Crítica

Contra la injerencia

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos
Langosta
Dirección: Yorgos Lanthimos Lobster

Género: Largometraje
Produccción: Coproducción Grecia-Irlanda-GB-Países Bajos-Francia
Intérpretes: Colin Farrell, Rachel Weisz, Jessica Barden, John C. Reilly
Guión: Efthymis Filoppou, Yorgos Lanthimos
Duración: 118 minutos
Estreno: 2015
País: Grecia
Idioma: inglés
Título original: The Lobster

Fue Agustín García Calvo quien arremetió, en uno de sus ensayos memorables y en algún que otro artículo, contra la istitución –como a él mismo le gustaba decir– de la pareja, a la que no dudaba en tachar de “sierva del Dinero y el Poder”. Las razones que el pensador esgrimía están muy bien recogidas en aquel librito de apenas de 140 páginas, y cualquier intento de reproducirlas aquí no hará sino restarle encanto y brillo a su prosa. Si me ha venido a la mente aquel título es porque el director griego Yorgos Lanthimos parece haber escrito su propio Contra la pareja en su último filme, Langosta, el primero en habla inglesa de su filmografía, que llegó este fin de semana a las pantallas españolas.

Sin el efecto sorpresa que le asistía en su magistral Canino, Lanthimos sigue abonado a los argumentos chocantes, en cierto modo kafkianos, y a los personajes ensimismados que solo logran escapar de sus opresivas realidades a través de durísimos sacrificios. En este caso, el protagonista –interpretado por Colin Farrell– es enviado a un hotel junto con otros solteros, y en el plazo de 45 días debe encontrar pareja. En caso contrario, será convertido en el animal que elija. Él tiene claro que querría ser una langosta.

Dicha expectativa parece cada vez más cercana a cumplirse, conforme transcurren los días en la alienante atmósfera del hotel, del que los huéspedes solo salen para cazar solteros huidos en el bosque. Mientras tanto, celebran habitualmente bailes y absurdas representaciones teatrales –dos guiños a la producción anterior del griego– a la espera de que se produzca el milagro del amor, o de cualquiera que sea el pegamento alternativo que una a dos personas, objetivo último del sistema. El deseo es objeto de una brutal banalización, e incluso la masturbación resulta severamente castigada.

El deseo es banalizado, incluso la masturbación resulta severamente castigada

El mensaje parece claro: se trata de una metáfora extremada de esta sociedad nuestra que, más que fomentar o impeler, acosa a las personas para que respondan al modelo familiar básico. Presión familiar, presión social, presión del mercado, presión religiosa, presión fiscal… Parece evidente que el soltero es una afrenta ambulante, un enemigo del orden establecido, y como tal se le penaliza. El delirante mundo de Lanthimos no pasa por alto que lo importante es encontrar a la media naranja, no esas abstracciones que llamamos felicidad o realización personal. De propina, tampoco deja de señalar con envenenada sorna que, en caso de que surjan desavenencias entre los contrayentes, se les asignarán hijos para solventarlas…

Lo interesante de Langosta es comprobar que en el bando rebelde, el de los solteros echados al monte a los que se sumará nuestro protagonista, lo que se impone es justo lo contrario: queda prohibido el contacto, abolido cualquier amago de caricia, no digamos los besos o las relaciones sexuales… En ese otro escenario, la intimidad queda relegada a códigos crípticos, o a los momentos en que es necesario fingir cariño ante los otros para pasar inadvertidos.

Cualquier tentativa de inmiscuirse en un asunto tan privado solo puede llevar al fundamentalismo

Se ha dicho que el tema central del filme es el miedo a la soledad y también a vivir con alguien, pero no lo creo así: lo que provoca en el espectador una incomodidad creciente, un rechazo cercano a la náusea, no es la posibilidad de enamorarse o pactar una vida en común, o la de estar solo hasta que el azar quiera. No, lo que se ataca aquí, de un modo alegórico pero muy inteligente, es la injerencia en un aspecto que debería corresponder única y exclusivamente al individuo. Además, Lanthimos muestra a las claras que cualquier tentativa de inmiscuirse en un asunto tan privado solo puede conducir al fundamentalismo. No puede haber término medio, no se puede tener solo “un poco” o “parte” de libertad: o se tiene toda, o no se tiene ninguna.

Otro ensayista, muy deudor del psicoanálisis, Adam Philips, desarrolló en su libro Monogamia una idea según la cual pareja y promiscuidad eran solo dos versiones de una misma utopía. Imagino que con ligero esfuerzo podría haber incluido también la soledad. Lanthimos, por el contrario, muestra todas las variantes como una misma distopía, una pesadilla múltiple que solo ofrecen una posibilidad de escape: la fuga de la comunidad, la deserción y la clandestinidad. Y quién sabe si los súbditos de tan perverso sistema encontrarán al otro lado cárceles peores, de esas de las que no se sale…

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