Crítica

¡Fuera cortinas!

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

Mona Eltahawy
El himen y el hiyab

Género: Ensayo
Editorial: Capitán Swing
Páginas: 208
ISBN: 978-84-9488-614-0
Precio: 18,50 €
Año: 2016 (2018 en España)
Idioma original: inglés
Título original: Headscarves and Hymens
Traducción: María Porras Sánchez

 

 

¿En qué se parece un himen a un hiyab, a ese pañuelo que las musulmanas que, además de serlo quieren parecerlo, se colocan en la cabeza para que no se les vea el pelo? Ambas son membranas cuya función resiste en lo simbólico, y ambas guardan el honor de la mujer. No, su honor no. Su honestidad.

El título es el primer acierto del libro de Mona Eltahawy, periodista egipcia anglófona (Puerto Said, 1967). El segundo es el subtítulo: Por qué el mundo árabe necesita una revolución sexual. El tercero, las demás 200 páginas.

Porque de eso se trata: del sexo. No solo del sexo entendido en el sentido de la categoría que divide la humanidad en dos partes, machos y hembras (lo que en inglés llaman gender, de lo que alguien ha sacado el curioso término género en castellano). Sino también del sexo referido al verbo follar. De la obsesión por el sexo. De cómo la mujer, precisamente por estar obligada a taparse, se convierte, para cientos de millones de hombres en el mundo árabe (y fuera de él, pero en este mundo especialmente) en un objeto sexual. En algo que solo debe existir tapado, y que por eso, precisamente, solo puede tener una única función en la vida de un hombre: ser destapada. O ser manoseada bajo la tapa.

Mona Eltahawy cuenta mucho en primera persona, porque tiene mucho que contar. Más de lo que se imagina usted, lector. Salvo si usted, lectora, ha sido una chica criada en un país de estos que tenemos al lado: Egipto, Marruecos… Entonces le parecerá de rutina, de lamentable, espantosa, aterradora rutina.

La vida de Mona Eltahawy le ha doblado la apuesta: es egipcia criada en Arabia Saudí

Hay grados, desde luego. Egipto, me dicen quienes saben, es diez veces peor que Marruecos en eso del acoso a cualquier chica que se aventure a la calle. Y la vida de Mona Eltahawy le ha doblado la apuesta: es egipcia criada en Arabia Saudí. Donde aventurarse a la calle está, simplemente, prohibido.

El acoso sexual, y no solo verbal sino físico, es la amenaza que destierra a toda chica de la vía pública. El remedio propuesto es el hiyab: si te lo pones, marcas tu condición de mujer honesta y dejas claro que tú no eres de esas. Obviamente es mentira, porque el acoso sigue, pero es una mentira que determina la vida y la visión del mundo de millones de mujeres. Al igual que llegar virgen al matrimonio: la garantía de que tu marido te va a respetar, porque tú no eres de esas. Que también es mentira, claro.

El libro de Eltahawy desmonta muchas mentiras. Especialmente las que se difunden de un tiempo a esta parte en Europa y que pintan el hiyab como un elemento “cultural” que expresa una “identidad” musulmana. Esta “identidad” es una sola: la sexual. Mona Eltahawy lo sabe, porque ella ha llevado hiyab. Por decisión propia. Durante nueve años. “Tardé ocho en quitármelo”, dice. Ocho años de sentir que una ha caído en la trampa de pensar que todo va bien si una exhibe lo decente que es, pero sin atreverse a volver a “desnudarse”. Porque así llaman los hiyabistas a las mujeres que no llevan: desnudas.

Es difícil imaginar un libro más necesario en estos momentos, especialmente en España, donde acaba de lanzarse públicamente el debate sobre la promoción del hiyab – y con ello, del ideario islamista como norma social respetable para las inmigrantes – que llevan a cabo desde hace años las conversas españolas. Con el respaldo de numerosas instituciones públicas y, sorprendentemente, una parte de la izquierda y hasta del movimiento feminista, paradoja donde la haya, que parece haber colocado una cortina (esto es lo que significa la palabra hiyab) ante todo lo que se presente como “islámico”.

Una cortina de terciopelo: no se puede mirar, no se puede debatir; si algo es musulmán, forzosamente es digno de protegerse, sin cuestionar. Cuestionar es de racistas. Créanselo: cierta mal llamada izquierda tilda de “colonialistas blancas” a las activistas (magrebíes) del blog NoNosTaparán, que reivindican sus propias raíces culturales para oponerse a la marea ultrafundamentalista que promociona el velo en el Magreb y en Europa. Llegados a esto, el libro de Mona Eltahawy es más urgente que nunca.

Un libro urgente, pero que se desea que se hubiese escrito con algo menos de urgencia. Porque a ratos transmite cierta sensación de reportaje ampliado con el material que estaba a mano: datos de Naciones Unidas, de Human Rights Watch, de encuestas de algún organismo internacional. Como con ganas de darle un fundamento sólido de ensayo a lo que se cuenta. Ya lo dijo Curt Goetz: si quieres impresionar a un americano, tienes que mentir en cifras. No es que las cifras mientan, pero lo que pueden contarnos no merece el espacio que la autora ha hurtado a su propio testimonio, a sus propias observaciones.

Abandonen el libro, como si de un paquete bomba se tratara, en los despachos de los políticos

Otro flaqueza, esta perfectamente comprensible, es que el libro se centre en gran parte en Arabia Saudí y Egipto, los dos países que conoce bien la autora. De Marruecos, por ejemplo, no se dirá prácticamente nada hasta el último capítulo. Esto también explica el desacierto del capítulo ‘El dios de la virginidad’ de cuyas 21 páginas solo las primeras 4 se dediquen a la virginidad, probablemente el tabú más apabullante que rige, oprime y destruye la vida de una mujer nacida en una de las actuales sociedades islamistas. A partir de la quinta página, Eltahawy pasa al tema de la mutilación genital femenina, que en el imaginario egipcio puede estar asociado a la virginidad, pero solo en el egipcio (y sudanés), porque en la inmensa mayoría de los países musulmanes ni se conoce ni se practica (pero en algunos se mata por perder el himen). Un nilocentrismo poco representativo del mundo árabe que, desde el subtítulo, se presenta como el ámbito del libro.

Pero son defectos menores frente a los grandes aciertos: el testimonio valiente, el arrojo de desnudar el propio pasado, el lenguaje directo, lejos de toda voluta académica y de toda cautela política, la brevedad, la rotunda claridad de las ideas. También la conciencia de que nada de lo que se denuncia aquí es inherente al islam frente al resto del mundo, sino común a la mayoría de las religiones, y especialmente a cristianismo y judaísmo. Solo que hay países que aún tienen pendiente rebelarse contra el patriarcado religioso.  Mona Eltahawy habla del islam porque es lo que a ella le ha tocado.

Lean el libro. Préstenlo. Regálenlo. Abandónenlo, como si de un paquete bomba se tratara, en los despachos de los políticos, especialmente de los de izquierdas. Úsenlo como papel tornasol en cualquier debate: si alguien huye de esta portada, no es feminista. Y si por un casual se reconocen en alguna de sus páginas, arremánguense y empiecen, en casa y en la calle, esa muy necesaria revolución sexual.

(MSur publicó en noviembre un avance del libro: Velo negro, bandera blanca).

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