Entrevista

Mahi Binebine

«La mafia religiosa vende un sueño»

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 17 minutos
Mahi Binebine (2015) | Africtice / Creative Commons
Mahi Binebine (2015) | Africtice / Creative Commons

Estambul | Noviembre 2015

Parece que la vida le divierte. Mahi Binebine (Marrakech, 1959) se ríe mucho mientras responde por teléfono a una entrevista, siempre de buen grado. Este pintor, escultor y escritor, conocido en España principalmente por sus libros, pasó por Madrid en noviembre pasado con motivo de la presentación de su libro Los caballos de Dios (Alfaguara). Una novela escrita en 2010 bajo el título Les étoiles de Sidi Moumen (Las estrellas de Sidi Moumen), pero llevado a la gran pantalla en 2012 por el cineasta marroquí Nabil Ayouch bajo el título ecuestre.

Sidi Moumen, aprende el lector, es un barrio de chabolas de Casablanca a cinco kilómetros del centro, a cuatro del mar y a años luz de cualquier sitio interesante. De aquí salieron los jóvenes que en 2003 activaron su cinturón explosivo en la Casa España, un restaurante, un hotel… Y aquí vino Mahi Binebine para conocer sus historias y trazar la trayectoria vital de un yihadista.

No es el primer libro del autor, que publica desde 1992 y hoy acumula ya nueve obras, entre ellos hitos como Cannibales (1999), editado en España bajo el título de La patera (Akal, 2000), que narra el viaje de los jóvenes marroquíes decididos a emigrar a España a toda costa. Se llaman harraga, quemados: queman sus papeles antes de embarcar. También están en librerías Historias de Marrakech (Abada, 2005) y Polen (Akal, 2003).

Binebine vive desde 2002 en Marrakech, donde se instaló tras 23 años viviendo fuera de Marruecos, la mayor parte del tiempo en París, aparte un interludio (194-1999) en Nueva York. Se declara «muy muy contento» de volver a residir en su ciudad natal.

El tema del terrorismo islámico que describe Los caballos de Dios es ahora más actual que nunca, con Daesh por doquier. ¿Se puede comparar el yihadismo de hoy al de Maruecos en 2003?

«Daesh recluta por internet y la mafia religiosa en 2003 se instalaba en el barrio, pero es similar»

Es el mismo proceso. Dáesh está en vías de reclutar toda una juventud. Una juventud de todos los países, no sólo de Marruecos: también de Argelia, Túnez, España, Francia, Bélgica… en todas partes hay jóvenes que acuden. Emplean el mismo proceso, un poco más moderno, porque ahora utilizan internet, mientras que para los atentados de Casablanca se habían instalado directamente en los barrios de chabolas. Hay toda una mafia que se ha instalado en los barrios de chabolas de Sidi Moumen. Reclutaron a 14 jóvenes que se hicieron detonar en Casablanca en 2003, hicieron una masacre de 45 muertos y un centenar de heridos. Pero es el mismo proceso de reclutamiento. Piden a los jóvenes que acuden a defender la nación árabe, en grave peligro, porque hay judíos y cruzados que nos… [risas]… que nos atacan. Es ese mismo proceso en todas partes.

En Sidi Moumen eran jóvenes desposeídos, que sobrevivían rebuscando basuras. Los que van de París, Londres o Bruselas a Siria, son casi clase media.

No del todo. En Francia, por ejemplo, que conozco bien, se trata de jóvenes de la ‘banlieue’, la periferia, en su mayoría. Son jóvenes que están de alguna forma excluidos de la sociedad. Viven bien comparado con Sidi Moumen, pero están en un estado de exclusión. No hay ya ningún tipo de vínculo, de lazo social, entre los barrios de chabolas y la ciudad. Es un poco la misma historia que en Sidi Moumen, donde es la miseria, la ausencia de proyectos, donde la gente ya no tiene hogar, y este vínculo roto entre el barrio de periferia y la ciudad.

Es decir, en París es una pobreza no tanto material, pero sí mental.

«A los hijos de la inmigración los han aparcado en la periferia y los han olvidado»

Mental, sí, creo que es esto para la mayoría. Hace quince días estuve en Bruselas para un debate sobre el terrorismo y me encontré con una mujer cuyo hijo de 18 años ha muerto en Siria. Es verdad que era una mujer de alguna forma de clase media, pero ella vivía fuera, en el barrio periférico de mayoría musulmana. Los hijos de la inmigración son gente a la que se le ha aparcado en la periferia, por así decirlo, y se le ha olvidado durante un tiempo. Son belgas, son franceses, son españoles, pero han estado marginados.

Su novela Patera trata de jóvenes que cruzan clandestinamente a España. En los noventa era un fenómeno muy habitual, una especie de misión suicida. ¿No es un poco similar a….?

[Interrumpe] Es totalmente similar, totalmente similar. Cuando estaba escribiendo La patera – lo escribí en 1999, pero comencé a trabajar sobre la novela en 1996 – me fui a Tánger para encontrarme con jóvenes que querían embarcarse, y a estos jóvenes los recluta una mafia, los traficantes, que emplea los mismos métodos… Estos críos tienen un sueño que se llama Madrid o París o Milán, etcétera, y es la misma técnica para reclutar a estos chavales. Porque hay que tener mucho dinero para viajar a Europa, hacen falta entre mil y dos mil euros, un préstamo así. Había una mafia perfectamente organizada a ambos lados de la frontera que hacía este trabajo: vender un sueño a estos jóvenes.

¿También los futuros yihadistas sueñan con algo mejor?

Los jóvenes que me encontré cuando estuve en Sidi Moumen, cuando estaba escribiendo este libro, era similares. El predicador les vende un sueño. Les dice: Tú vives de todas formas en el infierno. Yo te propongo la llave del paraíso, te voy a vender 70 vírgenes, es un negocio [risas], les venden ríos de vino, cosas, chismes… Les venden un sueño. Y finalmente, es el mismo chaval que me he encontrado en Tánger como el que me he encontrado en Sidi Moumen. Son exactamente el mismo. Son pobres víctimas.

Sólo ha cambiado la mafia, pues.

«Aun cuando han matado, han masacrado, estos jóvenes son más víctimas que monstruos»

La mafia ha cambiado, sí, pero el chaval es el mismo. Lo que hago ver en la novela es no presentar a estos chavales como monstruos. Aun cuando han matado, han masacrado, son más víctimas que monstruos. La verdadera responsabilidad resta con el Estado que los ha abandonado en los barrios de chabolas. Y en Sidi Moumen, la mafia religiosa se ha instalado en el barrio, busca en la basura y recluta a estos chicos, es un proceso de reflexión que convierte a esos chavales en bombas humanas.

¿Qué ha ocurrido para que la emigración, como solución para los desposeídos, haya sido reemplazada por la religión?

El Estado no ha hecho su trabajo. Ahora en Marruecos intentan hacer algo con los barrios de chabolas, pero caen en la misma estupidez que cometieron los europeos: en lugar de las chabolas ponen edificios. Cuando la solución está más en la educación. Es que no hay otra solución, y por eso, con el director [Nabil Ayouch] que ha adaptado mi libro al cine, hemos creado un centro cultural en el barrio de chabolas, en Sidi Moumen. Un centro cultural donde vienen cientos de niños. Les decimos: no esta bien irse al garaje de los barbudos, venid con nosotros. Les damos alternativas.

¿Y funciona?

«Lo principal es escolarizar a todo el mundo y crear un ambiente cultural favorable»

Tenemos un éxito fenomenal, porque aparte del centro de Sidi Moumen, que es autónomo y abarca a unos mil niños, abrimos un centro en Tánger, otro en Fes, el cuarto en Ouarzazate. Hacemos el trabajo que el Estado no está haciendo, pero que debería hacer. Lo hacemos nosotros, y lo hacemos… mendigando [risas], buscando fondos a derecha e izquierda, explicando que no hay otra solución para estos críos que la educación, si no, esto vuelve a comenzar.

Marruecos es uno de los países con mayor analfabetismo. ¿Tiene que ver que la lengua de escolarización, el árabe fus·ha, no es la lengua materna, el dáriya?

Sin duda… Sobre eso hay un debate ahora en Marruecos, si introducir el dáriya en el colegio. Pero lo que me parece importante es que vayan al colegio, con o sin dáriya. La mitad de la población es analfabeta, las cifras son enormes. Lo principal ahora mismo es escolarizar a todo el mundo, y no sólo escolarizar, sino crear un ambiente cultural favorable. Y creer sobre todo lazos entre los espacios excluidos de los barrios de chabolas y los pueblos lejanos con la ciudad, con el lugar donde pasan las cosas. Este lazo social, esta diversidad social me parece fundamental.

Sin embargo, la mayor parte de la población analfabeta vive en el campo, en las montañas, lejos de las ciudades, y no son precisamente el colectivo del que salen los integristas.

«Cuando hay una religión moderada puede ser un baluarte contra el radicalismo»

En su momento, antes de ponerse colegios, los aldeanos enviaban a sus hijos a aprender el Corán en las mezquitas. Y son precisamente esas mezquitas que se han convertido en lugares de reclutamiento. Incluso si Marruecos controla ahora las mezquitas, y hay todo un programa de imames etcétera, para controlar el sermón del viernes, no está todo bajo control. Hay todavía muchos sermones peligrosos, repartidos por ahí.

Este islam oficial del Estado que se considera moderado ¿puede realmente constituir un baluarte contra el islamismo o habría que apostar por un ideario más laico, basado en los derechos cívicos?

El islam moderado enseña a la gente la tolerancia, les enseña el amor… y la gente es musulmana, eso es algo milenario. Claro, como concepto absoluto, a mí me gustaría un Estado laico, es como yo veo las cosas. Pero la realidad es que en los países musulmanes, la gente es profundamente creyente, se siente profundamente cerca de la religión. Ahora bien, cuando hay una religión moderada como la nuestra, en Marruecos por ejemplo, eso puede ser un baluarte contra el radicalismo.

¿Pero quién controla a los imames? El PJD [partido islamista en el Gobierno en Marruecos desde 2011] no es exactamente moderado tampoco.

No es el PJD quien controla. Hay un ministro del Culto, que se llama Ahmed Toufiq, un hombre muy abierto, extremamente tolerante, que no es del PJD, sino nombrado por el Palacio para arreglar esa cuestión. Responde directamente al rey. Han hecho un trabajo bastante interesante con los colegios de los imames… y ahora están exportando imames a Francia [risa] para que prediquen la Buena Palabra, o al menos una palabra razonable.

Suena muy bien, pero ¿no significa que el Palacio es nuestro refugio contra los peligros de la democracia?

«Al Palacio no le tengo especial cariño, pero en estos momentos está haciendo un trabajo interesante»

[Silencio]. Desafortunadamente, en nuestro momento actual, desafortunadamente es así como funciona. Desafortunadamente. Desafortunadamente es el Palacio el que está en estos momentos… por ejemplo en el debate sobre la herencia es el Palacio que ha autorizado a la CNDH, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, de poner en la mesa de debate un asunto tan peliagudo como la igualdad legal entre hombres y mujeres en cuestión de herencia. Ahí están tocando lo que dice el Corán, el texto sagrado. Y el Palacio lo ha autorizado. Finalmente.. mire, yo no soy especialmente cercano al Palacio. Mi hermano se ha tirado 18 años en el penal de Tazmamart. Al Palacio no le tengo especial cariño. Pero digamos que el trabajo que hace en este momento, en este aspecto, es interesante.

También la aplaudida reforma del Código de la Familia en 2004 la pidió el rey. Pero al no salir del Parlamento ni de los partidos, no se fomenta el concepto de la democracia ¿no?

Desafortunadamente, es así. Esto cambiará, pero desafortunadamente, ahora es así.

Usted siempre utiliza el francés como lengua de expresión literaria, ¿no es así?

«El dáriya es para hablar de las cosas cotidianas, pero es un poco difícil hacer literatura con él»

Sí. Escribo en francés. He vivido 17 años en París, he vivido mucho en francés, no domino la lengua árabe como quisiera. Leo las traducciones de mis libros [risas], pero digamos que soy incapaz de escribir una novela en árabe. Porque ya son veinte o treinta años que leo novelas y literatura en francés. No he cultivado lo suficiente esta lengua como para poder escribir directamente en árabe.

Es una opción muy frecuente en Marruecos. Pero su lengua materna es el dáriya ¿cierto?

Claro, el dáriya, y el francés, todo mezclado, un cóctel [risas], y también hay algo de español en el dáriya. Es un cóctel de lenguas y pueblos que han tenido contacto con Marruecos.

Hay también intentos de escribir en dáriya. ¿Sería una manera de que los marroquíes pudieran leer novelas en su propio idioma, en lugar de hacerlo en una lengua aprendida en el colegio?

Es verdad. Pero nada viene dado. Tengo un amigo, Amine Elalamy, que ha escrito un texto en dáriya, y a la gente no le ha enganchado mucho. No es una lengua rica. Uno se ve obligado reproducir en el dáriya palabras del árabe clásico para expresar ciertas cosas que no están. El dáriya es un dialecto del día a día, para hablar de las cosas cotidianas, pero no se puede hacer realmente literatura con el dáriya, me parece un poco complicado.

Usted no es sólo escritor: también pinta y crea esculturas.

«Vivo más de mi pintura que de mis libros. La gente en Marruecos no lee mucho»

Sí, y gano mucho más mi vida con la pintura y las esculturas que con los libros. Con los libros es más complicado [ risas]. Vivo más de mi pintura que de mis libros. La gente en Marruecos no lee mucho, y no vendo especialmente muchos libros. En Francia, mis libros los están traduciendo a 14 idiomas, y ni siquiera así rinde demasiado… Es un poco duro.

Los conceptos que intenta reflejar en sus obras de artes plásticas ¿tienen relación con los temas que trata en sus libros o es algo totalmente aparte?

Siempre hay relación. Cuando me paso el día en el puerto con los ‘harraga’, evidentemente, cuando vuelvo al taller, hago pateras con gente dentro [risas]. Mi literatura influye mucho mi pintura. Incluso en mi última novela, que se llama Le Seigneur vous le rendra, tengo la sensación de que sale más de la pintura, porque tengo personajes que estaban conmigo estos últimos años, en los libros que yo no he escrito todavía. Esta última novela sale directamente de la pintura. Es la primera vez que me sucede. Normalmente es al revés.

En muchas sociedades islámicas se ha vetado tradicionalmente la representación de figuras humanas. ¿Es un handicap para el desarrollo de las artes plásticas?

No: después de una decena de años, las cosas han cambiado enormemente. En todas partes abren galerías, hay un pequeño mercado de arte bastante interesante. La verdad es que en estos últimos años vendo más obras en Marruecos que en el extranjero. En una exposición en Marruecos vendo fácilmente veinte o veinticinco lienzos, y eso no me pasa en Europa. En mi última exposición en Burdeos, que estaba abierta un mes, vendí tres cuadros. Hay un mercado de arte que empezó hace una década y está en vías de florecer. Y luego están las ferias internacionales: la Bienal de Marrakech, que se hace en febrero, y hay ferias en el mundo árabe, la Feria de Dubai, de Sharjah… Empieza a haber realmente un circuito muy muy interesante para la pintura árabe.

Casi en todos los países árabe hay problemas con el desnudo, motivo de toda la vida en el arte. ¿Sigue siendo un tabú en Marruecos?

«Un colega mío hace esculturas de mujeres desnudas y cuando su padre viene de visita, les pone ropa»

Antes estaba mal vista incluso la figura humana, nada más que la figura, vestida y todo… Había un problema ya con la figura. Hoy, eso está mejor. Tengo amigos que pintan desnudos. Tengo un colega que hacer esculturas de mujeres desnudas y cuando su padre le viene a visitar en casa, les pone ropa… [risas] ¡Viste sus esculturas! Un día le fui a ver y vi las esculturas vestidas… [risas]

¿Pero en las exposiciones las puede poner desnudas?

En las exposiciones sí.

En Marruecos. ¿Quizás no en Dubai?

No, en Dubai probablemente no… En Oriente Medio es un poco más complicado, pero en Marruecos la gente es más así… Aunque para su padre, cada vez que viene le tiene que poner ropa [risas]. Sí, seguramente sea un problema generacional.

La evolución tampoco parece lineal: a principios de los años 2000 parecía haber una enorme apertura en prensa, arte, debate público, y ahora tengo la impresión de que vuelve a retrocederse.

«Ha habido un aumento del radicalismo que ha obligado al poder a aplicar una vuelta de tuerca»

Los periodistas escriben lo que quieren. Es verdad que en los últimos años ha habido un aumento del radicalismo que ha obligado al poder a aplicar una vuelta de tuerca, pero se continúa escribiendo. De vez en cuando hay un periodista al que le parten la cara, pero no es la regla. Hay un momento en el que se ha abierto demasiado rápido y ha habido un desbordamiento. La gente se ha creído que eran europeos. Y no es el caso [risas].

¿Y por qué no iban a serlo? Tienen el mismo derecho ¿no?

Por supuesto tienen el mismo derecho. Pero al poder le ha supuesto un verdadero problema. Porque evidentemente están los progresistas, pero también hay islamistas, y hay que mantener el control. Por eso ha habido una vuelta de tuerca en aspectos de seguridad, que afecta más a los islamistas que a los progresistas.

Pensaba en Abdellah Taïa que pudo salir en televisión en 2012, declarándose gay. El debate social sobre las libertades individuales ¿no parece más silencioso hoy?

No lo diría. Me encontré con Abdellah Taïa hace quince días, en la Feria del Libro de Marrakech, estaba invitado allí, y él habla libremente, no se corta para nada. Defiende sus principios… y se puede hacer. Ya no es la época de Hassan II.

Desde luego, aquello fue muy distinto.

Ya no es lo mismo. Ahora se avanza, se retrocede un poquito, se avanza, se retrocede, se avanza… pero a gran escala estamos caminando. Estoy convencido de que estamos marchando hacia una cierta democratización de lo público. Aún no está hecho, no. Pero vamos hacia ello.

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