Opinión

Escocia, donde el Éufrates

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Dos países han competido esta semana por el primer lugar en los programas de noticias de todo el mundo: Escocia y el Estado Islámico en Iraq y Siria.

No puede haber dos países más diferentes entre sí. Escocia es húmedo y frío, Iraq es caliente y seco. Escocia se llama así por su whisky (o al revés), mientras que para los combatientes del ISIS el consumo de alcohol es la marca de los no creyentes que deben perder la cabeza (literalmente).

Sin embargo, hay un denominador común en ambas crisis: marcan la cercana desaparición de la nación-estado.

El nacionalismo moderno, como cualquier gran idea de la historia, nació a partir de un nuevo conjunto de circunstancias: económicas, militares, espirituales y otras, que convirtieron las viejas formas en obsoletas.

 El sionismo fue un esfuerzo tardío para imitar los nacionalismos que crearon los grandes Estados europeos

A finales del siglo XVII, los estados existentes ya no podían hacer frente a las nuevas demandas. Los estados pequeños estaban condenados. La economía exigía un mercado interno lo bastante grande para el desarrollo de industrias modernas. Los nuevos ejércitos masivos necesitaban una base lo suficientemente fuerte para proporcionar soldados y pagar por armas modernas. Las nuevas ideologías crearon nuevas identidades.

Bretaña y Córcega no podían existir como entidades independientes. Tuvieron que renunciar a gran parte de su identidad separada y unirse al gran y poderoso Estado francés para sobrevivir. El Reino Unido, la unión de las islas británicas bajo un rey escocés, se convirtió en una potencia mundial. Otros siguieron cada uno a su propio ritmo. El sionismo fue un esfuerzo tardío para imitar todo esto.

El proceso alcanzó su punto álgido a finales de la Primera Guerra Mundial cuando los imperios como el Califato Otomano y Austria-Hungría se desintegraron. Kemal Atatürk, quien cambió el califato islámico por un estado nacional turco, fue quizás el último gran ideólogo de la idea nacional.

Pero, para entonces, esta idea ya se estaba haciendo vieja. Las realidades que la habían creado estaban cambiando rápidamente. Si no me equivoco fue Gustave Le Bon, el psicólogo francés, quien afirmó hace cien años que cada nueva idea ya es obsoleta cuando las masas la adoptan.

El proceso funciona así: alguien concibe la idea. Hace falta que pase una generación para que la acepten los intelectuales. Hace falta que pase otra generación para que los intelectuales la enseñen a las masas. Para cuando es una idea fuerte, las circunstancias que la originaron ya han cambiado y se requiere una nueva idea.

La realidad cambia mucho más rápidamente que la mente humana.

 En 1926, un grupo de idealistas propagaba la idea de una Unión Europea, que se extendió tras otra guerra mundial

Cojamos la idea del estado-nación europeo. Cuando llegó a su victoria final, después de la Gran Guerra, el mundo ya había cambiado. Los ejércitos europeos, que se habían aniquilado entre si con ametralladoras, se enfrentaron a tanques y a aviones de combate. La economía pasó a ser mundial. Los viajes en avión abolieron las distancias. La comunicación moderna creó una “aldea global”.

En 1926 un noble austríaco, Richard Coudenhove-Kalergi, convocó un congreso paneuropeo. Mientras Adolf Hitler, un pensador irremediablemente anticuado, trataba de imponer el estado-nación alemán en el continente, un pequeño grupo de idealistas propagaba la idea de una Unión Europea, que se extendió tras otra terrible guerra mundial.

Esta idea, actualmente todavía en su infancia, está generalmente aceptada pero ya es obsoleta. La economía multinacional, los medios sociales, la lucha contra las enfermedades mortales, las guerras civiles y los genocidios, los peligros medioambientales que amenazan a todo el planeta… todo esto hace que la gobernanza mundial sea imperativa y urgente. Sin embargo, ésta es una idea cuya realización está todavía muy, muy lejos.

La obsolescencia del estado-nación ha dado origen a una consecuencia paradójica: la fragmentación del estado en unidades cada vez más pequeñas.

Mientras que la tendencia mundial hacia unidades políticas y económicas cada vez más grandes se fortalece, los estados-nación se desmoronan. Por todo el mundo, los pueblos pequeños están exigiendo la independencia.

Esto no es tan ridículo como parece. El estado-nación llegó a existir porque las realidades necesitaban sociedades de, al menos, un cierto tamaño y fuerza. Pero a estas alturas, todas las funciones principales de los estados tienden hacia uniones regionales más grandes. Así que, ¿por qué necesita Córcega a Francia? ¿Por qué necesitan los vascos a España? ¿Por qué necesita Quebec a Canadá? ¿Por qué no vivir en un estado más pequeño con gente como usted que habla su mismo idioma natural?

Checoslovaquia se ha fragmentado pacíficamente. También lo ha hecho Yugoslavia aunque no tan pacíficamente. También lo han hecho Chipre, Serbia, Sudán y, por supuesto, la Unión Soviética.

(Permítanme comentar de paso que esto también afecta a la idea de la llamada solución de un estado para nuestro pequeño problema en Israel / Palestina. Durante las últimas tres generaciones, el mundo no ha visto un sólo caso de dos pueblos diferentes que se unen voluntariamente en un estado.)

El referéndum de Escocia es una de las primeras escenas de esta nueva época. Los partidarios de la independencia prometieron que Escocia podría unirse a la Unión Europea y la OTAN, y tal vez adoptar el euro. Entonces, ¿por qué, se preguntan, debe Escocia permanecer en la camisa de fuerza británica? Después de todo, ¡Britania ya no extiende su imperio sobre las olas!

 «¡Nosotros creamos la nación argelina!” se quejaba, con bastante razón, un político francés de derechas

El fracaso de la votación por la independencia de Escocia no cambia el curso de los acontecimientos. Simplemente lo frena.

El nacionalismo fue una idea europea.

Nunca echó raíces profundas en los campos áridos del mundo árabe. Incluso en el auge del nacionalismo árabe, nunca estuvo muy claro si un damasceno, por ejemplo, se consideraba en primer lugar sirio o musulmán, si un beirutí se consideraba en primer lugar maronita-cristiano o libanés, o si un cairota era primero egipcio, árabe o musulmán.

Durante la lucha argelina por la independencia, un enojado político francés de derechas me manifestó sus quejas una vez: “¡Antes de que conquistásemos el norte de África, Argelia nunca estuvo unida! ¡Nosotros creamos la nación argelina!” Tenía mucha razón aunque sacó las conclusiones equivocadas. Muchas veces he oído exactamente lo mismo de boca de convencidos sionistas sobre la nación palestina.

Los colonizadores europeos inventaron las naciones árabes modernas. Últimamente, se ha convertido en una moda hablar de Mark Sykes y de Georges Picot, dos burócratas mediocres, uno británico y otro francés, que elaboraron un acuerdo secreto para dividir el Imperio Otomano. Ellos y sus sucesores crearon los estados de Siria, Iraq, (Trans)Jordania, Palestina, etc.

Las extrañas fronteras orientales de Jordania fueron moldeadas para un oleoducto británico desde Mosul a Haifa

Estos “estados-nación” eran bastante artificiales. Los planificadores europeos sabían, por lo general, muy poco de las circunstancias, las tradiciones, las identidades y la cultura locales. Tampoco les importaba mucho. Iraq, con sus diferentes componentes, fue creado para dar cabida a los intereses británicos. Las extrañas fronteras orientales de Jordania fueron moldeadas para un oleoducto británico desde Mosul a Haifa. Líbano, creado como un hogar para los cristianos, fue diseñado para incluir áreas musulmanas suníes y chiíes, sólo para hacerlo más grande. Sham fue despojado de Jordania, de Palestina y de Líbano y se convirtió en Siria. Más tarde también perdió Alejandreta que pasó a ser parte de a Turquía.

Todas estas manipulaciones imperialistas contradecían la historia y la tradición musulmanas.

Cada niño musulmán aprende en la escuela sobre los vastos imperios musulmanes que se extendían desde el norte de España a las fronteras de Birmania, desde las puertas de Viena hasta el sur de Yemen y luego tiene que mirar el mapa de minipaíses como Jordania y Líbano. Es humillante.

Primero se hicieron esfuerzos para unificar a los árabes bajo el paraguas del nacionalismo. El partido Baaz se esforzó (en teoría, al menos) en crear un único estado panárabe y el credo lo continuó el héroe de las masas, el egipcio Gamal Abd-al-Nasser, un dictador militar secular. Un estado panárabe también podría haber creado una especie de igualdad entre los estados ricos en petróleo como Arabia Saudí y los países pobres como Egipto.

El nasserismo creó una nueva ideología. El nacionalismo panárabe era “kaumi”. El patriotismo local era “wotani”. La comunidad de todos los musulmanes era la “umma”.

(La misma palabra “umma” significa lo contrario en hebreo: una nación moderna. Los israelíes están tan confundidos como sus vecinos. Tenemos que elegir nuestra prioridad. ¿Somos en primer lugar judíos, hebreos o israelíes? ¿Qué significa exactamente “el Estado-nación del pueblo judío” tal y como lo propaga Binyamin Netanyahu?)

La enorme atracción del movimiento que ahora se llama “Estado Islámico” es que propone una simple idea: acabar con todas estas locas fronteras trazadas por los imperialistas occidentales para sus propios fines y volver a crear el clásico estado panislámico musulmán: el califato.

Esto parece ser lo opuesto de la fragmentación de los estados europeos pero significa lo mismo: el rechazo total de la nación-estado.

Como tal, pertenece tanto al pasado como al futuro.

Con el desprecio tradicional europeo hacia los “nativos”, Obama y Kerry no ven más que terroristas decapitadores

Glorifica el pasado. A Mahoma y sus sucesores inmediatos (califa significa sucesor) los han idealizado como personas impecables, que encarnan todas las virtudes y poseedores de la sabiduría divina.

Esto está muy lejos de la verdad histórica. Los tres sucesores inmediatos del profeta fueron asesinados. Debido a disputas sobre la sucesión, el islam se dividió entre los suníes y los chiíes, y así permanece hasta el día de hoy (ahora más que nunca). Pero el mito es más fuerte que la verdad.

Sin embargo, mientras se aferra al pasado, el movimiento Estado Islámico (antiguo ISIS, el Estado Islámico de Iraq y Sham) es muy moderno. De un manotazo quita de la mesa a la nación-estado y a sus derivados. Transmite una idea clara, sencilla y que musulmanes de todo el mundo comprenden fácilmente. Parece ser muy convincente.

La respuesta occidental es tan inadecuada que resulta casi cómica.

Personas como Barack Obama y John Kerry, y sus equivalentes en toda Europa, son bastante incapaces de entender de qué va todo esto. Con el desprecio tradicional europeo hacia los “nativos” no ven más que terroristas decapitadores. Realmente parecen creer que pueden derrotar a una nueva idea revolucionaria formando una coalición con dictadores árabes y políticos corruptos, bombardeando a los rebeldes y acabando el trabajo con mercenarios locales.

Esta es una interpretación ridícula y errónea de la nueva realidad. Por ahora, el Estado Islámico, con sólo un puñado de militantes fanáticos y crueles, ha conquistado grandes territorios.

¿Cuál es la respuesta?

Francamente, no la sé. Pero el primer paso para los occidentales, así como para los israelíes, es que se deshagan de su arrogancia y traten de entender el nuevo fenómeno al que se enfrentan.

No se enfrentan a “terroristas”, la palabra mágica que parece resolver todos los problemas sin la necesidad de forzar el cerebro. Se enfrentan a un fenómeno nuevo.

La historia se está escribiendo.

Publicado en Gush Shalom | 20 Septiembre 2014 | Traducción del inglés: Fátima Hernández Lamela