasado una semana con John Lennon. Después, uno dialoga, escucha las piezas, la música, hay una comunicación… En mi mente, realmente he estado un rato con John Lennon. Por supuesto es falso. Por otra parte, esa gente ha vivido una época de la que no se acuerdan mucho, los años sesenta con todas esas drogas [risa], yo podría decir muy bien a John Lennon o a David Bowie, ¡pero sí coincidemos aquel día! Ellos no se acordarían.

Pero usted también ha entrevistado a estrellas del rock en la vida real.

Desde cinco o seis años, sí: MC5, los Dandy Warhols, los Jon Spencer Blues Explosion… He trabajado con artistas franceses que son míticos para mí, como Ghislaine, Brigitte Fontaine, Areski [Belkacem] y desde luego es enriquecedor encontrarse realmente con la gente. Eso sí, tengo un amigo que ha trabajado con Lou Reed, le ha hecho la edición de un disco, The Raven, el dibujante es Lorenzo Matotti, y le dije, ¡ah pero has estado con Lou Reed! Y él: sí, en Nueva York, luego París… ¿y qué más? ¡cuenta! Eeeeh…. ¡No cuenta nada! [risas].

En España hubo casi luto nacional con la muerte de Lou Reed.

En el mundo entero. Siempre es triste enterarse de la verdadera importancia de alguien cuando desaparece. Lou Reed es menos conocido que Mick Jagger o Keith Richards, menos que Bob Dylan o Leonard Cohen. Lo que se conoce de Lou Reed es el tipo que hacía como que se pinchaba en el escenario y cantaba Heroína… Pero es alguien que ha influido a todos los músicos. Es como Moebius: menos conocido que Bilal o Hergé, ha influido a todos los dibujantes del mundo, como Lou Reed ha influido a todos los músicos del mundo. Así, cuando mueren, los homenajes vienen del mundo entero, de quienes se han alimentado de ellos.

Yo hacía más conocido a Moebius.

«Moebius ha influido a todos los dibujantes del mundo, como Lou Reed ha influido a todos los músicos del mundo»

Moebius, que ha alimentado a todos los dibujantes del mundo, es claramente menos conocido que Miyazaki, que ha hecho Totoro, Chihiro… Con Lou Reed es similar. Brian Eno dijo que hay muy poca gente que compró el primer álbum, The Velvet Underground, pero todos los que lo compraron han formado un grupo. Algunos de ellos también hicieron la revolución [de Praga] con Václav Havel.

¿Qué le atrae tanto de Lou Reed?

Lo que escribe, una visión de Nueva York que no hay en otros, que puede encontrarse posiblemente en los filmes de Scorsese que transcurren en Nueva York, Main Street, o desde luego Taxi Driver. Pero Lou Reed tiene una visión muy personal, aparte de este fondo que tienen los artistas de la época, como la Factory: gente que está en la calle, los dealers, los que se prostituyen. Una manera de describir muy cruel, muy precisa, y de crear poesía con esto. Es muy diferente de Bob Dylan, que es un poeta absurdo, humorista, es muy diferente de Leonard Cohen, que busca la transcendencia humana igual a la transcendencia religiosa, pero yendo contra la religión. Hay una fuerza, una violencia en Lou Reed que no se encuentra en otros. Es alguien que ha marcado a la vez su época y a generaciones de músicos.

¿Usted tiene la meta de dibujar como cantaba Lou Reed?

En fin… Uno lo intenta… Yo intento hacer como los que yo admiro, pero claro, no lo consigo. Uno siempre intenta hacer las cosas tan bien como Da Vinci o Matisse, pero es hasta donde uno llega. Lou Reed observa la condición humana, la peor que pueda haber, con una mirada lo más cerca posible del suelo, y dice las cosas exactamente como son. No hace frases bonitas. Y de esto ha creado algo muy fuerte. No hay otro ejemplo como él.

Aparte de la calidad, la mirada de Lou Reed, lo de buscar el suelo, ¿está en su dibujo?

Veamos: a Lou Reed le aplicaron electrochoques a los veinte años. Mis padres eran encantadores conmigo [risas]. No tengo una visión del mundo tan violenta como Lou Reed. Intento hacer lo mismo, pero con mi personalidad, que es más tranquila, más calmada.

En su álbum Juke Box sale Umm Kulthum, junto a los Beatles y los Rolling. ¿Un toque exótico?

Es exótico [risas]. Pero hay gente ahora en Francia a la que le interesa la cultura árabe. Internet ha dado acceso a muchas cosas que antes eran más difíciles de encontrar. Hoy tecleas Umm Kulthum o Farid al Atrach o Abdelhalim Hafiz y encuentras mucho en Youtube. Son artistas de una época, los años 50, en la que Egipto se sentía muy atraída por Occidente, por su esplendor, por Hollywood, por el modernismo occidental. Sobre todo en los filmes de Abdelhalim y Farid al Atrach hay toda una relectura de la cultura hollywoodiense. Egipto buscaba una apertura hacia Occidente.

Imagine lo mismo hoy día. ¿Será más difícil?

Para los artistas nunca será difícil. Es siempre más difícil para los demás. Sean músicos, cineastas, escritores, los artistas son quienes entran en contacto con otras culturas, se alimentan mutuamente, nos encanta la mezcla.

¿Y el público?

«En Persépolis creo que Marjane Satrapi ha querido hacer revivir a su abuela. Pero no veo por qué lo haría yo en Juke Box»

Eran filmes que tenían mucho éxito y lo siguen teniendo. Hay un filme de Farid al Atrach que cuenta esta dualidad entre Occidente y Oriente, se llama Ana bahibbak anta, con Samir Gamal, que representa el lado occidental por su físico, por cómo baila ella, y Farid al Atrach, que representa el lado oriental. Enamorados uno del otro, no se pueden casar, aunque al final sí podrán. Farid es además mucho mayor que Samir, y es que la cultura oriental es más antigua que la occidental.

¿En qué momento, los lápices dejaron de ser un juguete y se convirtieron en algo serio?

No era algo serio, era un juguete, pero un juguete más atractivo que el balón o las raquetas de pinpón. El pinpón me encantaba, pero me divertía más con los lápices que con los juguetes que permiten salir a la calle y estar con los demás. Eso era cuando tenía 10 años, en Líbano. El tebeo europeo, francófono, estaba muy presente en Líbano.

Vals con Bashir, el filme de Ari Folman sobre Líbano, es un cómic con música… ¿usted no tenía ganas de hacerlo con JukeBox?

Por eso digo en la portada que es un libro en estéreo… [risas]

¿Pero lo veremos un día en la gran pantalla?

«En cuanto se empieza a dibujar sobre una hoja, el proyecto existe. Pero el cine es una industria, surgen preguntas de mucho dinero»

No sé cuál sería la ventaja para mí. En Persépolis me gusta tanto el filme como el cómic. Tengo la sensación de que Marjane Satrapi ha querido hacer revivir a su abuela, hacerla moverse en la pantalla, es algo fantástico que una sea capaz de recrear a su abuela con el dibujo, y encima, la voz es la de Catherine Deneuve. Es una especie de… regalo [ríe] que ella hace a su abuela, y me parece extraordinariamente conmovedor. Pero aparte de este motivo, si yo fuera Marjane Satrapi, no veo por qué lo haría yo. Hay mogollón de filmes con David Bowie o Elton John; no le veo mucho interés a poner a David Bowie en animación.

¿Mejor imaginar leyendo?

Me gustan mucho los libros, el papel. Son cosas fáciles. En cuanto se empieza a dibujar sobre una hoja, ya está, el proyecto existe. El cine es una industria, surgen preguntas de mucho dinero. Creo que si Persépolis no hubiera sido un éxito internacional indiscutible, a Marjane Satrapi le habría resultado difícil hacer en el comic exactamente lo que quería.

¿Será que a los dibujantes, como Joann Sfar, que hacen películas, el comic como tal les queda pequeño?

Cada uno tiene sus motivos. Cuando Bilal hace un filme tiene ganas de llevar a la pantalla su universo de ciencia ficción, y porque ha superado todos los desafíos en el cómic y quiere enfrentarse a otros nuevos. Entiendo muy bien por qué Bilal siente la necesidad de hacer cine o de pintar, mientras siga haciendo cómic: es más excitante tener desafíos donde hace falta empezar de cero. Respecto a Joann Sfar, no sé qué impulsa a alguien que tiene un tono original en el cómic, a hacer un filme como Gainsborough. Pero es su decisión.

El cómic, salvo en casos muy famosos, es más bien un producto para un círculo reducido. Sin embargo, la viñeta política es algo muy popular. ¿Son dos oficios muy distintos?

Sí, son dos cosas totalmente diferentes. Cuando uno hace dibujo político, hay que ser muy rápido y hay que tener una opinión. En el campo artístico, uno se toma su tiempo, se distancia. Hay algunos que están a caballo entre ambos, como Willem que hace caricatura política en el diario Libération y al mismo tiempo mantiene un pie en la parte más artística. Quizás por eso le hayan premiado en el Angoulême este año en el festival, porque es un gran artista que también hace dibujo político, pero no hay muchos como él. Luego está Cabu, que ha dibujado para Charlie Hebdo, pero que tiene una gran obra gráfica fuera del dibujo político.

Ahora en España, el cómic ya no se llama cómic sino novela gráfica.

Es como decir progressive rock, punk rock, folk-rock… Son etiquetas, y cuando uno despega la etiqueta ve que detrás siempre hay algo más complicado. Hace poco escuché un concierto de Lou Reed de 1973, con Dick Wagner y Steve Hunter a la guitarra, en la gira Rock & Roll Animal. Para mí era progressive rock, mucho más que punk rock, que es la imagen que tiene Lou Reed. Pero vale, me gusta todo, se encuentra un nombre para una cosa, perfecto.

Volvamos a su infancia. ¿Qué idioma hablaba a los diez años?

El francés en casa, y el inglés o francés con los amigos. Con mi abuela hablaba más inglés que francés. Es que mi abuela, que era griega, me dijo: «En el futuro, el inglés te hará más falta que el griego“. Mi padre quería que sus hijos hablasen sólo francés, porque su madre le había prohibido a su marido y a sus hijos hablar armenio en casa.

¿Por voluntad de integrarse en el resto del mundo y abandonar la identidad armenia?

La madre de mi padre era francesa. Pero nacida en Libia, en Bengasi. Formaba parte de estos franceses que siempre han vivido fuera…

¿Era de una familia levantina, es decir europea asentada desde generaciones en el Mediterráneo oriental?

«Con mi abuela, que era griega, hablaba en inglés. Ella me dijo: «En el futuro, el inglés te hará más falta que el griego“»

Sí, vivían en el barrio levantino de Estambul, que llamaban Constantinopla en esa época. Es fascinante. Cuando yo fui a Estambul supe que a los griegos se les había expulsado de Estambul en 1972. Los edificios donde vivían los griegos aún están vacíos. Es una historia extraña: expulsan a los griegos, les dan 48 horas para salir, pero luego la casa les sigue perteneciendo. Hay un gobierno, una policía, un ejército que se puede permitir expulsar a esa gente, y al mismo tiempo no les quitan las casas. No lo entiendo. Tengo un amigo armenio que regresó a Estambul para vivir allí e inició un juicio contra el Estado turco, y éste le ha devuelto su propiedad, su valor en dinero. ¿A que es sorprendente?

En el contexto de la polémica por el genocidio armenio, sí.

El Gobierno turco no quiere reconocer el genocidio armenio, y al mismo tiempo hay armenios que todavía viven en Estambul, y los que quieren pueden regresar y vivir allí, llevar a los tribunales al Gobierno turco, ganar el juicio y recuperar sus bienes… Mientras tanto, la mayoría de los armenios de la diáspora quieren retornar a Erevan, que en realidad no es para nada su tierra de origen, porque la mayoría son de las orillas del Bósforo. Y en Erevan están expulsando a los armenios locales y destruyendo los edificios donde vivían, para meter a armenios de la diáspora, que son diez veces más ricos. Me parece escandaloso.

Estos armenios sin recursos acaban de inmigrantes ilegales en Turquía: hay muchos…

… porque los echan los armenios de la diáspora, que vienen llorando: «Oh, mi país es tan bonito…». Pero no es su cultura, es Armenia oriental, no tiene nada que ver con la Armenia occidental. Sus orígenes están en Turquía, de donde los han expulsado, como a mis abuelos. Muchos ni siquiera hablan ya armenio. Pero me dicen: Armenia es nuestro país. Sí, pero ustedes están expulsando a los armenios locales que no tienen dinero, para los que nadie construye viviendas de protección oficial, de los que nadie se ocupa… ¿Eso os da igual? ¿Y estáis llorando por vuestro país?