Opinión

Saludos a Diana Buttu

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Hace unos días, una mujer palestina casi anónima recibió un privilegio poco común. Uno de sus artículos se publicó en la portada del periódico más reputado del mundo: el New York Times.

Los editores definieron a la autora, Diana Buttu, como “abogada y exconsejera del equipo negociador de la Organización para la Liberación de Palestina.”

Conocí a Diana Buttu cuando apareció por primera vez en la escena palestina en el año 2000, al inicio de la segunda intifada. Nació en Canadá, hija de unos inmigrantes palestinos que intentaron con todas sus fuerzas integrarse en su nueva patria, y recibió una buena educación canadiense.

La utilidad de la Autoridad Palestina es cosa del pasado. Debería desaparecer. Ahora

Cuando la lucha en los territorios ocupados se intensificó, volvió a la tierra natal de sus padres. Los participantes de Palestina en las negociaciones con Israel, que comenzaron tras el Acuerdo de Oslo, quedaron impresionados con aquella joven letrada que hablaba tan bien inglés, algo raro, y le pidieron unirse al esfuerzo nacional.

Cuando las negociaciones murieron clínicamente, Diana Buttu desapareció de mi vista. Hasta su gran reaparición la semana pasada.

La ubicación y el titular del artículo demuestran la importancia que los editores estadounidenses vieron en su argumento. El titular era “¿Necesitamos una Autoridad Palestina?” y más adelante, en otro titular: “Demos carpetazo a la Autoridad Palestina”.

El argumento de Diana Buttu seduce por su simplicidad: la utilidad de la Autoridad Palestina es cosa del pasado. Debería desaparecer. Ahora.

La Autoridad Palestina, cuenta Buttu, se fundó con un propósito concreto: negociar con Israel el fin de la ocupación y la creación del deseado Estado palestino. Por naturaleza, dicha tarea tenía un tiempo limitado.

Según el Acuerdo de Oslo, las negociaciones para el fin de la ocupación deberían haber alcanzado su objetivo en 1999. Desde entonces, han pasado dieciocho años sin que se haya producido ningún avance en busca de una solución. Lo único que ha avanzado ha sido el movimiento de asentamientos, que ha alcanzado ya unas dimensiones monstruosas.

Las fuerzas de seguridad palestinas colaboran con las israelíes para defender la ocupación

En estas condiciones, afirma Buttu, la Autoridad Palestina se ha vuelto un “subcontratista” de la ocupación. La Autoridad ayuda a Israel a oprimir a los palestinos. Es cierto, contrata a un gran número de personal educativo y médico, pero más de un tercio de su presupuesto, unos cuatro mil millones de dólares, se destina a la “seguridad”. Las fuerzas de seguridad palestinas mantienen una estrecha colaboración con sus colegas israelíes. Es decir, colaboran para defender la ocupación.

Además, Buttu se queja de la falta de democracia. Desde hace doce años, no se han celebrado elecciones. Mahmoud Abbas (Abu-Mazen) gobierna en contravención de la Constitución Palestina.

La solución que propone Buttu es sencilla: “Es hora de que la autoridad desaparezca.” Abolir la autoridad, devolver la responsabilidad para con la población palestina ocupada al ocupante israelí y adoptar un “nuevo plan de acción palestino”.

¿Qué plan de acción, exactamente?

Hasta el momento, los argumentos de Buttu eran lúcidos y lógicos. Pero a partir de este punto se vuelven confusos y vagos.

Antes de proseguir, tengo que hacer unas observaciones personales.

Soy israelí. Me defino a mí mismo como patriota israelí. Siendo hijo de la nación ocupante, no creo que tenga derecho a aconsejar a la nación ocupada.

Es verdad que he consagrado los últimos setenta y nueve años de mi vida a la consecución de la paz entre las dos naciones, una paz que, creo, es una necesidad existencial para ambas naciones. Desde el fin de la guerra de 1948, abogo por la creación de un Estado palestino independiente que vaya hombro con hombro con el Estado de Israel. Algunos de mis enemigos en la extrema derecha israelí incluso me acusan de haber inventado la “solución de dos Estados” (siendo merecedor por consiguiente del título de “traidor”.)

Pese a todo esto, siempre me he abstenido de aconsejar a los palestinos. Incluso cuando Yasser Arafat declaró públicamente en varias ocasiones que yo era su “amigo”, no me vi a mi mismo como un asesor. He expresado mis opiniones en voz alta muchas veces en presencia de palestinos, pero de ahí a dar consejos hay un largo trecho.

Es fácil para las autoridades ocupantes convertir una “protesta masiva pacífica” en una muy violenta

Ahora tampoco estoy preparado para dar consejos a los palestinos en general, ni a Diana Buttu en particular. Pero voy a tomarme la libertad de hacer algunos comentarios sobre su propuesta revolucionaria.

Tras leer su artículo por segunda y por tercera vez, tengo la impresión de que contiene una desproporción entre el diagnóstico y el medicamento.

¿Qué propone ella que hagan los palestinos?

El primer paso está claro: deshacerse de la Autoridad Palestina y devolver todos los órganos de autogobierno palestino al gobernador militar israelí.

Eso es algo sencillo. ¿Pero después qué?

Diana Buttu expresa varias propuestas generales: “Protestas masivas pacíficas”, “boicot, desinversión y sanciones”, “atender a los derechos de los refugiados palestinos” (de la guerra de 1948) y los “ciudadanos palestinos de Israel”. Menciona con aprobación que más de un tercio de los palestinos en los territorios ocupados ya apoyan una solución de un Estado único, refiriéndose a un Estado binacional.

Con el debido respeto, ¿liberarán estas soluciones, tanto juntas como cada una por separado, a los palestinos?

No hay pruebas de ello.

La experiencia demuestra que es fácil para las autoridades ocupantes convertir una “protesta masiva pacífica” en una muy violenta. Eso mismo fue lo que ocurrió en las dos intifadas, especialmente en la segunda. Todo comenzó con acciones pacíficas y entonces las autoridades ocupantes llamaron a los francotiradores. En pocos días, la intifada se volvió violenta.

El boicot mundial contra Sudáfrica fue impresionante, pero no acabó con el régimen del apartheid

¿El empleo de boicots? Existe ahora en el mundo un gran movimiento de boicot, desinversión y sanciones contra Israel. El gobierno israelí le tiene miedo y lucha contra él con todos los medios a su alcance, incluyendo los más ridículos. Pero este miedo no surge de los daños económicos que este movimiento podría causar, sino del daño que podría causar a la imagen de Israel. Esa imagen puede herir, pero no matar.

Como muchos otros, Buttu utiliza aquí el ejemplo de Sudáfrica. Este es un ejemplo imaginario. El boicot mundial fue ciertamente impresionante, pero no acabó con el régimen del apartheid. Todo esto no es más que una ilusión occidental, que refleja un desprecio por los “nativos”.

El régimen racista en Sudáfrica no fue derrocado por los extranjeros, por muy simpáticos que estos fueran, sino por aquellos “nativos” despreciados. Los negros iniciaron campañas de lucha armada (si, el gran Nelson Mandela era un “terrorista”) y huelgas masivas que hundieron la economía. El boicot internacional jugó un bienvenido papel de apoyo.

Buttu tiene grandes esperanzas puestas en los “boicots palestinos”. ¿Pueden estos boicots dañar realmente a la economía israelí? Uno siempre puede traer a un millón de trabajadores chinos.

Buttu también hace mención al tribunal internacional en La Haya. El problema es que la psicología judía se ha endurecido contra la “justicia no judía” ¿No son todos antisemitas? Israel los desprecia, al igual que despreció en su momento la resolución de Naciones Unidas.

¿Qué queda? Solo hay una única alternativa, que Buttu inteligentemente se abstiene de mencionar: el terrorismo.

Mucha gente a lo largo de la historia inició guerras de liberación, luchas violentas contra sus opresores. En la jerga israelí a eso se le llama “terrorismo”.

Ignoremos por un momento los aspectos ideológicos y concentrémonos solo en los aspectos prácticos: ¿alguien cree que una campaña “terrorista” llevada a cabo por los ocupados contra los ocupantes puede, bajo las circunstancias actuales, tener éxito?

Lo dudo. Lo dudo muchísimo. Los servicios de seguridad israelíes han demostrado hasta el momento tener una habilidad considerable en la lucha contra la resistencia armada.

En tal caso, ¿qué es lo que les queda a los palestinos por hacer? En una palabra: aguantar.

Mahmoud Abbas es un grande en lo que respecta a aguantar. No se rinde

Y aquí es donde reside el talento especial de Mahmoud Abbas. Es un grande en lo que respecta a aguantar. En lo que respecta a guiar a un pueblo que está pasando por un tormento, un tormento de sufrimiento y humillación, sin rendirse. Abbas no se rinde. Si alguien ocupara su lugar, en algún momento del futuro, tampoco se rendiría. Como Marwan Barghouti, por ejemplo.

Cuando era joven fui miembro del Irgún, la organización militar clandestina. Durante la Segunda Guerra Mundial, mi compañía organizó un “juicio” para el mariscal Philippe Pétain, quien se convirtió en jefe del gobierno francés tras la caída de Francia. Este “gobierno” se encontraba ubicado en Vichy y recibía órdenes de la ocupación alemana.

Muy en contra de mi voluntad, fui designado como abogado defensor. Me tomé el trabajo en serio y, para mi sorpresa, descubrí que la postura de Pétain tenía cierta lógica. Salvó a Paris de la destrucción e hizo posible que la mayoría de los franceses sobrevivieran a la ocupación. Cuando el imperio Nazi se hundió, Francia, bajo el mando de Charles de Gaulle, se unió a los vencedores.

Por supuesto, Diana Buttu no hace referencia a este ejemplo histórico cargado de emoción. Pero uno debería recordarlo.

Unos días antes de la publicación del artículo de Buttu, un líder de la derecha fascista israelí, Betsalel Smotrich, vicepresidente de la Knesset, publicó un ultimátum a los palestinos.

Smotrich propuso obligar a los palestinos a escoger entre tres posibilidades: abandonar el país, vivir en el país sin derechos de ciudadanía o alzarse en armas, y en ese caso el ejército israelí “sabría cómo tratar con ellos”.

“Dos Estados o un Estado” es casi lo mismo que decir “nadar o ahogarse”

En palabras simples: la elección se reduce a (a) una expulsión masiva de siete millones de palestinos de Cisjordania (incluyendo a los palestinos del este de Jerusalén), de la propia Israel y de la Franja de Gaza, que alcanzaría cotas de genocidio, (b) una vida de esclavo bajo un régimen del apartheid y (c) un simple genocidio.

La propuesta poco clara de Buttu constituye, en la práctica, la segunda opción. Menciona que muchos palestinos están de acuerdo con la “solución de un Estado”. Evita dar una afirmación tajante y se esconde tras una fórmula que en estos días se está poniendo muy de moda: “Dos Estados o un Estado”. Es casi lo mismo que decir “nadar o ahogarse”.

Esto es un suicidio. Un suicidio espectacular. Un suicidio glorioso. Pero sigue siendo un suicidio.

Tanto Buttu como Smotrich conducen al desastre.

Después de todos estos años, la única solución práctica que queda es la que ya había desde el principio: dos Estados para dos pueblos. Dos Estados que vivan hombro con hombro en paz, quizás incluso en amistad.

No existe otra solución.

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 3 Junio 2017 | Traducción del inglés: Pablo Barrionuevo

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