Reportaje

A la caza del refugiado

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 8 minutos
Calle en Shatila, el barrio de refugiados palestinos en Beirut (2014) | © Ethel Bonet
Calle en Shatila, el barrio de refugiados palestinos en Beirut (2014) | © Ethel Bonet

Beirut | Junio 2014

Madejas de cables enmarañado de todos los tamaños se pierden en el infinito de unos edificios sobrecargados y siempre en construcción. Las callejuelas son tan estrechas que nunca entra el sol. Chatila parece más un barrio populoso en el oeste de Beirut que un campamento de refugiados palestinos. Allí viven tres generación de palestinos. Los primeros se instalaron en 1949. Hace tres años había cerca de 10.000 refugiados y hoy suman más de 25.000.

En Chatila, más de 5.000 familias palestinas se enfrentan ahora a un destino incierto. Todas ellas han llegado en los últimos años, escapando de Siria. Janan Khalid huyó con sus cuatro hijos del campo de refugiados de Yarmouk hace tres meses. Su marido lleva desaparecido más de dos años y su vivienda fue destruida en un bombardeo por la aviación Siria. Janan no tiene otro sitio a donde ir.

“Para los refugiados palestinos, ahora todo es más complicado. No nos quieren en Líbano pero no podemos emigrar a un tercer país”, exclama Khalid, preocupada por las deportaciones de más de 40 palestinos (sirios) que fueron devueltos a Siria tras ser capturados por la policía cuando intentaban salir del país en avión con documentación falsificada.

«A los refugiados palestinos no nos quieren en Líbano, pero no podemos emigrar a un tercer país», dice Janan Khalid

“No se que podemos hacer. Tengo miedo de que vengan a detenernos y tengamos que regresar a Siria. Ya no tenemos casa allí. ¿Dónde vamos a ir?”, lamenta la mujer.

El barrio de Chatila ha experimentado un rápido crecimiento debido a los olas de sirios que huyen de la guerra. Como todo el país, que desde hace medio siglo acoge a unos 455.000 refugiados, llegados a Líbano después la guerra árabe-israelí del 1948 y tras la de 1967.

Es algo que ocurre en todo Líbano: el pequeño país ha pasado de tener 4,5 millones de habitantes a sumar hoy seis millones. La crisis siria ha desbordado el Líbano y las autoridades ya no quieren acoger a más refugiados.

Aún más restricciones

La polémica saltó hace unas semanas cuando el Ministerio del Interior libanés declaró que la situación en Siria estaba mejorando, especialmente en el campo de refugiados palestinos de Yarmouk, en Damasco. Después de estas declaraciones –poco acertadas– que han levantado una ola de criticas entre las organizaciones humanitarias en el Líbano, llegó una serie de medidas restrictivas para los palestinos procedentes de Siria que se encuentran actualmente en Líbano.

El Ministerio del Interior declaró hace poco que la situación en Siria estaba mejorando y aplicó restricciones a los palestinos

Antes se podía renovar fácilmente el visado de tres meses a un año y después pagar 200 dólares para ampliar la residencia un año más. Ahora la Dirección General de la Seguridad ya no expide más prórrogas de visado a los refugiados. El Ministerio de Interior libanés ha pedido a todos los palestinos de Siria que regularicen sus papeles; caso contrario deberán abandonar el país inmediatamente.

La mayoría de los palestinos procedentes de Siria tiene su visado de un año caducado. Para poder normalizar su situación deben pagar una multa de 75 dólares por mes extra en la frontera –en el paso oficial de Masnaa– y después salir de Líbano para poder volver a entrar. Aquellos que quieren entrar por primera vez en el país deben pedir el visado en la embajada del Líbano en Damasco.

Ahmad Khalid, el tío de Janan, afincado en el campamento de refugiados palestinos de Bourj Barajneh, a las afueras de Beirut, recibió un aviso de 48 horas para salir del país si no pagaba una multa por los meses en los que había estado de forma ilegal. “Se fue a la frontera (el paso de Masnaa) y después de pagar la multa de casi 450 dólares le pusieron el sello de salida del Líbano y ahora no le dejan entrar”, denuncia Janan Khalid.

libano-refugiados

Mohamed llegó con su mujer y siete hijos hace un año y cuatro meses. Como la mayoría de palestinos huyó del campo de Yarmouk. Apenas le queda dinero y lo que tiene es para pagar el alquiler de 400 dólares por una habitación soleada y donde corra el aire para su hijo, enfermo del corazón.

“No puedo salir del apartamento. Vivimos como si fuéramos prisioneros. Tengo que pagar 250 dólares por cada uno de nosotros y me darán una estancia de 45 días más. No tenemos ese dinero”, explica con tono angustiado este ingeniero palestino que trabajó por 15 años en una fabrica de Coca-Cola en Damasco.

Ahora trabaja, menos veces de lo que le gustaría, en la construcción. “Desde hace dos meses no encuentro trabajo. Siempre es lo mismo. Unos meses trabajas, otros no. ¿Y cómo pago el alquiler? Las medicinas para mi hijo enfermo. Estaría dispuesto a trabajar hasta para una empresa judía si me diera dinero para comprar pan para mis hijos”, lamenta Mohamed.

Los palestinos no pueden acudir a los hospitales libaneses pagados por el ACNUR y dependen de las clínicas de los campamentos

Los refugiados sirios, por lo general, puedan buscar atención médica en hospitales libaneses, con gastos pagados por ACNUR – la agencia de la ONU para los refugiados– y sus socios, mientras que los palestinos de Siria tienen que depender en gran medida de las clínicas en los campos de refugiados, con una atención muy básica, y tienen que pagar ellos mismos las facturas de las medicinas.

La mayoría de los palestinos-sirios están de forma ilegal en Líbano y tienen miedo de acabar detenidos porque no quieren regresar a un país en guerra. Zeid tiene un bebe de un año que nació en territorio libanés pero no lo ha registrado porque tanto él como su esposas están sin papeles. “Ni yo tengo 200 dólares ni mi mujer tampoco. Que vamos a hacer si nos deportan. Qué será de mi hijo que no está registrado”, exclama afligido este palestino de Damasco.

Contra la asimilación

En Líbano, los palestinos residentes como refugiados – algunos ya de tercera generación – tienen prohibido trabajar en el sector público y en muchos campos profesionales, incluyendo Derecho, Medicina, Arquitectura o carreras de ingeniería. Deben vivir en uno de los 12 campos de refugiados construidos después de la fundación de Israel en 1948. Algunos, como el de Ain Hilweh cerca de Sidón, son territorio autónomo; vigilados por fuera por policías libaneses y por dentro, por palestinos.

El objetivo declarado de estas restricciones es evitar que los palestinos se asimilen a la sociedad que los rodea y dejen de considerarse, ellos mismos, refugiados. Esta actitud fue un acuerdo de todos los países árabes tras el establecimiento de Israel para no permitir que el problema de la población expulsada del territorio israelí – unas 700.000 personas – desapareciera simplemente con el paso del tiempo. De hecho, incluso tres generaciones después, los palestinos de Líbano siguen soñando con “volver a casa”.

A los refugiados palestinos no se les tiene demasiada simpatía: se les reprocha haber provocado la guerra civil libanesa

Aunque algún partido libanés, como el PSP druso, ha protestado contra las duras restricciones y ha pedido tratar a los palestinos “como seres humanos”, el colectivo no goza de demasiada simpatía entre los libaneses de a pie. Se les reprocha que fueron ellos quienes provocaron la cruenta guerra civil libanesa, al usar la OLP el pequeño país como base para sus ataques contra Israel.

Los palestinos que llegan de Siria se enfrentan a la misma restricciones que sus compatriotas afincados en los campos desde hace medio siglo. Pero la afluencia masiva ha incrementado la competencia por los puestos de trabajo, ha elevado el coste de la vivienda, y ha fomentado la animosidad entre los recién llegados y las comunidades de acogida.

Organizaciones humanitarias han denunciado el trato vejatorio a los palestinos que han huido de Siria, pero las autoridades libanesas miran hacia otro lado. Muchos temen que después de los palestinos empiece la criba con los sirios.

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