Reportaje

Los desaparecidos

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 9 minutos

beirut protesta presos
Beirut | Julio 2018

El 12 de abril de 1984, en lo más álgido de la guerra del Líbano, Ibrahim Abu Haider estaba sentado en el asiento del conductor de su coche, esperando a que su tía saliera de la farmacia Sarola, en el barrio beirutí de Hamra. De repente, cuatro desconocidos se metieron en el vehículo y obligaron al joven a ponerlo en marcha y conducir.

“Al principio mi tía pensó que era una broma que le había gastado Ibrahim con sus amigos. Pero pasaron las horas e Ibrahim no daba señales y empezamos a preocuparnos”, cuenta su hermano menor Bilal Abu Haider, tres décadas después. Recuerdo incluso los presagios: “Un día antes, mi padre soñó que se le cayó el rosario al suelo y se partió, y cuando trató de armar todas las piedras, una se perdió y le fue imposible encontrarla. A la mañana siguiente, mi padre sintió que algo malo le iba a pasar a uno de sus hijos y le pidió a mi madre que no nos dejara salir de casa”.

La familia – pertenece a la comunidad musulmana chií– vive en los suburbios de Beirut, en el feudo de Hizbulá. Ibrahim tenia entonces 24 años y era estudiante universitario mientras trabajaba en un taller en la parte cristiana de Beirut para pagarse los estudios. Para ello tenia que cruzar todos los días la Línea Verde, el limite que separaba el Beirut Oeste (musulmán) del Beirut Este (cristiano). Fue por eso que las milicias drusas adscritas al Partido Socialista Progresista (PSS) del caudillo Walid Jumblat, aliados con el bando musulmán, empezaron a sospechar que podía ser un espía de las Fuerzas Libanesas, el partido ultraortodoxo cristiano de Samir Geagea.

Ofrecieron al padre de Ibrahim secuestrar a uno del bando enemigo e intercambiarlo por su hijo

“Los secuaces de Jumblat le acusaron de estar pasando información a las Fuerzas Libanesas y por eso se lo llevaron. Pero es falso; mi hermano no estaba vinculado a ningún partido”, asegura Abu Haider. Los días pasaron tras su desaparición, hasta que un oficial militar druso, Haitham Abu Jumaa, del Partido Socialista Progresista admitió haberle secuestrado y le dijo a la familia que estaba bajo investigación y que podrían recibirlo al día siguiente.

“Mi madre, mi padre y mis hermanos mayores fueron a verlo y les dijo que lo había liberado y que ya no estaba con él. Unas semanas después, el oficial regresó a mi casa y admitió que lo había entregó al ejército sirio en Matn, en concreto al coronel Milad y al general de brigada Saqr”, narra el hermano de Ibrahim. Desde 1976, las tropas sirias, inicialmente aliadas con las milicias cristianas, dominaban gran parte del Líbano oriental.

Al enterarse que Ibrahim estaba prisionero en Siria, miembros del partido chií Amal le ofrecieron a su padre “secuestrar a uno del Partido Socialista Progresista e intercambiarlo por Ibrahim”, confiesa Abu Haider. Su padre, puntualiza, se negó a aceptar el trato.

Tras una larga peregrinación en su búsqueda, siguiendo informaciones erróneas de que hubiese sido ejecutado, o rumores infundados de que hubiese sido visto en alguna cárcel en Siria, los padres de Ibrahim murieron sin conocer el destino de su hijo. Han pasado 34 años desde su desaparición y su hermano Abu Haider todavía se sigue haciendo la misma pregunta: ¿Seguirá vivo o estará muerto? “Si está muerto, lo único que pido es poder recuperar sus restos para enterrarlos junto a mis padres en el cementerio”, anhela.

Hay miles de familias en la situación de Abu Haider, que siguen buscando a personas desaparecidas durante la guerra civil. A menudo, las pistas señalan hacia Siria, el país que se hizo con el control de todo Líbano al terminar la guerra civil en 1990, y lo mantuvo hasta la Revolución de los Cedros en 2005. Cuando caravanas de camiones llevaban los tanques sirios de vuelta a su país, un soplo de aire fresco sacó a la luz muchas reivindicaciones hasta entonces ocultas por el miedo. Aquel abril de 2005 se manifestaban ante una oficina de Naciones Unidas los activistas de la asociación SOLIDE, defensora de los derechos de los presos políticos libaneses en cárceles sirias. Los familiares realizaron turnos de huelga de hambre para reivindicar la liberación de los prisioneros, a menudo condenados en juicios sumarísimos por delitos inexistentes.

Fuentes oficiales calculan que hay alrededor de 17.000 desaparecidos, pero puede ser el doble

El problema, ya entonces: ni el régimen sirio ni el gobierno libanés reconocían la existencia de estos presos, y la lista de más de 300 personas que manejaba SOLIDE estaba recopilada gracias al testimonio de los familiares que alguna vez pudieron visitarlas. Pero Rami Saliba, miembro de la organización, aseguraba que la cifra real superaba el millar: “Pocos se atreven a dar el nombre de un preso porque temen que Siria les denegará entonces el derecho de visita o incluso encarcelará a otro familiar”. Los más antiguos llevaban treinta años en la cárcel; las detenciones más recientes se produjeron a inicios de 2005.

Una larga década y una guerra civil más tarde, ya poco se habla de liberación de presos, y más de hallar sus restos mortales. Widad Halawani, fundadora del Comité de la Unión de Personas Desaparecidas y Capturadas, encabeza la lucha de los familiares para conseguir que el Parlamento libanés apruebe una ley de registro de ADN que permita identificar los cadáveres encontrados en las fosas comunes. Aunque se desconoce el número real de desaparecidos, fuentes oficiales calculan que hay alrededor de 17.000 desaparecidos, pero las ONGs creen que es el doble o el triple de esa cifra.

Mapas secretos

Para los familiares de las personas que desaparecieron durante la guerra civil y la siguiente ocupación siria, la exhumación de las fosas comunes es la única forma de descubrir el destino de sus seres queridos. Sin embargo, a pesar de que han pasado 28 años de relativa calma, las autoridades libaneses todavía son reacias a desenterrar el pasado. Justine Di Mayo, activista y directora de la organización Act for the Disappeared (AfD), asegura que hay más de cien lugares diseminados en todo el Líbano, identificados como fosas comunes, pero el Gobierno libanés ha hecho poco para investigar lo que pasó con los desaparecidos. “Hay poca voluntad política para investigar los casos de los desaparecidos durante la guerra; los políticos de hoy eran milicianos ayer y no están interesados en rescatar la memoria histórica”, se queja Di Mayo.

El principal problema es que “cada año que trascurre hay menos testimonios y pruebas que podrían aclarar el destino de los desaparecidos y traer la paz a sus familias” advierte la activista francesa. “Los excombatientes, que tienen información sobre centros de detención y lugares donde fueron ejecutados y enterrados, están envejeciendo, y los propios cementerios están siendo destruidos“, manifiesta. “Muchas de las fosas comunes son hoy aparcamientos privados o tienen encima un bloque de apartamientos de lujo”, critica.

La base de AfD recoge 2.200 casos de desaparecidos y 112 sitios identificados como fosas comunes

Desde 2015, Di Mayo y su equipo han trabajado para localizar sitios de entierro en todo el Líbano y los han marcado en un mapa digital protegido por contraseña. La base de datos privada de Act for the Disappeared recoge 2.200 casos de personas desaparecidas y 112 sitios identificados como fosas comunes. Di Mayo explica que esta información no la comparten con los familiares, sino que es para proteger los sitios de entierro. “Si hiciéramos público el mapa de las fosas comunes me temo que los excombatientes podrían intentar destruir las pruebas”, señala.

Tras la guerra civil se hizo una ley de amnistía para perdonar a los milicianos de todos los bandos, pero hablar de los crímenes que cometieron sigue siendo un tema tabú. “Permanecer en silencio es más peligroso que lidiar con el doloroso pasado. Líbano vivirá un nuevo ciclo de violencia si no se habla de lo que sucedió en la guerra civil», sentencia Di Mayo. Pero poco indica que ese tabú se vaya rompiendo: según la activista, la división entre diferentes comunidades religiosas en Líbano “ha ido en aumento durante la última década, tras el asesinato de Rafik Hariri en febrero de 2005”. Fue la muerte del político en en un atentado con coche bomba marcó el levantamiento contra Siria, que puso fin a la ocupación militar siria sobre el Líbano. Hoy, su hijo Saad Hariri es el primer ministro del Líbano.

Es el único caso en el que ha habido un cambio generacional. Los jefes de los demás partidos se leen como una lista de los ‘señores de la guerra’ de los años 80. Presidente del país: Michel Aoun, jefe del Movimiento Patriótico Libre (corriente cristiana laica), comandante en jefe del Ejército libanés a partir de 1984, fue el último en deponer las armas combatiendo contra las fuerzas sirias en 1990. Su mayor rival, jefe de la Falange Libanesa: Amin Gemayel, hermano y sucesor de Bachir Gemayel, presidente libanés asesinado en 1982. Más a la derecha aún: el irredento Samir Geagea, caudillo de las Fuerzas Libanesas, la fuerza cristiana dominante durante toda la guerra civil, juzgado y condenado por asesinatos en 1994 pero amnistiado en 2005. Eterno candidato a la presidencia, ministro ininterrumpido desde 1991: Suleiman Frangieh, líder de las milicias Marada en la guerra. Presidente del Parlamento (desde 1992): Nabih Berri, desde el inicio de la guerra líder de la milicia chií Amal, hoy uno de los cuatro mayores partidos del hemiciclo. Su aliado en la guerra civil, y desde la paz eterno fiel de la balanza del poder: Walid Jumblat, jefe del clan druso más poderoso y del partido PSS. El único que quedaba en segundo plano hasta su elección como comandante de Hizbulá en 1991 es Hasan Nasralá. Pero exceptuando tal vez al druso Talal Arslan, que estudiaba en Londres durante la guerra, todos los jefes de partidos de hoy día probablemente hayan dado personalmente alguna orden de secuestro o asesinato de quienes yacen ahora en las fosas secretas.

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