Opinión

Dime cómo seduces…

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 7 minutos

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La seducción es, desde hace miles de años, un arte transmitido de madres a hijas. Un aprendizaje indispensable, vital, para esas mujeres obligadas a encontrar un marido antes de alcanzar el fatídico límite de edad.

Ante la falta de cosméticos modernos disponibles en el mercado, las mujeres con experiencia conservaban en secreto los más valiosos trucos tradicionales a base de productos naturales. “Siempre he compartido mis trucos de belleza, pero los mejores los reservaba para las mujeres de mi familia”, nos cuenta Hajja Zohra, de 78 años. Había que competir allí donde los hombres elegían a sus esposas por medio de las hermanas, las madres, las tías…

Se enseñaba a las niñas a valorar su cuerpo; pasaban por un ritual durante la primera regla

Se enseñaba a las niñas a valorar su cuerpo. Aquellas que tenían la suerte de no ser casadas antes de la pubertad pasaban por un ritual durante la primera regla. Se las atendía tanto como a la afortunada durante la ceremonia nupcial; una manera de ensalzar esta envoltura ahora fecunda, y de celebrar el comienzo de la feminidad. Las bodas también eran, y siguen siendo, el lugar donde las jóvenes lucían sus mejores galas para llamar la atención de posibles pretendientes. Ya casada, la mujer no podía bajar la guardia, y tenía que utilizar todos los artificios imaginables para conservar a su marido el mayor tiempo posible.

La poligamia y la repudiación suponían una amenaza latente para las esposas, y por eso el cuerpo era el primer recurso con el que seducir. Pero la palabra también tenía un papel preponderante. Según algunos proverbios marroquíes, “la mujer es seductora si la miel cae por su boca”, y aquella de palabras dulces es “más poderosa que cien brujas”. Además, en las Mil y una noches, Scheherezade salvó su vida seduciendo a su sanguinario marido gracias a la magia de la palabra.

Mensajes indirectos

“Manifestar deseos hacia tu marido era una vergüenza. Éramos decentes, no como las chicas de ahora”, recuerda Zoubida, de 80 años. La seducción formaba parte de la astucia femenina. “La seductora cautiva a su marido excitando sus sentidos, preparando su tajín preferido con azafrán. Se perfuma el cuerpo, lo embelesa con su maquillaje, con una bonita prenda… Ofrece un cabello sedoso a las caricias de su esposo, caftanes de terciopelo o seda y una piel de melocotón. Lo halaga con palabras dulces. Y la noche erótica que le sigue termina de anular la resistencia del marido. La mujer astuta no lo ataca, lo engatusa, lo aturde jugando con sus sentidos para privarlo de la razón”, añade Zoubida.

El poder maléfico de la seducción femenina ha sido siempre temido por los hombres más valerosos, que terminan sucumbiendo. Esto explica la cosificación del cuerpo femenino, reducido a su único atractivo erótico, sexual, que se convierte en una invitación al erotismo: su voz, sus movimientos, su mirada, etc. Las mujeres provocan el caos, la concupiscencia, y empujan a la fornicación. Para proteger a los hombres de esto, ha sido necesario aprisionarlas, apartarlas, esconderlas… ¡ocultarlas tras un velo!

¿Cosa de mujeres?

Durante siglos, la seducción ha sido un arma femenina. El hombre es siempre un hombre, se decía. Su belleza no cuenta. Su cuerpo debía reflejar su virilidad a través de signos de rudeza. Al que pasaba mucho tiempo delante del espejo y parecía delicado y coqueto se le miraba como a una mujer, sospechoso de homosexualidad.
Aunque los tiempos han cambiado, la seducción femenina perdura. Ser sexy forma parte de las normas. Y la industria cosmética no se equivoca al fijar enormes carteles publicitarios con modelos a las que las mujeres tratarán de parecerse. ¡Cuántos sacrificios para continuar en la competición! ¡Cuánto sufrimiento para luchar contra el peor enemigo de la seducción: el envejecimiento!

Estar al acecho ante el menor signo del paso del tiempo, someterse a carnicerías en los quirófanos, seguir regímenes alimentarios pesados, sudar en los gimnasios… se ha convertido en el día a día del género femenino.
Los secretos de las abuelas han quedado obsoletos. Internet los ha sustituido, prodigando consejos de todo tipo. Basta con navegar por la red para recibir un aluvión de trucos “eficaces” para seducir a un hombre. Pero también a una mujer. “La época en la que el hombre tenía el privilegio de dar el primer paso ha llegado a su fin. Cuando una mujer se interesa por ti, es ella la que te busca. Y te quiere guapo, refinado, esbelto, musculoso, sexy, con las uñas arregladas, bien vestido…”, se indigna Hicham, de 34 años.

«Hoy al hombre peludo se le considera un gorila. Ninguna chica lo quiere. He tenido que depilarme»

En efecto, los cánones de belleza masculinos han cambiado mucho para los hombres, quienes finalmente descubren los sufrimientos por los que hay que pasar para estar guapos. “¡Cuando pienso que la belleza, la masculinidad y la virilidad de mi abuelo estaban en sus pelos por todo el cuerpo y en sus manos y pies ásperos! Hoy al hombre peludo se le considera un gorila. Ninguna chica lo quiere. He tenido que depilarme el torso. ¡Qué suplicio!” se lamenta Abdou, de 38 años. ¡Atraer las miradas, gustar, destacar por su físico y mantener las apariencias sometiéndose a los dictados de la seducción se ha convertido casi en una misión peligrosa!

Los solteros en busca de amor o de aventuras, hombres y mujeres, destacan en la materia. Pero, a menudo, los esfuerzos para gustar se sofocan con la institución del matrimonio, como si la seducción fuera simplemente cosa del comienzo. Seducir es cuidar de sí mismo y del otro, es seguir impresionando, llamando la atención, sorprendiendo. En resumidas cuentas: es cultivar el deseo.

¡Disponer de los medios!

Cada sociedad tiene sus códigos. Pero en la nuestra, donde se juzga a las personas primero y sobre todo por sus apariencias, el culto a la seducción es sagrado. En efecto, las mujeres son muy coquetas. En situación holgada o con dificultades económicas, de ciudad o de zonas rurales, las mujeres prestan especial atención a su físico. En nuestras bodas, forman una hermosa composición floral: maquilladas, peinadas, adornadas con joyas, en sus suntuosos caftanes…

Pero la seducción no es gratis, ¡debe someterse a la moda y a unas normas muy caras! La seducción pasa primero por la elegancia, que se ha estandarizado, codificado: ropa, joyas, bolsos, zapatos, relojes… de lo contrario, ¡las apariencias te traicionan y te marginan! Esto puede llevar a perder el control: frustraciones, falta de confianza en una misma, endeudamiento… Prostitución encubierta.
¡Cuidado! La seducción que se apoya exclusivamente en el cuerpo es efímera. Seducir es respetar nuestro propio cuerpo, no hacer de él una mercancía expuesta. Es cultivar la belleza del alma. Es estar radiante físicamente, imponerse a través de los valores, tal y como somos, y brillar por nuestra inteligencia.

Primero publicado en illi | 16 Jul 2014 | Traducción: Idaira González León

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