Opinión

¿Por qué nos casamos?

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 8 minutos

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El hombre y la mujer están hechos para la vida en pareja, como Adán y Eva. Cada uno buscará la mitad que lo complete. Casarse es natural, decimos que “el matrimonio está escrito”, “las parejas primero se casan en el cielo” o que “al nacer, Dios le asigna a cada alma su cónyuge”. En la obra de teatro Bnat Lalla Menana (Las hijas de Doña Menana) una de las hijas, todavía soltera, implora a Dios: “Dios, dale mi correo electrónico y mi número de móvil al que hayas elegido para mí. ¡Se hace tarde!” En efecto, la edad media del primer matrimonio ha pasado a 29 años para las mujeres y a 32 años para los hombres.

Casarse es una obligación religiosa: “completar su religión”, “completar la sunna (tradición)”, decimos. Favorecer una unión es un acto de piedad: “Casad a aquellos de vosotros que no estén casados” (Corán, 24:32). El matrimonio aleja de la fornicación y el deshonor. Para ello, las familias casan a sus hijas desde la infancia y a sus hijos desde la adolescencia.

En las mezquitas se encuentran los intermediarios que llevan ficheros con las fotos de los candidatos

Hoy numerosos islamistas se casan jóvenes, sin medios, para tener una sexualidad legítima. La unión es válida sin acta de matrimonio. La prohibición del sexo queda anulada con la frase: “Te he desposado ante Dios”. Sin ceremonias ni celebraciones por todo lo alto. Algunos extremistas religiosos son expertos en el casamiento espontáneo de jóvenes a petición de estos o de sus familias. Las mezquitas son un lugar de encuentro con intermediarios que llevan ficheros con las fotos de los candidatos. Son retribuidos con importantes sumas de dinero o con donaciones simbólicas.

Las motivaciones del matrimonio varían dependiendo del sexo: para los hombres el matrimonio es un final; para las mujeres, un comienzo. La edad no es un factor determinante para los hombres. Con 80 años todavía pueden contraer matrimonio. Las mujeres, en cambio, tienen una fecha límite de caducidad impuesta por la cultura. Según ellas, la edad ideal para casarse se sitúa en torno a los 25 años. Los hombres deben casarse alrededor de los 30.

Para las familias de zonas rurales, las chicas deben casarse sobre los 20 años. Para los padres de zonas urbanas, la edad ideal se sitúa entre los 22 y los 25. Pero conscientes de la prolongación del celibato masculino, muchas familias temen que sus hijas no lleguen a encontrar candidato y no dudan en casarlas en cuanto se les presenta la oportunidad. Un padre de zona rural nos cuenta que “la chica tiene que casarse cuando su erzeque (don divino) se presenta. Si lo deja pasar corre el riesgo de no casarse nunca más.”

Cosa de todos

El matrimonio se inscribe en las normas sociales. El futuro de los solteros es cosa de todos: familia, vecinos, amigos, compañeros de trabajo… Una situación asfixiante: “Me acomplejan. Tengo 30 años y todo a mi alrededor me recuerda que no soy normal. Las mujeres rezan por mí, como si padeciera una enfermedad grave. Hasta en el trabajo me hacen la dichosa pregunta: ¿Todavía no? ¡Qué mala pata! Ya va siendo hora…” Muchas chicas jóvenes y modernas se meten en un matrimonio refugio, ¡simplemente para escapar de esta compasión!

El matrimonio es una promoción social gracias a la cual la joven alcanza libertad y comodidad

Dado que el reloj biológico no perdona, las mujeres también se casan para tener hijos antes de que sea demasiado tarde. Si la sociedad lo permitiera, muchas jóvenes no se casarían tan tarde por el mero hecho de tener hijos, y los tendrían fuera del matrimonio.

Cualquier chica sueña con el príncipe azul que la elevará al rango de mujer casada. Un estatus ensalzado por su entorno. El matrimonio es una promoción social gracias a la cual la joven cumplirá su sueño de libertad, comodidad y –por qué no– de lujo. La presión familiar y social es considerable. Si no están casadas, las mujeres son siempre sospechosas de indecencias a raíz de relaciones sentimentales o sexuales que pueden afectar a su reputación y al honor de su familia. Controladas, espiadas y amenazadas siempre de escándalo, sueñan con un matrimonio que las libere de las miradas de los demás. El matrimonio es también para ellas el medio legítimo de vivir una sexualidad plena.

El matrimonio también es para las jóvenes la realización de una dulce fantasía: ser la arusa (la novia) durante una o varias ceremonias fastuosas, brillar, ajustar cuentas con su entorno, provocar celos, ser admirada en un momento en el que su cuerpo está en el apogeo de su belleza. El matrimonio puede ser la manera de que el hombre mantenga a la mujer cuando esta no tiene ingresos, o de casarse con un rico para vivir con todos los lujos. También nos casamos por beneficio y por interés. Encontrar un buen partido que sea rico y vivir rodeada de lujos sigue siendo un sueño piadoso.

Para los hombres, la edad del matrimonio se sitúa por encima de los 30 años, para tener tiempo de disfrutar de la vida. El matrimonio es una responsabilidad, es el final de la libertad. Hicham: “¡Los que se casan son unos burros! Te juro que si no fuera para tener niños, no me hubiera casado nunca. Voy de una conquista en otra, sin obligaciones. El matrimonio es una renuncia.” Es cierto que los casados no pronuncian ningún juramento de fidelidad, a diferencia de los cristianos y los judíos.

Renuncia o consagración

Comprometerse también significa sentar cabeza, establecerse. Abdou: “Mi vida es un caos, siempre en busca de nuevas conquistas, me gasto mucho dinero para nada. Me casé para estar tranquilo y gastarme el dinero en mi hogar.” Los hombres también sueñan con el premio gordo: “Intento encontrar un buen partido antes que casarme con una mazlutha (pobre) a la que tendré que alimentar toda mi vida.” Nos casamos para ayudarnos mutuamente y alcanzar una posición: “Con dos salarios, es posible llegar a cierta comodidad y vivir correctamente.”

Hoy, el matrimonio entre primos no representa más del 20% del total en Marruecos

En un registro más romántico, buscamos nuestra otra mitad para completarnos, vivir en la magia del amor, para compartir, tener un cómplice, alguien en quien apoyarnos en los momentos difíciles, para construir juntos, edificar, para fundar una familia…

El matrimonio es una consagración. Youssef: “Me casaré cuando esté listo, esto coronará mi triunfo profesional y personal.” Nos casamos para encontrar nuestra alma gemela. Mientras que antes las jóvenes estaban destinadas a casarse con sus primos por seguridad y para conservar el patrimonio, hoy el matrimonio endogámico no representa más del 20% del total.

Un flechazo puede desencadenar el matrimonio. Aymane: “Quería casarme a los 35 años. Aparecieron en mi vida unos ojos que me embrujaron y aquí me tienes, casada a los 28.” Los jóvenes sueñan con esa persona que haga latir su corazón. Mucho más las chicas. Fantasías alimentadas por películas estadounidenses, turcas… fantasías que se evaporan con el paso de los años: “Con 36 años ya no espero el amor. Lo único que quiero es un hombre que no se aleje demasiado de mi ideal.”

Los hombres se casan también para escapar del chantaje emocional de las madres

 

Pero el amor para las mujeres se concibe en términos de duración y fidelidad. En el caso de los hombres, el amor es efímero: “Tengo que quererla para casarme con ella. Pero ningún hombre puede mantenerse fiel. ¿Cómo puedo privarme de querer a otras mujeres?”

Los hombres se casan también debido a la presión de su familia: “Tengo que casarme, porque ya tengo 36 años. No he encontrado la horma de mi zapato.” En casos así, se forman matrimonios de conveniencia: las madres encontrarán “chicas de buena familia” para sus hijos. Fundar una familia, asegurar la descendencia, consentir, escapar de las lágrimas y del chantaje emocional de las madres: “Quiero ver a tus hijos antes de morirme.”

Sean cuales sean nuestras motivaciones, nos casamos para amar, para aprender a amarnos de una forma duradera, para contribuir a la unidad y asegurar nuestra continuidad a través de nuestros hijos.

Primero publicado en illi | 20 Abril 2015 | Traducción: Idaira González León

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