Crítica

50 sombras del Rais

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos

Annick Cojean
Las cautivas. El harén oculto de GadafiMaquetación 1

Género: Ensayo
Editorial: Anagrama
Páginas: 256
ISBN: 978-84-3392-604-3
Precio: 18,90 €
Año: 2012 (2014  en España)
Idioma original: Francés
Título original: Les proies
Traductora: Silvia Kot

Hasta ahora, nadie tenía dudas de que Muamar El Gadafi fue, con perdón del gremio de las hetairas, un hijo de puta. En concreto, nuestro hijo de puta. Recuerdo como si fuera ayer una caricatura del coronel publicada en uno de los Cambio16 que traía a casa mi padre, con los que yo solía ejercitarme en la lectura. Representaba a Gadafi cabalgando sobre un misil con el sable desenvainado y en alto, bajo un titular inquietante: A las puertas de la Tercera Guerra Mundial. Era la crisis de 1986 y parecía que la Guerra Fría iba a reventar por esa costura ubicada en el Norte de África. Por fortuna, no reventó. Es más, casi de un día para otro dejamos de saber del pérfido Gadafi durante un tiempo y el mundo occidental fue encontrando otros enemigos de la paz con nombres y procedencias no menos exóticas: Jomeini, Sadam…

¿Qué hizo Gadafi todos esos años en que estuvo medio desaparecido? Pues reconciliarse con los líderes mundiales de aquí y allá, a los que, según cuentan, convocaba a veces entre lujos indescriptibles solo para hacerles perder un poco de tiempo y recordarles quién tenía la sartén por el mango. Y acudían todos, de la A de Aznar a la Z de Zapatero, porque el aceite de la sartén era el petróleo, y no había quien no quisiera mojar un poco de pan en él. Eso hizo Gadafi durante las dos décadas siguientes: poner la mano para que se la besaran. Y, según cuenta este libro de la reportera de Le Monde Annick Cojean, fornicar con todo lo que se le pusiera a tiro.

Acudían todos, de la A de Aznar a la Z de Zapatero, porque el aceite de la sartén era el petróleo

El volumen consta de dos partes. La primera es la novela que narra la desdichada historia de Soraya, una chica de 15 años de la región de Jebel Akhdar que, como todos los niños del país, adoraba ciegamente al gran líder. Cuando Gadafi anunció una visita a su ciudad, fue elegida para ofrecerle un ramo de flores al egregio visitante. Como parecía ser costumbre, el dictador se encaprichó de la joven y con un gesto en clave dio orden de que la secuestraran y la llevaran a su residencia, donde junto a otras muchachas en similares circunstancias sería objeto de todo tipo de vejaciones y abusos.

El retrato de Gadafi que hace Cojean es el de un hombre de apetito carnal voraz, que violaba indiscriminadamente a chicos y a chicas, y que parecía disfrutar especialmente ejerciendo una feroz violencia física y psicológica sobre sus víctimas. Una especie de desaforado psicópata sexual que contaba con una mano derecha fiel y despiadada, Mabruka , para perpetrar sus desmanes. Por otra parte, la periodista narra a través del testimonio de Soraya las complicidades que se van urdiendo entre los cautivos, las angustias compartidas, el terror permanente a caer en desgracia y no salir con vida del palacio del Guía.

He hablado de novela. Una nouvelle de 100 páginas, contada en primera persona, de modo que la periodista usurpa la voz de Soraya y reproduce, con un detalle que excede con mucho las capacidades de la memoria humana, diálogos y situaciones de este largo calvario. Ojo, no estoy diciendo que lo que se cuenta sea falso: también hay novelas basadas en hechos reales, y seguramente esta es una de ellas. Pero el modo de exponer los hechos, a veces trasluciendo cierta fascinación por el arquetipo del harén, otras enfatizando el morbo cruel de las violaciones, hace que leamos estas páginas con reservas, preguntándonos hasta qué punto habrá interferido la mano de la periodista en el relato de los hechos.

Sus conclusiones suponen un rotundo mentís a la fama de Gadafi de feminista convencido y practicante

Por eso resulta fundamental la segunda parte, titulada La investigación, donde Cojean contrasta los diferentes testimonios de víctimas a las que tuvo acceso con sus propias pesquisas. Sus conclusiones suponen un rotundo mentís a la fama de Gadafi de feminista convencido y practicante, empezando por su famosa guardia pretoriana de amazonas, que según la periodista no eran sino una fachada ornamental, y siguiendo por sus inflamados discursos, como el que se cita al comienzo del libro, donde proclama su intención de “liberar totalmente a las mujeres de Libia para rescatarlas de un mundo de opresión y sometimiento de manera que sean dueñas de su destino en un medio democrático”, y hasta se proponía expandir sus ideas por toda la región árabe, con el fin de que “las prisioneras de los palacios y de los mercados se rebelen contra sus carceleros, sus explotadores y sus opresores”. Demasiado hermoso para ser verdad, pero la simple exposición de estas ideas en 1981 era, por sí misma, revolucionaria.

¿Estamos ante el mayor cínico de la Historia, o ante un gobernante vencido por su satiriasis compulsiva y su inabarcable megalomanía? El estudio de Annick Cojean señala un camino, plantea las preguntas, pero no brinda todas las respuestas. La parte periodística echa en falta más datos, estudios de ONGs independientes que especifiquen cuántas mujeres y hombres fueron sexualmente maltratados por Gadafi, y cómo, y cuándo, y dónde. Tal vez no lleguemos nunca a saberlo, dado que tras el derrocamiento, persecución y muerte del Rais, del Guía, el país vuelve a estar sumido en el caos, y su futuro es aún más incierto que bajo aquella tiranía.

El libro insinúa que la sodomización de Gadafi con un palo, registrada en vídeo durante su captura, demuestra que el pueblo tenía una cuenta simbólica que pasarle al sátrapa. Estoy seguro de que la ola vengativa que se abatió sobre él no solo poseía connotaciones sexuales. Sea como fuere, la vida y el atroz final de aquel hijo de puta, nuestro hijo de puta, seguirá por mucho tiempo rodeada de sombras. Muchas más de cincuenta.