Entrevista

Andreu Martin

«Flanagan ya se afeita ¡y folla!»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 23 minutos
Andreu Martin (Barcelona, Nov. 2014) | © Alejandro Luque / M'Sur
Andreu Martin (Barcelona, Nov. 2014) | © Alejandro Luque / M’Sur

Barcelona | Noviembre 2014

Después de ganar todos los premios del género negrocriminal, desde el Hammet por partida triple al Deutsche Krimi Preis o el Pepe Carvalho, Andreu Martín (Barcelona, 1949) sigue en la brecha, y más activo que nunca: mientras ultima una nueva novela policiaca, acaba de recuperar a su personaje infantil Flanagan con Los gemelos congelados (Anaya), y desvela algunos secretos de su oficio en Cómo escribo novela policiaca (Alba), “toda una reflexión donde se descubre el talibán que soy”, adelanta.

Ahora que todo el mundo habla de novela negra, ¿se siente un poco como los indios a los que les contaban el descubrimiento de América?

Yo viví el boom de la novela negra a finales de los 70 y principios de los 80. Luego ha habido una época de penuria en la que desapareció prácticamente, yo me sentía el último mohicano, viendo a muchos de mis colegas desertar. El boom aquel fue una moda que no prendió, y es penoso que un género literario, no este sino cualquiera, sea flor de un día. Eso no es cultura, la cultura no puede moverse por modas pasajeras. Ahora parece que la cosa está bien afianzada, definitivamente, como lo estuvo siempre en Francia, Alemania, Italia, Inglaterra, donde las librerías tenían siempre un apartado de novela policiaca y encontrabas las últimas novedades. En ese aspecto, hemos normalizado un poco la situación.

«Empiezo a escribir por Vázquez Montalbán; él me da permiso, leo Tatuaje y digo ¡claro que sí, se puede hacer!»

¿Cuál cree que ha sido la clave?

Cuando apareció Henning Mankell, no había tirada de autores españoles. Luego, lo de Larsson. Y más tarde los otros nórdicos, y así la cosa ha ido creciendo. Paco Camarasa [librero de la barcelonesa Negra y Criminal] me hizo notar un fenómeno curioso, y es que la resurrección de la novela negra en España no vino con novelas ambientadas en Madrid ni en Barcelona, sino en lugares periféricos donde no habríamos pensado que pudiera darse el resurgir. Y eso creo que ha sido bueno: significó mucha mayor penetración del género, más allá de una cosa de bares y lugares de moda, como ocurrió en los 80. Dolores Redondo en Baztán, Alexis Ravelo en las Canarias, y Domingo Villar por supuesto, que es una de las superestrellas…

¿Quién encendió la chispa en los 80? ¿Fue Vázquez Montalbán?

Sin duda. Fue un intelectual probado, que había hecho literatura experimental, de riesgo, que escribía en los periódicos tesis importantes, que hacía poesía… Y un buen día se pone, por una apuesta, a escribir novela negra. Y no solo eso, se empieza a comprar en el resto del mundo como representante del género de forma brutal. Yo reconozco que empiezo a escribir por Vázquez Montalbán; él me da permiso, leo Tatuaje y digo ¡claro que sí, se puede hacer!

¿Y cómo fue eso de darle permiso?

«Atravesamos un pasillo y, como en una aparición de Fátima, al otro lado están Vázquez Montalbán, Juan Marsé y El Perich»

En realidad a mí me dan permiso para hacer novelas de tiros, hablando en plata, tres personas: primero Manuel de Pedrolo, que escribía novela policiaca en catalán. Era director de una colección que se llamaba La Cua de Palla. Y que fuera de época, cuando no tocaba, empieza a publicar los grandes clásicos policíacos en los años 60. Yo conozco a John LeCarré o a Patricia Highsmith en esa colección, en catalán. Cuando Manuel de Pedrolo escribe novelas policiacas ambientadas en Barcelona, donde los detectives van en 600 y no encuentran aparcamiento cuando quieren, y frecuentan ámbitos conocidos por mí… chirría, pero indica que algo se puede hacer ahí. Luego viene Jaume Fuster, quien escribe lo que en castellano se llamó El procedimiento, y recrea una Barcelona con el palacio de la Música, con potentados corruptos (adelantándose a la época), son indicios que te da la realidad para animarte a escribir. Pero la estrella es Manolo Vázquez Montalbán, que será quien me diga: Andreu, yo te apoyo, y me ayudará a publicar.

Señaló el camino, y a la vez le abrió puertas, ¿no?

Yo tengo una anécdota que he contado muchas veces. Yo escribo mi primera novela, la mando a un premio que convocaba la editorial Los Libros de la Frontera, de un personaje mítico aquí que es José Vázquez. No me lo dan y continúo escribiendo guiones de cómic, que es lo que me daba de comer. Un día, voy a entregar mis guiones a la revista Muchas gracias, y el director me dice: “Oye, ¿tú enviaste una novela policíaca a un premio? Hay unos señores que te quieren conocer”. Atravesamos un pasillo, y al otro lado estaba la redacción de Por favor. Y allí me encuentro como en una aparición de la virgen de Fátima, con Vázquez Montalbán, Juan Marsé y Jaume Perich, El Perich, y los tres me reciben con admiración. Me dicen que fueron jurados de ese premio, y que si no me habían dado, era porque la editorial quebró antes. Mis padres me decían siempre que no me pusiera a escribir, porque no tenía padrino. ¡Y aquel día descubrí a tres padrinos!

¿Tenían contacto con la gente que escribía en Madrid, como Juan Madrid y otros?

Yo conozco a Juan Madrid en el año 80, cuando me dan el premio [de la colección Círculo del Crimen] por Prótesis, y él queda finalista con Un beso de amigo. No fuimos compartimentos estancos, hubo mucha conexión. En Barcelona se hace la revista Gimlet, y hay participación masiva de autores madrileños…

Las editoriales como Bruguera, ¿ayudaron a articular también el movimiento?

No, no tanto, las editoriales se limitaban a editar los libros, y punto. Sí articuló Gimlet, que tenía mucho dinero, no sé de dónde coño lo sacaba. Nos paseó a todos por España, a Valencia, a Mallorca, por el Norte, a Madrid por supuesto… Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Jorge Martínez Reverte, Juan Madrid… Íbamos todos en pandilla.

«En aquella época les daba por el Poire Williams, un licor de pera que daba unas resacas espantosas»

¿Y con el cómic, hubo conexión? Lo pregunto porque Barcelona también fue el centro de la viñeta en España…

No sé, aparte de Jaume Ribera no recuerdo ningún guionista de cómic que como yo, se pasara a la novela negra. Siempre le he insistido a Sánchez Abuli, el de Torpedo, pero no hay manera de que escriba una novela negra. Cuando he tenido responsabilidades en alguna editorial, le he pedido novela, y no ha habido manera…

¿Y esa época germinal del cómic, cómo la recuerda?

¿Sabes qué pasa? Cuando no hay mucho dinero a ganar, hay buen rollo. Con la novela negra y el cómic, éramos lumpen de la cultura, y como tales éramos una gran familia. Como cuando El Jueves empezaba, era un festival trabajar allí. Eran sitios donde ibas paseando por la calle, y te ibas a la redacción, porque sabías que te lo pasarías bien. También el Playboy y el Penthouse de Vázquez Montalbán y Juan Marsé. Entrabas por General Mitre, subías, y aquella época les daba por el Poire Williams, un licor de pera que daba unas resacas espantosas. Y si ponías mala cara cuando te invitaban, te calificaban de indeseable.

¿Quiénes fueron sus primeros cómplices en el cómic?

«De pequeño escribí cuentos de terror en papel tela y los encuadernaba en tapa dura, los ponía en la librería y ya»

Empecé de muy jovencito, a través de un dibujante que se llamaba Tunet Vila, que hacía tiras cómicas con personajes como Pito, el Soldado Pequeñito, o Bob-Ayna y Pat-Acón los héroes del batallón, hacía cosas de coña, publicaba en el extranjero a través de Selecciones Ilustradas. A mí de pequeño ya me gustaba jugar a escribir, hacía mis cuentos, los encuadernaba, les ponía lomo dorado en una imprenta. Escribí cuentos de terror en papel tela y los encuadernaba en tapa dura, los ponía en la librería y ya estaba, ya había cumplido, aunque no se lo enseñaba a nadie. Mi hermana se reía con sus amigos de mí, pero mi madre presumía de hijo. Bajaba esos libros a la frutería y los enseñaba. Por Navidad, yo bajaba a vender juguetes a una tienda del barrio, y el hermano de la propietaria era Tunet Vila, ¡un tío que hacía cómics! Le pedí trabajo, me dijo que no podía ayudarme, pero que había leído mis cosas y le parecía que podría ser un buen guionista de cómics. Me puso a trabajar para un tío muy misterioso que vendía guiones a Italia. Yo escribía para él por un tubo, en un piso de Sants, y allí aprendí. Hasta que me vi con ánimos de ir a Selecciones Ilustradas, donde me fueron dando trabajo, y luego a Bruguera. Miré la revista, anoté “director Fulano de Tal”, y allí me colé por el morro para ofrecerme como escritor.

¿Le fue bien en Bruguera?

Todo tiene su historia, a veces crees que has tenido una vida muy fácil, pero luego te paras a pensar y… Todo es propina, todo es magnífico, te contrataban por una miseria y te parecía maravilloso. No yo solo, los otros colegas guionistas igual. Pero gracias a eso terminé aprendiendo. Cuando fui a la mili -¡y ya te estoy contando toda mi vida!- me mandaron a Ibiza, a un cuartel donde si no querías hacer la instrucción, no la hacías. Solo la hacía quien se aburría, y si no querías ir a dormir al cuartel, no ibas. El caso es que me encontré un despachito, y con mi máquina Olivetti pluma 22 escribía guiones para Bruguera. Cuando llega el final de la mili, descubro que me podía pagar un apartamento en Ibiza cerca de una calita, marcha nocturna toda la que quisiera, y comida en restaurante a diario. ¿Para qué más? Si además tenía a los papás que me lavaban la ropa, descubrí que podía vivir de eso, sin trabajar de psicólogo, que era lo que yo había estudiado. Era jauja. Y de eso viví diez años.

Ahora hablas con los comiqueros, salvo los muy populares, y les cuesta horrores llegar a fin de mes.

Yo soy comiquero, todo mi estilo literario se lo debo al cómic. Yo no creía tener estilo literario hasta que mi gran amigo y analista Jaume Ribera me descubrió que sí, y es un estilo derivado del cómic. Yo soy un mendigo de dibujantes, y cada año, si puedo, escribo mi guión para el que quiera dibujarlo. El año pasado publiqué el Diego Valor, que fue una maravilla en mi vida. Ahora bien, lo que tú dices es cierto, vivir del cómic es imposible, es una inversión a fondo perdido. Si me caen unas pelas, estupendo.

Volvamos a la novela negra. ¿Cree que el boom de los 80 se debió a que Barcelona fuera una ciudad con una criminalidad específica?

«El decorado tiene importancia: Barcelona es una ciudad que quiero, pero la criminalidad no es distinta a otros lugares»

Creo que Barcelona, como nos demuestran los turistas que nos invaden, es una ciudad carismática. Quien ha vivido aquí y la quiere un poco, descubre muchos rincones muy sugerentes, a veces muy mitificados, como sucede en París o en Londres. Quien escribe, escribe con la ciudad que conoce, yo nunca me metería en Madrid por ejemplo, aunque ahora con Google Maps se puede intentar [risas]…

¿Cómo ha cambiado Barcelona desde los tiempos de, por ejemplo, el Raval que describía Vázquez Montalbán?

Me cuesta un poco hablar de ello, porque para mí Barcelona es un escenario natural, un telón de fondo. Todos sabemos que desde el crimen pasional al organizado, está en todas partes, aquí, en Sevilla, en Marbella… El decorado tiene importancia en tanto Barcelona es una ciudad que quiero, pero la criminalidad no ha cambiado de un modo distinto a otros lugares. Para mí importa más la evolución de la literatura negra que de la ciudad. Es verdad que ahora me documento mucho más, por la edad y la insistencia tengo más puertas abiertas. Para escribir lo que estoy haciendo ahora hablo con un juez de instrucción que me cuenta todo lo que necesito, y lo mismo con el jefe de los Mossos d’Esquadra. Y aprendo más de lo que quería. Me dicen, “si quieres este personaje que sea de Investigación”, claro, “y que sea un 200”, y me explican con detalle por qué… Esto te da un plus.

La imagen brutal de los mossos, ya que los menciona, ¿es un estereotipo, o responde a la realidad?

«Mi próxima novela empieza precisamente con la noticia de dos mossos implicados en la muerte de una magrebí»

De esto trata precisamente mi próxima novela. Mira, la policía en la calle se encuentra con unos marrones acojonantes. Si pones la lupa o el microscopio sobre ellos, te encontrarás con muchas sorpresas, con los mossos, la policía nacional, la guardia civil y la guardia urbana. Ahora mismo han salido cuatro guardias urbanos con un tema de prostitución y blanqueo. No ha habido bombo, qué curioso, nadie dice que la guardia urbana sea así o asá. También es verdad que el área de comunicación de mossos es un poco torpe, tienen una organización muy anticuada, que solo te comentaría off the record. En cambio, los otros cuerpos han evolucionado con los tiempos y lo saben hacer muy bien. Mi novela empieza precisamente con la noticia de dos mossos implicados en la muerte de una magrebí. Por desgracia, es creíble que la tiraran por un balcón, pero a partir de ahí pasan muchas cosas…

Es creíble porque se ha instalado esa mala fama en la opinión pública, ¿no?

Claro, después de que muriera aquel hombre del Raval, inmediatamente detienen a un individuo de Tarragona, lo reducen y se muere también. Y otro en la plaza Molina de Barcelona, igual. Cada uno tiene su historia, pero la imagen ya está dañada. Un mosso que conozco, que además escribe buenas novelas y es muy de fiar, Marc Pastor, me dice en confianza: a mí me podría haber pasado, le podría pasar a cualquiera. El caso de Tarragona es el de un tipo que le estaba cortando la oreja a su mujer a mordiscos, algo terrible, justo cuando llegan los mossos. El de la plaza Molina, al parecer, estaba drogado y agredía a los clientes de un bar tirándoles mesas… Un policía me decía que la base de todo está en el uso proporcional de la violencia para controlar la situación. Pero cuando un tío se tira encima y te quiere arrancar los ojos, no te paras a pensar en la proporción. Lo que quieres es anular a ese tío como sea. En cambio, ha habido mossos que custodiando la Generalitat, les han tirado huevos y pintura. Creo que eso es intolerable, pero al mismo tiempo reciben la orden de que un porrazo supera la proporcionalidad de la pintura… Es muy delicado.

¿Alguna vez se ha asustado asomándose al mundo criminal?

Mira, lo que te pone al límite es lo que te pone en contacto con la realidad. Cuando escribí Piel de policía con Carlos Quílez, basada en una trama real que ocurrió en Barcelona, nos dijeron que nada de nombres, porque había ahí tíos muy peligrosos. Ni siquiera nombres que se parecieran un poco a los reales. Quílez se partía de risa conmigo, pero ahí confieso que lo pasé un poco mal. Hay cosas, situaciones, que no quieres… La ficción te permite acercarte al mismo tiempo que te distancias.

Hace 30 años, la novela negra giraba más bien en torno al delincuente común. Ahora el corrupto ha ocupado el centro de la escena, y en algunos casos, como hemos visto con Pujol, de una forma más que llamativa, ¿no?

«Lo que me preocupa de verdad es la filosofía que tienen Pujol y Mas; esto sí tiene que ver con escribir novela negra»

Tampoco es tanta sorpresa. Si has leído un poco sobre neoliberalismo, todo lo que pasa en Cataluña, España y el mundo, es natural. Tienen una biblia que les dice cómo comportarse. Pujol primero fue banquero, con eso está dicho todo. Y veremos qué pasa con Mas, que es de la misma cuerda. Quiero decir que no es tanto qué malos son, sino qué malo es el mensaje que se lanza desde escuelas de economía: el Estado que no se meta, porque si se mete tendremos que saltarnos sus reglas. Porque si yo gano dinero, el país progresa. Lo que me preocupa de verdad es la filosofía que tienen. Y todo esto sí tiene que ver con escribir novela negra.

¿En qué sentido?

Mira, mi último libro se titulaba Los escupitajos de las cucarachas no llegan al séptimo sótano del pedestal donde se levanta mi estatua. Lo presentamos en un restaurante, y la propietaria me dijo que las dos palabras que no se pueden decir en un restaurante son “escupitajo” y “cucaracha” [risas]. Es un libro escrito desde la más absoluta indignación, y ahí hago un poco de análisis del ambiente corrupto que vivimos. No le meto el dedo en el ojo a ningún político, porque todo está saliendo a la luz, lo sabemos por la prensa. Y las cosas que se saben no tienen ningún castigo, no pasa nada. Los escupitajos son las protestas de la gentuza, la indignación del ciudadano que además cuando le preguntan cómo le va, dice “no me puedo quejar”.

En las novelas de Sciascia lo de menos era saber quién había apretado el gatillo, después de mostrar cómo estaba todo de podrido.

Yo, que soy un poco talibán en novela negra, no estoy de acuerdo con eso. Soy ortodoxo que te cagas, no puedes crear un enigma, mantener la tensión, y luego decir qué más da. Si son todos, como en Asesinato en el Orient Express, está bien. No me meto con Sciascia, lo admiro, pero la ortodoxia de mi novela me impide hacer eso.

«A todas partes donde voy, todo el mundo se ha educado con Flanagan. Lo odio, porque me hacen viejo»

Celebra el cuarto de siglo de su personaje infantil Flanagan, ¿cómo ha pasado el tiempo por él?

Hombreeee, estupendamente, hace 25 años que nos dieron el premio Nacional de Literatura y hemos decidido Jauma Ribera celebrarlo reencontrándonos y escribiendo una nueva novela. Flanagan lleva barba ya se afeita. ¡Y folla!

¿Sospecharon alguna vez que tendría tanta repercusión?

Era un divertimento. Cuando nos dan el premio con No pidas sardinas fuera de temporada, el editor nos pidió más. Entonces hicimos El cartero siempre llama mil veces, y el editor nos dijo: sí, está muy bien, pero ¿y Flanagan? ¿Qué pasaba con Flanagan? Entonces fue cuando hicimos la segunda, Todos los detectives se llaman Flanagan, que curiosamente la publicamos en otra editorial, porque el editor anterior es tan tonto que nos maltrata en el contrato. Así tenemos dos primeras novelas de colección. Pero aprovecho la oportunidad para decir que Flanagan, desde mi punto de vista, es un personaje no bien tratado en la cultura española. A todas partes donde voy, radio, televisión, bibliotecas, todo el mundo se ha educado con Flanagan. Lo odio, porque me hacen viejo [risas], pero me gustaría, si estuviera menos obsesionado con mis polis de ficción y más abierto al mundo, encontrar gente que se haya dedicado a la policía o cosas parecidas que haya leído a Flanagan en su infancia.

Con Espera, ponte así hizo su incursión en la novela erótica, que vive también un buen momento gracias a 50 sombras de Grey… Hasta la colección de La Sonrisa Vertical ha regresado.

Sí, no hace mucho he firmado contrato de renovación de mi novela. Pero no soy militante de ese mundo, escribí aquello de la misma forma que hice una novela de fútbol. Yo, ya lo he dicho, jugaba a escribir y hacer libros, y sigo haciéndolo. Cada novela es un juego que planteo. Escribir género es jugar. En una librería hay una estantería que dice Novela policiaca, y el lector va a ella esperando encontrar elementos determinados. El autor debe conocer esos elementos misteriosos, ofrecerlos, ése es el juego: hacer una buena novela, digna de estar en ese estante. Yo no sé tanto de novela erótica, pero acepté el reto. ¿Te imaginas escribir eso…? ¿Cómo sería? Aunque me dieron el premio Sonrisa Vertical, no me lo pasé tan bien, no me quedé prendido. En cambio sí que me engancho a la novela histórica, me posee, me domina, yo que toda la vida de estudiante había odiado la Historia. Pero aunque me prometo que no volveré a ella, es muy difícil, muy exigente, me temo que recaeré.

«Me daba mucha vergüenza, pero la posibilidad de publicar un serial de Continuará… era demasiado»

Trabajó como guionista para TV3. Me gustaría saber si en algún momento la cuestión lingüística le ha supuesto algún problema.

Mi historia con la lengua es la siguiente: mi primera novela, Aprende y calla, la escribo en catalán, con dos cojones. Yo leí los libros de La Cua de Palla, de Pedrolo, y quería publicar en esa colección. Se la llevo personalmente a su casa, después de buscar en el listín telefónico. Lo admiro mucho, fue un maestro, pero tenía un pequeño defecto: muy diplomático no era. Y yo nunca había estudiado el catalán. Y él vino a decirme que tenía que comer muchas sopas para hacer algo medio bien. Pensé que nunca llegaría a escribir bien en catalán, así que la traduje al castellano, y fue la novela que presenté al premio que te contaba antes. Un día de San Jorge, en una mesa redonda ante la catedral, Jaume Fuster, al que yo había conocido cantando y bailando en una obra de teatro cuando ninguno era quien era, él me dijo: claro que puedes escribir en catalán. Ya me gustaría, respondí. Mira, insistió, en el diario Avui, estoy acabando de publicar una novela por episodios, y me gustaría que la próxima fuera la tuya. Y para mí los retos raros son irresistibles, ¡habría matado por eso! Me convenció porque en el periódico había correctores, señores que sabían mucho catalán y lo arreglaban todo. Me daba mucha vergüenza, pero la posibilidad de publicar un serial de Continuará… era demasiado. Y bueno, si sale barba, San Antón. Y así escribí lo que en castellano se llamó Memento de difuntos, y que me tradujo al castellano ¡una amiga vasca! Ahí aprendo a traducirme mis propias novelas.

¿Tiene una fórmula específica de trabajo?

«Lo psicológico, todo lo que tiene que ver con sentimientos, lo hago mejor en catalán: mi madre era catalana»

Al hacerlo, descubro progresivamente que introduzco cambios y la corrijo de una manera especial. Descubro que hay cosas que se pueden contar mejor. Hay quien dice que cuento determinadas cosas mejor en castellano, y otras mejor en catalán. Lo psicológico, todo lo que tiene que ver con sentimientos, hacia dentro, lo hago mejor en catalán: mi madre era catalana. Todo lo que tiene que ver con acción y proyección exterior, lo hago mejor en castellano: mi padre era de Zamora. Sea como fuere, voy aprendiendo a fuerza de pedir que el trabajo de los correctores a lápiz lo ponga yo en ordenador. Y es un trasvase enriquecedor, cuando no una verdadera transformación. Es un juego, que como ves es la palabra que mejor define lo que hago. Hay que pasárselo bien, pero también encontrar dificultades.

Sé que es amante de las series, ¿qué está haciendo la televisión mejor que la literatura?

Ahora me está gustando mucho True detective, pero mi serie favorita hasta el momento es The shield, y por descontado la gran estrella de las series, Breaking Bad, lo mejor con diferencia de lo que he visto. El efecto Continuará… me parece muy importante. A mí me enganchaba El jabato y el Capitán Trueno así, yo cada semana me compraba el cuaderno que terminaba en un momento muy interesante. Y estabas deseando que llegara la semana siguiente para saber cómo seguía. Luego la longitud de una serie hecha seriamente te permite profundizar en los personajes, no hay prisa, no tienes que liquidarlo en hora y media. Y al mismo tiempo, los que lo escriben saben que no se trata de estirar las cosas como un chicle. En definitiva, es el placer de que te cuenten bien una historia, pero es muy difícil. Yo dejé de hacer televisión porque me lo prohibió el médico: tengo tendencia al glaucoma y el estrés me salió por ahí.