Opinión

Provenzano ha muerto

Saverio Lodato
Saverio Lodato
· 6 minutos

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Con Bernardo Provenzano se va uno de los últimos grandes Mafiosos de Estado que durante décadas alimentaron la leyenda según la cual Cosa Nostra era una realidad criminal autosuficiente, impermeable a los condicionamientos externos, hostil y contrapuesta a las instituciones y a sus representantes. Bonito cuento, atormentada visión de las cosas, materia ideal para la infinita retórica que sobre este asunto ha contagiado a los italianos. Pero visión imaginaria en todo caso.

El Provenzano que a lo largo de 43 años escapó una y otra vez, volviéndose invisible, inasible, intocable, no contaba con la asistencia de Santos en el Paraíso, siendo como era Sicilia su verdadero Paraíso en la tierra; donde de palabra todos hacían amago de buscarlo, pero volvían la cara y miraban para otro lado si por causalidad lo encontraban.

Así fue. Y es inútil tratar de adornar los hechos.

Medio siglo de contumacia pudo de hecho ser una realidad solo tejiendo una red infinita de delitos, complicidad, alianzas, favores, mantenimiento de secretos, recados, corrupción, en una lógica de compromiso permanente con el Poder, con los Poderes, todos aquellos los cuales Provenzano tuvo que tratar.
Poderes criminales, poderes políticos, poderes económicos, poderes bancarios, poderes religiosos, poderes ocultos, poderes de Estado, los poderes torcidos que fueran.

Se fabricó la fama del mafioso bueno. La fama del mafioso que, de cara a los atentados del 92-94, paró los pies, quiso oponer a los actos de Cosa Nostra toda su contrariedad, salvo que después obedeció a la cruel llamada de Totò Riina y de su cuñado, Leoluca Bagarella, porque nunca fue capaz de hacer el «gran rechazo». Y las cadenas perpetuas que cayeron sobre él son la prueba.

Tampoco sobre tal propósito tiene sentido tratar de maquillar demasiado la realidad. No es casualidad, de hecho, que desde el 15 de enero de 1993, el día que terminó esposado Totò Riina, después de una persecución que duró «tan solo» 30 años, la paz mafiosa empezara a reinar en Sicilia para otros tres lustros.

Todos los expertos saben que la sugerencia de capturar a Totò Riina vino directamente de Provenzano

«Desde hoy, todos mudos y a cubierto», fue la orden dictada por el capo corleonés a aquel «pueblo» criminal traumatizado en la misma medida por la crueldad gratuita de sus líderes y por los golpes represivos de las fuerzas del orden que aquella crueldad propició tras un siglo de complicidad.

Todos los expertos saben perfectamente que la sugerencia de capturar a Totò Riina vino directamente de Provenzano y de su entorno. Los valientes carabinieri, sobre los cuales recayó todo el mérito de la «pesca milagrosa» en la calle Bernini, donde cayó Riina, no fueron -como diría el antiguo filósofo Zenón- del punto A al punto B, sino del punto B al punto C, puesto que en la casilla inicial estaba él a todos los efectos, ‘u’ zu Binnu, «el tío Binnu» Provenzano, quien había entendido que los tiempos estaban cambiando. Y por eso había decidido desvelar dónde se escondía el punto B, alias Riina. Pero esto, desgraciadamente, no se puede decir.

La opinión pública quería respuestas tras los asesinatos de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.
Aquellos políticos que sabían exactamente todo aquello que sobre ellos sabía el boss de Cosa Nostra estaban literalmente aterrorizados. A partir de ahí, además, surgieron todos los puntos de la Negociación, que no por casualidad terminaron siendo objeto de un proceso en el que entre tantos «cuellos blancos» vemos hoy a Riina y a Provenzano como imputados.

Pero volvamos a aquella época. El mundo ya miraba a Italia con desconcierto y estupor.

Se imponía una tregua. Las armas debían callar. Se pedía a gritos una mafia silenciosa, con la cual negociar con calma, sin el atosigamiento de las extenuantes campañas periodísticas y mediáticas (que todavía hoy se llevan a cabo). Y fue un ministro de la República, justo en aquellos años, quien declaró aquello que en el pasado habría sonado como una maldición: «debemos convivir con la mafia».

Provenzano deviene entonces en «el hombre nuevo», y «el hombre bueno» al cual correspondía el milagro de hacer olvidar la existencia misma de Cosa Nostra. De hacer apagar los focos. De debilitar la voz de los habituales «Grillos parlantes» de la antimafia. Que introduce el sobrio epistolario representado por los pizzini, los papelitos con los cuales regular el gran tráfico de los negocios que, ya sin derramamiento de sangre, volvían a florecer por todo lo alto.

Solo a la familia corleonesa se le permitía participar en la «Cúpula» de Cosa Nostra con dos representantes

Y la prueba es que Totò Riina, ya detenido, en varias ocasiones no renunció a juicios de desprecio hacia su fiel seguidor de un tiempo, ya sea por su «traición» ya sea porque envidiaba un poco el nuevo papel que las instituciones le habían tejido a su medida, dejándolo en libertad.

Tommaso Buscetta me habló, poco antes de morir, de los lejanos años 50 y 60, cuando la mala progenie mafiosa corleonesa empezaba a encontrarse en el centro de atención. Y, en concreto, me contó que solo a la «familia» corleonesa se le reconocía el derecho a participar en las reuniones de la «cúpula» de Cosa Nostra, no con uno sino con dos representantes: Riina y Provenzano.

Buscetta iba más allá, sospechando que entre una reunión y otra de la «cúpula», en la cual raramente participaban ambos, uno de los dos hablaba con «el exterior» de temas tratados y decisiones adoptadas en aquel Olimpo criminal.

Murió dentro de la patria carcelaria, gravemente enfermo y no muy en sus cabales. Pero fue un Hombre de Honor

>Buscetta sabía de qué hablaba. Ya desde entonces, mucho mejor que algunos profesores e historiadores, había notado el olor a azufre que desprendían algunos «uniformes».

El resto ya se sabe: que Provenzano, por ejemplo, comía miel, queso y achicoria.

Murió – querríamos decir, si no fuera una expresión tan basta – como debía morir uno de su rango: dentro de la patria carcelaria y, además, gravemente enfermo y no muy en sus cabales. Pero fue un Hombre de Honor.
Que no vio nada, no supo nada, no dijo nada. Y por ello, el Estado-Mafia le estará eternamente agradecido.

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