Opinión

Los gatos de Ariel

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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Cada vez que crees que has tocado fondo, algo ocurre y el fondo se mueve. Alguien debió pensar que la historia del nuftí y Hitler era ya la locura máxima, pero ahí apareció Uri Ariel y nos rompió todos los esquemas. Sí, los gatos de Ariel superan al muftí de Netanyahu.

Ariel es un ministro del Gabinete. Mmm ¿ministro de qué? En realidad, hasta ahora, nadie lo sabía. Ahora resulta que es el ministro de Agricultura.

Y como tal, él es el ministro de los gatos. Sí, sí, no estoy bromeando. Ni siquiera en Israel los gatos son animales agrícolas, no tiran del arado ni ponen huevos. Solo que se les castra.

Israel está lleno de gatos y hay que reducir su población para que puedan llevar una vida gatuna digna

Y es ahí donde radica el problema. Israel está lleno de gatos. La gente los quiere. Y cuánto más se reproducen, menos tienen que comer. Por ello, desde hace algún tiempo, el Gobierno ha promovido esfuerzos para coger a los gatos de la calle y castrarlos, con el objetivo de reducir la población de gatos existente y permitirles llevar una vida decente, digna de gatos, vamos.

¿Quién paga por todo eso? El Ministerio de Agricultura, por supuesto. Quién si no (¿Por qué? Nadie lo sabe. Debe de haber alguna razón oculta).

Sale a escena Ariel. Es un político de extrema-extrema derecha. En otros países se le calificaría de fascista, pero en Israel somos muy finos y no se pueden decir palabrotas.

Ariel nació en un kibbutz religioso (haberlos haylos) y se mudó a un asentamiento para acabar convirtiéndose en un líder del movimiento de colonos. Cuando asesinaron a Rehavam Zeevi, alias Gandhi, el santo patrón de la extrema derecha, Ariel heredó su escaño en la Knesset. Junto a sus fanáticos seguidores, Ariel estableció un partido extremista, se unió a otro partido de extrema derecha, se volvió a separar de él, se juntó con otro partido extremista. Ahora es una especie de sub-partido del partido “Hogar judío” y un ministro del Gobierno. Lo dicho antes.

Ariel es una persona seria. Nunca le he visto sonreír. De hecho, tengo una oscura sospecha de que su labio superior está paralizado. Él no es uno de los típicos demagogos, hombres y mujeres, que abundan en el actual Gobierno. Él es seriamente serio.

Dios dijo: Creced y multiplicaos, por lo tanto, la castración está estrictamente prohibida

El año pasado, era el ministro de Vivienda. Un trabajo realmente apropiado para él, ya que su principal función es proveer de viviendas a los colonos, pero después de las recientes elecciones, se convirtió en un mero ministro de Agricultura que parece estar -nunca mejor dicho- vegetando.

Los colonos se asientan en muchas tierras árabes agrícolas, pero ellos, en realidad, no cosechan nada. Su principal actividad agrícola parece ser la de arrancar los olivos de sus vecinos árabes.

Todo eso, hasta ahora.

Sale a escena Dios. Dios creó a todos los seres vivos y les dijo que crecieran y se multiplicaran. Es el primero de los innumerables mandamientos de Dios. Por tanto, la castración está estrictamente prohibida.

Y cuando el nuevo ministro de Agricultura, Ariel, se dio cuenta del horror de que su oficina estaba proveyendo dinero para la castración de los gatos… ¡Terrible! ¡Un pecado flagrante ante los ojos de Dios!

Entonces, el ministro emitió un decreto para paralizar de inmediato esta practica blasfema. Pero… ¿Y qué hacer con los gatos? Ariel lo pensó profundamente y reapareció con su palabra favorita: un transfer.

Cuando los fascistas israelíes utilizan esa palabra, por lo general quieren decir desplazar a los árabes. Los varios partidos a los que perteneció Ariel no paran de hablar de “hacer un transfer” (utilizan la palabra inglesa también en hebreo): transferir a los árabes a otro sitio desde Cisjordania, transferirlos desde la franja de Gaza, transferirlos desde Jerusalén Este, transferirlos desde el propio Israel. Por tanto, reflexionando profundamente sobre los gatos, Ariel dio de nuevo con la solución obvia: ¡¿Por qué no transferirlos también?!

¡Algo propio de un genio! Pero… ¿hacia dónde? El ministro, por supuesto, no se molestó en pensar en esos detalles. ¡Trasladadlos a cualquier lugar! ¡Hacia cualquier país africano! ¿Mozambique? ¿Zimbabue? Muchos de los países africanos los acogerían a cambio de una buena suma de dinero (proporcionada por Estados Unidos claro está). Y como allí no son judíos, podrían castrarlos o matarlos todo lo que quisieran.

Pero, al igual que Netanyahu y su muftí, Ariel y sus gatos provocaron una tormenta. Israel está lleno de amantes de animales, defensores de derechos de los animales y tal. Se levantaron al unísono para protestar contra este nuevo holocausto.

Ariel tuvo que rectificar. Nada de transferir. Entonces… ¿qué hacer con los gatos? De momento, nadie lo sabe.

Una vez traje un gatito a casa, y en un momento, en mi piso de dos habitaciones residían trece gatos

(Voy a confesarlo ya: soy un amante de los animales. Me encantan especialmente los gatos. Una vez traje uno pequeño a casa, y en un momento, en mi apartamento de dos habitaciones residían trece gatos, aparte de sus dos subalquilados, es decir mi mujer y yo. Ahora ya no queda ninguno, pero los gatos de mi calle comparten todas mis comidas).

No paran de hacer bromas en todo el país, pero esto no es un chiste. El Gobierno de extrema derecha se encuentra en un momento de verdadera manía legislativa, superándose cada semana.

Miembros de la Coalición -ministros y simples diputados – compiten entre sí con la presentación de proyectos de ley, ridículos, atroces, o ambos. Hay un verdadero baile de San Vito entre los legisladores del Gobierno.

Esta semana, el Knesset promulgó una ley que obliga a los jueces condenar a quienes tiran piedras -incluidos niños de 13 años- a una pena mínima de entre 2 a 4 años de prisión, dependiendo de las circunstancias. En Israel, los niños menores de 14 años no tienen responsabilidad criminal, pero también se ha encontrado ya remedio para esto. La Fiscalía simplemente alarga los casos judiciales hasta que el acusado cumpla los 14 años de edad.

Los padres de los niños condenados no recibirán ninguna aportación de la seguridad social durante el mismo periodo, y también pueden ser multados con 10.000 shekels, más de 2.500 dólares.

Un proyecto de ley exige a los activistas de derechos humanos llevar una estrella amarilla

Otro nuevo proyecto exige a los activistas de paz y derechos humanos tener una acreditación especial para poder acceder al edificio de la Knesset. Es cierto que esta norma solo se aplicaría a los miembros de las asociaciones que reciben dinero de gobiernos extranjeros.

Muchos israelíes recuerdan la norma nazi que exigía a los judíos llevar continuamente la estrella de David amarilla. Pues, algunos incluso propusieron que esa acreditación sea de color amarillo y tenga forma de una estrella con seis puntas.

Estas asociaciones (entre las que se encuentran algunas tan reconocidas como B’tselem, a la que respeta incluso el Ejército israelí) deben también declarar toda la financiación extranjera que reciben.

La clave detrás de esta propuesta es que las asociaciones de extrema derecha no necesiten la ayuda de los gobiernos extranjeros, porque nadan en la abundancia gracias al dinero que les proporcionan los judíos extranjeros. Sheldon Adelson, por ejemplo, es más rico que muchos gobiernos y es solo uno de los megamultimillonarios que abiertamente financian a Netanyahu y al partido Likud.

La Unión Europea y algunos de sus gobiernos apoyan a algunas asociaciones de paz y derechos humanos en Israel (aunque, ay, no a Gush Shalom), para disgusto de los miembros del Likud. De ahí viene la idea.

Otro nuevo proyecto de ley quiere cambiar la ley contra la “rebelión”. Hasta ahora, para condenar a alguien (es decir, a árabes) por rebelión, se debe demostrar que había un directo e inmediato peligro de que sus palabras pudiesen llevar a acciones terroristas. Pues ya no hace falta demostrar nada. Y dado que todos los árabes dicen y escriben que ellos están en contra de la ocupación, prácticamente a cualquiera se le puede condenar en virtud de esta ley.

Y después está la “ley nacional”. Se dice que Israel es el “Estado Nación del Pueblo Judío”. Esto es, por supuesto, bastante estúpido: una “nación” y un “pueblo” son dos conceptos muy diferentes.

Bajo la fórmula legal existente, Israel es “un Estado judío y democrático”. Ambos conceptos tienen igual peso. El nuevo proyecto de ley, en su versión original, explicaba que cuando existe una contradicción entre el carácter “judío” y “democrático” del Estado, se debe dar prioridad al “judío”. En palabras llanas, Israel dejaría de ser democrático.

Se registraron protestas publicas y estas palabras ya quedaron en papel mojado. Pero aún así, la ley discrimina al 20% de los ciudadanos de Israel que son árabes, y quizás a otro 5% que por motivos religiosos no son reconocidos como judíos.

La ministra de Justicia halla una fórmula para eludir el Supremo: crear un tribunal paralelo

Y luego está Ayelet Shaked, la ministra de Justicia, que es el enemigo principal del Tribunal Supremo. Esta venerable institución es uno de los pilares de la ocupación, pero obstruye con frecuencia los planes del Gobierno. La ministra (¿o ministresa?) que confía en su atractivo físico para decir y hacer las mayores atrocidades, ha encontrado un remedio para esta molestia: crear un tribunal paralelo.

Esta corte, el Tribunal de Seguridad Nacional, tendría la competencia de hacerse cargo de todos los casos en los que el Gobierno es consciente de que no puede esperar un dictamen favorable del Tribunal Supremo. Este tipo de tribunales existen en muchos países totalitarios.

El entusiasmo de los ministros me recuerda a una broma muy recurrente en nuestro Ejército:

Hay cuatro categorías de oficiales: 1) los inteligentes y diligentes, 2) los inteligentes y perezosos, 3) los estúpidos y perezosos, 4) los estúpidos y diligentes.

Se clasifican a su vez por el siguiente orden: los inteligentes y diligentes son los mejores: hacen mucho y todo lo que hacen está bien. Luego vienen los inteligentes y perezosos: hacen poco pero lo hacen bien.  Luego vienen los estúpidos y perezosos: todo lo hacen mal, pero gracias a Dios ellos no hacen mucho. La cuarta categoría es la peor: ellos hacen mucho, pero todo lo que hacen es catastrófico.

Todo esto ocurre en un país que sigue siendo conocido como “la única democracia de Oriente Medio”. Uno solo puede preguntarse por cuánto tiempo el mundo civilizado seguirá aceptando esta calificación.

Netanyahu dijo algo que conmocionaría al mundo, pero como dice tantas cosas han dejado de escucharle

Hace poco, Netanyahu dijo algo que podría haber conmocionado al mundo, si el mundo le hubiera estado escuchando. Pero Netanyahu ha dicho ya tantas cosas, que hasta los propios israelíes han dejado de escucharle.

Una de las más conocidas frases de la Biblia es una pregunta formulada por Abner a Joab. Abner era el jefe del Ejército del rey Saúl, y Joab era el comandante subordinado a David. Después de una larga guerra civil, que fue ganada por David, Abner (por el que yo elegí mi apellido) se dirigió a Joab y le preguntó: ¿Devorará la espada para siempre? ¿No sabes que el final será amargo? (2. Samuel 2,26). Joab no escuchó y, al final, mató a Abner.

En el antiguo hebreo, el texto dice literalmente: ¿Comerás para siempre la espada?

Esta semana, Netanyahu respondió a la vieja pregunta y dijo al pueblo israelí: “¡Vamos a comer para siempre la espada!”

Dicho en lenguaje moderno: sí, vamos a vivir por la espada siempre. Nunca habrá paz.

No es que a Netanyahu le guste la guerra. Simplemente, él sabe que para lograr la paz, tenemos que devolver los territorios ocupados, y ni él ni la gente que le rodea están dispuestos a hacerlo.

Ese es todo el problema, en pocas palabras.

Publicado en Gush Shalom | 7 Nov 2015 | Traducción del inglés: Imane Rachidi

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