Reportaje

Una salvación y una condena

Ana Alba
Ana Alba
· 15 minutos
Bandera israelí en el Muro de las Lamentaciones, Jerusalén (2013) | © Ilya U. Topper / M’Sur


Jerusalén | Mayo 2018

«En nombre del 45º presidente de los Estados Unidos de América, os damos la bienvenida oficialmente, por primera vez, en la embajada de Estados Unidos, aquí en Jerusalén, la capital de Israel». Fue el discurso de una sonriente Ivanka Trump, en representación de su padre, el presidente estadounidense, Donald Trump, el lunes pasado en un acto histórico.

Esta es la primera legación extranjera que se ubica en Jerusalén desde el año 2006. Solo Israel considera esta ciudad como su capital. Para el resto del mundo, la parte oriental de Jerusalén está ocupada y su estatus solo podrá definirse cuando se resuelva el conflicto palestino. Washington acaba de romper el consenso.

«Hoy es un gran día para Israel, para América, y un gran día para la paz», dijo Netanyahu

«Gracias, presidente Trump, por tener el coraje de mantener tus promesas. Hoy es un gran día para Israel, es un gran día para América, pero creo que también es un gran día para la paz», dijo Binyamin Netanyahu, primer ministro de Israel, en el mismo acto.

No era un día para la paz en Gaza, a apenas 80 kilómetros del acto festivo. Unos 40.000 manifestantes protestaron en las zonas próximas a la valla fronteriza con Israel y el Ejército israelí les disparó con fuego real. Fue el día más sangriento desde el inicio de las marchas el 30 de marzo pasado: murieron 60 personas y resultaron heridas más de 2.700. En el bando israelí solo un soldado sufrió heridas leves y el ejército investiga las causas.

Gran parte de los muertos fueron víctimas de tiradores israelíes apostados al otro lado de la valla. Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, más de la mitad de los heridos recibieron disparos o impactos de metralla, otros sufrieron golpes y el resto asfixia por inhalación de gases lacrimógenos. Fue la mayor matanza de palestinos desde la ofensiva israelí del 2014 en la Franja.

«Lo de hoy ha sido lo más horrible que he visto desde la última guerra. Han disparado a mucha gente, había muchos heridos por bala», contó un participante en las marchas. Por su parte, el teniente coronel Jonathan Conricus, portavoz del Ejército israelí, explicó a un grupo de periodistas que en la protesta «ha habido un nivel de violencia sin precedentes: han tratado de plantar explosivos en la valla en tres puntos diferentes e intentado penetrar en Israel».

En Cisjordania también se han llevado a cabo protestas, principalmente en Ramala, donde más de tres mil personas marcharon hacia el puesto de control militar israelí de Qalandia. Los disturbios acabaron con 35 heridos. En Hebrón, Nablus y Belén, las manifestaciones fueron menores.

«La decisión de Trump es repugnante y pone en peligro a palestinos e israelíes»

El traslado de la embajada estadounidense fue uno de los motivos de la marcha convocada el lunes, si bien las protestas se suceden desde hace ocho semanas. A esto se añade que el martes se cumplían siete décadas de la Nakba (Catástrofe), la expulsión y huída de 750.000 palestinos a causa de la creación del Estado de Israel y la guerra entre israelíes y ejércitos árabes, en 1948.

«Solo se puede construir la paz sobre la verdad. Y la verdad es que Jerusalén ha sido y siempre será la capital del pueblo judío, la capital del Estado judío», dijo Netanyahu, arropado por los aplausos de 800 asistentes al acto, entre los que había pocos diplomáticos extranjeros, ya que la mayoría boicotearon el acto en el barrio de Arnona, en la parte oeste (israelí) de la ciudad. Fuera, decenas de palestinos y algunos israelís llevaron a cabo una protesta. Gritaban consignas como «Trump, entérate, Palestina será libre». «La decisión de Trump es repugnante y pone en peligro a palestinos e israelíes. Estamos aquí para resistir», aseguraba la israelí Maya Rosen.

Aunque la manifestación era pacífica, la policía les confiscó con violencia las banderas palestinas y pancartas que llevaban, sin actuar contra la pequeña concentración de israelíes que a unos metros gritaban a favor de Trump.

Los palestinos ya no confían en Washington. «EEUU ha pasado de ser mediador a ser parte del conflicto, Israel y EEUU están unidos contra los palestinos», dijo Sahira Kaman, secretaria general del Partido Democrático Palestino, presente en la manifestación. «Con este paso, la Administración de EEUU ha cancelado su rol en el proceso de paz y ha insultado al mundo, al pueblo palestino y a la nación árabe e islámica y ha causado incitación e inestabilidad», declaró a la prensa Nabil Abu Rudeineh, portavoz del presidente palestino, Mahmud Abás.

«Mi padre era reacio a marcharse, pero grupos judíos entraron en casas y estábamos aterrados»

Las marchas y los muertos son solo la consencuencia visible actual de un conflicto nunca resuelto, iniciado con la Declaración Balfour de 1917, en la que Londres prometía la creación en Palestina «de un hogar para el pueblo judío», pero fijado hace 70 años con la Nakba, que se conmemora cada 15 de mayo. Lo recuerda Diana Safieh, palestina de 78 años, aunque no puede recurrir a los álbumes para rememorar sus vivencias. El 13 de mayo de 1948 se despidió para siempre de su casa en el barrio de Baka de Jerusalén.

«Mi padre era reacio a marcharse, criticaba a los que huían. Pero grupos judíos empezaron a entrar en casas y estábamos aterrados», recuerda Safieh, que tenía entonces 7 años. «Nos fuimos con lo puesto, el pasaporte y las llaves, dejamos comida, muebles, y joyas y dinero en el banco, cosas que nunca recuperamos», relata la mujer, propietaria de una agencia de viajes para peregrinos.

La familia Safieh, católica y de las élites de Jerusalén, se refugió en Líbano, pero regresó a Jerusalén, cuya parte oriental seguía bajo dominio de Jordania. Cuando en la guerra de los Seis Días, en junio de 1967, los israelíes ocuparon el este de la ciudad y levantaron la frontera, Diana y su padre corrieron al barrio de Baka, en la parte oeste, la israelí.

«Nuestra casa estaba intacta. Vivían unos judíos tunecinos. Un señor nos invitó a entrar, pero mi padre no quiso. Años más tarde regresé. En la casa vivían cuatro familias de judíos polacos o rusos, habían añadido dos pisos. Me insultaron y me fui llorando», cuenta Safieh.

«Israel era un país socialista de gente sencilla e idealista que no iba tras el dinero»

Pero lo que para los palestinos fue un drama, cientos de miles de judíos oriundos de Europa lo vivieron como un momento de alivio: tras siglos de discriminación – a ratos muy dura, sobre todo en Rusia – y un genocidio a manos de la Alemania nazi tenían por fin un Estado que les iba a garantizar la protección. El 29 de noviembre de 1947, cuando la ONU aprobó el plan de Partición de Palestina para dividirla en dos estados, uno judío y otro árabe, legimitando así el establecimiento futuro de la nación, fue una fiesta. «Muchos vecinos vinieron a casa porque éramos los únicos de la calle que teníamos radio. Bailamos toda la noche», explica la israelí Rivka Shpak Lissak, de 84 años, en su casa de Rishon Lezion.

La alegría se repitió el 14 de mayo de 1948, cuando David Ben Gurion proclamó el Estado de Israel. Shpak Lissak solo tenía 13 años, pero aún recuerda aquel día histórico y la guerra entre Israel y varios países árabes.

«Vivíamos en Holon. Muy cerca estaba el pueblo árabe de Tall al-Arish. Por la noche disparaban a nuestras casas», comenta Shpak Lissak, de padres polacos que emigraron a Israel en 1925 y 1932. Parte de su familia murió en el Holocausto.

Esta autora de siete libros sobre historia americana y judía evoca con nostalgia los tiempos en que Israel «era un país socialista de gente sencilla e idealista que no iba tras el dinero», afirma. Algo que ha cambiado, en su opinión. «Divido la historia de Israel entre el antes y el después del Likud (el partido de la derecha, al que pertenece Netanyahu). No me gusta cómo ha evolucionado la sociedad. Netanyahu ha destruido lo que construyeron los laboristas: los kibutz, los sindicatos, la justicia social, la igualdad. Hay una gran diferencia entre ricos y pobres, la educación ha empeorado, los hospitales no reciben el dinero que tocaría, que va a los asentamientos (en territorio palestino) y a los religiosos, y hay más odio entre comunidades», asegura Shpak Lissak mientras muestra un álbum de fotos en blanco y negro que relata su vida entre 1933 y 1950.

Una parte de los palestinos pudo permanecer en 1948 en Israel. Entre ellos, la familia del actor Mohammad Bakri, nacido en Al Bi’ina (norte) en 1953. «Mis padres vivían en Acre, pero al ser ocupada por los israelís, fueron a Al Bi’ina. A mi abuelo lo mataron las fuerzas israelís y a mi padre y sus hermanos los encarcelaron. Una vez liberados pudieron quedarse en Israel», comenta Bakri.

«En los primeros 20 años de Israel, la sociedad y el Gobierno intentaron que nos volviéramos judíos, aprendiéramos hebreo y fuéramos buenos árabes. Estuvimos bajo la ley militar hasta 1965. Yo tenía 12 años, recuerdo el miedo. Me sentía como en un campo de refugiados dentro de mi pueblo», señala.

«Toda mi vida he oído la historia del sufrimiento judío, ¿por qué no quieren escuchar la mía?

Bakri, director de documentales, ha sido blanco de la censura del Gobierno, de denuncias de soldados y campañas de difamación de la ultraderecha. La ministra de Cultura, Miri Regev, pidió al fiscal que investigara a Bakri por «presunto incitamiento contra Israel».

«Quise contar mi historia, la de los palestinos. Nadie tiene el monopolio del dolor. En Israel, toda mi vida he oído la historia del sufrimiento israelí y judío. Si he escuchado la suya, ¿por qué no quieren escuchar la mía? Nadie tiene el monopolio de la verdad», destaca Bakri, que ha hecho dos películas y una obra de teatro sobre el Holocausto.

A Israel llegaron, principalmente en los 50 y 60, judíos de países musulmanes, muchos perseguidos, como los padres de David Erolan, hoy investigador de Ciencias Políticas y Comunicación de Masas de Jerusalén. La madre de Erolan era de una familia de clase media-alta de Bagdad, propietaria de una fábrica de alfombras, y el padre, de Afganistán. Los dos huyeron para evitar la muerte. «Ella contaba lo duro que fueron los primeros tiempos en Israel. Vivieron tres años en tiendas de campaña como refugiados», subraya Erolan, de 48 años.

Para este investigador, Israel ha conseguido logros en varios campos, especialmente tecnológicos, «pero la sociedad, dividida en categorías, se desploma. Hay fuertes diferencias económicas, la gente siente inseguridad, no confía en los salarios, las pensiones, la seguridad social y cree que tiene que luchar contra los demás, hacer cosas inmorales para conservar su posición. Esto genera corrupción».

En 1948, Israel tenía unos 750.000 habitantes, 600.000 judíos -muchos supervivientes del Holocausto- y 150.000 palestinos. El Estado cuenta hoy con casi 9 millones de ciudadanos, el 74,6% judíos -un 12% de ellos religiosos ultraortodoxos- y el 20,9% árabes, a los que diversas leyes discriminan.

Entre los judíos ultraortodoxos y los árabes,  la pobreza se sitúa en el 45% y el 49%

Cuando se fundó, con David Ben Gurion a la cabeza como líder del movimiento sionista, el país estaba enraizado en el socialismo y la organización comunal de los pioneros de los kibutz, que trabajaban la tierra. «Israel era un país pobre, pero se ha convertido en uno de los más prósperos del mundo, líder en tecnología, en ciencia, con 12 premios Nobel y uno de los mejores ejércitos. Es uno de los grandes éxitos del siglo XX, logrado en medio de la diversidad», asegura Ephraim Karsh, director del Centro Begin-Sadat para Estudios Estratégicos de la Universidad de Bar Ilan.

Del Israel de los pioneros queda muy poco, casi todos los kibutz se han privatizado y el país es ahora la nación ‘start-up’ por su gran número de negocios emergentes. La economía israelí es sana, su moneda, el shekel, es fuerte, el índice de paro es bajo -aunque algunos analistas indican que está maquillado porque se contempla como empleadas incluso a personas que trabajan solo dos horas al día- y las inversiones extranjeras aumentan.

No obstante, según un informe sobre Israel publicado el pasado febrero por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el nivel de pobreza es del 20%. Entre los judíos ultraortodoxos y los árabes, comunidades marginadas en el mercado laboral, es del 45% y el 49%. La desigualdad ha crecido en el país y muchos salarios son bajos. La calidad de la enseñanza y la sanidad han disminuido, según la OCDE, y el Gobierno no invierte lo necesario para mejorarlas. El precio de la vivienda se ha disparado y fue una de las denuncias en las protestas al estilo 15-M español que agitaron el país el verano del 2011. En esas manifestaciones apenas se nombró la ocupación de los territorios palestinos, ni tan solo porque engulle grandes recursos económicos.

La mitad de los israelís quieren acabar con la ocupación, pero les preocupa más la economía. «La parte del país de izquierdas, a la que llamo Tel-Aviv, no siente ninguna urgencia por solucionar el tema, al revés que en los 80 y 90. Vivimos bien, nada nos amenaza –lo de Irán es un bluff-, la situación de seguridad es buena, hay prosperidad económica y no estamos aislados ¿Por qué el señor o la señora Tel-Aviv tendrían que manifestarse?», pregunta Michel Warschawski, escritor y activista, fundador del Alternative Information Center (AIC) y que encabezó la Liga Comunista Revolucionaria (antes Matzpen-Jerusalén).

Del proceso de paz entre israelís y palestinos, iniciado en la Conferencia de Madrid, en 1991, tras el estallido de la primera intifada palestina, en 1987, quedan las cenizas. En Cisjordania y Jerusalén este, sigue aumentando el número de colonos (600.000 en total).

«Los palestinos lo han probado todo: la lucha militar, la diplomacia, el movimiento popular»

La empresa colonial se inició después de la Guerra de los Seis Días, en 1967. Tanto los gobiernos laboristas como los del partido de derechas Likud la han impulsado. Lo hizo también Isaac Rabin, el primer ministro que firmó los Acuerdos de Oslo en 1993 con el líder palestino Yaser Arafat. El asesinato de Rabin por un judío de ultraderecha en 1994 fue para muchos un punto de inflexión que frustró las expectativas de una paz final con los palestinos.

Las negociaciones del 2000 en Camp David, auspiciadas por Bill Clinton, acabaron sin acuerdo y el entonces jefe del Gobierno israelí, Ehud Barak, responsabilizó a Arafat. «Si los palestinos decidieran hacer la paz, la tendríamos mañana. El presidente palestino, Mahmud Abbás, no quiere reconocer a Israel como Estado judío, ese es el problema», argumenta Karsh.

Warschawski, en cambio, considera que los palestinos «lo han probado todo: la lucha militar, la diplomacia, el movimiento popular. Y la solución, que parece más lejos, tendrá que imponerse desde fuera». El director del Centro para el Avance de Iniciativas de Paz, Meir Margalit, indica que las intifadas, sobre todo la del 2000, que causó decenas de muertos civiles israelíes en ataques, contribuyeron a la derechización de la sociedad israelí, pero fueron «una reacción a la opresión de Israel».

«De ser un Estado con un Ejército pasamos a ser un Ejército con un Estado colgando”

El país, cuyas fronteras no son fijas aún, ocupa los territorios palestinos de Cisjordania y Jerusalén este y los Altos del Golán sirios, y mantiene un bloqueo sobre Gaza. En siete décadas, no ha logrado firmar la paz con los palestinos, Siria y el Líbano, pero sí con Egipto y Jordania, y se ha acercado a Arabia Saudí y a otros países árabes porque «la amenaza iraní los ha unido», señala el analista Ephraim Inbar.

Para Margalit, Israel ha experimentado una derechización. El Gobierno actual, encabezado por Netanyahu, es el más derechista de la historia del país. Este cambio, según la abogada Lea Tsemel, ha llevado «a la discriminación y el racismo. El Gobierno impulsa ahora una ley para controlar al Supremo y poder hacer y deshacer cómodamente».

«En los años 50 y 60 aún éramos un país humanista, pero hemos perdido la brújula ética y moral, y de ser un Estado con un Ejército pasamos a ser un Ejército con un Estado colgando”, señala Margalit. “Somos un país militarista, extremadamente nacionalista y casi fascista, incapaz de sentarse a negociar la paz».

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