Opinión

El hombre naranja

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Pues aquí estamos. O Donald Trump o Hillary Clinton será nuestro siguiente presidente.

¿”Nuestro”? Yo no soy un ciudadano estadounidense, ni tengo ganas de serlo.

Pero vivo en un mundo en el cual EEUU es la superpotencia exclusiva, y en el cual cada decisión de la administración estadounidense tiene un impacto en la vida de cada ser humano.

Para mí, como ciudadano de Israel, ese impacto es mucho mayor que para muchos y mucho más inmediato. Acabo de ver una caricatura que muestra a ambos, Trump y Hillary, arrastrándose por el suelo y lamiendo las botas de un soldado israelí. Esto no es demasiado exagerado.

Ambos candidatos claman ser firmes partidarios de “Israel”. ¿Pero qué significa eso? ¿Apoyan a todos los sectores de la sociedad israelí?

Apoyar a Netanyahu y a su coalición significa actuar en mi contra y contra millones de israelíes

Desde luego que no. Apoyan una cierta parte de Israel: el Gobierno de extrema derecha de Benjamin Netanyahu, receptor del apoyo de los judíos estadounidenses multimillonarios que contribuyen a sus arcas.

Apoyar a Netanyahu y a sus compañeros de coalición, más derechista aún, significa actuar en mi contra y en la de millones de otros israelíes que pueden ver que Netanyahu está llevando a nuestro Estado al desastre.

Sin embargo, no tengo derecho a voto. Es un caso claro de “no representación”, impuesto sobre mí y millones de seres humanos.

Sea como fuere, tengo un interés claro en estas elecciones. Así que quiero, al menos, expresar mi opinión.

Justo al principio, escribí que Donald Trump me recordaba de alguna forma a Adolf Hitler.

Ahora, después de todas las primarias y convenciones, cuando la carrera adquiere su forma definitiva, me temo que debo repetir ese terrible análisis.

Por supuesto, hay grandes diferencias. El hombre parece distinto. Tiene pelo naranja. Su lenguaje corporal es diferente, al igual que su estilo de dirigirse a la gente.

Diferentes épocas. Distintos países. Diferentes circunstancias.

En toda la campaña de Trump, siempre está el “Yo”. Trump vendrá. Trump lo arreglará todo

Y, ante todo, medios de comunicación distintos. Hitler era un producto de la radio. Era su voz, un instrumento único, lo que conquistó a las masas germanas. Me han contado que los jóvenes alemanes de hoy en día se mueren de risa cuando escuchan antiguos audios de discursos de Hitler.

Trump es una creación de la era de la televisión. Domina la pequeña pantalla. Gana a todos sus rivales en la tele. Le daría fácilmente una paliza a Hillary en la televisión. Si la batalla se estuviese librando solo en la televisión, ya estaría decidida.

La similitud entre Trump y Hitler existe a un nivel distinto.

En el centro de toda la campaña de Trump, una palabra siempre estaba ahí, una letra de hecho: “I” (“Yo”). No hay un “Nosotros”. No hay una ideología normal. No hay un programa real.

Todo es sobre “Yo”, sobre Trump. Trump vendrá. Trump lo arreglará todo.

Esa era la esencia del hitlerismo también. El hombre no tenía ningún programa real. (Vale, había algo llamado “Los 24 puntos”, elaborado por los ideólogos del partido, pero Hitler los ignoraba completamente. En un momento de desesperación, exclamó: “Ojalá nunca hubiesen existido”.

Eso también era aplicable al hombre que inventó el fascismo: Benito Mussolini. El dictador italiano, el profesor de Hitler en varios sentidos, tampoco conocía la palabra “nosotros”. El primero de los “diez mandamientos” del fascismo era: “Mussolini está siempre en lo cierto”. Lo mismo con Trump.

La posición central absoluta del líder es el sello distintivo del fascismo. El programa de Trump es Trump.

Siendo esto así, ninguna de las declaraciones y discursos políticos de Trump tiene importancia. Los expertos que los han analizado, que les han dado vueltas y vueltas, que han buscado mensajes ocultos, solo están perdiendo su tiempo. No hay ningún significado real, ni claro ni oculto.

Mein Kampf es aburrido pero incluye capítulos sobre “la propaganda” que son fascinantes

Las declaraciones están hechas en el calor del momento porque se le vinieron a Trump a la cabeza en ese momento. Se le olvidan al día siguiente, a veces los sustituye por todo lo contrario. Son un instrumento, nada más.

Por eso es fácil descubrir a Trump cuando dice una mentira. He visto listas de decenas de ellas, una más evidente que la otra.

Ahí tenemos de nuevo un ejemplo de Adolf Hitler. En su libro Mein Kampf (“Mi lucha”) habla abiertamente sobre esto. El libro en sí es demasiado aburrido, el producto de una mente de tercera fila, pero incluye varios capítulos sobre “la propaganda” que son fascinantes.

(Mucha gente le atribuye a Joseph Goebbels la invención de la propaganda nazi, pero el “pequeño doctor” solo era un discípulo del mismo Fuehrer).

Como un soldado de primera línea a lo largo de los cuatro años de la Primera Guerra Mundial (aunque nunca fue ascendido más allá de cabo primero), Hitler estaba inmensamente impresionado por los esfuerzos de propaganda británica dirigida al frente alemán. Hitler admiraba los eslóganes británicos, que para él eran un montón de mentiras. Una de sus conclusiones era que cuanto mayor es la mentira, mayores son las posibilidades de ser creída, ya que una persona simple no puede imaginar que alguien se atreva a mentir tanto.

(En realidad, Hitler sobreestimó enormemente la efectividad de la propaganda británica. Solo empezó a tener efecto cuando los frentes germanos estaban ya desmoronándose).

Parece que no hay ninguna mentira que sea demasiado grande para Donald Trump. A sus seguidores les da igual. La verdad no significa nada para ellos. Trump se la lleva por delante todo el tiempo.

Hillary Clinton es una política buena y normal. Su característica excelente es que es una mujer. Eso, por sí solo, es muy importante. Aunque Golda Meir me enseñó que una mujer puede ser tan catastrófica como un hombre.

Trump parece admirar a Putin, aunque sea todo lo contrario al calculador exfuncionario de la KGB

Uno puede, a ciencia cierta, imaginar lo que podría ser la presidencia de Hillary Clinton. Es de fiar, predecible. Más de lo mismo, aunque sin el encanto de Barack (¡y Michelle!) Obama.

Nadie puede predecir una presidencia de Trump. Cada previsión es un salto al vacío.

Una cosa parece cierta: su admiración a Vladimir Putin. Trump parece admirarle aunque sea todo lo contrario al frío, calculador, audaz pero cauto exfuncionario de la KGB.

No hay mucha evidencia de que la admiración sea mutua, pero parece cierto que el actual sucesor de la KGB está interfiriendo activamente en las elecciones estadounidenses, haciendo lo máximo para ayudar a Trump y para sabotear a Hillary.

Trump ya ha dicho que no iría automáticamente a ayudar a Letonia, si este país soviético y ahora miembro de la OTAN fuera atacado por Rusia. ¿Ha pagado Letonia por su defensa?

(“Señor presidente, el Ejército ruso acaba de invadir Letonia! ¿Vamos a enviar allí a nuestras tropas?” – “¡Espera, espera! Primero verifica si los malditos letones has pagado sus cuotas a la OTAN”).
Un acercamiento entre EEUU y Rusia puede ser algo bueno. La actual enemistad impulsiva de EEUU hacia todo lo ruso es un resto de la Guerra Fría y es malo para el mundo entero. No veo por qué las dos potencias no pueden cooperar en varios campos.

Los alemanes que votaron a Hitler y su partido en 1933 no soñaban con una II Guerra Mundial

Hacia la tercera potencia, China, la actitud de Trump es totalmente contraria. Quiere anular los acuerdos de comercio y traer el trabajo a casa. Incluso yo, un no-economista, puedo darme cuenta de que eso es un sinsentido.

Y así sucesivamente. Es todo como ver a un hombre a punto de tirarse desde la azotea por pura curiosidad.

Los alemanes que votaron a Hitler y su partido en abril de 1933 no soñaban con una Segunda Guerra Mundial, aunque Hitler estaba determinado a conquistar el este de Europa y liberarlo para la colonización alemana. Estaba hipnotizados por la personalidad de Hitler. Y –a diferencia del presidente de EE UU- el canciller alemán no era el líder más importante del mundo.

No me gusta la elección del mal menor. En veinte campañas electorales israelíes (excepto las cuatro en las que yo mismos era candidato), he votado a partido que no me gustaban mucho y a candidatos en los que no confiaba en absoluto.

Pero esta es ley de vida. Si no hay un candidato que te convence, eliges al que puede causar daños mínimos. En 1933, mi padre votó a un partido alemán conservador porque creyó que ellos eran los únicos que tenían una oportunidad para pararle los pies a los nazis. Como dijo una vez Pierre Mendes France: “Vivir es elegir”.

Id a votar a favor de Hillary, tanto si os gusta como si no. Los gustos no vienen al caso ahora

Quiero decirles a todos mis amigos estadounidenses: id a votar a favor de Hillary, tanto si os gusta como si no. Los gustos no vienen al caso ahora.

No os quedéis en casa. No votar significa votar por Trump.

Una vieja broma judía habla sobre un judío rico que era odiado por toda la comunidad. Cuando murió, nadie estaba preparado para dar el discurso fúnebre, en el que solo está permitido, por costumbre, decir cosas positivas. Por fin una persona es voluntaria.

“Todos sabemos que el querido fallecido era una persona horrible”, dijo. “Pero en comparación con su hijo, era un ángel!”.

Bueno, Hillary Clinton no se horrible. Es una candidata aceptable. Pero en comparación con Donald Trump, ella es un ángel.

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