Opinión

Sin ti no soy nada

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos

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Colón fue un genocida, Mark Twain era racista por usar la palabra “nigger”, Balthus era un pedófilo por pintar una niña a la que se le ven las bragas, Vladimir Nabokov lo era por escribir Lolita, la Real Academia de la Lengua es sexista porque todavía valida como correcto el idioma español que se habla en la calle, los pintores prerrafaelitas eran machistas porque pintaban a ninfas desnudas, y Amaral induce a la violencia contra las mujeres. Bonito panorama cultural del que provenimos. Visto desde la distancia del siglo XXI, más valdría quemar las bibliotecas y museos, junto a las discotecas, a ver si nos libramos de tan nefasta herencia cultural.

Exagero. A estas alturas ya se habrá enterado usted, lector – la prensa patria tardó dos días en desmentir el bulo que corría por sus propias páginas– de que el programa Skolae del Gobierno de Navarra no solo no ha censurado las canciones de Amaral, de El Canto del Loco, de Nena Daconte, Shakira, Maluma y Malú, sino que está haciendo todo lo contrario: propone que esas canciones se pongan en clase a los adolescentes. Así consta en el documento de Skolae. Si eso es censurar, ya me dirán ustedes.

Pero sí: esta oleada de revisionismo de nosotros mismos, normalmente bajo la bandera de construir una sociedad más justa, más igualitaria, más libre, se asemeja a menudo a la actitud de quien intenta cerrar con cinta americana la tapa del wáter cuando se le han atascado las cañerías, en la esperanza de que así dejará de oler mal. Lo que no se ve no existe.

Lo que hoy no se ve, quizás nunca haya existido. Si nadie lee a Mark Twain, quizás no nos enteremos de que en el siglo XIX hubo esclavos negros en Norteamérica y que se les llamaba nigger con desprecio. Entonces, claro, el racismo que hoy todavía existe en Estados Unidos debe de ser algo que surge por generación espontánea. Si nadie lee a Nabokov, quizás pensemos que no existen hombres que abusan de niñas de doce años tras casarse con la madre.

La cuestión es si pensar que no existe algo va a servir para que deje de existir. En el caso de las pinturas prerrafaelitas sí, obviamente. Se descuelga el cuadro y se acabaron las ninfas en su estanque. Quizás nunca hayan existido de verdad las ninfas. Me convence la solución.

Creemos que dejamos de ser machistas si modificamos la terminación vocálica de los sustantivos

Pero en otros ámbitos de la vida no lo tengo tan claro. No sé si la gente que llama coñazo un libro de Javier Marías pero califica de cojonudo uno de Maruja Torres corre a mirar en el Diccionario si tiene derecho a hacerlo antes de pronunciar esos calificativos. (Por si usted no frecuenta las redes sociales: sí, circula, entre otras muchas propuestas sobre el llamado lenguaje inclusivo, la propuesta de desterrar, mediante su erradicación del diccionario de la RAE, las expresiones con carga negativa etimológicamente derivadas del término del sexo femenino, así como las de connotación positiva que aluden a los genitales masculinos; tras inquirir yo si también hay que prohibir la expresión de pasárselo teta y de mandar a alguien al carajo, o si estas, a cambio, son políticamente correctas, se me respondió que era mejor hablar sin referencias a ninguna parte anatómica; tal vez un primer paso hacia un futuro asexuado o incluso holográfico de la humanidad).

La manía censora de nuestros días es un extraño intento de ajustar el reloj del funcionamiento de la sociedad agarrando las manecillas para modificar el giro de las ruedas y piñones ocultos en la caja. Creemos que dejamos de ser machistas si modificamos la terminación vocálica de los sustantivos. Algo que podría desmontar cualquier lingüista con conocimientos del árabe o el turco. (En realidad bastaría con saber inglés para desmontar la confusión entre gramática y biología: la palabra gender, del que se ha calcado ‘género’ en su brumosa acepción moderna, sirve en inglés para designar el sexo de una persona, un animal o una planta).

La gramática no es la que va a acabar con el machismo. Ojalá fuera así de fácil. Pero el machismo está más arraigado en nuestras sociedades que los azares de la evolución de las lenguas románicas. Más que en la terminación de -o o -a se esconde en el pronombre posesivo. La maté porque era mía, dice la canción de Platero y Tú. No figura en la lista de Skolae – supongo porque los adolescentes de hoy ya no la recuerdan – pero debería. Debería porque ese pronombre posesivo es el factor más importante en esa faceta extrema del machismo que acaba en asesinato: las 50 mujeres que mueren por media en España al año por violencia machista son en su totalidad bien pareja, bien expareja del asesino. Y el asesino suele ser alguien que ayuda a las vecinas con las bolsas de la compra y del que nadie imaginaba que fuera un criminal.

Porque este asesino no es criminal de puertas para afuera: lo es en su casa, en lo suyo, en lo que posee. Y lo que posee es su mujer (la Real Academia recoge aún en la acepción 6 de este verbo: Dicho de una persona: Tener relación carnal con otra. No sé si aplicándole una goma de borrar vamos a reducir los asesinatos. ¿Probamos?).

La idea del amor como posesión de la otra persona está muy arraigada en nuestra cultura. Si tiene que tirar la primera piedra contra Amaral quien nunca haya pensado tras una ruptura amorosa “Sin ti no soy nada”, la lapidación la podemos dejar para el siglo que viene. Pero el hecho de que todos sintamos algo, no lo hace necesariamente mejor. Cierta parte de la población también habrá sentido, en esto de los lances amorosos, “A veces te mataría (otras, en cambio te quiero comer)”. Pero cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya.

Sí: en Amaral no sabemos si habla un chico o una chica, son letras reversibles, y por eso no son machistas. Solo expresan lo más sentido de lo que en nuestra época llamamos amor.

La desgracia es que en nuestra época, el amor sigue estando vinculado profundamente a la posesión del otro (o a sentirse poseído por el otro; insisto: en ambas direcciones). Una posesión para toda la vida. Díganme una novela, un filme o una canción en la que tras el beso definitivo de los enamorados – y si es Hollywood, el intercambio de anillos– viene un divorcio, nuevos amores y nueva alegría. No. Eso no se muestra, eso no se mira, eso no se hace. Esas cosas no se dicen, niños y niñas.

Nadie mira mal a una chica si tiene muchas parejas sexuales, a condición de que sean consecutivas

La vida real, por supuesto es diferente: desde hace más de una generación, todo el mundo deja al novio, se lía con otro y si acaso se casará con el cuarto o quinto, si es que se casa, para divorciarse a los diez años y encadenar a algunos novios más. Ya nadie exige luto de por vida tras una ruptura. Nadie mira mal a una chica si tiene muchas parejas sexuales en su vida, a condición de que sean consecutivas, claro. Porque solo así se puede fingir creer que cada vez es para siempre. Si fuera a la vez sería una guarra, alguien que no cree en el amor.

Si es para siempre, es exclusivo: no puede haber nadie más, no vaya a ser que exista una vida después o al margen del amor. Ahí empiezan los intentos de asegurarse, vigilar, controlar, acosar por mensajes, intentar acotar las relaciones del otro, déjame ver a quién tienes en tu móvil, no quedes a tomar algo con aquel. No vaya a ser que haya tentación de diversidad. Solo si la relación es exclusiva puede ser para siempre, como solo se mantiene una mermelada si el tarro está cerrado al vacío. No tocar esa tapa ¿eh? Como le entre aire a las bragas, todo se pudre.

Y esto se repite una y otra vez: con el primer novio, el segundo, el tercero y el de la boda: siempre debe pretenderse que será un amor para toda la vida. Debe pensarse cada vez: Esta es la buena. Porque solo es buena si es para siempre.

Y si al final resulta que no es para siempre, si hay ruptura y abandono, todo se ha acabado. Todo. Para los dos. Sin ti no soy nada. Aniquilada. Abandonada. Todas las ilusiones destrozadas. Tirada como una colilla. Traicionada.

Si me abandonas, me mato. Si me abandonas, te mato. El machismo está en el pronombre

Se acaba el mundo. Ella tal vez lo peor que puede hacer es intentar cortarse las venas. Él, si se siente traicionado, vengará la afrenta: así lo exige el honor del varón, desde el medievo hasta hoy. La traición se castiga con la muerte, si eres un hombre. No es raro que él también se suicide después: ocurre (en tentativa o consumado) en un 30-40 por ciento de los casos. Porque en el apocalipsis se arrambla con todo. Con ella, con la culpable de que el mundo se acaba. Porque sin ti no soy nada. No existo. Aniquilado. Aniquilados los dos.

El amor romántico no es inocente, y las bellas canciones de Amaral no son más que su espejo. Por eso son perfectas para ponerlas en clase y reflexionar de qué hablamos cuando hablamos de amor.

Si me abandonas, me mato. Si me abandonas, te mato. El machismo de nuestra sociedad no reside en el género de un adjetivo sino en el cambio del pronombre. Y esto no lo arregla la Real Academia.

En el documento de Skolae falta una hoja: tras la lista de canciones que reflejan el sexismo (sin criticarlo), las que directamente aceptan la violencia (Malú: Entera y tuya, aunque mi vida corra peligro) y las que lo denuncian (Amaral: Si tienes miedo, si estás sufriendo, tienes que gritar y salir, salir corriendo), echamos en falta otra categoría: las que proponen un nuevo modelo de amor, en el que amar no se equipara a aniquilarse.

Hace falta una nueva literatura, una nueva cultura cinematográfica, una nueva discografía entera (hay un pionero: es Javier Ruibal) para acostumbrarnos a vivir a plena conciencia el amor, los amores, que nuestra generación ya está viviendo. Nos queda asumirlo. Para eso no hace falta censurar nuestra herencia artística. Tal vez no vendría mal volver a colgar el cuadro de las ninfas del estanque aquel. Porque en este óleo de John William Waterhouse, no es el apuesto Hilas el que domina a cuatro babys. Son las siete ninfas las que se lo llevan a él para divertirse un rato.

Hilas acabó ahogado. Nos toca buscar un amor en el que nadie muere.

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