Artes

Rosario Villajos

Fueron los pelos

M'Sur
M'Sur
· 3 minutos

De lo efímero y lo humano

La artista se desnuda, entra en la ducha y gira la llave. Corre el agua. Algunos pelos se arrastran hacia el sumidero, forman remolinos. La artista se arrodilla, los toca con el dedo, los enremolina más. Traza curvas, redondeces. Un hombro, una pierna, una teta. Surgen figuras sobre una baldosa blanca. La artista se siente un poco como aquellos vecinos del paleolítico que trazaban contornos sobre la pared de una cueva con un dedo mojado en ocre rojo. Casi un conjuro. Pero no para convertir en presa de caza el alma de un animal ahí afuera, sino para atraparse a sí misma. En cuerpo. Desnuda. La artista las mira un rato: esa soy yo. Dibujada a pelo.

Las figuras no tienen cara. También en esto recuerdan a la autora de FACE. Pero sobre todo la recuerdan por su punto lúdico. Rosario Villajos (Córdoba, 1978) se pasó toda la infancia dibujando, dice, y es obvio que nunca ha salido de las dos cosas. Ni siquiera durante su paso a través de Londres, hay que decirlo así, a través, porque toda ciudad extranjera es una especie de cuerpo semisólido por el que hay que abrirse camino. De ahí salió su primera novela gráfica.

Con esta obra peluda – aún incipiente –, Villajos regresa más bien a los orígenes. A las de la humanidad. De cuando el arte era cuerpo: bailar, pintarse, retocarse el pelo. Eso fue antes de lo de las paredes y el ocre: un avance gigantesco que permitió convertir sacar el arte de lo efímero y convertirlo en eterno. Ahí sigue, miles de años después, inspirando sesudas teorías de que servía para algo. No como los juegos que traza sobre las baldosas el dedo de Rosario Villajos durante unos instantes. Por nada. Simplemente porque puede, porque le sale.

Como dice Oscar Wilde, todo arte es inútil. Así que la artista coge la alcachofa de la ducha y sus desnudos se van por el desagüe. El arte se convierte en despojo. En lo que fue: un resto humano.

No sabemos, por cierto, si las mujeres paleolíticas también dibujaban figuras con su pelo sobre las piedras blancas de la charca. Es hasta probable. Solo que entonces no existían los móviles con cámara incorporada. Alguna ventaja tenía que tener el siglo XXI.

[Ilya U. Topper]