Entrevista

Eduardo Halfon

«Mis abuelos no hacían distinción entre los mundos árabe y judío»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 9 minutos
Eduardo Halfón |  © Rosa Cruz  / Cortesía de Libros del Asteroide
Eduardo Halfon | © Rosa Cruz / Cortesía de Libros del Asteroide

Sevilla | Junio 2014

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ya había publicado algunos libros en Logroño, donde residió algunos años, cuando fue escogido para la selección Bogotá39, donde estaban algunos de los mejores autores iberoamericanos de su generación.

Sus lectores más fieles ya conocían su filiación judía, y puede decirse que casi esperaban un relato como el de Monasterio, recién editado por Libros del Asteroide: una novela donde la boda de su hermana en Jerusalén es solo el pretexto para bucear en su identidad mestiza –no en vano su apellido es libanés– y para dar una vuelta de tuerca al tema de la herencia cultural y religiosa. El novelista atendió a M’Sur por teléfono antes de regresar a Nebraska, donde vive actualmente.

Usted ya abordó la cuestión judía en Clases de hebreo y en El lenguaje de los elefantes, donde se habla respectivamente del amor y del rechazo por la religión. Ambos vuelven a estar presentes en Monasterio. ¿A qué responde ese baile?  

Un baile es una muy buena manera de definirlo. Ha sido un continuo entrar y salir, un alejamiento y acercamiento constantes, pero además a la vez. Es un rechazo y una búsqueda al mismo tiempo. El narrador de Monasterio, que es una extensión mía, una especie de otro yo, siente un rechazo por el judaísmo, pero al mismo tiempo se interesa por él, y se obliga a sí mismo a enfrentarlo. Esto es algo muy judío, preguntarse por qué lo soy, qué significa serlo, y serlo incluso a regañadientes. Es inherente al sentir judío, y en efecto un tema muy cercano a mí desde mis primeros libros.

Pero usted advierte de que en el judaísmo “es muy difícil entrar y muy difícil salir”…

«Es algo muy judío, preguntarse por qué lo soy, qué significa serlo, y serlo incluso a regañadientes»

Es exactamente así: no te dejan irte, no te dejan entrar si claramente no formas parte de la comunidad. Especialmente en Guatemala, que posee una comunidad judía muy pequeñita, de modo que si se te va uno, se te va un buen porcentaje. Se hace necesario mantenerse pegaditos.

¿Tiene que ver el alejamiento de la fe con el alejamiento familiar, que casi todo el mundo hace tarde o temprano?

Ahí hay un matiz íntimo, verídico, pero en el fondo es un tema universal: dar la espalda al padre, surgir como hombre a pesar del padre. Nos pasa a todos, ¿no? El hecho de que me pase como judío no pone ni más ni menos. Pero para mí como escritor es importante, no puedo hablar de emancipación del hombre en general, de intolerancia en general, de judaísmo en general. Solo puedo hablar de mí, de cómo me enfrento yo a todo eso. Puedo tratar de describir a un individuo, pero si lo hago con sinceridad y objetividad, necesito provocar ese proceso inductivo: que un hombre se vuelva todos los hombres.

Andrés Trapiello le dijo que cada judío nace con una novela bajo el brazo. ¿Está de acuerdo?

«No puedo hablar de emancipación del hombre en general, solo de mí, pero necesito provocar ese proceso inductivo»

Diría que no más que otros. No soy un experto en judaísmo, no podría responder con maestría a eso. Pero todas las religiones están basadas en la palabra escrita, en los evangelios, en los aforismos… Creo que cuando Andrés me dice esto, de algún modo está usando una hipérbole, porque todo hombre nace con una novela bajo el brazo. Creo que se refería más bien a que somos producto de muchos relatos, esa es nuestra novela. La única diferencia con otros judíos, es que yo la escribo. Pero todos somos escritores en potencia, es solo cuestión de darle fuerza.

Da la sensación de que Monasterio es un relato personal, con mucho de reconstrucción, pero también con vocación de novela, ¿era su intención?

Creo que justamente por eso escribo. En mis historias se empieza a dar el intento de reconstruir, no de manera autobiográfica, con evidencias, sino que se trata de una reconstrucción hecha de reflejos, de mitos, de leyendas. Es la que me interesa, la que habla de lo profundo y también de lo efímero. No me interesa la reconstrucción detectivesca, pero para construir la otra necesito anclarla en la verosimilitud. También Flaubert lo hizo, hasta confesar que él mismo era madame Bovary. A veces el escritor busca ese anclaje conscientemente, y otras no. En mi caso, trato de que no haya velo.

Luego está aquello de Onetti, que no hay peor manera de mentir que decir toda la verdad, ¿no?

Es cierto: decir toda la verdad es la mayor mentira. En mi literatura hay un juego, un espejismo, que se mueve en ese terreno.

¿Ha hecho alguna vez la “tasación” de su sangre, entre porcentaje árabe y judío? 

Tuve tres abuelos árabes, uno libanés, una egipcia y una siria. Y otro polaco. Heredé esas culturas –porque la religión es otra cosa– simultáneamente, todo a la vez. Pero si dices eso, creas escozor. Muchos, desde una visión simplista de ver el mundo, no entienden cómo puedes ser ambas cosas. Esa bilis se encuentra a menudo en el Israel de los ultraortodoxos. Es increíble cómo se vive la intolerancia de todos contra todos en la tierra de la tolerancia.

¿Usted llegó a tratar a sus abuelos?

Muchísimo, vivieron todos hasta muy entrados en años. Lo que mejor recuerdo de la casa de mis abuelos árabes, es que no había distinción entre los mundos árabe y judío. Hablaban en ambas lenguas, comían de todo, observaban ritos de ambas tradiciones… Hoy tengo algunas comidas favoritas que no alcanzo a distinguir si son de unos o de otros. Y no quiero saber. Para mí son cosas que pertenecen a un único origen que incluye esas dos tradiciones. Imagino que lo mismo le sucede a la mayoría de la gente: no existe la tradición pura.

En su novela se refleja esa atmósfera de manicomio que a veces percibimos en una ciudad como Jerusalén. ¿Lo sintió así?

«Es increíble cómo se vive la intolerancia de todos contra todos en el Israel de la tolerancia»

Eso lo reflejo así un poco por fines literarios. Recalcas esas cosas para lograr contrastes, enfocas más la cámara en los puntos que quieres resaltar, porque se trata de hablar de un viaje loco, de la boda de tu hermana que ya no es tu hermana, que se ha convertido en otra cosa, que está prisionera de un atuendo y de un mundo que te son ajenos. Cosas que uno vive de maneras emocionalmente intensas.

Lo que cuenta va más allá del simple hecho de abrazar una fe… 

Como decía, todo está anclado en la realidad. Lo que quiero es que el lector sienta lo que yo sentí. Me tomo todo tipo de licencias para que, más que un conocimiento, te llegue una emoción.

¿Alberga esperanzas para esa tierra?

Soy escéptico por naturaleza. Siento decirlo, es igual con los conflictos guatemaltecos. Son problemas muy profundos, y la solución vendrá cuando se llegue a esas profundidades. Yo no veo esperanza, porque no veo a todos trabajando por un fin común. Pero ese escepticismo conlleva tragedia, tristeza, y eso es algo muy difícil de admitir. Porque si la cosa va mal, sabes que va a ir muy mal. Más allá de esto no iría, no tengo tanto derecho a opinar, pero me conmueve como cualquier pueblo subyugado.

Sus abuelos ¿cómo llevaban las noticias que llegaban de Oriente Próximo?

Lo vivieron desde lejos. Y en la distancia se tiende a producir, como sabemos, una miopía. Sin conocer muy bien el asunto, lo de hoy es un sionismo bastante duro, y eso es algo que provoca cierta incomodidad entre los judíos moderados. Pero ellos lo evitaban, y también yo trataba de no sacarlo, por no alborotar.

Los rabinos americanos, ¿eran tan diferentes a los del otro lado del océano?

Depende del país, si venían de Argentina, de México, de Colombia… Guatemala es un poco particular, son solo cien familias judías, y hay tres sinagogas. Si les preguntas, te dirán que la comunidad es más grande. Pero bueno, no me atrevería a hablar de la experiencia judía sudamericana en general, es muy distinta según los países y las zonas.

¿Recuerda algo de los que tuvo cerca?

«Apostaría a que volveré sobre el judaísmo, porque un escritor no termina nunca con sus obsesiones»

Recuerdos concretos no tengo demasiados, porque yo era muy niño. Lo seguro, porque se mantiene, es que ningún rabino era de Guatemala. Había que importarlos para las fiestas, y luego regresaban a sus lugares de origen.

¿Volverá sobre el judaísmo en el futuro, o este libro es definitivo?

Nunca se sabe, pero apostaría a que volveré, porque un escritor no termina nunca con sus obsesiones. Además, mis libros dialogan entre sí, se tienden puentes. Aunque parezcan que van por todo el mundo, en el fondo son un viaje al interior. No me extrañaría nada que ese viaje siga…

¿Si tuviera que hacerse una foto de familia literaria, a quién se arrimaría?

A mis amigos Cortázar, Hemingway, Poe y Joyce. Y Chejov en el centro.

Ninguno judío… ¿Ni siquiera Kafka?

Bueno, Kafka está en el epígrafe de Monasterio, es fundamental desde mi primer libro. También he leído mucho a Malamud, a Isaac Bashevis Singer y a Philip Roth. Lo cierto es que la tradición judía a la que más me acerco es la estadounidense, porque crecí allí. Una tradición que incluye, dicho sea de paso, a Woody Allen.

¿Fue él quien enseñó a poner una sonrisa a la cuestión judía, que siempre se había abordado desde lo trágico? 

Es que usa las dos cosas. La sonrisa hace lo grave más grave. Es una sonrisa bien presente, una sonrisa en el momento adecuado.