Artes

Isabelle Touton

Intrusas

M'Sur
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· 20 minutos

Por un feminismo crítico

isabelle touton
Isabelle Touton | © Cedida por la autora

Una mirada crítica a lo que hoy se llama feminismo y, especialmente, a ese totum revolutum de ideologías patriarcales que se esconden a menudo bajo el nombre de multiculturalismo. Eso es uno de los rasgos que saltan a la vista cuando uno se topa en las redes sociales con el nombre de Isabelle Touton (Toulouse, Francia, 1973), profesora titular de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad Bordeaux Montaigne. Un segundo rasgo es la claridad con la que se expresa, sin tecnicismo académicos. No debe de ser casualidad el acrónimo del centro que dirige en Burdeos, titulado ‘Cultures hispaniques et hispano-américaines actuelles’: CHISPA.

Doctorada en 2004 con la tesis La imagen del Siglo de Oro en la novela histórica contemporánea, Isabelle Touton tiene una atalaya privilegiada para unir su observación de la sociedad francesa, ya tan multiculturizada en el menos buen sentido de la palabra – el ideológico, no el cultural – con el proceso que tiene lugar hoy día en España. Un proceso que algunos, que hacen gala de identificarse como izquierda, intentan empujar en la misma dirección: hacia un modelo ‘racializado’ – racisé, en francés – en el que la igualdad de derechos de todos los ciudadanos la sustituya una separación en categorías determinadas por lo que hace un siglo se llamaba raza. O religión, porque con frecuencia, el término racisé hace referencia a lo que se percibe como colectivo musulmán.

¿Dónde queda el feminismo en un movimiento que abjura de la defensa de la igualdad incondicional de derechos de mujeres y hombres y eleva por encima de este ideal la pertenencia a un colectivo y el respaldo a las normas religiosas, es decir patriarcales, que imponen los hombres – sí, los hombres – de este colectivo? Esta es la pregunta que se hacen algunas de las mujeres que Isabelle Touton entrevista en su nuevo libro Intrusas, una colección de entrevistas con 20 escritoras españolas – Cristina Fallarás, Laura Freixas, Sara Mesa, Juana Salabert, Cristina Morales, Mercedes Cebrián, Luisa Castro, Gabriela Wiener, Remedios Zafra… – , muchas de ellas conocidas no solo por sus obras literarias sino también por su activismo.

Y es especialmente la pregunta que se hace Najat El Hachmi, catalana de Nador (1979) o marroquí de Barcelona, que se dio a conocer primero con su novela El último patriarca. La entrevista, de la que Touton ha cedido a M’Sur un extracto, constituye una reflexión cada vez más necesaria para un movimiento que, si no el norte, parece haber perdido el sur. Intrusas, recién publicado por la Diputación Provincial de Zaragoza, ya está en las librerías.

[Ilya U. Topper]

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Intrusas

 

 

Najat El Hachmi

(Extracto)

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En El último patriarca citas a varias escritoras catalanas, en particular a Mercè Rodoreda. ¿Hay cosas que reconociste en su mundo?

Me acuerdo de la primera vez que me encontré con la representación literaria de unas vidas que tenían algo en común con la mía y las de mi entorno: fue en el colegio, en un curso en el que comentábamos fragmentos de novelas. Entre ellos había uno de la primera novela publicada de Mercè Rodoreda, Aloma, escrita en 1936. Yo me sentí absolutamente identificada con lo que allí se contaba. En ella una chica joven se iniciaba a la vida adulta y expresaba el malestar que sentía con respecto al entorno en el que vivía. Para mí, lo más significativo de la novela era que daba importancia narrativa al espacio doméstico, al que los escritores no suelen prestar mucha atención. Al vivir mayormente en este espacio doméstico yo ya me había dado cuenta de que pasaban cosas dentro de las casas, cosas muy importantes y que la acción estaba también en el interior de las casas. Y por fin me daba cuenta de que ese mundo de las mujeres era posible materia literaria. Esta lectura me permitió imaginar la representación de un mundo doméstico, el de las familias de inmigrantes marroquíes en Cataluña, que sin embargo estaba muy alejado del de Rodoreda. Para mí, la literatura era el lugar importante de representación. La idea de que no era posible representar una parte de mí misma me provocaba un sentimiento de pena y frustración. No entendía por qué mi mundo no era lo suficientemente importante como para estar en los libros. El hecho de poder ver que un mundo que no era de “primera categoría” se podía representar me abrió puertas mentales: yo también podía representar literariamente espacios que nunca habían sido representados. Por otra parte, el hecho de que en la obra de las autoras catalanas que leía de pequeña hubiera problemáticas que sufrían específicamente las mujeres, y no aparecían en la obra de los varones, me ayudó, a largo plazo, a tener una conciencia feminista más global. Posicionarte como feminista supone un conflicto importante para cualquier persona de origen magrebí porque te hacen creer que el feminismo es cosa de otros, es un combate “occidental” y que tú no puedes ser feminista. Pero cuando lees a las autoras de aquí y ves que dentro de las casas no son tan distintas de las mujeres con las que has vivido, te das cuenta de que no es una cuestión particular, de una cultura determinada, sino global. Yo creo que esta función de la literatura, para el feminismo, es muy importante: globaliza el malestar de las mujeres en vez de parcelarlo. Es cierto que no todo el mundo está de acuerdo con esto: algunas teóricas piensan que tenemos que establecer distinciones entre un feminismo llamado occidental y otro propio del mundo arabo-musulmán. Para mí, el haber podido acceder a conocimientos de dicho “feminismo occidental” me ha permitido acelerar muchísimo más el proceso de toma de conciencia y de reivindicación que si hubiera partido de cero. Últimamente se acusa al “feminismo occidental” de ser colonizador, pero los colonos no eran feministas. Esa idea es errónea para mí. Es al revés. La colonización y el dominio sobre las mujeres es lo mismo.

Desde el origen, una parte del feminismo europeo se asoció a la lucha contra la esclavitud (Olympe de Gouges), a favor de la independencia de Argelia (Simone de Beauvoir), o del Sáhara, de la lucha de las mujeres gitanas (la revista Vindicación feminista en los 70)…

Sí, estoy muy enfadada, porque creo que es un error muy grande de estrategia centrar los ataques contra el feminismo occidental. Silvia Federici explica cómo el inicio del capitalismo tuvo dos ejes de dominación: el colonialismo y la explotación de la fuerza reproductiva de las mujeres. Son dos cosas que pasaron al mismo tiempo. No entiendo… bueno, puedo entender esta posición, porque a veces es más fácil culpar al otro, y la confrontación dentro del mundo arabo-musulmán o de las personas que procedemos de allí contra el machismo sigue siendo muy difícil. Sigue planteando un dilema de pertenencia. O soy de este origen o soy feminista. Yo creo que en los últimos años se ha polarizado mucho, y hay una desmemoria también de toda la tradición feminista propia. Ahora se habla mucho de feminismo islámico, para mí también es un error, porque significa supeditar los derechos de las mujeres a una interpretación religiosa. Yo creo que tengo el derecho a reivindicar mi sitio en el mundo más allá de lo que diga un texto, por muy sagrado que sea. Y respeto muchísimo a las mujeres que sí son creyentes y quieren conciliar esas dos vertientes de sí mismas, pero creo que los derechos fundamentales tienen que estar por encima de cualquier interpretación teológica. Creo que es también una reacción, sobre todo por parte de gente más joven, frente al racismo que ha provocado esta actitud autodefensiva, pero a veces de una forma superficial.

La mayoría de las escritoras intelectuales y militantes feministas de cultura arabo-musulmana y francófonas a las que suelo leer analizan la situación más o menos como tú. Pero en la academia francesa lo que domina es la postura decolonial, que acusa al feminismo no islámico de ser colonizador, y acaba siendo en parte un antifeminismo.

Sí, y no entiendo, me parece que es un error gravísimo. Sabes hay un libro de Wassyla Tamzali, feminista argelina, que es una “carta de una mujer enfadada”(Une femme en colère. Lettre d’Alger aux Européens désabusés, París, Gallimard, 2009). Fue a raíz de la polémica del velo en Francia. Entonces ella decía: “no pueden pasar los valores de la Ilustración, no puede ser que para otros se pongan en duda”. Pero, además, creo que tradicionalmente, siempre que el feminismo ha cogido un poco de fuerza, han surgido ofensivas para desacreditarlo. Y para mí, el feminismo decolonial es un arma para desacreditarlo.

Sí, pero sin embargo convence a gente que no tiene interés en esto, que procede sinceramente del feminismo y del antirracismo…

Sí, y es un discurso que te permite justificar muchas veces, sobre todo en mujeres jóvenes, que tú asumas esta discriminación. Porque el paso de asumir esta conciencia feminista es emocionalmente muy duro. Porque significa darte cuenta de que las personas con las que has convivido, las personas que quieres, que son parte de ti, te están discriminando, y que estás en un sistema que de forma muy organizada discrimina a la mujer: a mí me ha costado años. Pero, claro, yo tengo esta distancia ahora porque no estoy viviendo en este entorno. Pero el control patriarcal afecta desde la forma en que te tienes que mover, la forma en que te tienes que vestir, cómo tienes que comer, cómo tienes que hablar, y luego otras cosas mucho más duras, de violencia no solo física, violencia sistemática. Esta última novela está muy centrada en el tema de la maternidad. Como es lo único que les queda a las mujeres, están sometidas también a una gran violencia en este ámbito. Por ejemplo, en Marruecos, hasta la última reforma del código de la familia de hace unos cuantos años, cuando una mujer se divorciaba de su marido, se quedaba con los hijos hasta que tenían siete años. Cuando tenían siete pasaban a la familia del padre y no los volvía a ver nunca más. Yo esto lo había vivido de cerca. O todas las cuestiones de cómo se organiza el matrimonio. Yo creo que no es congruente estar viendo esto y estar culpando al feminismo occidental de no sé qué cosa. Es verdad que ha habido desde la academia estudios que han tratado a las mujeres del tercer mundo como objetos, pero no es la raíz de los problemas. Y sí, es verdad que algunas corrientes políticas europeas muy de derechas han usado el feminismo como excusa para emitir un discurso racista, pero eso no significa tampoco que el feminismo tenga la culpa. Tengo el derecho a pedir y a exigir lo mismo que las demás. Hay una feminista que estudia mucho la situación de las mujeres, creo que es Sophie Bessis, es una franco-tunecina. Ella cuenta cómo en muchos países del Magreb cuando las niñas empiezan a ir a la escuela, curiosamente hay un retroceso porque son las propias mujeres las que reivindican una posición que las convierten en discriminadas: la poligamia, el uso del velo… Y ella decía: es que la educación puede ser un medio para emancipar o un método de propaganda. Y es verdad porque muchos de los discursos religiosos que hoy influyen no existían cuando yo era pequeña por ejemplo. Muchos discursos fundamentalistas se están pasando por Whatsapp. Ya no hace falta ni ir a la escuela. Eso sí es un colonialismo muy importante. Que ciertas izquierdas europeas o magrebíes ahora tengan esta relectura (“no hay que combatir el patriarcado arabo-musulmán porque es cultural”, o “el velo islámico o el burqa son identitarios y no son un instrumento de discriminación de la mujer”), que además va en contra de las prácticas que las mujeres tenían en el Magreb, y sobre todo en ciertas regiones, por ejemplo en el Rif, es tremendo. Se está aniquilando la religión que había y se está sustituyendo por esta otra que no tiene nada que ver.

Sí, es otra forma de colonialismo del que aquí se tiene poca conciencia.

No, y muchas veces yendo en contra de las tradiciones de las abuelas. Y de repente ya no hay debate sobre los valores, la espiritualidad… Cuando yo era pequeña, cuando se hablaba de en qué consistía ser musulmán se trataba de la conducta, el sentido de la justicia, el amparar a los desamparados, cuestiones muy profundas. Y ahora, no, ahora es si tengo que ir vestida de una forma u otra, es una cosa mucho más superficial. Y creo que lo más peligroso no es tanto esto sino que son corrientes que anulan completamente el individuo. La propia interpretación y el propio ejercicio de la religión siguiendo los dictados de la propia conciencia, que ha existido siempre en el islam –por eso hay tantas corrientes– se está aniquilando completamente. Yo creo que esto también es una reacción al cambio inminente que se preveía por parte de las mujeres, porque la forma en que pensamos nosotras no tiene nada que ver con la forma en que pensaban nuestras madres. Pero es que nuestras madres de hace veinte años hasta ahora piensan de manera totalmente distinta. Ya se han dado cuenta de que el sistema… ha sido una gran estafa. Cuando estaban en edad de educar a los hijos y las hijas, no se podían permitir el lujo de poner en duda esos valores que ellas tenían que transmitir. Pero ahora que ha pasado la etapa de la crianza en la que tienes que demostrar que las hijas han sido bien educadas, ahora tienen más conciencia, y piensan: “¡Qué vida de mujer!”. Hay un cambio importantísimo. Por ejemplo, en Marruecos se abrió el debate hace unos meses sobre las herencias. El entonces primer ministro, que era Abdelilah Benkirane, atajó el debate diciendo que esto está en el Corán. Entonces, como está en el Corán no se puede hablar. Pero también está en el Corán que no puede haber venta de alcohol, pero como es un país muy turístico se permite, según en qué establecimientos. La verdad es que hay cuestiones que no interesan para nada al poder, pero está el debate. Y también la gente está mucho más conectada que cuando nuestras abuelas y está también la influencia que ha tenido la propia emigración. Por eso, hubo una sensación de peligro, de miedo a que la forma en que la gente vivía hasta ahora cambiara radicalmente.

He leído recientemente el libro Féministes du monde arabe, de Charlotte Bienaimé (Les Arènes, 2016), y muchas feministas entrevistadas decían que conseguir la libertad sexual era lo más duro y era el nudo de todo.

Eso lo cuenta también la periodista que te dije antes. Yo hablé una vez con una periodista que está en Casablanca y que se llama Fedwa Misk, que ha creado una revista online colaborativa y feminista, Qandisha (qandisha.ma), para que las mujeres puedan contar lo que les pasa, historias muy duras. Y ella me decía: “es que la revolución en Marruecos tiene que ser sexual”. Porque realmente había un sistema de control del cuerpo de las mujeres que es imposible tolerar ya. Lo peor es que creo que todas hemos vivido estas situaciones pero cuesta muchísimo ponerlas en común y ver que hay una estructura detrás. Marruecos es uno de los países donde se hace más reconstrucción de himen, y sigue siendo un país donde las relaciones sexuales fuera del matrimonio están prohibidas por ley. Se dan, pero es un problema muy importante. Por ejemplo, sobre las manifestaciones que había estas semanas en el Rif, leí una descripción del líder que decía “un soltero de treinta años”. Es algo muy duro en Marruecos, significa que es muy complicado, porque la única manera de establecer relaciones sexuales legales con una mujer es dentro del matrimonio (relaciones homosexuales con un hombre están prohibidas por ley). Mira la polémica que hubo hace un par de años alrededor de una película, Much loved de Nabil Ayouch, donde salían prostitutas. Agredieron a Loubna Abidar, una de las actrices: no eran fundamentalistas, eran los propios proxenetas a quienes no interesa acabar con la prostitución porque es una vía de escape dentro de este sistema. Entonces, allí las mujeres están siendo explotadas por todas partes, porque están siendo sometidas a un control típicamente patriarcal. A veces creo que también es una consecuencia del hecho de haber salido de las casas, el acceso al espacio público se está pagando muy caro. Por ejemplo, las últimas veces que he ido a Nador, que es una ciudad en la que recuerdo en otros tiempos mujeres vistiendo de maneras muy variadas, he notado cierta uniformización porque casi todas van con la cabeza tapada y una vestimenta más tradicional, con la chilaba. Pero, claro, cuando te paseas un par de minutos por las calles de Nador, te das cuenta de que es una reacción muy natural, porque hay acoso, este acoso tan típico, porque la mujer que va vestida distinta es porque da consentimiento a este acoso. Es la interpretación que se ha difundido dentro del mismo islamismo. También muchas mujeres que han accedido a un nivel de educación alta o a puestos de trabajo están puestas en entredicho. Yo conozco a una profesora de secundaria, escritora, que estaba intentando hacer actividades varias, estaba seriamente condicionada por el hecho de que, al ser además una mujer casada, no se considera correcto que ella pueda acceder a ciertas cosas. Ella está ampliando estudios y me decía: “tú vas a estudiar y lo que le dicen a su marido es ‘¡cómo mandas a tu mujer!’”. Allí es como una batalla cotidiana. Entonces claro, cuando ves esas batallas y viene una y te dice: “Es que lo del feminismo occidental, etc.”, te partes de risa.

En El último patriarca se habla de manera bastante cruda de sexo. ¿Crees que ha molestado?

Sí, molesta más cuando es una mujer la que escribe. No sé qué escritora, después de que le dijeran tanto que había mucho sexo en su obra, un día se dedicó a contar, y resultó que no era tanto comparando con escritores hombres. Pero hay una lectura distinta. Más en mi caso. Más si procedes del Magreb. Se supone que estas cosas no las hablas ni las escribes. Pero yo creo que forma parte de esta revolución. Primero, ¿por qué habría de aparecer el sexo? Porque además en mi caso es especialmente pertinente porque el aspecto por el que las mujeres de mi entorno han sufrido más control ha sido la sexualidad. Estaban bajo una presión importantísima para mantener la virginidad primero, luego para tener hijos… Entonces es un aspecto fundamental: yo no puedo escribir desde una postura feminista sin abordar esta cuestión. Es imposible, es un núcleo duro, un tema absolutamente tabú tal como yo lo viví en mi familia. Solo podían hablarlo dentro de los círculos de mujeres adultas. Pero crecer con esta sensación de que estás como fuera de tu propio cuerpo, de que tu propio cuerpo no te pertenece y es algo peligroso que tienes que controlar porque tiene unos efectos terribles a corto plazo. La segunda novela que escribí, La caçadora de cossos (Columna, 2011) (La cazadora de cuerpos, Planeta, 2011 trad. del catalán por Ana Rita Da Costa) trataba solo de cuestiones relacionadas con la sexualidad. Y curiosamente, en los últimos dos viajes que hice a Nador, es el libro que más preguntas ha generado dentro del público. Aquí pasó como más desapercibido, pero allí vi que había una necesidad muy importante de hablar sobre sexualidad. Además, hasta ahora el mundo de los hombres y el de las mujeres estaban completamente separados y yo creo que el debate sobre sexualidad forma parte de este posible, deseable reencuentro entre hombres y mujeres. Creo que es importante también que este relato de la sexualidad impedida de las mujeres del Magreb lo hagan escritores que proceden de este mundo, aunque estén fuera, pero que no se tenga que buscar espejos en otras producciones literarias. Primero porque este control de la sexualidad tiene sus consecuencias aún para quienes no vivimos allí pero hemos crecido en esta cultura. Segundo, es importante que lo contemos mujeres procedentes de esas culturas porque hay una construcción también desde Europa de la mujer oriental que no habla. Que una mujer de cultura musulmana hable de sexo en una novela incomoda a los machistas de allí, e incomoda a los de aquí que piensan que el puritanismo es constitutivo de las mujeres de allí. La última novela que he escrito trata de representar cómo funciona el sistema de represión sexual y alienación del cuerpo. Desde pequeña, la protagonista no sabe dónde empieza su cuerpo y dónde termina.

El final de El último patriarca lo leí un poco como esta imposibilidad de salir del patriarcado. En la novela se dice que la protagonista ha matado al último patriarca, pero lo hace teniendo sexo con su tío, que a lo mejor también es su padre.

Es una manera de resolver toda la tensión incestuosa que hay a lo largo de la novela y de pagarle al patriarcado con su misma moneda. Claro, lo ideal sería que no necesitara usar su cuerpo para poder defenderse del patriarcado.

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© Isabelle Touton · 2018 | Intrusas · Publicado por: Institución Fernando El Católico. Diputación Provincial de Zaragoza. Cedido a M’Sur por la autora.