Opinión

Todos somos…

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

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“Ustedes han sido Charlie, ustedes han sido París. ¿Serán ustedes Ankara?”. Esta pregunta de un músico británico, James Taylor, residente en la capital turca, ha protagonizado las portadas de la prensa turca el lunes, horas después del sangriento atentado que causó 37 muertos en la céntrica plaza de Kizilay.

El texto, simpático desde luego, subraya lo que supone una reacción de Europa ante un atentado ocurrido en la lejana Ankara, allí donde se supone que empieza Oriente Medio o algo así, y se explaya mostrando lo europeo que es la capital turca, por lo que la masacre merece tanta compasión y repulsa como si ocurriera en Piccadilly Circus (¿y más que si tuviera lugar en las calles de Bagdad? cabría preguntar).

La marea de lazos para un perfil de Facebook desvirtúa la proclama por la que se inventó

Es una pregunta que se ha aireado en los últimos meses hasta la saciedad: creo que todos los que se han colocado en su perfil de Facebook un lazo de solidaridad con los dibujantes asesinados en Charlie Hebdo han sido acusados de hipocresía en algún momento por no ponerse también, en días alternos, un Yo soy… los civiles sirios bajo asedio en Homs, los palestinos en la mirilla de los soldados israelíes, los islamistas perseguidos en Egipto, los kurdos bajo la artillería turca en Cizre, los cristianos de Bagdad aterrorizados por Daesh, los ciudadanos de Faluya aterrorizados por las milicias anti-Daesh, los civiles bombardeados por Arabia Saudí en Yemen, y voy a parar aquí, porque como me salga del Mediterráneo y empecemos con las niñas de Boko Haram, con Congo, México, Colombia, Sudán del Sur, Birmania y Ucrania (¿qué bando era el correcto?), la liamos.

Pero esta especie de marea de lazos o colores de bandera para un perfil de Facebook, para expresar solidaridad con las víctimas del mundo, está desvirtuando totalmente la esencia de la proclama ética por la que se inventó el grito. Mostrar dolor y condena porque hayan matado a una persona inocente, a diez, a cien, a mil personas inocentes, está bien, pero ¿lleva a alguna parte? ¿expresa algo más allá de la postura de que no se debe matar a personas inocentes? Esto es algo que se nos debería dar por supuesto, a todos, en todas partes. ¿Qué necesidad hay de exhibir que somos personas normales? ¿Creemos ya que lo habitual es apoyar masacres?

“Todos somos Hrant Dink” no era el dolor por la víctima. Era el rechazo de una ideología

El grito “Todos somos…” se inventó por algo muy distinto. Se inventó en Estambul, precisamente – al menos, ahí lo recuerdo la primera vez – en 2007. Acababan de pegarle un tiro a Hrant Dink, un periodista armenio, por la sencilla razón de que era armenio y defendía serlo. Días más tarde, cien mil personas marchaban tras su ataúd, bajo el grito de “Todos somos armenios”.

Digo que lo recuerdo, aunque yo no estuve en Turquía en esa época, pero vi esa misma marcha, ese mismo grito, en los aniversarios de su muerte, una y otra vez. Un grito valiente entonces, y valiente aún hoy: precisamente porque las mujeres y los hombres que lo pronuncian no son armenios, porque les han educado en la conciencia de no serlo, los han adoctrinado para que jamás se consideren otra cosa que turcos. Porque el asesino, al apretar el gatillo, pretendía proteger a ellos – al pueblo turco – contra el “enemigo armenio”. El grito elegía bando: contra el asesino, contra quienes pudieran pensar como él, contra la doctrina política imperante que respaldaba el crimen.

“Todos somos Hrant Dink”. No era el dolor por una víctima. Era el rechazo de una ideología. Y el respaldo de la postura de quien había sido asesinado por algo que hizo. Era un homenaje a alguien que había pagado con su vida una causa que eligió defender.

“Yo soy Charlie” expresaba la misma postura: un rechazo consciente de una doctrina – defendida tanto por teólogos musulmanes como por el Papa Francisco – que considera intocables ciertas leyendas, por ser “sagradas”. Yo soy Charlie: respaldo el derecho de caricaturizar lo que sea, sin límites y sin tabúes impuestos por la teología. Soy laico; no reconozco privilegios de la religión. Admiro a quienes arriesgaron su vida por ello.

Pusieron “Yo no soy Charlie”, no por respaldar el asesinato sino para exigir límites al humor

Por esto hubo tanta gente que se puso en su perfil de Facebook “Yo no soy Charlie”. No porque respaldasen el asesinato de unos dibujantes – salvo cuatro energúmenos, nadie defendía el crimen – sino porque elegían adherirse al otro bando, el que considera que deben ponerse límites al humor y que lo sagrado, sea de la religión que sea, debe quedar fuera del alcance de la crítica. Que hay que proteger la religión contra la ciudadanía.

Cuando se utilizó, meses más tarde, el mismo lema – Todos somos París – para denunciar la masacre cometida por yihadistas del Daesh contra ciudadanos que no habían hecho nada, víctimas aleatorias, yo no me puse la frase en el perfil: ahora no marcaba una elección ciudadana, ideológica, sino que desvirtuaba, aguaba el lema ¿hubo alguien que pudiera declararse a favor de una masacre aleatoria?

Y si lo hubo, si alguien defiende efectivamente matar a civiles al tuntún, simplemente porque viven en París o porque son cristianos o porque son musulmanes o porque son mujeres, entonces es muy poco probable que vea nuestro perfil en Facebook ni que haga caso si llegase a verlo. Al final, el lacito o el color de una bandera se convierte en una baratija que se luce como un chapa de la asociación caritativa de barrio: para no ser menos.

Se inunda el mercado con pretendidas causas para convertir toda posición en una pose inútil

Las redes sociales han extendido la opción de la protesta política y la han hecho accesible a millones de personas que antes no tenían nada fácil sumarse a una manifestación. Podemos pensar que es natural que la inflación haya llevado a devaluar la actitud del ciudadano político consciente de elegir una opción política, o podemos colegir que hay interés en inundar el mercado con pretendidas causas, a cuál más llana, más obvia y más irrefutable, para convertir toda posición en una pose inútil. En todo caso, el efecto es el mismo: cuando creemos protestar ya no sabemos ni contra quién.

Efectivamente: la carta del simpático músico inglés y su llamamiento a “ser Ankara” ha circulado durante una jornada entera por la prensa turca e internacional… antes aún de que nadie haya reivindicado el atentado, antes de que se conozcan siquiera los culpables. Claro, es mejor así: así se puede mostrar repulsa por un acto político (un atentado con coche bomba lo es) sin necesidad de entenderlo, sin necesidad de plantearse sus causas, sus responsables, las ideologías que lo motivaron. Sin necesidad de posicionarse de forma política. Sin necesidad de asumir una responsabilidad de ciudadano. Un brindis al viento.

Lo próximo será, con certeza, ponerse un lacito – propongo que transparente – con una imagen de las víctimas de un huracán. Y que se las compongan en el cielo.

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