Crítica

La gran boutade

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 8 minutos

Michel Houellebecq
Sumisión
houellebecq-sumision

Género: Novela
Editorial: Anagrama
Páginas: 284
ISBN: 978-84-3397-923-0
Precio: 19,90 €
Año: 2015
Idioma original: francés
Título original: Soumission
Traducción: Joan Riambau

 

 

Si usted dice en una conversación que la persecución de los judíos en Europa por parte del régimen nazi contribuyó enormemente a la emigración de estos a Palestina, y que la mala conciencia de los demás países por no haber evitado la masacre facilitó el voto a favor de la división de ese territorio y el reconocimiento del Estado de Israel, usted está haciendo una sólida reflexión histórica. Si afirma que en el Parlamento de Israel debería haber una estatua de homenaje a Hitler, usted está diciendo una boutade.

Boutade: dícese de una frase que condensa una reflexión justificada pero que exagera sus conclusiones y las lleva hacia lo absurdo, con ánimo de escandalizar. Es decir, esencialmente es una brillante gilipollez. Dicha con toda intención de ambas cosas.

Sumisión, a tenor de la prensa la novela más polémica de la década, es una boutade de casi 300 páginas. Pero un aforismo estirado como un chicle se convierte en perorata. Por mucho que el autor escriba con tono ágil, y juegue con perfiles atractivos. Porque falla lo esencial en literatura: el desarrollo del personaje.

No sorprende: ya en Las partículas elementales, Michel Houellebecq convirtió a un cuarentón reprimido y pajillero en el mayor follador de Francia en lo que dura un encuentro con la mujer adecuada. Aquí ocurre al revés: el protagonista, François, profesor universitario, tiene lo que aparentemente es la típica vida sexual de alguien de su clase y posición, es decir que se liga a varias estudiantes por cada curso, sin darle mayor importancia. Entre ellas una chica tan fascinante, y con una ars amatoria tan impresionante – cada una de sus felaciones habría bastado para justificar la vida de un hombre, dice el autor – que hasta el lector se enamora. Se llama Myriam. Y luego va dicho profesor François, cuando la tiene en casa en minifalda, y no le hace caso. Para luego dedicarse otra vez al porno de internet. Ya me dirán.

Gracias a los nombres reales, el libro no se lee como una lejana utopía sino como un pronóstico político

Y a través de esa vida personal en el primer plano, el lector observa los sucesos de la Francia en 2022. Una Francia que es prácticamente la nuestra: con Marine Le Pen encabezando encuestas de voto, con nombres reales de políticos (François Hollande, Manuel Valls, François Bayrou, hace un cameo hasta Jean-Luc Mélenchon…). Gracias a ese recurso, el libro no se lee como una lejana utopía sino como un pronóstico político real. Un pronóstico oscuro, violento, de aires opresivos. Con tiroteos de ametralladora en una especie de telón de fondo siempre difuso, tan difuso que no hace falta explicar qué exactamente está ocurriendo. Una atmósfera que en la escena de la huida por una autopista desolada con un futuro desconocido por delante incluso se torna en gran literatura; lástima que no pinte nada en el conjunto de la novela. Diríase que el autor tenía por ahí un fragmento apocalíptico y le apetecía meterlo en algún libro; eso pasa.

Y en ese paisaje político, prácticamente indistinguible del que usted tiene delante en estos días, lector, hay un partido de los Hermanos Musulmanes, fundado en 2017, que alcanza un 21 por ciento de intención de voto.

¿Y eso? En Francia hay un 7,5 por ciento de la población «musulmana», según cifras de Pew Research (que mete en ese saco a todo aquel que se llame Mohamed o Aïcha). Va sin decir que una parte de esa población no votaría en la vida a un partido confesional islamista. Ya, pero el partido consiguió «ampliar su apoyo más allá del marco estrictamente confesional», dice el autor, gracias a una «red de movimientos juveniles, instituciones culturales y asociaciones caritativas» «en un país en el que la miseria masiva seguía extendiéndose insoslayablemente año tras año». Y ya.

Una vez afirmado esto, la tal miseria no se asoma por ninguna página y la vida en París y fuera de ella sigue tan ricamente. Ese trece por ciento de franceses no musulmanes que por falta de recursos votan a un partido islamista que les da de comer no aparece en la novela. Michel Houellebecq se ha ahorrado el trabajo de ser verosímil.

También se lo ahorra cuando nos pinta a ese Partido Socialista dispuesto, con tal de mantenerse en el poder, a dar a los Hermanos Musulmanes carta blanca en Educación e instaurar no solo colegios confesionales sino de islamizar, de paso, la Sorbona entera. Es la única manera de no perder frente a Le Pen.

Esto debe de ser la boutade original del libro, el rasgo genial que ha permitido que la novelucha – no alcanza mayor graduación desde un punto de vista literario – se haya convertido en polémico bestseller. Houellebecq denuncia, con una cínica sonrisa, que la izquierda francesa (o lo que se llame izquierda hoy día) es capaz de aliarse con el fundamentalismo islámico, entregarle las llaves de la República laica, con tal de no renunciar al sillón presidencial, y agitando el miedo al Frente Nacional. Como si el fascismo islamista fuese menos fascismo que el aguachirri ideológico de Marine Le Pen.

Eso es exactamente lo que ocurre hoy día. Solo que sin elecciones, sin votos. Y por eso el libro de Houellebecq ha levantado ampollas.

Incluso un profesor agnóstico es capaz de convertirse. Por perversión sexual, cabe añadir

Este es el acierto del libro. El error es no explicar por qué ocurre, fingir que es natural que a la gente le guste el islam. Tan natural que incluso un profesor agnóstico (que no halla Dios ni meditando en un convento) es capaz de convertirse. Por perversión sexual, cabe añadir: después de enamorarse de Myriam (a buenas horas, minifaldas verdes), y después de irse la chica a Israel, descubrirá que ni se puede correr ya con las prostitutas… y he aquí la solución: si te haces musulmán, te pueden buscar dos o tres mujeres jovencitas y casarte con ellas, sin opción de conocerlas antes.

Como muy tarde en este punto (el final del libro), cualquier lector debería haber caído en la cuenta de que Houellebecq está de cachondeo. Que no se toma en serio lo que está contando, y que por eso no ha visto necesario ofrecernos la más mínima explicación de por qué de repente más y más chicas eligen el burka por la calle en lugar de la minifalda. Un escritor con respeto por su oficio habría intentado forzarnos a creernos su historia: habría dado un fundamento social, político, económico o psicológico a ese fenómeno de una migración masiva de Francia entera hacia el islam. Houellebecq, no. A Houellebecq le basta con una mamada mal dada.

El libro no va de la expansión del islam. El islam es un mero pretexto para caricaturizar la sociedad francesa

El error, en esencia, es nuestro: es creer que Houellebecq se ha creído su boutade. Que el libro tiene oscuras aires de predicción política. No las tiene. El autor se ha tomado el trabajo de consultar a una amiga con grados académicos – señala en una nota final – para que le salga acertado el mordaz retrato de la vida universitaria. Se agradece. No se ha tomado el trabajo de consultar a alguien que entienda de islam, de misión wahabí o del papel de la religión en las barriadas francesas: no le hacía falta.

Porque el libro no va del islam. Ni de la expansión del islam. Es algo que no le importa en absoluto al autor para su finalidad: caricaturizar a la sociedad política y académica francesa. El islam es un mero pretexto, y las cuatro pinceladas rutinarias que le aplica de manera algo forzada Houellebecq no pasan mucho del nivel de los gemidos de una profesional para hacer creer que aquello es sexo, en lugar de una transacción comercial.

Sumisión ha sido una gran transacción comercial. Lo llamativo es que todo un país se ha visto en la tesitura de hacerse, a continuación, pajas mentales.

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