Entrevista

Mircea Cartarescu

«La única opción que tiene Europa es la unidad»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos

 

Mircea Cartarescu (Formentor, Sep 2018) | © Cati Cladera

Formentor | Septiembre 2018

“En uno de sus textos”, explica Mircea Cărtărescu, “Oliver Sacks describe una curiosa ceguera que afecta a una zona del cerebro, de modo que el paciente no puede ver la izquierda o la derecha. Si comen una rebanada de pan o se miran al espejo, ven solo la mitad. A mí siempre me ha sorprendido la ceguera del ser humano hacia el futuro: tenemos la misma clase de parcialidad, no hay nada que nos impida ver el futuro como vemos el pasado. Existen excepciones, los profetas como Tiresias, que son personas sanas y completas, mientras nosotros somos una especie de tullidos con el párpado cerrado hacia el futuro. Un autor es también una especie de profeta, y su ambición es adquirir una visión total a todos los niveles de la existencia, con todo el cuerpo, toda la piel y todas las edades. Añadiría que incluso con las dos grandes disposiciones, la parte masculina y la parte femenina. Yo he procurado ver las cosas con este ojo total”.

Son palabras de uno de los escritores más fascinantes del panorama europeo actual, cuyo nombre se repite insistentemente cada año en las quinielas del Nobel. Nacido en Bucarest en 1956, Cărtărescu ha ido abriéndose camino en el mercado español con títulos como El ruletista, Lulu, Las bellas extranjeras, Levante, Nostalgia o El ojo castaño de nuestro amor, hasta que el año pasado se consagró entre el gran público con la monumental y oscurísima Solenoide.

Tras ese arrollador éxito, el escritor regresa con El ala izquierda, la primera entrega de una trilogía no menos ambiciosa que llevará por título Cegador. “Es un libro total, en el que intenté llegar desde las capas más bajas de la vida a las más elevadas, la metafísica y la teología. Cegador tiene la capa teológica más intensa de toda mi escritura. En última instancia, es un discurso sobre nuestra parte divina”, explica el autor, de visita en Mallorca para recoger el premio Formentor – el mismo que recibiera, entre otros, su admirado Borges – y al que dedicó una íntima reflexión de por qué se escribe.

Usted asegura entrevista que ha inventado una Bucarest que en realidad no conoce, pero sus lectores sí que la reconocen. ¿Existe la Bucarest de Cărtărescu fuera de sus libros?

«Las ciudades de los escritores tienen como cielo el cráneo de estos»

Los lugares de los escritores no existen de verdad. Nadie reconocería el plano de Buenos Aires leyendo a Borges, ni puedes ir a Alejandría siguiendo a Lawrence. Con leerlos basta. Las ciudades de los escritores tienen como cielo el cráneo de estos, están escritas bajo su cráneo. En este sentido, mi Bucarest es muy distinto al verdadero. Es verdad que he acompañado a periodistas en busca de sitios escritos por mí, pero solo para demostrarles que no existen. Me sucedió con [Ignacio] Vidal Folch; vagamos por la ciudad y me preguntaba, ¿pero dónde están los subterráneos, dónde los laberintos? No existen más que en mi cabeza, y espero que también en la cabeza de los lectores después de leer mis libros.

¿Sigue frecuentando la capital rumana, aunque ya no viva en ella?

Bucarest no es un lugar demasiado recomendable para vivir. Es una metrópolis como todas, donde nadie duerme. Es la única ciudad donde la gente que se encuentra por encima de los ingresos medios de los europeos, pero pagan muy cara esta felicidad. Hay contaminación, condiciones precarias… Yo llevo diez años sin vivir allí, me fui al campo, donde de vez en cuando veo ciervos, y no solo coches destartalados. Vivo tranquilo, entregado a mi carrera de profesor universitario, y procuro sacar adelante mis proyectos. El resto me interesa poco.

Sabemos que Cartarescu escribe sus novelas del tirón, sin retocar una palabra, sin editar el texto, tal cual, a mano siempre. Pero sus Diarios, de los que acaba de salir la tercera entrega, sí están intervenidos. ¿Solo para reflejar la realidad vivida realmente hay que hacer edición y retoques?

Escribo un diario desde que tenía 17 años. Tengo 25 cuadernos de 400 o 500 páginas, así que es un corpus inmenso. De ese corpus he empezado a sacar libros, de siete en siete años. Tengo así 28 años de mi vida cartografiados y publicados. El hecho de que sobre todo en este último volumen me haya censurado, tiene que ver sobre todo con la longitud insoportable de estos siete años en mi diario. Nadie leería un diario de mil páginas, ni me lo publicaría nadie, de modo que tuve que limitarme a 600 páginas, me limité casi a la mitad.

Haber vivido bajo una dictadura como la de Ceaușescu, ¿le vacunó para siempre contra las utopías?

Ustedes los españoles también saben lo que es una dictadura, y me pueden comprender quizá mejor que otros. Como suele decirse, las dictaduras, si no te matan, te hacen más fuerte. Es muy malo vivirlas, y al mismo tiempo, el hecho de tener un adversario, un enemigo poderoso; el hecho de vivir como en la película Pi, con un tigre en la barca, saca de tu interior lo mejor y más fuerte que tienes. En los años 80, cuando era un poeta joven, pertenecía a un grupo de poetas que solo tenía un ideal: escribir libremente. Yo hice lo mismo que ellos, pagando el precio de la marginalidad. Nos reuníamos en las casas de uno y otros, en sitios oscuros, y escribíamos poemas de libertad. Resultado: no nos publicaban, o costaba mucho publicar.

¿Cabe la nostalgia al mirar atrás?

«El conflicto de Rumanía no es ideológico: el poder político lo definimos como cleptocrático»

Era una vida suculenta, quizá más llena de vida que lo que ha venido después. Y es que éramos jóvenes, buenos amigos, y creíamos, con la ingenuidad propia de los jóvenes, que éramos los mejores poetas del mundo. Cuando uno venía con un poema bueno, todos iban corriendo a intentar mejorarlo. Conservo un libro dedicado por uno de ellos, que venía con una cuchilla de afeitar colgando de un hilo, y la dedicatoria: “Para Mircea, para que se corte las venas de envidia”. Fueron tiempos magníficos a pesar de todo.

Hace unos años dijo que dejó de escribir columna política porque ya no valía la pena: no quedaban fuerzas positivas en Rumanía a las que apoyar. Cinco años después, ¿mantiene el pesimismo intacto?

El conflicto de Rumanía no es ideológico, sino que el poder político nosotros lo definimos como cleptocrático. A ellos no les interesa la distinción entre izquierda y derecha, solo les preocupa robar sin que los pillen. Es un asalto a la Justicia, y en este momento es tan grave que afecta al Estado de derecho y nos alinea con los países aliberales como Hungría o Polonia.

Por la misma época, aún nos dijo que la ultraderecha en Rumanía no era especialmente preocupante. Hoy, los movimientos de ultraderecha en toda Europa no se han convertido en milicias con botas militares y antorchas, sino que visten chaqueta y se disponen a desmantelar la Unión Europea desde las poltronas ministeriales. ¿Es un mayor peligro?

Para mí, esto supone un gran motivo de sufrimiento. De hecho, me considero europeo antes que rumano, nuestra patria natural es Europa. En primer lugar, nosotros vivimos con un determinado tipo de persona, y en ese sentido Europa es el mejor lugar del mundo para vivir. No me siento mejor en ninguna parte que entre las fronteras europeas, y siempre he soñado con una Europa unida, incluso con una federación en la que los nacionalismos palidecieran y los individuos adquieran un verdadero patriotismo europeo. Por desgracia, este sueño se aleja cada vez más, pero no hay que perder la esperanza: esta unidad es la única opción que tiene Europa.

Una vez Vargas Llosa me aseguró que había tomado todas las precauciones para que no le dieran el Nobel. ¿Ha hecho usted lo mismo?

He hablado con Vargas Llosa de este tema… Estuve con él en Bucarest, fue muy agradable. Él sostenía que en los carteles del premio Nobel se debería incluir un anuncio como el de los cartones de tabaco, que dijera: “El Nobel perjudica seriamente la salud”… Para cualquier escritor verdadero, lo importante es escribir. Todo lo que viene a continuación es algo inmerecido e inesperado. Por eso, ningún escritor debería sentirse orgulloso de los premios que recibe, sino profundamente agradecido. Nadie merece más que las líneas que escribe.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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