Crítica

Pezones desorientados

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos
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Femen
En el principio era el cuerpo


Género: Ensayo
Editorial: Malpaso
Páginas: 192
ISBN: 978-84-15996-31-6
Precio: 18 €
Año: 2014

“¿Has visto a esas tías? Son increíbles. Y lo mejor de todo: saben muy bien lo que hacen”. Con estas palabras de un buen amigo, feminista militante, oí por primera vez hablar de Femen. Y sí, yo también sucumbí al entusiasmo de inmediato. Las tetas al aire eran el reclamo, pero el arrojo y la contundencia de sus reivindicaciones eran todavía más llamativos. He seguido regularmente su trayectoria desde entonces, y por tanto tenía muchas ganas de leer el relato colectivo de su fundación y su sostén teórico, En el principio era el cuerpo. Ahí empezó, lamento decirlo, mi decepción.

El libro cuenta los orígenes de Femen a partir de los testimonios de sus fundadoras, Anna Hutsol, Inna Shevchenko, Oksana Shachko y Alexandra Shevchenko. Estamos en el año 2008, en la tiránica Ucrania –tiránica a todos los niveles: estado, patriarcado, mercado– y un grupo de chicas “busca cómo dar sentido a sus vidas” mientras estudian y debaten manuales de filosofía soviéticos, así como obras de Marx, Engels y August Bebel, especialmente La mujer y el socialismo. Un buen día deciden pasar a la acción y adoptar la imagen del topless y la corona de flores –que representa la condición de las chicas antes de casarse– como símbolo de lucha. Su primer propósito, combatir la explotación sexual de sus paisanas bajo el lema “Ucrania no es un burdel”.

Una causa con la que no podemos sino simpatizar, aunque una de las fórmulas más defendidas por Femen –la penalización del cliente, según el modelo sueco– no nos parezca a muchos la mejor solución. Lo que ocurre a partir de este momento es que la actividad del colectivo, cuyas filas seguirán engrosándose, se diversifica para atacar a múltiples líneas: el régimen de Yanukóvich, el de Putin en Moscú, el clericalismo de todo signo… Y es ahí donde uno empieza a sospechar que no, que aquellas muchachas no sabían muy bien lo que hacían. Algunas seguramente no tenían la menor idea, y se afiliaron al movimiento por lo mismo que otros jóvenes se suman a partidos políticos o asociaciones varias, por la pura necesidad de no quedarse en casa con los brazos cruzados. Pero, ¿hacia dónde caminaba Femen?

Cuando sus actividades se diversifican, uno empieza a sospechar que no, que aquellas muchachas no sabían muy bien lo que hacían

Protestas contra Strauss-Kahn y Berlusconi como paradigmas del macho capitalista, protestas contra la exigencia de visados a los ucranianos, contra la censura, contra el euro, protestas contra las tarifas del gas que Rusia vende a Ucrania… No es que no sean causas dignas de abrazo, es que el que mucho abarca, poco aprieta. El hecho de hacer de Femen una suerte de protestódromo permanente, como se evidencia conforme repasamos su trayectoria, amenaza diluir sus metas originales, que se resumían en la muy necesaria abolición del patriarcado, germen de todos los machismos. Extender su programa a todo tipo de reivindicaciones locales, continentales y mundiales contribuiría tal vez a difundir la marca, pero las debilitaría en el fondo.

La internacionalización del movimiento, además, haría a estas chicas meterse en jardines de lo más inciertos. Por ejemplo, cuando cuentan una sonada intervención ante Santa Sofía, “la mezquita principal de Estambul” –error: está desacralizada y es un museo–, afirman que “en Turquía y en otros países musulmanes resulta cotidiano que las mujeres sean castigadas por sus crímenes desfigurándolas con ácido”. Una generalización a todas luces desmesurada, por no decir clara confusión geográfica. Porque Turquía puede estar más o menos islamizada, pero no es Afganistán ni Pakistán. No todos los lugares donde hay minaretes y tipos con barba se dedican a desfigurar a sus chicas: no, desde luego, de un modo cotidiano, ni siquiera esporádico. Más o menos como la anacrónica acusación al Vaticano de que “durante siglos enviaron a miles de mujeres a la hoguera”. La provocación exige finura de puntería, rigor histórico y geográfico, si quiere venir asistida por la credibilidad.

Bueno, todo esto, en sí mismo, no es un problema tan grave: muchas fuerzas sociales se han movilizado al principio a tientas, más canalizando inquietudes que definiendo líneas de actuación concretas. La cuestión es que la lectura de En el principio era el cuerpo suscita demasiadas dudas sobre la capacidad real de Femen para seguir actuando como palanca y como cauce, más allá de la pirotecnia mediática. Uno de los puntos más flacos de su propuesta me parece, precisamente, las posibilidades de actuación en ámbitos de mayor libertad que Ucrania o Rusia. Es decir, en países donde el capitalismo ha entendido que es mucho mejor dejar vociferar a unas chicas en bolas que detenerlas y convertirlas en mártires de la libertad de expresión. En este sentido, la intervención en nuestro Congreso de los Diputados al grito “¡El aborto es sagrado!” no dejó de ser una traca intrascendente, pues en España es muy habitual que desalojen la tribuna de invitados por protestas de esa índole. Pero sobre todo, porque el asunto sobre el que querían llamar la atención las Femen ya está en el debate público español desde hace más de 30 años.

Quiero decir que un movimiento como el que nos ocupa se fortalece en la represión, pero languidece por desgracia en la normalidad democrática. “Podría acabar mis días en Iraq o en Irán, aplastada por un grupo fanático, pero es algo que no va a pasar en un futuro cercano, eso seguro”, dice Inna casi al final del libro. Es evidente que unas Femen semidesnudas en Bagdad no saldrían vivas, y de Teherán probablemente no saldrían antes de ancianas. Hay que sobrevivir para luchar, diría el Galileo de Brecht. Pero eso no puede significar que se cese en la lucha, porque tal vez sean países como los citados donde más falta haga.

Un movimiento como este se fortalece en la represión, pero languidece en la normalidad democrática

Esta misma militante termina comentando que “medio bromeo cuando digo que las chicas que buscan novio lo hacen porque su vida está vacía”, y apostilla que espera que “un día llegue mi gran amor. En Ucrania una chica que no se ha casado a mi edad, a los veintidós años, es una chica mayor, casi vieja. Le presenté a mi madre a un exnovio como un marido potencial. A veces prefiero mentir a mis padres para que no se preocupen”. Joder, esto es como el chiste de “no le digas a mi madre que soy periodista, la pobre piensa que trabajo como pianista en un burdel”. Señorita, si no es usted capaz de convencer a sus padres de estos principios, ¿cómo piensa hacerlo con un ayatolá?

Sí, la lectura de este libro me ha dejado una inesperada sensación de incongruencia e improvisación, que no desacredita del todo el gesto de unas mujeres que han peleado valientemente en escenarios muy distintos. El mismo día que estoy escribiendo estas líneas, se debate la primera ley china contra la violencia conyugal. ¿Se imaginan a cuántos miles de casos afectará, si, como afirma un estudio oficial, el 25 por ciento de las casadas del gigante asiático ha sufrido alguna agresión? ¿Y cuántos habrá fuera del matrimonio? ¿Y en el resto del globo? En todo el mundo hace falta seguir provocando, desafiando, cuestionando. También los varones, aunque algunos piensen que las cintas de flores nos sientan peor. Pero por favor, orientemos los pezones en la dirección correcta.