Opinión

La nueva ola

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Cuando yo era joven, hacíamos la broma de decir: “No hay nadie como tú, ¡y menos mal!”

La broma se aplica ahora a Donald Trump. Es único. Menos mal, efectivamente.

¿Pero es realmente único? Siendo un fenómeno mundial como es, o al menos siéndolo en el mundo occidental, ¿no hay nadie más como él?

Como personaje, Trump es desde luego único. Es extremadamente difícil imaginar a cualquier otro país occidental eligiendo a alguien como él como líder supremo. Pero dejando a un lado su personalidad particular, ¿es Trump único?

Antes de que se celebraran las elecciones en Estados Unidos, ocurrió algo en Gran Bretaña. La votación por el brexit.

El pueblo británico, uno de los más sensatos del mundo, votó democráticamente abandonar la Unión Europea.

Esa no fue una decisión sensata. Siendo franco, fue estúpida.

¿Por qué votó Inglaterra el Brexit? Nadie lo sabe con certeza. Probablemente un capricho

La Unión Europea es uno de los mejores inventos de la humanidad. Tras muchos siglos de guerras internas, incluyendo dos guerras mundiales, con incontables millones de víctimas, por fin se impuso el sentido común. Europa se volvió una sola. Primero a nivel económico, después, lentamente, a nivel intelectual y político.

Inglaterra, y más adelante Gran Bretaña, participó en muchas de estas guerras. Siendo una gran potencia naval y un imperio mundial, se beneficiaba de ellas. Su política tradicional consistía en instigar los conflictos y apoyar a los más débiles en su lucha contra los más fuertes.

Esos días, desgraciadamente, se han ido. El Imperio (incluyendo a Palestina) no es más que un recuerdo. Gran Bretaña es hoy en día una potencia de rango medio, como Alemania y Francia. No puede sobrevivir por sí misma. Pero ha decidido hacerlo.

¿Por qué, por el amor de Dios? Nadie lo sabe con certeza. Probablemente fuera un capricho. Un ataque de rencor. Nostalgia por los buenos tiempos, cuando Britania gobernaba los mares y construyó Jerusalén en la tierra verde y agradable de Inglaterra. (No hay nada muy verde ni muy placentero en la auténtica Jerusalén.)

Muchos parecen creer que si se hubiera convocado una segunda vuelta, los británicos habrían cambiado de opinión. Pero los británicos no creen en las segundas vueltas.

De todas formas, la votación del brexit se consideró como un giro brusco hacia la derecha. Y justo después tuvo lugar la votación estadounidense a favor de Trump.

Trump es un derechista. Un derechista muy derechista. Entre él y la derecha no hay nada, salvo, quizás, su vice y su vicio.

Marine Le Pen presentía la victoria, y desde Holanda hasta Hungría esperaban lo mismo

En conjunto, las votaciones británicas y estadounidenses parecían augurar una ola mundial de victorias derechistas. En muchos países, los derechistas y los fascistas declarados sacaban pecho, seguros de su éxito. Marine Le Pen presentía la victoria, y sus equivalentes en muchos países, desde Holanda hasta Hungría, esperaban lo mismo.

La historia ha conocido olas políticas similares con anterioridad. Primero vino la ola iniciada tras la Primera Guerra Mundial por Benito Mussolini, quien cogió los antiguos fasces romanos y los transformó en un término internacional. Luego, tras la Segunda Guerra Mundial vino la ola comunista, la cual tomó el control de la mitad del planeta, desde Berlín hasta Shanghái.

Y ahora se acercaba la gran ola de la derecha, que estaba a punto de inundar el mundo entero.

Y en ese momento pasó algo muy distinto.

Nada parecía tan estable como el sistema político de Francia, con sus antiguos partidos políticos ya consolidados, liderados por un grupo de burócratas viejos y expertos.

Y en ese marco, quien lo diría, aparece un don nadie, un hombre prácticamente desconocido y no perteneciente al ámbito político, el cual despeja por completo el tablero de ajedrez con un simple movimiento de mano. Socialistas, fascistas y todos los que están entre ambos mordieron el polvo.

El nuevo hombre es Emmanuel Macron (Emmanuel es un buen nombre hebreo que significa “Dios está entre nosotros”.) Es muy joven para ser presidente (treinta y nueve años), muy atractivo, muy inexperto, salvo por un breve período como ministro de Economía. Es también un acérrimo defensor de la Unión Europea.

Una rareza, se dijeron a sí mismos los afiliados a los partidos como consuelo. No durará. Pero entonces llegaron las elecciones parlamentarias francesas, y la inundación se convirtió en un tsunami. Un resultado casi sin precedentes: ya en la primera vuelta, el nuevo partido de Macron consiguió una sorprendente mayoría, que con toda seguridad crecerá en la segunda vuelta.

Todo el mundo necesitaba replantearse las cosas. Macron era obviamente justo lo contrario a la nueva ola derechista. No solo en lo que concierne a la unidad europea, sino en casi todo lo demás. Un hombre de centro, más situado hacia la izquierda que hacia la derecha. Una persona modesta, comparado con el estadounidense Trump. Un progresista, comparado con la británica May.

Ah, Theresa May.

¿Qué es lo que se le pasa por la cabeza? Llegada al poder tras la votación del brexit, con una amplia mayoría, estaba inquieta. Parece que quería demostrar que podía conseguir una mayoría aún más amplia por sí misma. Estas cosas les suelen ocurrir a los políticos. Así que convocó nuevas elecciones.

A la gente no le gustan las elecciones prematuras. Es una maldición: las convocas, las pierdes

Incluso un pobre diablo como yo, con mi limitada experiencia, podría haberle dicho que esto era un error. Por alguna razón, a la gente no le gustan las elecciones prematuras. Es como si fuera una maldición de los dioses. Las convocas, las pierdes.

May perdió su mayoría. No había ningún socio de coalición obvio a la vista. Así que se ve forzada a cortejar a la derecha más odiosa: los protestantes de Irlanda del Norte, que comparados con Trump hace que este último sea un progresista: nada de derechos para los homosexuales, nada de abortos, nada de nada. Pobre May.

¿Quién fue el gran vencedor? El candidato más improbable de todos: Jeremy Corbyn (otro con un buen nombre hebreo: Jeremías fue un importante profeta bíblico.)

Corbyn es un cuasivencedor tan improbable como uno puede imaginarse: extrema izquierda, extrema todo. Muchos miembros de su propio partido lo detestan. Pero casi ganó las elecciones. En cualquier caso, hizo que fuera imposible para Theresa May gobernar de forma eficaz.

La hazaña de Corbyn nos recuerda de nuevo que algo muy parecido ocurrió en las elecciones estadounidenses dentro del Partido Demócrata. Mientras que la candidata oficial, Hillary Clinton, despertaba una antipatía general dentro de su propio partido, un candidato alternativo muy inverosímil provocaba una ola de admiración y entusiasmo: Bernie Sanders.

No era el candidato más prometedor: setenta y ocho años, senador durante diez. Sin embargo, se le ensalzó como si fuera un recién llegado, como si fuera un hombre con la mitad de su edad. Si hubiera sido el candidato de su partido, no cabe duda alguna de que hoy en día sería presidente (incluso la pobre Hillary obtuvo la mayoría del voto popular.)

 ¿Tienen, por tanto, algo en común todas estas victorias y cuasivictorias? ¿Suman entre todas una ‘ola’?

A primera vista, no. Ni la izquierda (véase Trump, Brexit) ni la derecha (Macron, Corbyn, Sanders) ganaron.

¿Así que no hay nada en común?

Oh, sí, sí que lo hay. La rebelión en contra de las clases dirigentes.

Todas los que ganaron, o casi ganaron, tenían esto en común: aplastaron a los partidos consolidados

Todas estas personas que ganaron, o casi ganaron, tenían esto en común: todos aplastaron a los partidos consolidados. Trump ganó pese a los republicanos, Sanders luchó contra el aparato demócrata, Corbyn luchó contra los líderes del Partido Laborista, Macron luchó contra todos. La votación del brexit fue, ante todo, una lucha contra toda la clase dirigente británica.

¿Así que esta es la nueva ola? Abajo la clase dirigente, sea la que sea.

¿Y en Israel?

Aún no hemos llegado a ese punto. Siempre vamos tarde. El último movimiento nacional en Europa. El último nuevo Estado. El último imperio colonial. Pero al final siempre llegamos.

La mitad de Israel, casi toda la izquierda y el centro, está clínicamente muerta. El Partido Laborista, que ostentó el poder durante cuarenta años casi sin ayuda, es una ruina lamentable. La derecha, dividida en cuatro partidos que compiten entre ellos, intenta imponer una agenda cuasifascista en todos los ámbitos de la sociedad. Solo espero que ocurra algo antes de que lo consigan.

Necesitamos a un líder de fuertes principios como Corbyn o Sanders. Una persona joven e idealista como Macron. Alguien que aplastará a todos los partidos actuales surgidos durante la era de la ocupación y que comenzará de cero.

Adaptando el eslogan de Macron: ¡Adelante, Israel!

 

© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 17 Junio 2017 | Traducción del inglés: Pablo Barrionuevo

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