Reportaje

Niños soldados contra el Daesh

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 9 minutos
Un combatiente de la milicia del jeque Nazar en Haj Ali (Iraq) Ago 2016 | © Diego Ibarra
Un combatiente de la milicia del jeque Nazar
en Haj Ali (Iraq) Ago 2016 | © Diego Ibarra

Makhmour  (Iraq) | Agosto 2016

Con quince años recién cumplidos, ha combatido ya en dos batallas para liberar los pueblos al sureste de Mosul de la tiranía de Daesh. Alí Husein no se amilana ante los hombres de la enseña negra. Muestra una gran habilidad para armar y desarmar todo tipo de rifles, sin errar el tiro. Su uniforme militar de color caqui y las gafas de sol estilo aviador, que le ha regalado su “amigo” norteamericano, le dan un aspecto de tipo duro.

Este adolescente al que le ha tocado crecer a contrarreloj es el más joven de los veinte reclutas menores de edad de la milicia del jeque Nazhan Sajar, uno de los tantos grupos de combatientes de las tribus suníes, conocidos como Hashd Watani.

Emulando la estrategia del general David Petraeus en 2006, el creado de los “Sahwa” (los Consejos del Despertar), Estados Unidos, a través de un acuerdo con Bagdad, está formando a cientos de unidades de las tribus suníes para luchar contra el Estado Islámico en Mosul.

«Como soy pariente del jeque me cogieron como rehén para presionarle cuando los atacaban”

Alí ingresó en la milicia hace ocho meses, después de vivir un año y siete meses bajo el yugo del Estado Islámico en el pueblo de Haj Ali. Durante más de 45 días recibió formación especializada en técnicas de combate en zona urbana, desactivación de explosivos, y manejo de todo tipo de armas de fuego, en la base estadounidense Camp Swift, en la localidad de Makhmour, unos 65 kilómetros al sur de Mosul.

En más de una ocasión, Alí fue capturado por los yihadistas para ser usada como moneda de cambio cuando los milicianos del jeque Sajar les pisaban los talones. “Como soy pariente del jeque me cogieron como rehén para presionarle cada vez que sus hombres los atacaban”, explica el niño soldado.

Hace pocas semanas, el joven perdió su padre, también combatiente, que murió al intentar desactivar un explosivo que estaba oculto en un vehículo. “Estoy luchando por mi padre”, manifiesta ahora. “Ahora soy el cabeza de familia y tengo que proteger a mi madre y a mis seis hermanos”.

Ibrahim, de 16 años, sube a una ranchera del tipo pick-up. Pertrechado con un rifle kalashnikov, que aún no sabe manejar, se dirige con otros combatientes al frente. Hace un mes que ingresó en las filas de la milicia de jeque Sajar pero todavía no ha recibido el curso de formación que imparten las fuerzas especiales de EE UU.

«Hubo gente del pueblo que fue reclutada por Daesh y ahora estamos luchando contra ellos»

Como la mayoría de los jóvenes reclutas suníes, Ibrahim tiene motivos personales para luchar contra el Daesh. Su padre era un militar retirado del ejército iraquí y regentaba una tienda de ultramarinos en Haj Ali. Los yihadistas dieron la orden de caza y captura a todos los soldados iraquíes y el padre de Ibrahim consiguió huir después de meses de estar ocultándose en casas de vecinos y familiares. Pero los hombres de Abu Baker al Baghdadi tomaron represalias contra su familia. “Ejecutaron a mi tío y a mi abuelo y después los colgaron de un gancho de carnicero en la puerta del ultramarinos”, relata Ibrahim que vio con sus propios ojos aquel grotesco espectáculo.

“Fueron dos años muy duros. Es como si de repente hubiéramos regresado a la Edad Media”, lamenta el recluta adolescente. “En las mezquitas intentaban convencer a los jóvenes para que nos uniéramos a ellos. Hubo gente del pueblo que fue reclutada por Daesh y ahora estamos luchando contra ellos, contra nuestra propia gente”, confiesa Ibrahim.

Sajar tuvo que aliarse con el Ejército iraquí para que sus 320 combatientes recibieran salario y armas

Hace apenas dos meses que los hombres del jeque Sajar liberaron la localidad de Haj Ali, pero los yihadistas aún no se han resignado a haber perdido la batalla y cada noche los milicianos suníes permanecen vigilantes a la espera de un nuevo ataque.

Los combatientes hacen turnos por la noche en un improvisado cuartel militar, una vivienda abandonada de tres plantas, desde donde se puede divisar la línea enemiga. La localidad de Gayara, justo en la otra orilla del rio Tigris que baña ambas localidades, ha sido recientemente conquistada por las tropas regulares iraquíes, lo que ha reducido los ataques. Pero aún resisten en la zona bolsas de yihadistas.

A regañadientes, el jeque Sajar tuvo que aliarse con el Ejército iraquí para que sus 320 combatientes recibieran un salario y armas. “Al principio nos pagaban 750.000 dinares iraquíes (alrededor de 600 dólares) pero después lo redujeron a la mitad y desde hace unos meses no estamos cobrando nada”, se queja Omar, que hace de enlace entre la milicia y las asesores militares norteamericanos en Makhmour.

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“Nos entregaron 125 kalashnikovs de la primera guerra del Golfo (la guerra de Irán-Irak en la década de los 80). Éste es todo el armamento que nos ha dado Bagdad”, señala con desprecio. Pero, por otro lado, los hombres de Sajar cuentan con un nutrido arsenal de ametralladores de calibre 14´5, y rifles de francotirador Dragunov, que ha adquirido por otros cauces.

Al jeque le gusta que lo vean como un hombre sencillo: dice ser un pastor de cabras. Pero desde hace más de una década, Sajar ha prestado sus servicios a las fuerzas de Estados Unidos. Este líder de la tribu suní Lehib, oriunda de Mosul, es un veterano de guerra que luchó en su día en los Sahwa para derrocar a Al Qaeda en Iraq, predecesora del Estado Islámico. Sajar se encargó de la logística y materiales de construcción de la antigua base aérea de Sadam Husein en Gayara que fue utilizada como aeropuerto militar de las fuerzas estadounidenses tras la invasión de Iraq, en 2003.

«La región de Mosul pertenece a las tribus suníes, pero Bagdad quiere dársela a los chiíes»

El líder suní no oculta su frustración con Bagdad y con el primer ministro, Haider Abadi, chií, cercano a Teherán y exiliado en la época de Sadam, como todos sus antecesores en el cargo desde la invasión de 2003. Sajar cree que su intención es marginar a la población suní y dar protagonismo en la conquista de Mosul a las milicias chiíes, conocidas como Hashd Chaabi. Se trata de un movimiento creado en 2014 bajo el mando del entonces primer ministro Nuri Maliki, que ha absorbido varios grupos armados chiíes, como el Ejército del Mahdi del clérigo Muqtada Sadr, y que hoy cuenta con unos 100.000 hombres. En grandes zonas de Iraq representa el verdadero poder, aunque formalmente está aliado al Ejército.

“No fuimos avisados de la ofensiva de Gayara”, discrepa el jeque Sajar. “Ésta es nuestra tierra, la región de Mosul pertenece a las tribus suníes, pero Bagdad quiere dársela a los chiíes. Abadi quiere que sus tropas sean las únicas que liberen Mosul, sin contar con las tribus suníes ni con los peshmerga. ¿Y quién es el Ejército iraquí? Todos los oficiales al mando son chiíes y a la vanguardia de las operaciones contra Daesh están los chiíes de Hashd Chaabi”, se queja el jeque suní.

“Esperamos que Estados Unidos le haga cambiar de parecer a Abadi. Confío en ellos. Estados Unidos buscará la solución para Mosul. De momento, hemos conseguido la palabra de Bagdad de que una vez que la ciudad sea liberada habrá 15.000 suníes que se integrarán en los Cuerpos de Seguridad de Mosul, y la misma proporción en el Ejército”, dice Sajar. Reconoce que cuando el Daesh llegó a Mosul hubo muchos que los vieron como la salvación. “Pensamos que marcharían a Bagdad a derrocar el gobierno de Maliki. Pero luego resultó que eran lo mismo o peor que Al Qaeda», añade.

«Aquí vienen las milicias y se llevan a los chicos que han llegado solos sin su familia»

El Estado Islámico supo sacar partido de la situación de marginalidad de la comunidad suní para hacerse fuerte. El mismo sentimiento de rencor lo han heredado las nuevas generaciones. En los campamentos de refugiados en el Kurdistán iraquí, los más jóvenes están siendo reclutados por las milicias suníes. En el campamento de Debaga, a unos 15 kilómetros de Erbil, los chavales quieren entrar como voluntarios para ir a luchar a Mosul.

“Estamos preocupados. Aquí vienen las milicias y se llevan a los chicos que han llegado solos sin su familia. No podemos hacer nada porque ellos piden ir a luchar”, lamenta Mohamed, un trabajador social, que tiene al cargo a 47 menores que han huido solos de Mosul y de otras localidades cercanas como Gayara.

Abd Razaq, de 16 años, se recupera de unas heridas de bala en el pie derecho. El joven soldado participó hace un mes en la batalla para liberar su aldea natal, Nasar (cerca de Makhmour) con la milicia del jeque Fares, que cuenta con 500 combatientes suníes.

“Estaba a 50 metros del Daesh y un francotirador me disparó. Afortunadamente, solo me atravesó el pie”, explica Abd Razaq. “Cuando me recupere volveré a luchar”.

Abu Ala, de 15 años, llegó hace unas semanas al campamento de Debaga, tras escapar de Gayara. “Mi deseo es unirme a las Hashd Watani para liberar Mosul. Es nuestra tierra. No queremos que otra vez pase lo mismo que con las fuerzas de Maliki”, desafía el adolescente suní.

De momento, tanto los suníes de Hashd Watani como los chiíes de Hashd Chaabi tienen un enemigo común, el Daesh. Pero el objetivo común, la conquista de Mosul, ya los empieza a enfrentar. Una vez que caiga la ciudad, el tenebroso espectro de la violencia sectaria planeará de nuevo sobre Iraq.

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