Reportaje

Yezidíes a las puertas de Europa

Clara Palma
Clara Palma
· 12 minutos
Un grupo de yezidíes en un piso de Atenas | © Clara Palma
Un grupo de yezidíes en un piso de Atenas | © Clara Palma

Atenas | Septiembre 2014

Por la ruta seguida por la mayoría de los refugiados procedentes de Oriente Medio, han comenzado a llegar a Grecia también los yezidíes que huyen de la violencia sectaria en Iraq. Y, como ya es habitual, al llegar se han dado de bruces con una realidad que poco parecido guarda con la imagen que albergaban de Europa. A las devoluciones en caliente en la frontera, los malos tratos por parte de la policía y las insalubres condiciones de los centros de detención -denunciados por organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch-, se suman las trabas burocráticas para la regularización. Es por ello que Grecia supone para los refugiados yezidíes una escala desafortunada pero ineludible, de la que es necesario huir cuanto antes hacia la ya cercana estación terminal.

El suelo del pequeño apartamento del centro de Atenas está completamente cubierto de colchonetas: unas 20 personas -incluidos 3 niños- se hacinan en 30 metros cuadrados de salón y dormitorio. La mitad de los adultos aguarda en la calle, hasta que amanece, el turno de dormir en las camas calientes. No son una excepción. En muchos otros pisos, situados en barrios periféricos como Egaleo, se agolpan hasta 40 personas. Desde que alcanzaron Grecia a principios de agosto, este grupo -uno de los primeros en llegar- calcula que la cifra de correligionarios que les han sumado huyendo de la amenaza del Estado Islámico supera ya de largo el millar. A estas personas habría que sumar a quienes se han decantado por la no menos dura ruta de Bulgaria. Y hay otros muchos en camino, afirman.

No obstante, la mayoría de los refugiados yezidíes, incapaces de reunir el mínimo de 3.000 o 4.000 euros exigido por los traficantes para la siguiente etapa del viaje, se encuentran encallados en Grecia. Mientras que el Servicio de Asilo ha registrado unas pocas solicitudes, el objetivo de estos refugiados es alcanzar Alemania -donde muchos tienen familiares, refugiados de la persecución del régimen iraquí en los ’80- u otros países considerados acogedores, como Dinamarca u Holanda. Los parientes que han quedado atrás, en el Kurdistán iraquí o en Siria, encuentran grandes dificultades para transferir dinero a Europa. Casi todos han perdido sus documentos de identificación y, por supuesto, los papeles del banco. Y, a pesar de pertenecer oficialmente a Irak, el Gobierno Regional del Kurdistán no puede expedir pasaportes a los refugiados yezidíes, que vivían fuera de sus fronteras.

«Huimos de la muerte como ciegos, sin coger nada. Venir a Europa no fue una elección», dice uno de los refugiados

«Huimos de la muerte como ciegos, sin coger nada» se justifica Ibrahim, mientras los demás asienten.  «Venir a Europa no fue una elección. La zona no será segura en muchos años, y no tiene sentido volver si nuestros vecinos han resultado ser todos enemigos», asegura este joven de Bashiqa, una localidad cercana a Mosul, refiriéndose a la población árabe suní de la zona.

Mientras esperan la oportunidad de proseguir con su viaje, Ibrahim y los demás evitan en la medida de lo posible pisar las calles de Atenas. Su miedo es ser detenidos en una de las frecuentes redadas de la policía, que acude a las zonas frecuentadas por inmigrandes o para por la calle a las personas “sospechosas”. Cientos de yezidíes han corrido esta suerte en las últimas semanas y permanecen ahora en los tristemente célebres centros de internamiento -en los que un extranjero puede permanecer hasta 18 meses por el hecho de encontrarse en situación irregular-, en teoría a la espera de la deportación.

«No les deberían enviar de vuelta a donde sus vidas corren peligro», denuncia desde Acnur-Grecia Ketty Kehayoglu. «Entretanto, el estado griego debería expedirles una orden de suspensión de la deportación, como ocurre por ejemplo con los refugiados sirios». Estos, al ser detenidos, reciben un permiso de estancia temporal de seis meses -en ocasiones renovable-, conminados a abandonar el país. Una medida que sin embargo no fue tampoco implementada de inmediato, sino a principios de 2013, cuando muchos refugiados sirios llevaban ya meses encerrados.

«Semejante estatus aseguraría un mínimo de legalidad. Pero su implementación, a través de un decreto presidencial, aún está pendiente», remarca Kehayoglu refiriéndose al permiso de 6 meses.

Mientras que la opinión pública se ha conmovido con los desgarradores testimonios de los refugiados yezidíes, recogidos por la prensa y por todas las cadenas de televisión, todo apunta a que las autoridades aún no han resuelto qué tipo de trato dispensarles. Al contrario, destaca el carácter arbitrario de sus actuaciones. Algunos refugiados, en especial mujeres, u hombres detenidos cerca de la frontera o en comisarías de policía, han sido liberados con documentos que les autorizan a permanecer en Grecia durante un mes. La mayoría de los detenidos permanecen, en cambio, en los centros de detención. Desde allí relatan conversaciones con la policía que gestiona los campos, que les habría tranquilizado asegurándoles el bloqueo de las deportaciones a Iraq.

Más sorprendente es por ello el caso de Farhad Dibo, uno de los primeros refugiados yezidíes en llegar a Grecia. Detenido en el centro de detención de Amigdaleza y sufriendo de complicaciones renales, en tres días tuvo que ser trasladado cuatro veces al hospital para someterse a diálisis. Casi a diario, se comunicaba por teléfono con sus compañeros de viaje. Tras un largo silencio, les llamó desde el Kurdistán Iraquí, a donde según les contó había sido deportado a finales de agosto. A pesar de comprometerse a responder a las preguntas de esta periodista con respecto a la deportaciones y detenciones, el Ministerio del Interior no ha ofrecido hasta ahora contestación alguna.

Aunque la opinión pública se ha conmovido con sus historias, las autoridades aún no han resuelto qué trato dispensar a los yezidíes

Pero no sólo la estancia en Grecia supone un mal trago para los refugiados. El propio viaje supone toda una ordalía. Faraydun y su esposa Nazdarse decidieron a abandonar Bashiqa con sus dos hijos pequeños poco después de que las tropas del ISIL tomaran Mosul, el 10 de junio. «No podía esperar a que nos atacaran, estaba seguro de que ocurriría. Así que tres días antes del gran ataque contra los yezidíes nos fuimos a Dohuk». Una experiencia parecida a la de Aido y Wahida, un matrimonio de Zorava con un niño de tres años, que en la huida quedaron separados del resto de sus familias. “Dejamos atrás todos nuestros documentos, así que no había manera de cruzar la frontera turca legalmente”, explica Aido. Tras cruzar de noche al país vecino y alcanzar la capital, durmieron las dos primeras noches en un parque de Estambul. Después, sus parientes lograron enviarles algo de dinero, y negociaron con unos traficantes, que les alojaron en un hotel del distrito de Aksaray. A finales de julio -no recuerdan fechas exactas- intentaron cruzar la frontera con otras 130 personas -entre iraquíes, sirios y afganos-, pero fueron arrestados por la gendarmería turca.

Una huida dramática

En el segundo intento, al grupo de Aido y Wahida se sumarían otros refugiados yezidíes recién llegados. Entre ellos Adnan, un funcionario del gobierno en Bagdad originario de Baadra, cerca de Shijan. Casado con dos esposas y padre de cuatro hijos, en su huida quedó separado de su familia. A primeros de agosto, los traficantes condujeron a este nuevo grupo de 80 personas hasta la frontera greco-turca, tras haberles cobrado entre 3.000 y 3.500 euros por cabeza.

A las cuatro de la mañana cruzaron el río Evros en barcas hinchables, en grupos de 16 personas. En el último momento, sin embargo, apareció la policía griega, que de un disparo agujereó la barca que transportaba a los últimos pasajeros, entre ellos Adnan, cuando estaban ya la orilla. Según su testimonio, el exfuncionario se lanzó al agua con un niño que estaba sentado a su lado, mientras que otro hombre ayudaba a la madre del pequeño, y lograron alcanzar la orilla. El resto de ocupantes de esa barca fueron detenidos, y, cuando sus teléfonos volvieron a estar operativos, resultó que se encontraban de vuelta en territorio turco. Los deportados, entre los que estaba el hermano del niño puesto a salvo por Adnan, habían sido devuelto en caliente, sin que mediara ninguna identificación.

Esto es lo que las ONGs denominan‘pushback’: una devolución inmediata, ilegal según los convenios internacionales, y cada vez es más común en las fronteras marítimas y terrestres griegas según han denunciado hasta la saciedad organizaciones y ONGs. Cerrando los ojos ante este tipo de prácticas, las autoridades pretenden disuadir al creciente número de refugiados de tomar la ruta que pasa por Grecia. Si en 2012 los guardacostas registraron a 3.345 indocumentados llegados por mar, en 2014 han sido detenidas de momento 17.639 personas, en cifras del Ministerio de la Marina Mercante. La mayoría de ellas, refugiados: el 52%, sirios, el 32%, afganos y un número creciente, aunque indeterminado, iraquíes.

Aido, Wahida y Adnan, junto con el resto de los que consiguieron esconderse de la policía, caminaron después durante 12 horas por zonas boscosas, hasta adentrarse en terreno griego. Desde allí, los traficantes se los fueron llevando de 10 en 10 -un grupo al día- a Atenas. Los últimos refugiados que quedaron en el bosque, pasaron cinco días escondidos sin comer.

Ahora, el ánimo de los refugiados yezidíes oscila entre la preocupación por sus familiares y el horror por las matanzas perpetradas por el Estado Islámico (ISIL) en Sinyar y zonas adyacentes. A Nazdar le ruedan las lágrimas por las mejillas al hablar de sus padres, con problemas de salud, que tras perder su hogar se refugian en una escuela pública en el Kurdistán iraquí. Adnan, por su parte, no tiene noticias de su hermana y sobrinos, perdidos en la montaña de Sinyar, mientras que su madre y hermanos huyeron a pie hasta Zakho, a 100 km de distancia. “Dios sabe lo que sufrieron para ponerse a salvo”, lamenta.

Las mujeres secuestradas por el ISIL llaman por teléfono a sus familiares: «U os convertís al islam, o nos venden»

Tras la toma de Mosul, los extremistas ocuparon primero Tel Afar, una localidad con población chií, para despuésatacar los pueblos que circundan la montaña de Sinyar. La ocupación de los pueblos yezidíes trajo consigo un éxodo masivo de miles de personas que huían de las ejecuciones sumarias y las decapitaciones. Los muertos se cuentan por cientos, los desaparecidos y secuestrados por miles. Según Adnan, las mujeres secuestradas llaman por teléfono a sus familiares: «O bien os convertís al islam, o nos venden».

«Pero aunque nuestros vecinos se hayan vuelto contra nosotros, aún quedan buenas personas», admite, contando cómo un árabe suní compró a nueve mujeres en el mercado de Mosul para liberarlas. «¿Quién podría imaginar que, en el siglo XXI, las mujeres serían vendidas en el mercado por 1.500 dólares?», pregunta incrédula Nazdar. «Preferiría la muerte antes que ser secuestrada y vendida como esclava». Su marido también continúa atónito ante la barbarie del ISIL: “Si es duro incluso matar a un pollo, no entiendo cómo esa gente puede cortarle la cabeza a un ser humano”.

Para este grupo de refugiados, tanto el gobierno iraquí como las milicias kurdas leales al PDK, el partido del presidente del Gobierno Regional del Kurdistán- han traicionado a la población yezidí, a la que abandonaron indefensa en su repliegue ante el Estado Islámico. Los únicos en protegerles, coinciden, han sido las YPG y el PKK, milicias kurdas procedentes de Siria y Turquía, respectivamente. Jamal, un joven de 26 años que servía en el ejército iraquí en Mosul, explica cómo sus líderes les ordenaron dejar las armas y volver a sus hogares. “Enseguida entendí que la ciudad iba a ser entregada a los extremistas”.

En las horas muertas que transcurren lentas en el piso, los refugiados vuelven del derecho y del revés diferentes teorías sobre lo ocurrido. Adnan, que presume de información confidencial gracias a su trabajo para el gobierno, afirma que durante el ataque a Mosul los responsables políticos y militares del gobierno huyeron en tan sólo tres horas. “El Gobernador de Nínive dio orden a los soldados de dejar las armas y huir… O tenían algún tipo de relación con el ISIL o se trataba de una maniobra política», conjetura.

¿Te ha interesado este reportaje?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos