Reportaje

Separados por la guerra, unidos por la tragedia

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 8 minutos

 

Grafiti del artista Guido van Helten en Avdiivka, Ucrania (Jul 2018) | © Ethel Bonet

Donetsk | Julio 2018

El silencio intermitente de la guerra se filtra a través de la maleza y los muros con moho de las viviendas deshabitadas. En Ucrania, la franja que separa las zonas bajo control de Kiev de las dominadas por los separatistas prorrusos se conoce como “línea de contacto”. Y sigue habiendo contacto… de morteros.

A medida que uno se acerca al desolado aeropuerto internacional de Donetsk, el ruido de las explosiones se hace perceptible. Durante un tiempo, la línea de fuego entre las fuerzas progubernamentales y las milicias separatistas de la región del Donbass fue la carretera que conduce al aeródromo. Las lápidas horadadas por las balas en el camposanto y los restos de una iglesia ortodoxa calcinada alertan de que no se puede pasar.

En una de las avenidas de casas desvencijadas del barrio de Spartak, contiguo al aeropuerto, vive Nicolay Mikhailovich, con su mujer, su hija y su yerno. Huyó de la zona durante la cruenta batalla del aeropuerto de Donetsk en 2014. “Nos bombardearon con artillería, bombas de racimo e incluso bombas de fósforo”, asegura este hombre, en referencia a las fuerzas de Kiev. Sólo en esta avenida “murieron 14 persona”, relata. “De un total de 144 casas en esta calle, sólo quedan en pie 29 viviendas”, añade.

«Nos hemos acostumbrado a despertarnos con el sonido de las explosiones»

La guerra olvidada de Europa, como la prensa internacional denomina al conflicto que en 2014 desgarró Ucrania oriental, continúa estando muy presente para los más de 200.000 civiles que viven en la ‘línea de contacto’ y se exponen diariamente a los enfrentamientos. Aquel año, alentado por la ocupación rusa de Crimea y la secesión de esta península, rebeldes de la cuenca del río Doniets, una región conocida como Donbas, se alzaron en armas. En cuestión de semanas proclamaron dos repúblicas, no reconocidas hasta hoy por ningún Estado: la de Donetsk y la de Luhansk, limítrofe al noreste, ambas lindantes con Rusia, que les proporciona ayuda militar.

Mikhailovich es de los pocos vecinos que decidieron regresar a la ciudad de Donetsk después de que se renovara el alto el fuego en febrero de 2015, tras los acuerdos de Minsk II. La tregua se quedó en papel mojado. Ninguno de los dos bandos enfrentados ha respetado los acuerdos de paz, y estos no han detenido el conflicto, sino que lo han limitado a una guerra de trincheras a lo largo de la línea de contacto, unos 457 kilómetros.

“El frente está a solo 3 km de nosotros. Nos hemos acostumbrado a despertarnos con el sonido de las explosiones. Siempre tenemos preparadas nuestras maletas de emergencia por si tenemos que salir otra vez huyendo”, explica Mikhailovich. “No puedo entender como puede estar ocurriendo una guerra en pleno siglo XXI en el centro de Europa”, lamenta este vecino.

Según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), en la primera mitad del 2018 se registraron 4.839 incidentes de seguridad en los que hubo 190 víctimas civiles. Además, de enero a junio, se contabilizaron 72 víctimas por minas antipersona y artefactos explosivos, incluida una familia de cuatro miembros que murió por la explosión de una mina antitanque en abril.

La situación de inseguridad y la destrucción se repite en todos los lugares próximos a la línea de contacto. Desde 2014, la escuela de secundaria de Gorlovka se ha convertido en un hogar de la tercera edad. En su sótano habita un grupo de mujeres y hombres mayores que temen estar en sus casas por los bombardeos. Allí no hay luz eléctrica ni agua corriente por lo que las condiciones de vida son muy duras, pero se sienten más seguros.

Lyudmila Vitalyevna tiene 69 años y vive en el colegio desde hace cuatro años. “Al principio, mi hijo y yo nos quedábamos en casa pero teníamos mucho miedo por los bombardeos y nuestro sótano es muy pequeño como para quedarse a vivir allí. Así que decidí venir a la escuela”, explica la anciana. Vitalyevna comparte refugio con tres gatos escuálidos y alguna que otra araña.

«Llevamos cerca de cinco años escondiéndonos en el sótano porque hay una guerra»

En el habitáculo hay un hornillo de gas, un camastro, un televisor y un mando a distancia con el que suele pelear cada vez que le toca cambiar de canal, porque allí abajo la señal es muy débil. “Lo que más me molesta son las humedades. Tengo problemas de huesos. Pero me he acostumbrado a vivir aquí y ahora es mi hogar”, dice la mujer.

De vez en cuando, su hijo viene y la lleva en coche a visitar su casa para ponerla en orden o cuidar del jardín. “No hay esperanza de que mejore la situación. Llevamos cerca de cinco años escondiéndonos aquí porque hay una guerra. Durante el día es mas tranquilo pero hay disparos todas las noches”, afirma Vitaly.

El sótano de la escuela es el único espacio que se mantiene en buen estado. Los otros tres pisos del colegio están en ruinas. Los pisos superiores son intransitables porque los tramos de escalera y el pavimento están levantados. Asomarse a las ventanas es peligroso porque la línea enemiga está a tiro de piedra.

Ante la falta de recursos económicos, las autoridades locales de la república rebelde de Donetks reciben todo el material para la reconstrucción de la vecina Rusia. No obstante, Nikolay Mikhaylovich se queja de que gran parte de las ayudas rusas han ido a parar al centro de la ciudad de Donetsk, y que apenas está llegando ayuda a las zonas limítrofes con la línea de frente, que son las más afectadas.

En el frente, el comandante Sergey y sus hombres defienden una posición en la localidad de Luhanskoye. La situación allí ahora es más tensa, después de que el presidente de la autoproclamada República Popular de Donetsk (RPD), Alexander Zajárchenko, muriera en un atentado en un restaurante, el 31 de agosto.

La arremetida de los separatistas dejó a unos 20.000 civiles sin suministro eléctrico

“El enemigo está bombardeando constantemente las posiciones del ejército de la RPD. El día suele estar más tranquilo; a veces hay disparos de francotiradores o nos atacan con lanzagranadas. Pero todas las noches nos bombardean con morteros del calibre 80 mm o 120 mm”, asegura este comandante del las fuerzas separatistas de Donetsk. “No hay acuerdo para ellos (los batallones fieles a Kiev). Ha habido una rotación bastante reciente, nuevas unidades han ocupado las posiciones y siguen bombardeando regularmente. En mi opinión, esta guerra no se resolverá de manera pacífica”, advierte Sergey.

Algunas localidades han quedado divididas en dos partes por la línea de contacto. El colegio de Marina en Zaitsevo es el límite con la línea enemiga; más allá está el ejercito nacional ucraniano. “Es muy peligroso ir a la escuela porque nos bombardean cada cinco minutos. No podemos salir fuera de casa porque puede caer cerca un proyectil. Muchos de mis amigos están en el lado de Ucrania y no puedo visitarlos. Los echo de menos”, explica esta niña de 12 años. Ella ya fue herida por un proyectil cuando salía de casa con su padre para ir a la escuela.

Al otro lado, a solo 20 kilómetros del aeropuerto internacional de Donetsk, se encuentra la barriada de Avdiivka, bajo control del gobierno de Kiev. Durante las primeras semanas de 2017, las fuerzas prorrusas golpearon fuertemente este pueblo minero con artillería. La arremetida de los separatistas destruyó las infraestructuras y dejó a unos 20.000 civiles sin suministro eléctrico ni agua ni calefacción, con temperaturas que en invierno caen por debajo de los 20º bajo cero.

Marina Grigorievna, una antigua maestra de 72 años de Avdiivka, se ha convertido, sin pretenderlo, en un símbolo de la guerra. El artista australiano Guido van Helten decidió pintar un mural con su cara en uno de los edificios situados en la línea de combate. Su rostro marcado por las arrugas y sus ojos llenos de dolor cubre la fachada con agujeros de balas de un inmueble de nueve plantas, abandonado por el conflicto.

“Esta guerra ha dividido a la sociedad; no está bien. Los niños que viven al otro lado son los mismos que los nuestros. Las personas que viven al otro lado son las mismas personas que somos nosotros. Es difícil decir quién comenzó esta guerra. No es un conflicto sino una guerra civil donde un hermano mata a otro hermano”, explica Grigorievna.

Un campo de espigas con un cartel de “Peligro Minas” separa ahora esta barriada de Spartak, en la zona separatista. A ambos lados de la ‘línea de contacto’ que divide el este de Ucrania planean las mismas historias, los mismos temores y los mismos fantasmas.

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