Artes

Amelia Rosselli

La libélula

M'Sur
M'Sur
· 8 minutos
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Amelia, la extranjera

El 11 de febrero de 1996, Amelia Rosselli se suicidó arrojándose desde la ventana de su apartamento de la via del Corallo, en Roma, donde había residido las dos últimas décadas. Había conocido la muerte desde muy niña, a los siete años, cuando su padre, héroe de la resistencia antifascista, fue asesinado en su exilio parisino, junto a su tío, por los cagoulards de Mussolini, el servicio secreto del régimen fascista. Ahí empezó un periplo que la llevó con su madre, la activista del partido laborista británico Marion Cave, primero a Suiza y luego a los Estados Unidos e Inglaterra. No regresó a Italia hasta 1946.

Su obra está determinada por sus estudios de teoría musical, etnomusicología y composición, tanto como su paulatina introducción en los círculos literarios romanos: primero con Carlo Levi y Rocco Scotellaro; luego, una vez afiliada al PCI, con Zanzotto, Raboni y Pasolini, quien publicó sus poemas en la revista Il Menabò y definió su estilo como “escritura de lapsus”. Escritura en varios idiomas –inglés, francés e italiano–, experimental, libérrima, obsesionada con hallar en el verso la misma dimensión universal que posee la música. Escribe siempre como extranjera, y como tal se consiente lúdicamente errores, imprecisiones, neologismos.

Su mundo poético, reflejado en títulos como Variazioni belliche (1964) o el largo poema Impromptu (1981) encuentra en La libélula (1985), el libro que acaba de presentar en España el sello Sexto Piso subtitulado Panegírico de la Libertad, su máxima expresión. Es el libro de una mujer que opone la belleza a todas las desgracias de su tiempo, incluidas las personales: tras ser diagnosticada de esquizofrenia paranoide y mal de Parkinson, cae en una profunda depresión y decide quitarse la vida el mismo día que su adorada Sylvia Plath.

En el año del 40 aniversario de la muerte de Pasolini, no deja de ser un homenaje implícito al maestro la reivindicación de esta figura única, excéntrica, no solo de las letras italianas de la Generación de los 30, sino de la poesía de aquel siglo XX que alumbró tan buenos autores y tan difíciles tiempos para la lírica.

[Alejandro Luque]

 

 

Egli premeva un nuovo rapporto di piacere,

egli correva al petto della donna amata. Io ripeto

lezioni d’antenati e padri vecchi come le trombe

delle scale! A che serve il mio essere di paglia

se tu non vieni con la forca a spostarmi? Se

tu non vieni con le pinzette a spostarmi? Con

le pinzette della violenza a pregarmi, a spostarmi,

a sposarmi? In tutta la luce del sole in tutta

la sbieca luce del sole in tutta la carità, in

tutta la vita della nazione, in tutte le borgate

difficilissime, in tutto il mondo putrame, esiste

un solo io, esiste un solo tu, –esiste la carità.

 

Fluisce tra me e te nel subacqueo un chiarore

che deforma, un chiarore che deforma ogni passata

esperienza e la distorce in un fraseggiare mobile,

distorto, inesperto, espertissimo linguaggio

dell’adolescenza! Difficilissima lingua del povero!

rovente muro del solitario! strappanti intenti

cannibaleschi, oh la serie delle divisioni fuori

del tempo. Dissipa tu se tu vuoi questa debole

vita che non si lagna. Che ci resta. Dissipa

tu il pudore della mia verginità; dissipa tu

la resa del corpo al nemico. Dissipa la mia effige,

dissipa il remo che batte sul ramo in disparte.

Dissipa tu se tu vuoi questa dissipata vita dissipa

tu le mie cangianti ragioni, dissipa il numero

troppo elevato di richieste che m’agonizzano:

dissipa l’orrore, sposta l’orrore al bene. Dissipa

tu se tu vuoi questa debole vita che si lagna,

ma io non ti trovo, e non oso dissiparmi. Dissipa

tu, se tu puoi, se tu sai, se ne hai il tempo

e la voglia, se è il caso, se è possibile, se

non debolmente ti lagni, questa mia vita che

non si lagna. Dissipa tu la montagna che m’impedisce

di vederti o di avanzare; nulla si può dissipare

che già non si sia sfiaccato. Dissipa tu se tu

vuoi questa mia debole vita che s’incanta ad

ogni passaggio di debole bellezza; dissipa tu

se tu vuoi questo mio incantarsi, –dissipa tu

se tu vuoi la mia eterna ricerca del bello e

del buono e dei parassiti. Dissipa tu se tu puoi

la mia fanciullaggine; dissipa tu se tu vuoi,

o puoi, il mio incanto di te, che non è finito:

il mio sogno di te che tu devi per forza assecondare,

per diminuire. Dissipa se tu puoi la forza che

mi congiunge a te: dissipa l’orrore che mi ritorna

a te. Lascia che l’ardore si faccia misericordia,

lascia che il coraggio si smonti in minuscole

parti, lascia l’inverno stirarsi importante nelle

sue celle, lascia la primavera portare via il

seme dell’indolenza, lascia l’estate bruciare

violenta e incauta; lascia l’inverno tornare

disfatto e squillante, lascia tutto –ritorna

a me; lascia l’inverno riposare sul suo letto

di fiume secco; lascia tutto, e ritorna alla

notte delicata delle mie mani. Lascia il sapore

della gloria ad altri, lascia l’uragano sfogarsi.

 

Lascia l’innocenza e ritorna al buio, lascia

l’incontro e ritorna alla luce. Lascia le maniglie

che coprono il sacramento, lascia il ritardo

che rovina il pomeriggio. Lascia, ritorna, paga,

disfa la luce, disfa la notte e l’incontro, lascia

nidi di speranze, e ritorna al buio, lascia credere

che la luce sia un eterno paragone.

 

Él instaba a una nueva relación de placer,

él corría a los pechos de la mujer amada. ¡Resuenan

en mí

las enseñanzas de los antepasados y viejos ancestros

como en los huecos

de las escaleras! ¿De qué sirve que sea un pelele de paja

si tú no vienes con la horquilla a moverme? ¿Si

tú no vienes con las pinzas a moverme? ¿Con

las pinzas del ímpetu a solicitarme, a moverme,

a desposarme? En toda la luz del sol en toda

la oblicua luz del sol en toda la caridad, en

toda la vida de la nación, en todos los puebluchos

inaccesibles, en todo el mundo putrefacto, existe

un solo yo, existe un solo tú, –existe la caridad.

Fluye entre tú y yo en lo sumergido un resplandor

que deforma, un resplandor que deforma cualquier

pasada

experiencia y la distorsiona con un frasear ondulante,

tortuoso, inexperto, ¡expertísimo lenguaje

de la adolescencia! ¡Dificilísima lengua del pobre!

¡incandescente muro del solitario! extirpados

intentos

canibalescos, oh la sucesión de las divisiones fuera

de tiempo. Disipa tú si quieres esta débil

vida que no se queja. Que resiste. Disipa

tú el pudor de mi virginidad; disipa tú

la entrega del cuerpo al enemigo. Disipa mi imagen,

disipa el remo que golpea la rama desprendida.

Disipa tú si quieres esta disipada vida disipa

mis incoherentes razones, disipa el número

tan elevado de demandas que me hacen agonizar:

disipa el horror, convierte el horror en bien. Disipa

tú si quieres esta débil vida que se queja,

pero yo no te encuentro, y no me atrevo a disiparme.

Disipa

tú, si puedes, si sabes, si tienes tiempo

y ganas, si viene al caso, si es posible, si

no te quejas débilmente, esta vida mía que

no se queja. Disipa la montaña que me impide

verte o avanzar; nada se puede disipar

que ya no se haya agotado. Disipa tú si

quieres esta débil vida mía que se deja fascinar por

cada pasaje de débil belleza; disipa tú

si quieres este fascinarse mío, –disipa tú

si quieres mi eterna búsqueda de lo bello y

de lo bueno y de sus parásitos. Disipa tú si puedes

mi infantilismo; disipa tú si quieres,

o puedes, mi fascinación por ti, que no ha acabado:

mi sueño de ti que por fuerza tienes que ayudar,

a disminuir. Disipa si puedes la fuerza que

me ata a ti: disipa el horror que me hace volver

a ti. Deja que el ardor se vuelva misericordia,

deja que el valor se descomponga en minúsculos

átomos, deja que el invierno se estire presuntuoso en

sus bodegas, deja que la primavera se lleve la

semilla de la indolencia, deja que el verano arda

impetuoso e incauto; deja que regrese el invierno

maltrecho y rechinante, déjalo todo, –vuelve

a mí; deja que el invierno repose sobre el cauce

seco del río, déjalo todo y regresa a la

noche delicada de mis manos. Deja el sabor

de la gloria para los demás, deja que se desahogue el

huracán.

Deja la inocencia y regresa a la oscuridad, deja

el encuentro y regresa a la luz. Deja los ornamentos

que ocultan el sacramento, deja la demora

que arruina la tarde. Deja, vuelve, paga,

deshaz la luz, deshaz la noche y el encuentro, deja

nidos de esperanzas, y vuelve a la oscuridad, deja creer

que la luz es un eterno parangón.

La libélula (1985) © Sexto Piso |  Traducción: Esperanza Ortega [Cedido por Sexto Piso · Marzo 2015]