Crítica

Coñas como la de Diana

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos

Diana Aller
Coños como el de Marta

Género: Novela
Editorial: Libros del autoengaño
Páginas: 302
ISBN: 978-84-9477-906-0
Precio: 15 €
Año: 2017
Idioma original: español

aller-connos


No, esta vez no me voy a escudar en que me produjo curiosidad la frase de marketing de la editorial o las aseveraciones de que la novela “cuestiona de forma brutal y a veces ácida, los preceptos básicos de nuestra civilización: la monogamia, el uso recreativo o médico de las drogas, la democracia, la familia… “ Qué coño. Esta vez me pedí el libro por el título. Nada más.

El titulo promete. No sé qué promete, pero algo será. Y efectivamente, el libro comienza con una comida de coño de la protagonista a Marta. Hasta ahí bien. Aunque en el árbol evolutivo literario, alguien que cree necesario escribir “¡Muero de placer!” está apenas a un peldaño por encima del emoticono de whatsapp. Ni creo que yo , sumergido en la actitud descrita, fuese capaz de comparar el coño de la tal Marta a “un alijo de cocaína de una pureza del 89%”. No sé, tal vez si fuera narcotraficante, sí.

Pero Valeria, la protagonista del libro y amante de la tal Marta, no es nacrotraficante. Es madre divorciada con dos hijos, no tan exdepresiva, secretaria en la empresa familiar, la empresa de esa familia responsable de que a ella le fuera tan mal en la vida. Mal en el aspecto mental, se entiende.

Porque Valeria es una vulgar pija. Lo dice ella misma (lo de vulgar no). Dedica las páginas 13 a 15 a reflexionar sobre lo mal que viste la gente y concluye que sus compañeros de trabajo son unos zombis porque compran ropa pardusca en Inditex. Como las fases de rebeldía juvenil, primera borrachera, masturbaciones con la mejor amiga, interés por los chicos, sensación de traición porque a tu mejor amiga le gusta su nuevo noviete más que tú… son aproximadamente lo que nos podemos esperar de la media de nuestra generación, aquí seria exagerado hablar de una trama. Nos fijamos, pues, no tanto en el qué de la narración sino en el cómo.

¿Las pijas realmente hablan como si cada frase la patrocinara una marca comercial?

Ahí me invade una duda vital: ¿Ha hecho Diana Aller una caricatura del mundo mental y la forma de expresarse de una pija de Madrid, o es que el mundo mental y las formas de expresarse de una pija de Madrid son así de caricaturescos? ¿Realmente hablan como si cada frase la patrocinara una marca comercial? Cuando se quedan por fin solos en la cocina y se abren un vino para relajarse, ¿no son capaces de decir “Me abrí una botella de tinto” o “de rioja reserva”? ¿tienen que mencionar la bodega? Ídem para toda camiseta que se ponga, toda crema que se aplique. La verdad es que sorprende que no mencione el apellido del clan cuando va a pillar cocaína o éxtasis.

Que haya párrafos enteros que se leen como inventarios de farmacia de la sección Depresiones está en la naturaleza del tema tratado. Pero no me queda claro a dónde quiere llevarnos la autora. ¿A que es buena idea curarse la depre con cocaína y el amor a lo s hijos? ¿A que es una idea nefasta meterse cocaína y éxtasis cuando estás saliendo de una depre? ¿Tal vez solo contarnos que el mundo es así, que las pijas también se deprimen y también se drogan? Ya, vale. Pensé un rato poner de título a la reseña: “Las pijas también se meten”. Pero luego me dije: Vaya descubrimiento, tú.

Si hay valor para contar lo que ocurre entre sábanas, ¿por qué callar lo que sucede en el bidé?

Y vaya descubrimiento que las pijas también se acuestan con chicas y les acaba gustando. ¿Basta con un rollo de lesbianas para “cuestionar la monogamia y la familia”? Mejor dicho ¿a alguien le hace aún falta leer sobre el sexo entre chicas para cuestionarse algo? Lo curioso: las escenas de sexo – y hay a tutiplén– ni siquiera consiguen excitar. Y mira que soy fácil.

No sé. Cuando llego al punto donde Valeria se va de viaje cuatro días a Malabo con su marido porque se equivoca al reservar un vuelo a Málaga, concluyo que sí, que Diana Aller ha querido escribir una parodia contra el pijerío. Pero para ser sátira le falta al libro algo de chispa malévola y le sobran escenas de amor maternal a los hijos. Y ese final tan enternecedor.

Al final, si algo es capaz de sorprender en el libro son las escenas de cotidianidad que los escritores del siglo XX se solían callar por un pudor que tal vez sea hora de superar: si hay valor para contar lo que ocurre entre sábanas, ¿por qué callar lo que sucede en el bidé? Me levanto para hacer pis. Tengo el coño reventado, dolorido. Noto el corazón latiéndome ahí, y es una sensación soberbia.

Pero el libro no supera ni el primer asalto de mis tres sherpas –las mismas de la reseña de Loca – enfrentadas al dilema de leerse las aventuras psicodélicas de Valeria o volver a colocarse gafas y tubo para darse por quinta vez la vuelta por la roca aquella en el oleaje del Mar Egeo y saludar al pececito de rayas verdes. Creo que el pececito acabó harto de visitas humanas. El libro no tiene manchas de crema solar. Ups, quería decir Vinea Sun Glamour, factor 12.

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© Ilya U. Topper | Especial para MSur · Octubre 2018

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