Opinión

ISIL somos nosotros

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos

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Así que califato. Lo que faltaba. Lo que nos faltaba. Ahora va el ISIL, o ISIS, o EIIL, o Daesh, o a partir de ahora simplemente IS, Estado Islámico, ya no de Iraq ni del Levante, sino así en abstracto, y proclama el califato. Un golpe de marketing que ya se hacía esperar. Imprescindible para darle a este hatillo de mercenarios —eso es lo que son— el aura de divina seriedad para ser la personificación del Maligno.

Ese papel del Maligno que Al Qaeda interpretó con tanta maestría durante exactamente diez años: desde el 11 de septiembre de 2001 hasta el 20 de agosto de 2011, día de la caída de Trípoli, liderada por Abdelhakim Belhadj, militante de Al Qaeda aliado con la OTAN. Ese día se hizo oficial que Al Qaeda son los buenos.

A partir de ahí ya no era posible mantener la ficción de que estos yihadistas barbudos, con cinturón de explosivos o kalashnikov, odian esa nebulosa que se ha dado en llamar “Occidente”. Y menos cuando esos mismos yihadistas barbudos empezaban a afluir a Siria para combatir contra Asad. Con toda su parafernalia de banderas negras, mujeres embutidas en el niqab y dios en vinagre, y con respaldo diplomático de la muy oficial Coalición Nacional Siria. Asad, enemigo de “Occidente”. Por ser el único dictador del mundo árabe que había mantenido su país completamente fuera de la influencia islamista.

El rol del Maligno se quedó vacante, una vez certificado que Al Qaeda son mercenarios al servicio de EE UU

El rol del Maligno se quedó vacante, una vez certificado, con diez años de retraso, que Al Qaeda se compone de mercenarios al servicio de los intereses de Estados Unidos y sus aliados. Durante un breve tiempo daba hasta la impresión que se tratase de una volte-face completa y a gran escala: quizás se había decidido en las altas esferas que el “islam” ya no era el espantajo mundial y se iba a buscar otro distinto (¿otra vez Rusia? Putin no tenía mal aspecto).

Pero no: le seguirá tocando al “islam” durante varios actos más, me temo (si esta decisión se impuso en alguna reunión del AIPAC porque es la única manera de garantizar la inseguridad de Israel ya es especulación). Con Al Qaeda de vuelta en casa, cerrando filas con la insurgencia siria, esa insurgencia que recibe ayuda oficial de Washington, no parecía tan fácil. Pero parece que dieron con la idea: una escisión “radical” de Al Qaeda. Que es más o menos como decir “Un color mucho más oscuro que el negro”.

El ISIL tenía sólo dos defectos: que no hubo manera de ponerse de acuerdo si hay que escribir ISIL o ISIS (ganaba la segunda opción: qué mejor que tener nombre de una diosa egipcia) y que nunca se pudo sacudir la imagen de ser una guerrilla local, nacida en Iraq, exportada a Siria, pero eminentemente un factor más en una lucha de poderes locales. Nada de lo que asustarse.

A ambas cosas se puso remedio esta semana: a partir de ahora será IS. Y tendrá califa. Es decir, un señor con aspiración hegemónica sobre todo lo que nazca bajo la denominación de musulmán. A la vez, con admirable sincronización, empezó a circular un mapa con el plan para “los próximos cinco años” de la expansión del ISIL. En riguroso negro se tintaba todo lo que hoy se conoce como “mundo árabe”, más la mitad de África y gran parte de Asia Central, así como la parte de los Balcanes que fue parte del Imperio Otomano. Y por supuesto la Península Ibérica (Al Andalus), este gran recurso que ya utilizó con tanto efectismo Al Qaeda para demostrar que estaba rematadamente fuera de la realidad, como corresponde a un buen yihadista, si quiere que se le tome en serio.

Eso de incluir los Balcanes, curiosamente hasta las fronteras actuales de Austria, hace pensar que el ISIL debe de tener su oficina de diseño y marketing en Turquía, con jefes de prensa educados en la ideología neootomana ahora tan en boga en Ankara. Nada de que sorprenderse: Turquía ha sido su retaguardia desde el principio de la guerra civil siria. Por qué el logotipo reproduce la caligrafía de la bandera saudí, la misma que usa el Frente Nusra, en lugar de mantener la redondeada, ‘naïf’ del ISIL, es otra pregunta. Puede ser un cambio de imagen para dotarse de una tipografía que transmita seriedad, o un simple fallo del infografista.

Lo que debería sorprendernos es que alguien en Europa difunda esta fantochada. Que alguien le preste la atención de un retuit a un mapa que haga imaginar una España sometida a bandas armadas con banderas negras. Pero precisamente en eso radica el éxito del marketing del ISIL: cuanto mayor la gilipollez, más creíble parece. Porque son yihadistas, son musulmanes, no son seres dotados de raciocinio.

Al Qaeda ha construido una marca basada en el concepto de que un musulmán es un ser psicótico

Esto lo hereda el ISIL de Al Qaeda: desde hace una década, sus jefes de prensa han construido cuidadosamente en Europa y América una imagen de marca basada en el concepto de que un musulmán es un ser psicótico completamente desconectado de la realidad. En eso reside su fuerza: no se les entiende. Y sólo se teme lo que no se entiende. “Crímenes tan absurdos, tan inexplicables que ni siquiera los entienden quienes los cometen”. Así planteó el doctor Mabuse la estrategia para instaurar el reino del terror (Fritz Lang, 1933).

Una vez conseguido este temor sagrado –esa sensación de estar en presencia de un ente superior, que se sustrae a toda comprensión racional, inabarcable para nuestra lógica – ya tiene el éxito asegurado: no faltan cohortes de analistas europeos que exhibirán su profundos conocimientos de interpretaciones coránicas y su absoluta ignorancia de todo el pasado y presente islámico para hacer de sacerdotes y monaguillos. Un excelente equipo de jefes de prensa para vender la marca.

El orientalismo europeo antes se atiborraba de harenes y odaliscas y hoy de velos y califas

Es a ellos, al público europeo y americano, a quien se dirige el IS (ya sólo IS o EI: en publicidad, la brevedad es una virtud). Sólo este público cree en el califa como institución sagrada. Sólo los islamólogos que nunca han pisado un país norteafricano o levantino son capaces de pensar que el califato es una aspiración de las masas musulmanas, sólo ellos pueden asegurar, sin sonrojarse, que tal califato se proyectaría para evitar guerras entre musulmanes. Sólo ellos pueden, incluso, buscarle diferencias entre Estado y Califato, ignorando que en árabe ni siquiera existe la palabra califato como concepto territorial o de estructura socio-política.

Pero el orientalismo europeo —ese voyeurismo enfermizo que hace cien años se atiborraba de harenes y odaliscas y hoy se pone cachondo con velos y califas— necesita esta terminología, necesita que cualquier barbudo matón de barrio que surja en Gaza, Líbano o Iraq se defina como “emir” y funde un “emirato”, como si la simple palabra emir —que en árabe no significa nada más que “comandante”— ya le diera un halo religioso, venerable, irracional. Al musulmán de a pie se le suda si el dictador de turno se hace llamar dictador, rey, presidente, mariscal, coronel o califa.

Somos nosotros los clientes del IS. Son los jóvenes nacidos y criados en Europa quienes acuden en masa —se habla de miles de personas— a Siria para tomar las armas al servicio de una causa que imaginan en color negro. Jóvenes que sólo conocen del “islam” lo que les venden los gurús wahabíes por cadena satélite, es decir nada.

Pero el terreno está bien preparado para el lanzamiento del producto califal: desde hace una década, Europa, desde los presidentes de gobierno hasta el último columnista local, acepta que el “islam” es lo que vemos en aquellas pantallas financiadas con petrodólares. Un premio al trabajo de marketing que los saudíes y qataríes deben compartir ex aequeo con la extrema derecha proisraelí, incansable a la hora de suscribir y difundir todas las tesis wahabíes, a cual más exagerada, para afianzar la imagen de marca del “islam”.

Esta carrera por impresionar Europa llega hasta el punto de que los del IS han elegido la crucifixión como manera de dar muerte pública al “enemigo de la fe”. Hay miles de maneras para hacer sufrir a un reo antes de morir, pero sólo una que suscitará asociaciones emocionales y cinematográficas en un público consumidor de Jesucristo Superstar. Una mejora objetiva, desde el punto del marketing, del anterior gag que consistía en rebanar gargantas a modo de sacrificio de cordero, un gesto que la prensa europea se deleitó en llamar “asesinato ritual islámico”, como si tal cosa existiera.

En los foros yihadistas escriben un árabe que hay que retraducir al inglés para entenderlo

¿Qué hay detrás de esa fachada? No lo sabemos. Las filas bajas del IS estarán llenas de jóvenes europeos (y aventureros, mercenarios y desperados de cualquier país islámico) que tienen por realidad el espectáculo que están escenificando. ¿Las filas altas? ¿Estas que en los foros yihadistas escriben un árabe que hay que retraducir al inglés para entenderlo? Ahí el silencio es total. Un silencio tan clamoroso que ni siquiera se menciona.

Durante los últimos meses de secuestro de los periodistas españoles Javier Espinosa, Ricardo García Vilanova y Marc Marginedas corrió la consigna de que era mejor no seguir hablando del tema. Algunos diarios españoles dieron orden incluso de no mencionar siquiera el ISIL en informaciones relacionadas con Siria. El consejo llegó obviamente a través de los servicios secretos que negociaban la liberación, pero nunca hemos sabido cuál es el motivo. En Turquía, ni siquiera es un consejo: es una orden judicial. Prohibido informar sobre los 49 diplomáticos y soldados turcos secuestrados desde mediados de junio en Mosul.

¿Quién necesita atentados o bombas con tanta europeo dispuesto a creerse un mapita negro?

También en España, la prohibición sigue en vigor: tras su liberación, ninguno de los periodistas ha revelado el menor detalle sobre su experiencia, una actitud de omertá que en algunos comentarios incluso se ha querido camuflar como “modestia”, voluntad de no ponerse bajo los focos, cuando, dado el valor informativo de su experiencia para conocer qué es realmente el ISIL, es obvio que se trata de una condición impuesta o, si quieren, un chantaje. Hay quien lo atribuye a una táctica de los servicios secretos para bajar el monto del rescate de los que siguen secuestrado (como si el ISIL tasara el valor de sus víctimas según el número de menciones en los ‘clipping’ de la prensa española) o incluso quien cree que se trata de una exigencia del propio ISIL para no tener “mala imagen” de secuestradores entre una población ante la que exhibe, orgullosamente, hombres crucificados.

La realidad será más sencilla: la Coca-Cola perdería su sabor si su fórmula no fuera secreta.

Habemus califa, pues. A partir de ahora, IS deja de ser un grupo guerrillero más en una Siria desgarrada entre una pléyade de bandas armadas, aunque siempre, misteriosamente, la mejor financiada. Deja de ser un elemento más en una rebelión iraquí a gran escala contra el régimen de Nuri Maliki: se le financiará para fagocitar a los demás, para seguir garantizando la destrucción de Iraq, el objetivo ya casi cumplido de Arabia Saudí y su aliado estratégico, Estados Unidos. Pero esto sólo es la parte local de su tarea. La principal, a partir de ahora, es ser Al Qaeda 2.0.

No se esperen atentados ni bombas: ¿para qué gastar explosivos, teniendo Facebook y Twitter y un ejército de europeos dispuesto a creerse un mapa negro?