Crítica

El gran desahucio

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos
Triana pura y pura
Dirección: Ricardo Pachón
pachon-triana
Género: Documental musical
Produccción: La Zanfoña Producciones
Guión: Ricardo Pachón, Gervasio Iglesias
Duración: 73 minutos
Estreno: 2013
País: España
Idiomas: castellano 

Aunque conocido, el hecho no ha sido lo suficientemente divulgado. Ni reparado. Hablamos del desalojo, en los años 50 de la centuria pasada, de las familias gitanas que habitaban el margen derecho del Guadalquivir a su paso por Sevilla –léase Triana–, donde llevaban asentadas pacíficamente desde el siglo XVIII. La orden la dio el gobernador civil Hermenegildo Altozano, con la coartada de favorecer la integración de los miembros de aquella etnia, y el propósito real de especular con un suelo muy revalorizado.

Las familias fueron hacinadas primero en unas naves y luego dispersadas en barracones prefabricados de uralita, sin las mínimas condiciones sanitarias. Por último, fueron confinadas al gueto, esa ofensa (para los vecinos de la barriada y para todos los de la capital hispalense) conocida como Las Tres Mil Viviendas, donde gitanos trianeros pasaron a cohabitar con andarríos y canasteros, gitanos también pero de usos y costumbres marcadamente distintos, y con parias de toda índole. Y todo ello, justo cuando la droga empezaba a diezmar a la población joven del país…

Los gitanos de Triana fueron confinados al gueto conocido como Las Tres Mil Viviendas

El resultado no solo ha sido una situación de marginalidad a la que los sucesivos gobiernos de la ciudad han mirado invariablemente con irresponsable distancia, sino también la pérdida de la esencia cultural de Triana, desde los gremios profesionales tradicionales (alfareros, ceramistas, zapateros…) al flamenco, cuyo caldo de cultivo natural era el corral de vecinos, que era a un tiempo el órgano de autoprotección de la comunidad y al mismo tiempo depósito de saberes ancestrales que se transmitían de padres a hijos del modo más natural y cotidiano, en reuniones y fiestas.

Este documental dirigido por Ricardo Pachón –conocido productor de éxito, desde Camarón al rockero Silvio, pasando por Veneno, Pata Negra, Lole y Manuel o Rocío Jurado, entre otros– parecía de entrada un reivindicativo recordatorio de aquella infamia, así como una exaltación de ese arte trianero del que todavía hoy subsiste una frágil memoria. Lo es y no. Quiero decir que empieza con esas loables intenciones, ilustrando el relato histórico con algunos pocos materiales (a los que saca, eso sí, mucho partido) y declaraciones del propio director, de la bailaora Matilde Coral o los guitarristas Manuel Molina y Raimundo Amador, entre otros. Pero muy pronto vamos a entender que todo es complemento del verdadero eje de la cinta: un recital de flamenco.

Los gitanos expulsados de Triana no tuvieron, que se sepa, reparación oficial alguna, más allá del espectáculo que los reunió en el teatro Lope de Vega en 1983. Allí se dieron cita los viejos del lugar, y algunos jóvenes, para cantar, tocar y bailar a la antigua usanza. Triana pura y pura es, en el fondo, la grabación comentada de aquella histórica noche, lo que tal vez decepcione a quienes buscaban más profundidad sociológica, aunque hará las delicias de los aficionados a lo jondo.

El filme podría ser un estupendo documento flamenco; Pachón la ha elevado a la categoría de documental

Entre los muchos momentos memorables destacan los bailes de El Titi, las apariciones estelares de Pepa La Calzona (una anciana invidente a la que nada impidió moverse por el escenario como por su casa), los cantes fragüeros del Tragapanes, ese Raimundo casi adolescente ajustado a la consigna de no hacer falsetas, la patada por bulerías de esos dioscuros del compás que fueron El Bobote y El Eléctrico o la guinda del legendario Farruco, cántabro de origen que recorrió a pie la Península Ibérica con su familia para acabar echando raíces en Sevilla.

La personalísima forma de entender su arte de cada uno de ellos, la jocosidad y la lubricidad que se desprenden alternativamente de los bailes, la carga narrativa y testimonial de las distintas letras, hacen de este repertorio una especie de hallazgo arqueológico de considerable valor, aunque –insistimos– puede cansar a quienes no estén familiarizados con el arte bajoandaluz por excelencia. A estos les recomendamos, en todo caso, dejarse llevar y aparcar los prejuicios, pues nunca es tarde para descubrir un patrimonio que es promesa de felicidad y de enriquecimiento.

En definitiva, esta película, que llegó a ser candidata al Goya, podría haber sido simplemente un estupendo documento flamenco como tantos otros, un fantástico programa de televisión o algo similar. El conocido olfato comercial de Pachón, apoyado en la pujante productora La Zanfoña y con la percha del gran desahucio trianero (“la noche de los cristales rotos” la define enfáticamente Matilde Coral) como aliciente básico, la han elevado a la categoría de documental, si bien de un modo un tanto hinchado. Habrá que seguir esperando el filme definitivo que cuente aquella historia. Y el arreglo de aquel lamentable desaguisado que se originó hace más de 60 años.

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