Crítica

Él, el supremo

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos

Yasmina Khadra
La última noche del Rais
khadra-rais

Género: Novela
Editorial: Alianza
Páginas: 176
ISBN: 978-84-9104-088-0
Precio: 16 €
Año: 2015 (2015 en España)
Idioma original: francés
Título original: La Dernière Nuit du Raïs
Traducción: Wenceslao Carlos Lozano

Un buen amigo, el poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez, me contó que una vez tuvo la extraña experiencia de entrevistar a Gadafi. Para su sorpresa, no le pareció en absoluto el tipo brutal y ostentoso que solía aparecer en los medios en los años 80, rodeado de un aura maligna. Por el contrario, se le reveló como un sensible lector de poesía (uno en serio, no como quiso aparecerse aquel Aznar en connivencia televisiva con Sánchez-Dragó) e incluso le confió detalles como que solía visitar con asiduidad París y otras capitales europeas, convenientemente disfrazado, para visitar museos y lugares históricos sin el estorbo de la escolta.

Ese Gadafi culto y refinado casa bien con el tono elevado al que aspira La última noche del Rais, la última novela del argelino Yasmina Khadra, donde se intenta recrear los días finales del Guía libio, acosado en Sirte por las tropas rebeldes apoyadas por la OTAN. A diferencia de la tradición hispanoamericana, que hizo de la literatura de sátrapas casi un subgénero –desde Tirano Banderas hasta La fiesta del Chivo, pasando por El otoño del patriarca, El recurso del método o Yo el Supremo– , no me consta que en las letras árabes se haya dado un fenómeno similar. Y no por falta de modelos a su alrededor, precisamente.

Son muy raros los tiranos lacónicos, y abundantes en cambio los charlatanes incontinentes

Khadra hace su aportación a esta idea, muy consciente de que los dictadores gobiernan con la fuerza y el miedo, por supuesto, pero también con las palabras. Son muy raros los tiranos lacónicos, y abundantes en cambio los charlatanes incontinentes, más aún en los lugares donde el analfabetismo campa a sus anchas.

Otra cosa es que Khadra haya logrado
culminar una obra como las que acabamos de citar de sus colegas hispanos. Sus virtudes no son pocas: asume bien los riesgos de la primera persona, dosificando muy bien el patetismo; cuida el lenguaje, a veces incluso demasiado, sobre todo en diálogos entre hombres desesperados, a los que no podemos imaginar tan atentos a la sintaxis; la atmósfera de ratonera está espléndidamente descrita, como espléndido es también el dibujo de los personajes, tanto del protagonista como de sus últimos fieles.

Además, el hecho de que Khadra haya sido militar le da sin duda una ventajosa familiaridad a la hora de explicar movimientos tácticos o hablar de armamento sin meter la pata, como haríamos los que no hicimos ni la mili. Más chocante resultan quizás las continuas alusiones al Corán, que Gadafi lee y relee, y sus imprecaciones a Dios, cuando el coronel –salvo alguna que otra bravata, como cuando predijo en Italia la islamización de Europa– nunca pareció más piadoso que cualquiera. Pero en fin, hasta el más ateo farfulla un padrenuestro cuando se encuentra en situación desesperada…

Describe la perplejidad de quien ha tenido todo bajo su poder y ahora se halla humillado

La novela se lee en todo caso con avidez e interés, a pesar del hecho, nada baladí, de que todos sepamos cómo acaba la historia. En sus conversaciones y monólogos internos, el Rais repasa algunos episodios de su vida, desvela sus obsesiones, sus manías conspiranoicas, se pregunta por qué lo han abandonado los descendientes de aquellas tribus dispersas que él unió en un solo pueblo e hizo fuertes. La perplejidad de quien ha tenido todo bajo su poder y ahora se halla humillado. La soledad de quien antaño fuera cortejado y temido por todos los poderosos. Una estampa de cierta grandeza trágica, donde no faltan los sueños premonitorios, las apariciones fantasmales, todos los ingredientes de un drama shakespeariano.

¿Qué falla, pues? Quizás nada que esté en la mano del autor. Quizá las obras hispanoamericanas citadas eran gigantescas porque no solo servían como retrato de un dictador, sino de un país entero, de un tiempo, de un continente. Khadra en eso se queda corto, en parte porque Gadafi fue único y (acaso por suerte) irrepetible, y porque Libia es un país tan extraño, del que en el fondo sabemos tan poco, que sería dificilísimo, y por supuesto llevaría muchas más páginas, tratar de encerrarlo entre las cubiertas de un libro.

No, puede que Khadra no haya firmado un monumento, pero sí ha puesto una dignísima primera piedra para inaugurar esa prometedora serie de tiranos de la literatura árabe contemporánea. ¿Quién es el siguiente?

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