Opinión

Un documento con una misión

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Cuando David Ben-Gurion leyó la declaración de independencia de Israel (oficialmente: “Declaración del establecimiento del Estado de Israel) el 14 de mayo de 1948, yo estaba en el kibbutz de Hulda.

Mi batallón del Ejército israelí (que todavía no se llamaba así) recibió la orden de llevar a cabo un ataque en el pueblo árabe de Al kubab, cerca de la ciudad de Ramleh. Se esperaba que fuera un combate duro y yo estaba ocupado revisando mi equipo y limpiando mi rifle (checo), cuando alguien dijo que Ben-Gurion estaba dando un discurso que estaba siendo retransmitido en la radio del comedor del kibbutz.

En realidad no me interesaba. Estábamos todos convencidos de que lo que algunos políticos en Tel Aviv pudieran decir era bastante irrelevante para nuestro futuro. Si nuestro Estado sobreviviría o no se decidiría en el campo de batalla. Los ejércitos regulares de los Estados árabes vecinos estaban por entrar a la guerra, habría batallas sangrientas, y el resultado decidiría nuestros vidas. Literalmente.

Había un detalle que despertaba nuestra curiosidad: ¿cómo se llamaría nuestro nuevo Estado?

Sin embargo, había un detalle que despertaba nuestra curiosidad: ¿cómo se llamaría nuestro nuevo Estado? Se escuchaban algunos rumores. Quisimos saber.

Entonces, me dirigí al comedor del kibbutz (al que los soldados no teníamos permiso de entrar en días normales) y efectivamente, pude oír la voz aguda y muy peculiar de Ben-Gurion leyendo el documento. Cuando llegó al párrafo de “queda declarado el establecimiento de un Estado judío en la Tierra de Israel, que será conocido como el Estado de Israel”, yo me fui.

Me acuerdo que fuera del edificio me encontré con el hermano de una amiga, que tenía la misión de atacar otro pueblo esa misma noche. Intercambiamos algunas palabras. Nunca le volví a ver. Murió.

Todo esto se me vino a la cabeza cuando fui invitado hace tres días, en vísperas del “Día de la independencia”, a participar en la fiesta en el mismo edificio donde Ben Gurión había leído el texto original. Yo era una de las personas elegidas para volver a leerlo en el 68º aniversario.

Esta vez leí el texto completo de la declaración por primera vez. No me impresionó.

“Los judíos procuraron en cada generación volver a establecerse en su antigua tierra…” Eso es una chuminada

La versión original fue redactada primero por unos oficiales, y luego la reescribió Moshe Sharett (que ese día se convirtió en ministro de Exteriores). Sharett era muy quisquilloso con la lengua hebrea, por tanto, el texto estaba gramaticalmente impecable. Ben-Gurion no estaba satisfecho con el texto, lo cogió y lo volvió a escribir completamente. Se notan todos los rasgos de su inconfundible estilo. Incluso, tuvo el descaro de poner su firma por encima de todas las demás, que aparecen en orden alfabético.

Los que redactaron la declaración había leído, obviamente, la Declaración estadounidense de Independencia antes de redactar la suya. Calcaron el esquema general. No está escrita en la estructura de un documento histórico, sino como un documento con una misión: para convencer a las naciones del mundo de reconocer nuestro Estado.

La introducción es una repetición del esloganes sionistas. Pretende establecer hechos históricos, por muy dudosos que sean estos hechos.

Por ejemplo, empieza con las palabras: “La tierra de Israel es el lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí se ha conformado su identidad espiritual, religiosa y política”.

Bien, no del todo. Me enseñaron en el colegio que Dios prometió a Abraham la tierra cuando estaba aún en Mesopotamia. Los diez mandamientos nos los dió Dios personalmente en el Monte Sinaí, que está en Egipto. El más importante de los dos Talmud se escribió en Babilonia. Es verdad que la Biblia hebrea fue compuesta en el país, pero la mayoría de los textos religiosos del judaísmo fueron escritos en el “exilio”.

“Los judíos procuraron en cada una de las sucesivas generaciones, volver a establecerse en su antigua tierra…”. Eso es una chuminada. Definitivamente no fue así. Por ejemplo, cuando los judíos fueron expulsados de la España católica en 1492, la gran mayoría de ellos fueron a países del mundo musulmán, y sólo un puñado llegó a asentarse en Palestina.

El sionismo, el movimiento para establecer una nación judía en Palestina, se fundó sólo al final del siglo XIX, cuando el antisemitismo se convirtió en una fuerza política en toda Europa, y los fundadores preveían los desastres que estaban por venir.

La Declaración enfatiza, desde luego, la Historia reciente: “El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobóuna resolución que pide establecer un Estado Judío en la Tierra de Israel…”

Eso es una falsedad de gran calibre. La resolución de Naciones Unidas pidió establecer DOS estados: uno árabe y otro judía (y una zona separada para Jerusalén). Omitir la petición para establecer un Estado árabe cambia completamente el carácter de la resolución.

Eso era intencionado, desde luego. Ben -Gurión ya mantenía contactos secretos con el rey Abdulá de Jordania que quería anexionar Cisjordania a su reina. A Ben-Gurión le parecía bien.

Ben-Gurión consideraba como objetivo prioritario eliminar todo rastro de una nación árabe palestina

Ben-Gurión consideraba como objetivo prioritario eliminar todo rastro de una nación árabe palestina aparte. La anexión de Cisjordania por el rey Abdulá recibió su tácito visto bueno, incluso antes de que el primer soldado jordano entrara al país, aparentemente para salvar a los árabes del Estado judío.

Es el momento de considerar estas dos palabras con tanto peso: “Estado judío”.

Antes de la creación de Israel, cuando hablábamos de nuestro Estado futuro, casi todos los que estábamos aquí usábamos las palabras “Estado hebreo”. Era lo que se gritaba en innumerables manifestaciones en la calle, era lo que se escribía en los periódicos y se pedía en los discursos políticos.

No era una decisión ideológica. Es verdad que había un minúsculo grupo de jóvenes escritores y artistas, al que le pusieron de mote “los Canaanitas”, que proclama el nacimiento de una nueva “nación hebrea” y no quería tener nada que ver con los judíos en la diáspora. Algunos otros grupos, entre ellos uno que fundé yo, expresaban ideas similares sin llegar a conclusiones tan absurdas.

Pero también en el habla coloquial, la gente distinguía claramente entre “hebreo” (las cosas en el país, como la agricultura hebrea, las fuerzas de defensa hebreas, etc) y “judío” (como religión judía, tradiciones judías, etcétera).

¿Por qué, pues, “Estado judío”? Es muy sencillo: para la Administración británica, la población de Palestina se componía de judíos y árabes. El plan de partición de Naciones Unidas hablaba de un Estado judío y otro árabe. La “Declaración de la Independencia” se esforzaba mucho para subrayar que únicamente cumplía con la decisión de Naciones Unidas. Por eso decía: “Declaramos con la presente el establecimiento de un Estado judío, que se conocerá como Estado de Israel”.

(Nótese: “un” Estado judío, no “el” Estado judío).

La Declaración en original reza «comunidad hebrea» y la traducción oficial dice “comunidad judía»

Estas palabras inocentes se han citado millones de veces para justificar el argumento de que Israel es un Estado “judío”, en el que los judíos tienen derechos y privilegios especiales. Hoy, eso se acepta sin cuestionarlo.

Sin embargo, se ignora por lo general que uno de los párrafos, que promete “extender nuestra mano a todos los Estados vecinos”, pide – en el original hebreo – la cooperación con “el pueblo hebreo soberano”. La traducción oficial lo falsea de forma flagrante, al poner “el pueblo soberano judío”.

En la frase principal en el original hebreo, los firmantes se identifican a si mismos como “representantes de la comunidad hebrea en la Tierra de Israel…”. La traducción oficial dice “comunidad judía en la Tierra de Israel”.
 
Uno debe darle las gracias a Ben Gurion por el hecho de que Dios no aparezca en absoluto en el documento. Después de un agotador combate con la entonces pequeña facción religiosa, la única alusión religiosa es “la piedra de Israel”, frase que es una apelación de Dios, pero que también puede ser entendida de otra manera.
 
Una llamativa omisión es el chocante hecho de que la declaración no hace mención alguna a las fronteras del nuevo Estado.
 
El plan de participación de Naciones Unidas diseñó fronteras muy claras. Durante la guerra de 1948, nuestro bando conquistó considerablemente más territorio. Al final, se estableció la así llamada “Línea verde”.
 
La Declaración no hace mención de fronteras, y hasta hoy, Israel es el único Estado en el mundo que no tiene fronteras oficiales.
 
En esto, como en la mayoría de los asuntos, Ben-Gurion trazó la senda a la que Israel ha seguido hasta nuestros días.

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