Opinión

Adolf y Amin

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Benjamín Netanyahu es un diplomático perfecto, un político astuto, un líder militar de talento.

Últimamente se le ha añadido otra joya a su corona: también es un cuentista excepcional.
Ha dado respuesta a una pregunta que lleva mucho tiempo intrigando a los historiadores: ¿cuándo y cómo decidió Hitler exterminar a los judíos?

Hasta ahora no había acuerdo. Por un lado, estaban los que creían que lo decidió en Viena durante su juventud; por otro, los que sostenían que fue en Múnich tras la I Guerra Mundial; y por último, los partidarios de que fue en 1924 mientras escribía Mein Kampf en la prisión de Landsberg.

Pero Bibi ha descubierto las circunstancias, el momento y el lugar exactos en que se tomó la decisión.

Sucedió el 28 de noviembre de 1941 en Berlín, cuando Adolf Hitler se reunió con el Gran Muftí de Jerusalén, Haj Muhammad Amin al Husseini.

Netanyahu no se ha dignado a contarnos cómo ha llegado a tan revolucionario descubrimiento. En el acta oficial de la reunión, redactada por los alemanes con su proverbial minuciosidad, no hay nada que así lo indique. Tampoco se menciona en el diario privado del propio muftí, robado por los servicios de inteligencia occidentales. Ambos documentos son prácticamente idénticos.

¿Qué es lo que ha descubierto Netanyahu?

Según Bibi, a Hitler no se le ocurrió matar a los judíos hasta que habló con el muftí palestino

De acuerdo con su narración, hasta la fecha del encuentro, a Hitler no se le había ocurrido exterminar a los judíos. Solo pensaba expulsarlos de Europa, en principio a Madagascar y más tarde a alguna colonia francesa. Pero entonces llegó el muftí y le dijo algo así como: “Si los expulsas, acabarán en Palestina. Mejor que los mates a todos en Europa”.
“Qué idea tan maravillosa”, debió de responder Hitler, “¿Cómo no se me habrá ocurrido a mí?”

Un cuento electrizante. El único problema es no contiene un ápice de verdad. En la jerga de la actual era trumpiana es una “verdad alternativa”. O en palabras más sencillas, una completa mentira.

Peor aún: es imposible que sucediera.

Cualquier persona con un mínimo de conocimientos acerca de aquella época y su “Zeitgeist” (su clima intelectual y cultural), y de las personalidades implicadas sabe que se trata de un suceso inventado.

Comencemos por el protagonista: Adolf Hitler.

Hitler tenía una sólida “Weltanschauung” (visión del mundo), adquirida en su juventud, no está muy claro dónde ni cuándo. Se llamaba “antisemitismo”.

Nota al pie: “Antisemitismo”, no “antijudaísmo”.

La diferencia es importante. El antisemitismo era parte de la teoría de la raza, que se consideraba una ciencia exacta y estaba por entonces en el momento álgido de su popularidad en todo el mundo.

No era solo una moda cultural inventada por unos cuantos demagogos. Era una rama de la ciencia que se suponía tan objetiva como las matemáticas o la geografía. La premisa básica era que cada raza de la especie humana, como las razas de perros o caballos, tiene una serie de características específicas, unas buenas y otras malas.

Hitler creía en la teoría de las razas como un judío devoto en las Escrituras

Esta “ciencia” se enseñaba en las universidades. Catedráticos de gran prestigio llevaban a cabo experimentos, medían cráneos y analizaban la complexión física de los sujetos de estudio. Era una cosa muy seria. Buen número de judíos se la creían a pie juntillas. Por ejemplo, Arthur Ruppin, que más tarde se convertiría en una de las figuras principales de la organización sionista de colonos en Palestina.

Según la versión alemana de la teoría de razas, existe una raza superior, la aria, originada en India y de la cual descienden los alemanes. Asimismo, existen razas inferiores, como la “semita” o la “eslava”. Según los teóricos de la raza, esto no era una cuestión de opiniones sino un hecho científico de total validez, un hecho que no se podía cambiar.

Hitler creía en toda aquella bazofia tanto como un judío devoto en las Escrituras. El muftí pertenecía a la raza semita. Y no era precisamente uno de aquellos príncipes buenos descritos en los libros del autor de literatura infantil número uno en Alemania, Karl May (que escribía principalmente sobre jefes indios americanos), sino un político taimado y astuto que no resultaba muy atractivo.

A Hitler no le gustaba en absoluto. De hecho, no quería recibirlo, pero sus expertos en propaganda insistieron. Al final lo recibió, habló con él durante una hora y media, se hizo una foto con él y nunca más consintió en volverlo a ver.

No hay duda de que aquello no fue el comienzo de una hermosa amistad.

Hubo dos traductores en el encuentro. El muftí hablaba francés, que había aprendido de niño en el colegio de la “Alianza” franco-judía, al que asistió durante una temporada. También asistió a la Universidad de Al Azhar en El Cairo, el famoso centro de estudios religiosos, pero no llegó a terminar sus estudios.

La familia Husseini es la más distinguida de Jerusalén. Hoy en día tiene unos 5000 miembros. Uno de mis mejores amigos fue Faisal al Husseini, una persona maravillosa con la que organicé varias manifestaciones contra la ocupación y a favor de la paz.

Haj Amin Husseini participó en la rebelión del jerife de La Meca con Lawrence de Arabia

Durante muchas generaciones, los Husseini han ostentado el cargo de Muftí de Jerusalén, principal autoridad religiosa de la tercera ciudad más sagrada del islam. El propio Amin hizo el peregrinaje a La Meca cuando era niño. De ahí el título de Haj.

Haj Amin era un líder nato. Desde joven fue un conocido nacionalista árabe y activista político. Durante la I Guerra Mundial sirvió como oficial en el ejército otomano, pero no llegó a entrar en combate y desertó. Más tarde participó en la rebelión árabe del jerife de La Meca (con “Lawrence de Arabia”) y abogó por la creación de un Estado compuesto por Siria, Palestina e Iraq.

Se dio cuenta muy pronto del peligro que suponía la colonización sionista de Palestina y llamó a la resistencia. Cuando Palestina se convirtió en protectorado británico, el muftí encabezó los enfrentamientos armados de 1921, que pueden considerarse con razón el origen de la guerra en la que seguimos inmersos hoy en día.

En el lado judío del asunto se encuentra la figura excepcional de Vladimir (Zeev) Jabotinsky, padre espiritual del actual Likud , que profetizó que la resistencia árabe al proyecto sionista no tendría fin: nunca ha existido un pueblo que aceptara pacíficamente una empresa colonialista. Su solución era construir un “muro de hierro” sionista.

El primer alto comisionado británico de Palestina, el judío Herbert Samuel, cedió a la presión pública y concedió al joven líder rebelde el título de Muftí de Jerusalén, con la esperanza de que eso lo tranquilizara. Su objetivo no se cumpliría. Después de organizar varias series de “disturbios”, el muftí convocó la “Gran Rebelión” de 1936 contra británicos y sionistas, que acabó convirtiéndose en un conflicto de primer orden en el que hubo muchas bajas.

El muftí tuvo que huir, primero a Líbano, después a Iraq. Cuando los británicos se preparaban para tomar Bagdad escapó a Italia, conoció a Benito Mussolini y trabajó en en programas de radio dirigidos al mundo árabe. Se le pidió que viajara a Alemania y colaborara en una campaña propagandística para ganarse a la población árabe. Fue entonces cuando tuvo lugar la reunión con Hitler.

El muftí tenía preparada de antemano una declaración que esperaba que Hitler firmara. Era un ambicioso plan para una República Unida de Palestina, Siria e Iraq bajo protección alemana, y el nombramiento del muftí como líder del mundo árabe.

Hitler desechó la propuesta de apoyar una República Unida de Palestina, Siria e Iraq

Hitler le echo una ojeada al papel y descartó la propuesta. Se negó siquiera a considerarla. En primer lugar, la Francia de Vichy era aliada de Alemania y Hitler no estaba dispuesto a insinuar que Francia fuera a perder sus colonias. Además, no le gustaba el muftí.

Todo lo que prometió fue que haría una declaración en esa línea cuando sus tropas hubieran llegado al sur del Cáucaso . En aquel momento la Wehrmacht se encontraba en la frontera norte del Cáucaso, muy lejos aún del sur, al que nunca llegaría.

Durante la conversación no se habló de los judíos, excepto cuando el muftí aludió a los “británicos, judíos y bolcheviques” como el enemigo, y cuando Hitler hizo un vago comentario acerca de que la “cuestión judía” debía solucionarse “paso a paso”.

Se hicieron fotografías del aquel encuentro, así como de otro posterior en el que Husseini se reunió con voluntarios musulmanes de las SS. En resumidas cuentas, el muftí tuvo un papel secundario en la propaganda alemana dirigida al mundo árabe.

Todo lo demás es fruto de la viva imaginación de Benjamín Netanyahu, nacido ocho años después del encuentro.

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© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 28 Julio 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente

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