Opinión

Sí se puede

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Durante la II Guerra Mundial, cuando los cazabombarderos alemanes aterrorizaban Inglaterra, un pequeño grupo de valientes aviadores se enfrentaba a ellos todos los días. Su esperanza de vida se calculaba en días.

Una vez, un genio en el Ministerio de Propaganda diseñó un cartel: “Quién tiene miedo a la Luftwaffe alemana?”

Cuando el cartel se colocó en una de las bases aéreas de las Fuerzas Aéreas británicas, una mano anónima escribió debajo: “Firme aquí”.

En pocas horas, todos los aviadores habían firmado.

Estos era los hombres de los que Winston Churchill dijo: “Nunca antes tanta gente ha debido tanto a tan pocos”.

Si hoy día alguien diseñara un cartel para preguntar “¿Quién tiene miedo a los colonos?”, yo sería el primero en firmar.

Tengo miedo. No por mí. Por el Estado de Israel. Por todo lo que hemos construido en los últimos 120 años.

Últimamente, cada vez más personas en Israel y en todo el mundo dicen que la solución de los Dos Estados está muerta.

Finito, kaput. Los colonos la han matado.

Los asentamientos, aseguraban hace 40 años, han desembocado en una situación “irreversible”

La paz está acabada. No podemos hacer nada frente a eso. Solo podemos sentarnos en nuestros confortables sillones frente al televisor, suspirar profundamente, darle un trago a la copa y decirnos: “Los asentamientos son irreversibles”.

¿Cuándo escuché yo eso por primera vez?

Hace unos 40 años – o tal vez haga 50 – , un conocido historiador israelí, Meron Benvenisti, usaba esta frase por primera vez. Los asentamientos, aseguraba, han desembocado en una situación “irreversible”. Nada de una solución de Dos Estados, como la que exigían mis amigos y yo. Lo siento, irreversible. En esos momentos había menos de cien mil colonos en Cisjordania, la Franja de Gaza y algunos incluso en el Sinaí.

Ahora, este eslogan se puede escuchar en todas partes. Irreversible. La simple masa de colonos ha convertido la solución de los Dos Estados en un castillo en el aire.

Se dice que ahora hay unos 450.000 colonos en Cisjordania, y otros 150.000 más en la Jerusalén Este ocupada.

No se puede evacuar a 450.000 colonos sin una guerra civil de judíos contra judíos, dicen

No se les puede evacuar sin una guerra civil de judíos contra judíos.

Dejemos de hablar, pues, de la solución de los Dos Estados. Pensemos en algo diferente. ¿Una solución de Estado Único? ¿Un Estado de apartheid? ¿Ninguna solución? ¿Un conflicto eterno?

Yo no creo que existan problemas humanos que no tengan solución.

No creo que la desesperación sea un buen consejero, aunque pueda ser uno confortable.

Yo no creo que nada en la vida sea “irreversible”. Salvo la muerte.

Si uno se encuentra frente a un problema que parece irresoluble, lo que tiene que hacer es mirarlo, analizar y considerar qué vías de solución hay.

Se dice que el general Bernard Montgomery, el comandante británico en África del Norte, tenía una fotografía de su adversario, el legendario general alemán Erwin Rommel, en su mesa en el cuartel central. A sus visitantes sorprendidos les explicaba: “Quiero preguntarme en todo momento: ¿Qué piensa él?”

Si intentamos imaginar a los colonos, nos vemos ante una masa de 650.000 fanáticos, cuyo número crece cada día. Asusta de verdad. Pero no es una verdad que asuste.

No existe una masa única de colonos. Hay varios tipos. Tenemos que desmenuzar el problema

No existe una masa única de colonos. Hay varios tipos. Si queremos diseñar una manera de superar este problema, primero tenemos que desmenuzarlo.

Echemos un vistazo a los diversos grupos, uno por uno.

En primer lugar están los colonos “de la calidad de vida”. Van a Cisjordania, encuentran un lugar rodeado por pintorescas aldeas árabes y se asientan allí en terrenos que probablemente sean propiedad de algún aldeano árabe. Desde sus ventanas observan hermosos minaretes y olivos, escuchan la llamada a la oración y están felices. Consiguen el terreno gratis o casi gratis.

Vamos a llamarlos Grupo I.

Dado que no son fanáticos, no será demasiado complicado reasentarlos en Israel propiamente dicha. Si les encontramos un lugar bonito y les damos un montón de dinero, saldrán de Cisjordania sin poner demasiadas pegas.

Luego están los “asentamientos en la frontera”. Allí, los colonos viven en ciudades y aldeas muy cercanas a la antigua Línea Verde, la frontera anterior a 1967, que aún es la frontera legal del Estado de Israel. La mayoría de los colonos vive allí.

Hay un acuerdo tácito entre Israel y los palestinos de que estos asentamientos se incluirán en el “intercambio de territorios” que prevé prácticamente cualquiera que se ocupe de la la solución de los Dos Estados.

La base es un intercambio 1 a 1, de igual valor. Por ejemplo, a cambio por estos “bloques de asentamientos”, Israel podría ceder territorio a lo largo de la Franja de Gaza. Los hijos e hijas de las familias en la Franja, la zona más superpoblada del mundo, se alegrarían de la posibilidad de construir sus hogares cerca de sus familias.

Llamemos este tipo de colonos “Grupo II”.

A este grupo pertenecen muchos de los colonos ultraortodoxos a los que no les importa gran cosa la localidad. Simplemente tienen familias muy grandes, siguiendo los mandamientos de Dios. Además necesitan vivir juntos en comunidades apretujadas, dado que muchos de estos mandamientos de su fe exigen instituciones compartidas.

Mientras los colonos sientan que la mayoría los apoya, solo se les puede evacuar por la fuerza

Los ultraortodoxos (jaredíes, lo que en hebreo significa ‘Los que tiemblan ante Dios’) viven en barriadas terriblemente superpobladas en Israel, en Jerusalén Oeste, en Bnei Brak etcétera. Necesitan más tierras, y el Gobierno está encantado de dárselas… siempre que sea al otro lado de la Línea Verde. Uno de estos lugares es Modi’in Illit, frente al pueblo árabe de Bil’in, donde desde hace muchos años los vecinos se manifiestann todos los viernes contra la ocupación de sus tierras.

Y finalmente están los colonos ideológicos, los fanáticos, a los que Dios en persona envió allí. Vamos a llamarlos Grupo III.

Ellos conforman el corazón del problema.

Evacuar a este núcleo duro es un trabajo muy difícil y peligroso. Cómo de difícil será depende de varios factores.

En primer lugar: la opinión pública. Mientras estos colonos sientan que la gran mayoría de la población de Israel en conjunto los apoya, solo se les puede evacuar por la fuerza bruta. Pero la mayoría de los soldados y los policías pertenecen precisamente a esta misma mayoría de la población.

Esta batalla se puede ganar solo si antes tiene lugar un cambio en la opinión pública. Para llegar a esto hace falta un enorme trabajo político. El apoyo internacional puede ayudar. Pero no creo que ese apoyo internacional – por parte de Naciones Unidas, Estados Unidos etcétera – vaya a llegar si los israelíes no realizan cambios ellos mismos.

Los colonos llevan años de esfuerzos sistemáticos para infiltrarse en Ejército y Gobierno

Al final puede que sea necesario evacuar al núcleo duro de los colonos por la fuerza. No es algo que se pueda desear, pero es algo que puede llegar a ser inevitable.

Los colonos del Grupo III son muy conscientes de estos factores, mucho más que sus adversarios. Llevan años haciendo esfuerzos sistemáticos para infiltrarse en el Ejército, el Gobierno, la Administración civil y sobre todo en los medios de comunicación.

Este esfuerzo ha tenido mucho éxito, aunque todavía no de forma decisiva. Debe contrarrestarse con un esfuerzo similar por parte del bando por la paz.

Un factor cardinal que destaca por encima de todo es la batalla de las voluntades. Los colonos están luchando por su ideología, a la vez que por su nivel de vida.

Esto, por cierto, refleja un fenómeno histórico mundial: las poblaciones de la frontera son más duras y tienen mayor motivación que las que habitan el centro geográfico.

Si amamos lo suficiente a Israel como para alzarnos por su existencia, debemos actuar a tiempo

Un ejemplo destacado es Prusia. Al principio era una provincia fronteriza alemana con tierras muy pobres y poca cultura. Durante siglos, la cultura alemana se centraba en las ciudades acomodadas de las tierras en el corazón de Alemania. Pero a través de pura perseverancia y fuerza de voluntad, Prusia se convirtió en la región dominante en Alemania. Cuando se fundó el (segundo) Imperio alemán unificado, Prusia era la fuerza decisiva.

Más o menos lo mismo ocurría algo más al sur. Austria, una pequeña provincia fronteriza del sureste, estableció un vasto imperio en el corazón de Europa, que incluía a numerosas naciones diferentes.

Este esbozo de soluciones posibles, necesariamente breve, sólo tiene por objetivo mostrar que nada es irreversible.

Al final, todo depende de nosotros.

Si amamos lo suficiente a Israel como para alzarnos por su existencia como un Estado en el que queremos vivir y con el que nos podemos identificar, debemos actuar a tiempo.

¿No sería una pena que todos los esfuerzos y esperanzas de 120 años se hundieran en el fango de un pequeño, sórdido y despreciable Estado de apartheid?

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 7 Enero 2016 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper

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