Opinión

Un barrio de color entre los grises

Laura F. Palomo
Laura F. Palomo
· 5 minutos

percebe

Ammán

Jabal Lwebdeh me salvó. No sólo porque es de las pocas áreas con alma de barrio en el deshumanizado urbanismo de Ammán. Lo de aterrizar en una cultura diferente y pretender mimetizarse con el entorno no siempre ayuda al despegue. Hasta en nuestra ciudad natal elegimos los vecindarios con referencias, los vínculos, los comunes. Así que cuatro meses en el barrio de Aryan fueron suficientes para huir de los residenciales de la capital, donde no se comparten los bancos de los parques porque no existen. La puerta de las casas está cerrada a la comunidad. Allí duré poco, en aquel edificio de nueva construcción erigido en medio de la nada, sin cafés colindantes, ni patios, ni caminos, propiedad de una familia pudiente de iraquíes que emigraron después de la invasión y, como muchos de sus compatriotas, invirtieron en el arrendamiento de domicilios. La condición: no subir hombres a casa.

En Ammán es necesario buscar luz entre los grises de la ciudad. Y ahí estaba Duar Paris, agitada, como la plaza de los pueblos, al centralizar toda la vida del centenario barrio cristiano de Lwebdeh. Lo de cristiano no atiende a confesiones. El supermercado más transitado de la zona está regentado por unos salafistas que prohibieron la venta de tabaco cuando se hicieron con un negocio que revigorizaron por sus dotes comerciales y su afabilidad sin desentonar con los aires hipsters que están absorbiendo el barrio. Se ha creado una equilibrada convivencia. En Lwebdeh los yemeníes, comunidad creciente, se remangan los bajos de la futah y conversan de cuclillas entre jóvenes jordanos de pelo largo, tintes de colores y algún otro atrevimiento no apto para el resto de la capital y, mucho menos, para el resto de Jordania.

No hablo de áreas de alto nivel como Abdoun o Dabouq donde nadie pide explicaciones dentro de las villas ni en los complejos comunitarios con piscina. Jordania, aunque pretenda disimularlo, es extremadamente conservadora. Pero en Al Lwebdeh la modernidad es autóctona, local. Son ellos los que innovan y destacan, incluso entre la discreta comunidad expatriada, alrededor de la intelectualidad de izquierdas, ya entrada en vicios y años, que sigue debatiendo postulados comunistas en los antiguos cafés del barrio; ahora desplazados por las nuevas generaciones menos políticas y más hedonistas que montan en patinete y se desploman en los sillones del Café Grafiti para cambiar el mundo entre café, tabaco – un clásico – y las teclas del Apple.

El joven sirio Khaled, que escapó del país vecino cuando bombardearon su oficina, ha conseguido en apenas un año convertir Young Eyes Art en una referencia de exposiciones, conciertos y, literalmente, buen rollo del barrio; complementando a los tradicionales: el centro Cultural francés que atrae a los expatriados en sus económicos cursos de dialecto árabe; la emblemática galería Darat Al Funún, recogida en una mansión de estilo veneciano construida por circasianos, junto a las ruinas de una iglesia bizantina. Y los locales que abren y los que cierran; admiro el atrevimiento de los jordanos que cada verano apuestan por un nuevo proyecto que no temen clausurar si no funciona. Emprendimiento, lo llaman ahora. Supervivencia, en estas tierras.

Lwebdeh me devolvió a la vida social y también a la cotidiana, cuando el cambiar las nuevas construcciones por una antigua casa conllevó el colapso de las infraestructuras, las humedades, los reiterados cortes de agua, las tuberías congeladas, las urgencias por conseguir gasoil para calentar los inviernos bajo cero…. Y con cada accidente doméstico, un vínculo con el vecino, con el casero, con los “echamanos” del barrio que vienen a ser todos sus residentes. En Lwebdeh se mira a los ojos a la gente, se saluda, se acompaña cuando pesan las bolsas de la compra, se comparten las facturas del agua.

Mi primera vivienda en Lwebdeh fue una casa franca. Así la llamábamos mi compañera siria y yo por el sumatorio. Ella, que había escapado de la represión del régimen de Bashar Asad por haber participado en la grabación de un documental de las manifestaciones, disponía de nuestra vivienda como casa de acogida para sus compatriotas que cruzaban la frontera cuando Jordania aún no tenía contabilizado el número de refugiados; yo asistiendo a las manifestaciones de una Jordania pre revolucionaria con la Mujabarat – la policía secreta – inspeccionando cada toma de la fotografía que enfocaba. Dábamos por hecho que disponíamos de una exhaustiva vigilancia, pero en Lwebdeh relajas mantener la compostura; así que no escatimamos en encuentros sirio-español-checo-jordanos para calmar los días de efervescencia informativa.

Ammán puede ser ciudad ingrata, inhóspita, pesarosa, que suele ganar en belleza con la oscuridad cuando tiene como silueta las luces que la definen desde lo alto de la colina. Olvidé decir que Lwebdeh es una de ellas – Jabal, en árabe – que componen parte de la ciudad y que, probablemente, forme sus mejores perfiles. Porque a Ammán hay que admirarla desde lo alto; desde, dentro, el exceso de hormigón y la falta de aventuras, pueden resultar demasiado gris.

Después de más de tres años en Jordania, pienso en su desarrollo, el de su sociedad, como en un gran plan urbanístico que humanice sus espacios, que los haga habitables, comunitarios, donde los jordanos pierdan el miedo a conocerse, a mezclarse, también entre el gran número de comunidades que han huido de los conflictos de la zona; un gran Lwebdeh extendido que coloree puentes entre sus aisladas sombras.

¿Te ha interesado esta columna

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos