Opinión

El rey Giorgio y la granja

Saverio Lodato
Saverio Lodato
· 6 minutos

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Detesta a los jueces, los tribunales y el Juzgado de lo Penal. Tiene una personalísima concepción del principio según la cual la ley es igual para todos. Se considera detentor de un puesto especial en la granja; ya sea por investidura divina, por el nombre que tiene, por el insigne cargo que una vez ocupó, por el total de los cargos institucionales y políticos que por medio siglo ha ocupado y sigue ocupando, por el peso de los secretos que custodia, esto ninguno de nosotros, comunes mortales, es capaz de explicarlo. Es así, y ya está. Imposible explicarlo. Mejor aún: está incluso prohibido preguntárselo.

Al primer ministro no lo elige el pueblo, los evasores no pagan impuestos y Giorgio Napolitano…

Es evidente que, por una parte, hay sesenta millones de italianos que tienen los mismos derechos y obligaciones; y por otra está él, el eterno Rey Giorgio, el Hombre que se ha encarnado en una Función, la del Reacio al Respeto, el Padre Noble de todos los Padres Nobles, el Gran Titiritero de cuyos bolsillos sin fondo se han sacado hasta tres primeros ministros desafiando los resultados electorales; el Motor que puede cebar a su gusto los pronunciamientos que más le complacen, incluso los del Alto Tribunal de Sicilia. Es así, y basta. Hace tiempo que lo sabemos.

Una vez, el abogado americano del jefe mafioso Gaetano Badalamenti, a propósito de los Estados Unidos, dijo tres cosas indiscutibles: que Dios existe, que los impuestos se pagan y que Badalamenti no sería nunca un arrepentido. Miren, en Italia, las tres cosas indiscutibles podrían ser estas: que al primer ministro no lo elige el pueblo, que los evasores no pagan los impuestos, y que Giorgio Napolitano hace lo que le da la gana.

Se preguntarán por qué lo escribimos. Porque, frente a una verdad tan irrefutable, no nos resignamos, insistiendo en una indignación que a muchos les puede parecer ridícula.

¿Cómo se ha convertido en ley constitucional que Giorgio Napolitano pueda hacer lo que le dé la gana?

¿Sabéis por qué lo hacemos? Lo escribimos solo porque los otros no lo han escrito, y se guardan mucho de escribirlo. Nos explicaremos mejor.

Que tendría de malo si los grandes Opinadores de la letra impresa, los Corazones de León del obstinado concepto que cotidianamente nos explican el mundo, nos imponen el menú del día eximiéndonos de ideas y reglas de comportamiento, y leen por nosotros las grandes tragedias del planeta actual, poniéndonos en guardia o tranquilizándonos sobre el futuro inminente; qué tendría de malo, decíamos, si escribiesen de una vez con letras de fuego en sus editoriales que sí, es justo, es normal, de acuerdo con la tradición histórica y política de Italia, que el Hombre Político llamado Giorgio Napolitano puede hacer lo que le parece, teniéndole sin cuidado la división de poderes? ¿Y que no se le puede comparar en nada y por nada, no teniendo los mismos deberes, a los otros sesenta millones de italianos? Bastaría decirlo y argumentarlo. Nos resignaremos, por nuestra tranquilidad de espíritu.

Leeremos con avidez estos comentarios. Escucharemos con respeto puntos de vista tan autorizados. Comprenderemos finalmente por qué nos equivocamos cuando nos indignamos, siendo huérfanos de Grandes Maestros que nos expliquen cómo se ha convertido en ley constitucional que Giorgio Napolitano pueda hacer lo que le dé la gana.

El hecho es que no escriben una sola palabra porque se avergüenzan. Porque no sabrían por dónde empezar. ¿Os acordáis?

Como resultó fácil, para los Opinadores Corazón de León, hacerle la ola al Rey Giorgio al tiempo que se descubría que no había tenido ningún problema en entretenerse telefónicamente con el sospechoso de la Negociación Estado-Mafia, Mancino Nicola. Muchos lo habían dicho y escrito. Que los magistrados de la Fiscalía de Palermo se habían vuelto culpables de lesa majestad interceptando las comunicaciones del jefe de Estado, sin que les pasara por la cabeza que el interceptado era Mancino. Y Eugenio Scalfari en La Repubblica se vio obligado a escribir que, como quiera que fuese, llegados a aquel punto, la espina estaba clavada, en vista de que las llamadas apuntaban tan alto…

Ezio Mauro, el director de La Repubblica, había cortésmente tomado distancia de tanta fogosidad quirinalicia manifestada por el fundador del periódico directamente a él. Pero era una batalla mediática perdida de antemano, desde el momento en que la Alta Corte siciliana, pronunciándose a favor de la desiderata del Rey Giorgio, había ofrecido un irrevocable pronunciamiento para acallar para siempre a jueces y periodistas entrometidos. Agua pasada, se entiende.

En la granja, todos los animales son iguales, menos uno… que es más igual que los otros

Pero esta vez, frente a la reciente demanda de la Corte de Justicia de Caltanissetta, que investiga por cuarta vez el atentado de la calle D’Amelio, la decisión de hacer testificar al Rey Giorgio no emanaba de un clima institucionalmente sobrecalentado, y no era anulada de salida por escandalosas llamadas telefónicas. La corte de hecho se había limitado a acoger la demanda de la parte civil, representada por Salvatore Brosellino, el hermano de Paolo, que pedía que el ex jefe de Estado viniera a contar lo que sabe sobre el tema. El rey Giorgio había tomado papel y pluma para declarar que su eventual audición debía ser considerada “superflua”. Y “superflua” ha suscrito el Juzgado de lo Penal.

Y no se ha hecho nada.

Los grandes Opinadores Corazón de León, obviamente, han preferido mantenerse a distancia de tan abominable hecho.
Seguro que sería divertido si, de ahora en adelante, los abogados aconsejaran a sus clientes escribir cartas a sus jueces naturales para solicitar que también sus testimonios sean considerados “superfluos”.

Ah, nos olvidábamos: en la granja todos los animales son iguales, menos uno… que es más igual que los otros.

¿Entendido el concepto?

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