Entrevista

Max

«Las libertades que tenemos pueden ser reversibles»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 11 minutos
Max (Sevilla, Nov. 2014) | ©  Pepo Herrera
Max (Sevilla, Nov. 2014) | © Pepo Herrera

Sevilla | Diciembre 2014

Pocos dibujantes españoles han desarrollado una evolución tan sorprendente, y de tan amplio espectro, como Francesc Capdevila (Barcelona, 1956), más conocido como Max, premio Nacional de Cómic y padre de criaturas memorables como Gustavo, Peter Pank o Bardín. El artista participó recientemente en el Encuentro del Cómic y la Ilustración de Sevilla, justo cuando acaba de ver la luz su último trabajo, El regreso de Ulises (Nórdica), con textos de Alberto Manguel.

“Manguel había visto un trabajo mío con el argentino Marco Denevi, y le había gustado”, recuerda el artista. “Nos conocimos, hicimos buenas migas, y al tiempo recibí el texto de El regreso de Ulises con una indicación de que hiciera con él lo que quisiera. El proyecto estuvo dormido dos años, los editores no acababan de verlo, pero al fin ha salido adelante”.

«Eran los últimos años de Franco y había muchas ganas de que llegaran sexo, drogas y rocanrol. Y algo de política»

¿Cómo enfocó a un personaje tan representado en la historia del arte como Ulises?
A Ulises me lo he imaginado como un hombre de aspecto rudo, fortachón aún. A la Sibila, en cambio, no sabía cómo dibujarla, no me la imaginaba como la que está pintada en la Capilla Sixtina… Hasta que un día, leyendo el periódico, vi la imagen de una anciana palestina llorando tras un bombardeo, y dije: “Esto es lo que necesito”. El azar acudió en mi ayuda.

Usted empezó muy joven en El Rrollo Enmascarado, con Nazario y Mariscal. ¿Cómo lo llevaba, siendo más joven y menos gamberro que ellos?
Sí, Nazario, Mariscal y los Farriol eran algo mayores que yo, y en efecto mi primera página la publiqué en El Rrollo. Yo llevaba una vida más tranquila que ellos, pero el signo de los tiempos era el que era, el rollo contracultural estaba por todas partes, eran los últimos años de Franco y había muchas ganas de romper con eso para que llegara lo que tenía que llegar: sexo, drogas y rocanrol. Y algo de política.

También estuvo entre los fundadores de El Víbora, una revista muy discutida en su época, que ahora se aclama como algo canónico, ¿verdad?
Claro, ha pasado el tiempo, y todo se suaviza. Veníamos de un desierto cultural y El Víbora quería romper con todo eso. Y también con la generación anterior de dibujantes, con los Carlos Giménez, los Luis García, autores que habían crecido a la sombra de Toutain, y que estaban en una tradición diferente. Llegamos rompiendo y cogiendo temas que no se habían tratado antes, el submundo, los bajos fondos… Y dibujábamos como sabíamos. Se nos acusó de ser deliberadamente feístas, pero es que no sabíamos hacerlo mejor.

«Se nos acusó de ser deliberadamente feístas, pero es que no sabíamos hacerlo mejor»

Bueno, en Peter Pank, uno de sus personajes más celebrados, ya había en usted una línea más depurada.
Evidentemente fuimos encontrando un estilo, adquiriendo mayor seguridad y haciendo cosas más interesantes. Eso lo facilitaba poder publicar cada mes, sin duda.

Aquel retrato de las tribus urbanas, ¿informa en algún sentido sobre la España de la época?
No creo que sea una crónica del país que teníamos entonces, pero sirve en cierto modo para ver cómo era la juventud aquella. Era un mundo pintoresco que yo vivía muy de cerca, pero la mayoría de la gente no. Acerté sin querer, y hoy es mi cómic más vendido. Ahora lo veo como algo hecho con frescura, inocencia y el gamberrismo de mis ventipocos años. Me sigue gustando, aunque técnicamente hace aguas por todas partes…

No se culpe, seguro que Robert Crumb también incurrió en errores de juventud.
No tanto, no tanto. Crumb ya era un fenomenal dibujante y narrador a una edad muy temprana.

Barcelona ya era en sus inicios, y siguió siendo, la capital del cómic en España. ¿A qué se debe?
Bueno, en Madrid y en Valencia también se hacían cosas, pero es verdad que en Barcelona estaban casi todas las revistas, y no solo de cómic. Imagino que se explica por su tradición editorial, y también porque, incluso en la dictadura, fue siempre el puente hacia Francia.

El país vecino se ha convertido en una verdadera potencia de la viñeta. ¿Qué han hecho bien, o que ha hecho mejor que el resto?
El cómic siempre ha sido en Francia un referente cultural a la altura de cualquier otro. Cualquier persona de cultura media, aunque no lea cómics habitualmente, sabe los nombres de los autores más importantes. Atribuyo eso a que en Francia hicieron una revolución, y los demás no, y así nos va. Además, tienen una industria muy sólida, que fomenta que salga gente muy potente. Dibujar es allí un trabajo respetado, mientras que aquí se nos ha visto siempre como niños o adolescentes revoltosos. En los últimos tiempos, por suerte, parece que esa imagen va cambiando.

Usted ha tenido en Francia incluso una tabla de salvación, ha publicado directamente con editoriales galas, ¿no?
No exactamente una tabla de salvación: una vez te sientes con fuerzas como autor, empiezas a mirar hacia fuera a buscar nuevos mercados. Aquello vino porque Mique Beltrán me propuso un proyecto cojonudo, Mujeres fatales, y lo vendimos directamente a Francia. Pero fíjate, a cambio encontré el lado oscuro de aquello: allí un editor que apuesta por ti considera que está invirtiendo, y se atribuye cierto derecho a dirigir tu carrera. Ahí fue donde me reboté y decidí volver a España.

«En Baleares hay una gran densidad de autores de un nivel de calidad muy alto»

Hace muchos años se mudó a Mallorca. ¿Las islas estaban contagiadas de alguna manera por la pujanza catalana del cómic?
No, pero se ha dado un fenómeno, y es que, en comparación con lo pequeño que es el territorio, hay una gran densidad de autores de un nivel de calidad muy alto. En los 80 hubo allí dos autores que tuvieron un papel fundamental, Rafael Vaquer, en El Jueves, y Pere Joan en El Cairo. Luego llegué yo desde Barcelona, y entre todos nos hemos dedicado a ayudar a los que venían detrás. Ese buen rollo ha permitido la circunstancia insólita de que dos premios Nacionales de Cómic [el otro es Bartolomé Seguí] estemos viviendo en Baleares.

¿Es Mallorca un buen lugar para crear?
Habrá quien necesite más historias, sobre todo cuando eres más joven y el cuerpo te pide pisar mucha calle. Pero a mí me va muy bien allí, la manera de transcurrir el tiempo es muy diferente. Al principio de llegar te pones un poco histérico, pero a la que aceptas ese ritmo, empiezas a sentirte estupendamente.

«Estalló la guerra de los Balcanes y me afectó mucho ver que algo así ocurría en el corazón de Europa»

Usted colaboró con Radio Futura y otras bandas de pop y rock. ¿Cómic y música siempre han sido vecinos pared con pared?
Sí, esa vecindad no se ha perdido. Y yo sigo haciendo cosas con músicos, porque me encanta. Con Radio Futura hice un cómic, un clip y dos portadas; con los Planetas un clip y una portada, con Pascal Comelade también he hecho conciertos dibujados, así como con una banda de Mallorca llamada Cap de turc, Cabeza de turco…

Quisiera preguntarle también por aquel proyecto, Nosotros somos los muertos, que tuvo su origen en la guerra de los Balcanes, pero, ¿cómo surgió?
Después de diez años publicando cada mes, en el 89 me paré. Estaba agotado, tenía crisis de ideas y empecé a hacer cosas como ilustrador, y desde entonces me gano la vida básicamente así. Pero aquel fue un momento en que desaparecieron muchas revistas, un montón de gente tuvo que buscarse la vida, y para colmo llegó el manga, que pareció ocupar todo el espacio que había para el cómic. Yo tenía ganas de seguir con la viñeta, no sabía cómo ni por qué, cuando estalló la guerra de los Balcanes. Me afectó mucho ver que algo así ocurría en el corazón de Europa, ante la pasividad del resto de los países. Entonces era amigo de Pere Joan y decidimos hacer algo juntos.

¿Tuvo buena respuesta?
Se lo ofrecimos primero a El Víbora y nos dijeron que no, que era un material muy duro. Fue la única vez que me rechazaron algo. Entonces pensamos que lo sacaríamos como fanzine, hicimos 300 copias y las llevamos al Salón del Cómic de Barcelona, en un año 93 en el que apenas había novedades, todo estaba mustio… Y lo vendimos todo en un par de horas. Fue una bomba mediática, porque la prensa no tenía casi noticias que dar. ¡Reconocidos profesionales se autoeditan en fotocopias! Así nació la revista Nosotros somos los muertos, que duró hasta el 2000. Cumplimos un papel, por un lado ofreciendo dónde publicar a gente que se había quedado sin opciones, y también dimos entrada a extranjeros como Chris Ware, a quien publicamos por primera vez en España, David B. o Lewis Trondheim.

Pero no todos tenían la línea de aquellas primeras historietas de los Balcanes…
Eso fue solo el número 0, a partir de ahí había un poco de todo. Pero Ballester hizo algo después también sobre los Balcanes, y yo hice una cosa sobre Chechenia… Nos costaba renunciar a ese aire medio politizado.

«Como ilustrador hago de todo, ahí soy un profesional, pero con el cómic soy un exquisito que no acepta la más mínima presión»

Muy diferente de Bardín, un personaje que marcaría un giro muy acentuado en la nueva década. ¿Qué lo provocó?
A partir del 90, gracias a la ilustración, me propuse hacer solo cómics cuando tuviera una idea buena, con independencia de que fuera comercial o no. Desde entonces gozo de esa libertad, que me parece impagable. Lo malo es que ahora hago un cómic cada cinco o seis años, pero está bien. El primero de esta etapa fue El prolongado sueño del señor T, un trabajo en blanco y negro, con un tema dramático. Cuando terminé quería hacer lo contrario, algo con humor, colorines y diversión. Y surgió Bardín. Luego ha venido Vapor, también en la línea de humor filosófico, en blanco y negro, muy minimalista. Y el año pasado saqué Paseo astral y Conversación de sombras en la villa de los papiros. Ahora estoy en otro proyecto del que no puedo contar mucho, algo experimental, sin palabras… Pero no sé cuánto tiempo me llevará.

Ya que ha hablado de libertad, ¿ha gozado siempre de ella, o ha chocado alguna vez con censuras o trabas?
He hecho cosas que no hubiera hecho… Por dinero, por ejemplo, y han salido mal. Por ejemplo, un libro de la colección del Quinto Centenario. Ahí me convencí de que no podía hacer cómics por encargo, y me escindí en un Jekyll y Mr. Hyde: como ilustrador hago de todo, ahí soy todo un profesional, pero con el cómic soy un exquisito que no acepta la más mínima presión de nada ni de nadie. Me lo he buscado.

¿Pero es España un país óptimo en cuanto a libertades para dibujar?
Siempre saltan cosas, como lo de El Jueves… Pero en general todo el mundo toca todos los temas sin problemas. Subsisten ciertos tabúes, pero cada vez menos. Eso sí, tengo claro que es una situación reversible, y que la Historia no siempre avanza en el mismo sentido. A veces percibes que en cualquier momento las cosas pueden girar a mal, por eso no hay que dejar pasar ni una.