Opinión

Prueba de fuego en Palestina

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 4 minutos

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La crisis generada por los asesinatos de jóvenes y la escalada bélica en Gaza generan dos preguntas esenciales para la política palestina: ¿Aguantará el Gobierno de unidad tanta presión? ¿Quedará tocada la figura del presidente Mahmud Abbas?

El acuerdo entre las facciones palestinas de Fatah y Hamás, sellado el 23 de abril, que el 2 de junio cuajó en un Gabinete de tecnócratas que trata de llevar las riendas de Cisjordania y Gaza, ya se encontraba en una situación inestable antes del estallido de la violencia, arrastrando la complejidad de poner a trabajar juntos a quienes han estado mortalmente enfrentados en los siete últimos años y que afrontan retos de enorme dificultad, como el fin de la división geográfica de los palestinos y la integración de las milicias armadas en las fuerzas de seguridad.

En el entorno del primer ministro, Rami Hamdala, se reconoce, pese al optimismo obligado, que ya sin conflicto es una “tarea titánica” convocar las prometidas elecciones dentro de cinco meses e hilvanar dos realidades distintas tras las viejas enemistades.

Israel señaló a Hamás como ejecutor del crimen de los tres muchachos colonos secuestrados cerca de Hebrón en junio. Por extensión, culpó al presidente Abbas, de Fatah, por aliarse con “terroristas”. La triste coyuntura ha servido para que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, vea una oportunidad para dar el golpe de gracia a la unidad política palestina. Pero salvo el titular de Exteriores, Riad Malki, quien dijo en público que, si hubiese pruebas contra Hamás, “el acuerdo estaría en peligro”, nadie ha querido abundar en esa línea.

“Netanyahu está muy equivocado si cree que va a triunfar su estrategia, porque nos hemos unido en torno a las necesidades y los intereses de los palestinos. La apuesta sigue en pie, pese a que intenta debilitar al Gobierno. Creemos en la solución de dos Estados y contamos con el respaldo de la comunidad internacional”, advierte Xavier Abu Eid, portavoz de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

El acuerdo entre las facciones palestinas ya se encontraba inestable antes del estallido de la violencia

Pese a esa “fortaleza” —también avalada por Mustafa Barguti, uno de los artífices del acercamiento entre las facciones, que cree que “los ataques de Israel llevarán a los palestinos a unirse aún más”— es intenso el debate sobre los equilibrios de poder. Abbas aparece debilitado ante la opinión pública —sólo un 10% de los palestinos lo apoya, según el diario Haaretz— por haber prestado su colaboración policial a Israel para encontrar a los estudiantes secuestrados, y sólo puede hacer llamamientos a EE UU o la UE para que pidan contención a Israel.

El partido real se juega en otro campo, el de Hamás, que ha ido creciendo en popularidad, con más de 500 detenidos con los que Israel trataba de encontrar pistas. Hasta ocho de sus parlamentarios fueron arrestados, algo que también está lastrando la regeneración de la Cámara palestina.

Bassam Eid, fundador del Grupo de Seguimiento de Derechos Humanos en Palestina, explica que la población no tenía “simpatías” por el secuestro pero, al coincidir con una huelga de hambre de presos palestinos, las redadas generaron una especie de “solidaridad” con Hamás.

En 2012, durante la operación militar israelí Pilar Defensivo, los islamistas lograron un importante apoyo popular al sostener el pulso a Israel durante ocho días. Ahora aún intentan hacerse fuertes, mientras Israel insiste en que poseen unos 10.000 cohetes.

La brecha de los islamistas con Abbas puede ampliarse, y repercutir en lo que cada facción reclame en el Gobierno. Tras la caída de los Hermanos Musulmanes en Egipto, el cierre de los túneles en el Sinaí y la falta de financiación de Qatar o Turquía, Hamás está sumido en una profunda crisis.

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