Reportaje

El futuro por un nombre

Irene Savio
Irene Savio
· 11 minutos
Una madre y su hija se manifiestan ante la bandera macedonia a favor del cambio del nombre (Skopie, Sep 2018) | © Irene Savio

Skopie | Septiembre 2018

“¿Apoya la integración en la UE y la OTAN al aceptar el acuerdo entre la República de Macedonia y la República de Grecia?” Esta es la pregunta que se plantea al electorado el 30 de septiembre. Si la respuesta es favorable, el país pasará a llamarse Macedonia del Norte, acorde al pacto alcanzado en junio por Atenas y Skopie. El acuerdo podrá entonces votarse en el Parlamento y finalmente ratificarse por ambos países.

Elvir Rechi, de 34 años y licenciado en Tecnologías de la Información, lleva sin trabajo dos años. En unas semanas emigrará a Alemania. Su deseo de sentirse un ciudadano europeo es tan palpable como su falta de confianza en su país. “Vivimos en un país que ha sido aislado y abandonado a su suerte”, se queja Elvir. “Votaré ‘Sí’ en el reférendum, porque quiero que mi país sea parte de la Unión Europea, aunque para mí sea demasiado tarde”, dice.

En las calles solo se ven carteles del ‘sí’ y es raro toparse con gente haciendo campaña por el ‘no’. La campaña de los opositores se llevó a cabo principalmente a través de las redes sociales, y cuenta con la participación del partido conservador VMRO DPMNE, el mayor de la oposición. “Solo queremos defender nuestra patria”, explicaba Goce Pangovski, del movimiento contestatario Boicotera.

“Este tema del acuerdo con Grecia es una humillación. ¿Por qué les debemos permitir entrar en nuestra habitación de dormir?”, pregunta Antonio Miloshovski, miembro del VMRO DPMNE y exministro de Relaciones Exteriores. Lo que no dice es que él ejerció su cargo en medio del más surrealista (y costoso) plan de renovación urbanístico jamás llevado adelante en Macedonia: el proyecto Skopie 2014. Implicaba la construcción de decenas de edificios y estatuas para exaltar el origen eslavo de Macedonia y reivindicar la paternidad de Filipo II y de su hijo Alejandro Magno, el héroe griego del siglo IV a.C.

«Hemos descubierto que pagaron más de 500 millones de euros para realizar Skopie 2014 y es probable que la cifra real sea el doble de eso», se queja el ministro de Inversiones Adnan Kahil, perteneciente a la minoría turca y quien apoya el pacto con Grecia. «También la deuda pública del país aumentó», añade Kahil en su oficina en Skopie.

La politóloga Biljana Vankovska discrepa. «Este forzoso cambio de nombre e identidad abrirá una nueva herida», afirma, crítica con el plan. Curiosamente, donde más oposición se registra en la diáspora, en los países donde emigraron muchos macedonios, como Australia, Estados Unidos o Canadá. El día antes del referéndum se producen escenas de tensión en el colegio electoral abierto en la Embajada macedonia de Australia donde a los votantes se les recibe al grito de «traidores». Porque para muchos, renunciar al simple nombre de ‘República de Macedonia’ es una traición.

Pero no hay visos de que Grecia vaya a aceptar jamás ese nombre que, en opinión de Atenas, intenta apropiarse de la historia griega y su héroe, el macedonio Alejandro Magno. El conflicto dura ya casi tres décadas y ha impedido a Skopie el ingreso en la OTAN y en la UE, debido al veto griego. Aparte de colocar la pequeña república balcánica en lugares insospechados en las listas internacionales, bien bajo la F (FYROM, Former Yugoslav Republic of Macedonia) o incluso bajo la en castellano ( ARYM, Antigua República Yugoslava de Macedonia).

Apoyos internacionales

El secretario de Defensa estadounidense, Jim Mattis, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, la canciller alemana, Angela Merkel, y el expresidente estadounidense George Bush…. todos pasaron por Skopie días antes del referéndum o enviaron mensajes de apoyo al Gobierno macedonio. “Casi la mitad del Bundestag, el Parlamento alemán, ha venido. El objetivo es claro. Se quiere atar Macedonia a la UE”, enfatiza Simonida Kacarska, fundadora del Instituto para las Políticas Europeas de Skopie.

“En Londres me han preguntado por qué nosotros queremos entrar en la UE cuando ellos están saliendo. Les he respondido que quienes están dentro se olvidan que el frío afuera es tremendo”, dice a este diario el ministro de Exteriores y jefe negociador macedonio, Nikola Dimitrov. El diplomático fue uno de los artífices —junto con su homólogo griego, Nikos Kotziás— del acuerdo firmado el pasado 17 de junio a orillas del lago Prespapor. Lo rubricaron el primer ministro griego, Alexis Tsipras y el socialdemócrata Zoran Zaev, mandatario macedonio desde mayo del año pasado.  Pero el asunto se cocinaba desde tiempo atrás.

Nikola Dimitrov, ministro de Exteriores macedonio (Skopie, Sep 2018) | © Irene Savio

“Recién elegido, le pedí a Zaev de enviarme a Atenas. Era junio (de 2017). Desde entonces, fue como vivir en las montañas rusas, tuvimos muchos altibajos”, cuenta Dimitrov. No era la primera vez que Grecia y Macedonia intentaban sellar un acuerdo. Ya ocurrió en 1995, cuando ambas naciones llegaron a un pacto que Grecia acabó violando en 2008 cuando bloqueó el acceso de Macedonia a la OTAN, hecho por lo que el país fue condenado por el Tribunal Internacional de Justicia en 2011.

“La situación se desbloqueó en enero del 2018 en Davos. Allí Tsipras y Zaev se reunieron por dos horas y se optó por empezar por algunas señales de buena voluntad”, añade Dane Talevski, uno de los consejeros en la sombra del mandatario macedonio. “Nosotros le quitamos el nombre Alejandro Magno al aeropuerto y a la autopista E75 (nombrados así por el anterior gobierno nacionalista y que había irritado a Atenas). Ellos nos permitieron entrar, entre otras cosas, en la alianza de los países de la región Adriática-Jónica (EUSAIR)”, cuenta.

Ahora, los sondeos son confusos y lo que temen los analistas es que no se alcance una participación del 51% que, según algunos, es necesario para que el referéndum sea válido. Una exjueza del Tribunal Constitucional, Natasha Gaber Damjanovska,  ferviente partidaria del acuerdo, no cree que esto represente un problema. “Sería recomendable que se obtenga un amplio respaldo de la población, para que el proceso de pacificación sea exitoso a nivel político, a largo plazo”, afirma, pero “al ser un referendo consultivo, sea cual fuere su resultado, no obliga a nivel jurídico al Gobierno a dar marcha atrás”.

Y eso justo lo que ocurre. Nueve de cada diez votantes que acuden a las urnas el domingo se pronuncian a favor del sí. Pero una llamativa mayoría de los ciudadanos – más del 63%— se ha quedado en casa, muchos seguramente siguiendo la consigna de los partidos nacionalistas que pidieron no votar para protestar contra el pacto. Pero Zoran Zaev no se dio por vencido y pidió a la oposición conservadora “respetar el deseo de la mayoría de los que votaron». «¡Macedonia será miembro de la OTAN y de la UE!», añadió, mientras en las calles sus detractores celebrababan el fracaso de la cita electoral.

Pero no todos creen que la baja participación muestra rechazo. También hay que tener en cuenta, advierten, que en el país vive mucho menos gente que los 2,0 milllones censados: el último censo es de 2002 y desde entonces, muchos macedonios han emigrado al extranjero. Unos 100.000 jóvenes en la última década, según algunas estimaciones.

La falta de meritocracia, el difícil acceso al mundo laboral si uno no está afiliado a un partido político, la corrupción y la desigualdad socioeconómica son algunos de los problemas más citados por muchos jóvenes que viven en Macedonia, en particular entre la comunidad de etnia albanesa, que representa un 25% de la población. Un sentir alejado del de las viejas generaciones, todavía centradas en las diferencias culturales y lingüísticas de las comunidades que habitan en el país. “Por esto la mayoría de los jóvenes apoya el referéndum, mientras que los ancianos son menos propensos”, dice el politólogo Marko Trosanovski.

¡Aprobado!

Pese a la baja participación en el referéndum, el Gobierno siguió adelante con su plan y presentó la moción del cambio constitucional en el Parlamento el 19 de octubre. Necesitaba dos tercios del hemiciclo de 120 escaños. Zoran Zaev solo podía contar con 72 o 73 votos asegurados, dada la oposición férrea del VMRO DPMNE. La sorpresa llegó en la votación: la propuesta obtuvo justo las 80 papeletas necesarias. Siete de los diputados conservadores habían votado a favor. «Demostrando valor y poniendo el interés del país por encima del de su partido», según se felicitó Zaev. «Actuaron en contra de la línea del partido y de los ciudadanos, me decepcionaron a mí y a mi país», se quejó, en cambio, el líder de VMRO-DPMNE, Hristijan Mickoski.

El partido pidió la dimisión de los siete diputados disidentes y expulsó a varios altos cargos que consideraba cercanos a ellos. La batalla política interna de los conservadores puede favorecer a Zaev, pero el socialdemócrata está lejos de haber ganado la guerra: aunque esta primera votación era clave, y la victoria le salvó de la promesa de convocar elecciones anticipadas, aún quedan dos votaciones más en el hemiciclo, para llevar a cabo la reforma de la Constitución. Faltarán meses para que concluya. Y luego le llegará el turno a Grecia, que debe también llevar a cabo cambios legislativos. Un proceso que Alexis Tsipras debería hacer culminar antes de las próximas elecciones generales, previstas para otoño de 2019.

“La brecha generacional existe en Macedonia. ¿A nosotros de qué nos sirve que nos hablen de nacionalismo? Los jóvenes en Macedonia necesitamos empleos, oportunidades, equidad”. Dukagjin Ismaili, de 30 años, con dos hijos y mantenido por su mujer —una empleada pública—, conoce de cerca esa frustración. Como su amigo Elvir, se considera hijo de una generación decepcionada. Aquella que perdió su oportunidad cuando en el 2009 se congelaron las negociaciones para el ingreso de Macedonia en la UE.

Pese a que su separación de Yugoslavia (1991) fuera menos cruenta que la de otras antiguas repúblicas, Macedonia no ha sido ningún paraíso para los jóvenes. El PIB per cápita fue de 5.442 dólares (4.670 euros) en el 2017, uno de los más bajos de la región, y el paro juvenil golpea al 47% de la población, según el Banco Mundial. En el último informe PISA (2015), el país quedó en el puesto 61º de los 69 países OCDE que participaron en el estudio.

De ahí quizá que a la campaña de apoyo al referéndum se haya sumado gente como Merita Musovska, una estudiante de Logoterapia de 23 años que todavía no ha perdido la esperanza. “Sé que entrar en la UE será difícil pero solo si el proceso se pusiera en marcha nos beneficiaríamos inmediatamente por los controles que nos harían las autoridades europea”, afirma Merita. Aclara que, pese a su pertenencia a la comunidad albanesa, no quiere que se la identifique por su origen.

Samuel Žbogar, el delegado de la UE en Skopie, admite que el riesgo de una nueva decepción existe. “Es necesario que este país sea estable, también para evitar movimientos masivos de personas que emigran”, dice dirigiéndose directamente a quienes se oponen a la integración de nuevos países en la UE. “Los hemos perdido en el 2009 y no queremos que vuelva a ocurrir”, concluye.

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