Entrevista

Chema Cobo

«En España somos más localistas ahora que en los 70»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 11 minutos
chema cobo
Chema Cobo (Sevilla, Jun 2018) | © Alejandro Luque / M’Sur


Sevilla | Julio 2018

Chema Cobo (Tarifa, 1952) es uno de los grandes nombres de la plástica andaluza, un creador personalísimo que se dio a conocer durante la Transición con el movimiento conocido como Nueva figuración madrileña para más tarde seguir desarrollando su obra en Estados Unidos. Vive actualmente en Alhaurín el Grande (Málaga), donde, dice, “basta visitar el Mercadona para darse cuenta de la variedad de los vecinos: alemanes, belgas, ingleses, marroquíes… Sería enriquecedor si se relacionaran más”. Este verano expuso un repaso a su obra bajo el título El clamor de las moscas en el Cicus de Sevilla, donde también impartió un taller.

Guillermo Pérez Villalta, usted mismo, más tarde Antonio Rojas… ¿es el Campo de Gibraltar suelo fértil para el cultivo de la pintura, del arte?

Es simple coincidencia natal. Guillermo y yo somos los dos de Tarifa, nuestras familias se conocían, hicimos amistad y nos veíamos todos los veranos, desde que yo tenía 10 años hasta los 17. Tanto él, que quería ser arquitecto y pintor, como yo, que quería ser cineasta, nos dedicábamos a pintar y a ver juntos libros de arte.

¿Simple azar? ¿No influyó nada el medio?

Algo influye siempre la zona, claro. Recuerdo muchas conversaciones con Guillermo, en las que él hablaba de un espacio mediterráneo, y yo de uno atlántico. El mío sería más bronco e inquietante, mientras que el suyo, el mediterráneo, sería más calmo, más hedonista. Pero no era una división tan radical en realidad: cada uno tenía un poco de cada cosa, como el sitio del que veníamos.

Recuerdo un cuadro de Pérez Villalta donde aparece usted, titulado ‘Artistas en una terraza o conversaciones sobre un nuevo arte mediterráneo’…

«Había mucha ironía en todo lo que hacíamos, éramos gamberretes y seguimos siéndolo»

Sí, había mucha ironía en todo lo que hacíamos, éramos gamberretes y seguimos siéndolo. Nos mofábamos de la solemnidad del moralismo típico de los vanguardistas. Los últimos vanguardistas se creían poseedores de la verdad y eran muy estrictos, mientras que nosotros proclamábamos el hedonismo. Veníamos influidos por muchas cosas ajenas al arte, como el pop, los Beatles, los Rolling… Eso cambia mucho la perspectiva, más en una España tan gris como aquella.

Pérez Villalta me confesó que cuando, ya mayor, visitó por primera vez Londres, le pareció “una vuelta a la infancia”, por haber vivido junto a Gibraltar. ¿Exageraba?

No, no, yo tenía familia en la Roca y muchas cosas que veía de niño, la comida, la ropa, venían de allí. En aquel momento, aquello era Europa. Y cuando al cabo de los años íbamos a Londres, nos encontrábamos en efecto con un montón de recuerdos de nuestra niñez. Con Guillermo hemos ido muchas veces juntos a Gibraltar. Toda esa zona tiene un espíritu de doblez muy sugestivo, es atlántico y mediterráneo, africano y europeo, y seguramente ha influido en nuestra manera de ser, o nos ha ayudado. Por eso escribí aquel aforismo, “No estar en ningún sitio, y estar en todos”.

Le digo otro, suyo también: “El Sur está siempre en la parte de abajo”. ¿Lo dice con resignación, o a modo de protesta?

Es una forma de decir que siempre perdemos todas las batallas, y cuanto más al sur, peor. Acabo de acordarme de otro más: “Terminaremos siendo los policías del sur y los camareros del norte”. Es duro. Mis cuadros también tienen un matiz de crítica política que, me sorprende, sigue siendo hoy muy actual.

Llegó a Madrid para estudiar letras. ¿Cómo se le cruzó el arte en el camino?

Estudié primero Filosofía y Letras en Cádiz, otro de mis sitios favoritos, y siguiendo a una chica me fui a Madrid y me matriculé en Lingüística. Entonces empecé a hacer cine en Super 8, yo mismo me producía las películas, que me costaban un dineral, ¡las pasaba canutas! Un día, allá por el 74, la galería Buades organizó una muestra colectiva de gente que trabajaba en Super 8. Fue bien y me dijeron que tenían una fecha libre más adelante, que si quería exponer yo solo. Y acepté.

¿Es osado relacionar sus estudios de Lingüística con su gusto por usar el lenguaje escrito como elemento para sus cuadros?

«Venimos de un sitio en el que conocíamos el mapa antes de haber visto nunca un mapa»

Allí aprendí a hacerlo, sí. Cuando yo hacía mis apuntes, los llenaba de colores y de dibujos, para recordarlos mejor. Y parecían cuadros con textos. Guillermo me decía que alguna vez tenía que exponer esas cosas, hubiese quedado ultramoderno: teoría sobre el lenguaje más forma, una exposición puramente conceptual. Mi primera exposición fue casi una instalación, hablaba de vanguardia, de futurismo… una provocación. La segunda la hice con Guillermo, con una especie de manifiesto absurdo y provocador, y la tercera ya fue con pintura mía. Empecé a construir un mundo lleno de ironía y sarcasmo.

A Marruecos, el vecino de enfrente, ¿lo visitaban a menudo?

Claro. Nosotros venimos de un sitio en el que conocíamos el mapa antes de haber visto nunca un mapa. Aquí estaba Tarifa, ahí el Estrecho, en frente Marruecos. Ese África que aparece y desaparece según las nubes del día. Un punto enigmático, casi teatral, cuya aparición y desaparición sigue siendo una metáfora de cómo lo vemos. Tal vez ahora es más visible en las noticias, pero en el fondo es un enigma bastante complicado. Y puede ser un problema gordo si los cambios no terminan de cuajar, porque es el reducto de todos los males de la Humanidad. Desde la postura más aséptica, siempre es preocupante: cualquier mal de aquí es infinitamente menor de lo que puede pasar allí. Y Marruecos es un paraíso en comparación con el África subsahariana…

¿Cómo eran sus excursiones allí, cómo se tradujeron en su trabajo?

Íbamos a Tánger, a veces bajábamos un poco más. Después hemos seguido yendo a menudo. El tema africano se reflejó en mi pintura en los 80, cuando la Nueva Figuración Madrileña empezó a distanciarse. No nos enemistamos nunca, pero yo me fui a Estados Unidos, tenía ganas de salir del espíritu de grupo… Me consideré adulto, y a su manera hicieron lo mismo los otros. La historia no perdona.

Es curioso que la Nueva Figuración Madrileña, o los ‘Esquizos de Madrid’, fueran casi todos andaluces…

Sí, así fue. Lo de esquizos vino de un intento de insultarnos por parte de algunos, porque pintábamos, lo que psicoanalíticamente se llamban fantasmas, pero no era cierto, usábamos la fantasía para contar cosas. Por nuestra parte, hacíamos mofa de la abstracción, decíamos que sus cuadros eran los fondos que hacían para que nosotros pintáramos encima. Los llamábamos oligofrénicos, porque pintaban muy poquito. Cuando Quico Rivas pensó en la exposición del Reina Sofía, decidió llamarla Los esquizos de Madrid.

¿Nueva figuración andaluza, pues?

Éramos y somos unos chicos sofisticados. Ser andaluz es una forma de ser sofisticada. Solo tienes que ir a Cádiz y comprobar las virtudes del conceptismo en la forma de decir mil cosas en una frase, eso es de una sofisticación absoluta.

Otro lugar común es identificar la Movida madrileña con los 80. ¿Usted defiende que fue en realidad en los 70?

«Llegamos cuando había un antifranquismo obsoleto, le faltaba humor e ironía»

Sin duda. En los 80 fue el márketing, pero el espíritu de los 70 fue el de la verdadera eclosión. Lo del sexo, las drogas y el rock and roll lo estábamos proclamando nosotros desde el primer día. Éramos libertarios y libertinos, pero los 80 trajeron un amparo político y social que nosotros no teníamos, ni necesitábamos. Desafortunadamente, haber sido pioneros se nos ha vuelto en contra. Ahora hay gente que nos tacha de herederos del franquismo, que ya es el colmo. Nosotros llegamos cuando había un antifranquismo que estaba obsoleto como estilo de vida. La oposición al franquismo era legítima, pero a la actitud le faltaba humor e ironía, que lo hace todo mucho más corrosivo. Y sigue faltando hoy.

“Ministerios de Escultura, Monasterios para la Cultura”, escribió usted una vez. ¿Estamos en buenas manos, políticamente hablando?

En el fondo, estamos en manos de unos gerentes culturales que son unos esnobs, con un gran deseo de escribir la Historia a su manera y no como realmente fue. Mire usted, déjese de historias y aténgase a los hechos, porque cambiarlos es un fraude. Veo a nuestro alrededor bastantes atisbos dictatoriales.

¿Ha sufrido alguna vez algún tipo de censura?

Me he visto coartado alguna vez, sí. Hay un juicio por parte de mis compañeros y del medio, que me recuerda que ir por libre siempre es peligroso, incluso grave. También a Guillermo y a Luis Gordillo les ha pasado, pero es entonces cuando te das cuenta de que hemos tocado una fibra sensible. Lo que me parece dudoso es que los artistas tengamos que creernos que tenemos el monopolio de la verdad en el mundo. Por otro lado, España es el único país donde he escuchado eso de “nosotros, los demócratas”. Es algo inconcebible en Estados Unidos, Bélgica o Francia. Me echo a temblar ante eso, ¿por qué tiene usted que afirmar que no ha pecado? El día que no oigamos más eso, será un aire nuevo. Pero no tengo esperanza en la clase política, son ya muchos palos. Creo más en la evolución de la gente.

¿En qué sentido?

He notado que el pueblo va años luz por delante de lo que dicen los políticos. Tratan de vendernos que nos van a curar de prejuicios, cuando estamos más que curados, y hace mucho que sabemos lo que es una mujer, o un gay, mejor que ellos. Y un extranjero: he conocido a muy pocos españoles xenófobos, cosa que en la Italia de los 80, por ejemplo, era muy común con los polacos…

¿Qué necesita hoy el arte, la cultura en general?

Más cuidado y menos intervención. Un arte que se limita a ser noticia durante una feria, mala señal es. Una literatura que solo es noticia cuando se da un premio, mala señal. La cultura es hoy un cajón de sastre donde cabe todo. Pero si la cultura no es el resultado de un educación en la verdad y en la crítica desde pequeñitos, poco podemos hacer. La cultura tiene graves problema de cimentación, se improvisa mucho, mientras que vende bien desde el punto de vista electoralista. Pero no me canso de pedir un pacto de Estado para la cultura y la educación, para que nos dejen en paz de una vez.

¿Desde Estados Unidos se veía todo de un modo diferente?

En Estados Unidos está todo en manos del sector privado. El Estado es muy pequeño. El problema español es que parte de esa forma en que se estructuró el mercado, en autonomías. En los 70 había centros de confluencia, Barcelona, Madrid, que contaminaban a todo el país. Ahora, Andalucía para los andaluces, Euskadi para los vascos… Quieres exponer a un amigo de La Coruña y te dicen ¿qué hace un gallego aquí? Ahora hay en España más localismo que en los 70.

Eso no pasa con los franceses, con quienes va a exponer usted en breve…

Sí, soy el primer español que va a exponer con la Alliance Française, ¡y además hablando de la Revolución Francesa! Es interesante ver cómo el punto de partida de las democracias occidentales construye la idea de poder desde la Ilustración, pero con todas sus contradicciones. Los grandes aciertos y errores de aquello los estamos viviendo ahora. Lo que más me gusta es que voy a poder usar la lengua francesa en mis cuadros.

© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

¿Te ha interesado esta entrevista?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos