Crítica

Aquel gran cine

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos
Qué extraño llamarse Federico
Dirección: Ettore Scola

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Género: Drama
Produccción: PayperMoon Italia / Palomar / Cinecittà Luce.
Guión: Ettore, Paola & Silvia Scola
Duración: 96 minutos
Estreno: 2013
Título original: Che strano chiamarsi Federico!
País: Italia
Idiomas: italiano 

La gente de la cultura está más o menos acostumbrada a que, cada cierto tiempo, se le pida una semblanza o evocación de un personaje desaparecido. “Cuatro folios, antes del día 15 del mes que viene”, suelen decir por ejemplo, y uno se afana en hacer algo decente que sea a la vez revelador y entrañable, íntimo y pedagógico, que esté a la altura del homenajeado y no sea demasiado funeral… Ettore Scola, que llevaba una década sin dirigir cine, no ha escrito cuatro folios con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de Federico Fellini, sino que ha hecho una película.

Una película híbrida, proteica, que pasa del tono documental a la recreación más o menos imaginativa, del blanco y negro al color, de la vida real a los estudios de Cinecittà, todo a mayor gloria del amigo y maestro. Scola sabe que son ya varios los trabajos de altura que se han hecho en torno a la figura de Fellini, en especial aquel memorable Fellini, soy un gran mentiroso, de Damian Pettigrew, de modo que además de resucitar poéticamente algunos elementos del universo felliniano, había que buscar un plus de singularidad, una aportación personal e intransferible.

Scola lo encuentra sobre todo en dos partes fundamentales de este filme: por un lado, las oficinas de la revista satírica Marc’Aurelio donde se conocieron ambos en los años 50, y por otro los famosos paseos nocturnos en coche, en los que conversaba con sus amigos e invitaba a compartir la travesía a criaturas más o menos estrambóticas que encontraba por la calle. La primera parte tiene el delicioso sabor del cine clásico, la agilidad de los diálogos ingeniosos, el encanto de los personajes reunidos en torno a la mesa de redacción, haciendo humor sobre las cenizas de una Italia derrotada. La segunda, esa atmósfera onírica, fuera del tiempo, fuera del ruido cotidiano, que envuelve a ese Fellini cercano y confidente.

Otro gran cine vendrá tal vez, parece decirnos Scola, pero nunca olvidaremos a maestros como Fellini

Esos son los cuatro folios mejores que el director de Gente de Roma y de Historia de un pobre hombre ha alcanzado a escribir. Lo demás es un ejercicio (muy meritorio, sin duda) de exaltación del imaginario felliniano, aunque en este caso el homenaje se produce por impotencia: no podemos meter algo tan grande en unos pocos fotogramas, solo alcanzamos a barajar una serie de cromos que nos invitan a sonreír o a emocionarnos por unos breves instantes. Incluso en la valiente y hermosa secuencia en que Fellini escapa de su propia capilla ardiente para emprender una loca huida por una ciudad hecha de decorados, con escenas intercaladas de algunos de sus títulos más famosos, entendemos que la pirotecnia de la apoteosis se queda en un poco de humo de petardo.

Y al mismo tiempo, esa modestia del resultado final es un modo de reconocer que el tiempo de aquel gran cine ha periclitado, que ya solo nos queda la opción del guiño nostálgico, o bien la admiración próxima al plagio, y no hay que pensar solo en La grande bellezza… Ningún cineasta hoy saldrá de una bonita locura como Marc’Aurelio, ningún guionista mirará hoy con los ojos de un Tonino Guerra, ningún productor trabajará con los márgenes de entonces… Otro gran cine vendrá tal vez, parece decirnos Scola. Pero nunca olvidaremos a maestros como Federico: todavía se le ve deambular por los viejos decorados del estudio 5…

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