Opinión

Sobrevivir es resistir

Wael Eskandar
Wael Eskandar
· 11 minutos

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A menudo me acuerdo de Mohamed Mostafa, alias Karika, un joven estudiante de ingeniería, campeón de tenis y aficionado al fútbol. El 18 de diciembre de 2011 publicó el siguiente post en las redes sociales antes de asistir a la manifestación de la plaza de Tahrir: “Vivir como animales es decisión vuestra. Vivir como esclavos es vuestro derecho. Pero no culpéis a los que queremos vivir como seres humanos con libertad y dignidad”.

Dos días después recibía un disparo por parte del ejército en una manifestación y murió desangrándose en un hospital. Tenía 19 años.

En cierto sentido, Egipto siempre ha intentado eliminar a su juventud y su potencial. Innumerables personas han muerto en diferentes circunstancias, y sus sueños con ellos.

La revolución que comenzó el 25 de enero de 2011 no se limitó tan solo a los 18 días de protestas en la plaza de Tahrir que culminaron con el derrocamiento de Hosni Mubarak. Fue una lucha continua que se extendió sobre todo durante los dos años que siguieron al levantamiento. Fue una experiencia transformadora e iluminadora, el sueño de un lugar mejor donde los que cometieran injusticias se enfrentarían a sus responsabilidades y la población recibiría un trato digno. Sin embargo, cuando finalmente se expresó este sueño, desveló una realidad de avaricia y violencia.

Morsi optó por una forma autocrática de gobierno en lugar de reformas democráticas de reparto de poder

No fue solo la fuerza de sus adversarios lo que derrotó a la revolución sino también la traición de sus supuestos aliados. Tras la caída de Mubarak, el Ejército estuvo al mando hasta junio de 2012, fecha en que Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes, ganó las elecciones. Morsi optó por una forma autocrática de gobierno en lugar de aplicar reformas democráticas que facilitaran el reparto de poder. Después del hacerse con el mando en 2013, el Ejército estaba en mucho mejor situación de aferrarse al poder que en 2011.

Hacía tiempo que para los revolucionarios nuestro enemigo era el Ejército, acaparador de la riqueza y el poder en Egipto. A los Hermanos Musulmanes, sin embargo, los veíamos como a unos aliados que terminaron por traicionar a la revolución al aunar fuerzas con los militares. Muchos otros sí fueron capaces de percibir desde el principio que el sectarismo y los ideales no democráticos de los Hermanos Musulmanes eran enemigos de la revolución. Sin duda los Hermanos Musulmanes contribuyeron a su derrota.

Tras el golpe de Estado del 3 de julio de 2013, mediante el cual el comandante en jefe del Ejército, Abdel Fattah al Sisi, derrocó a Morsi, la violencia aumentó en el país hasta niveles nunca vistos hasta entonces. La represión comenzó apuntando a los islamistas con la excusa de luchar contra el extremismo, pero poco después fueron objeto de ella los activistas laicos, artistas, intelectuales y críticos de cualquier tipo.

El ascenso al poder de Sisi fue aterrador a muchos niveles. Varias estrellas de los medios de comunicación perdieron sus empleos e incluso alguno fue obligado a abandonar el país. La denuncia de cualquier injusticia se convirtió en traición. Muchos acabaron entre rejas y sin acceso a un juicio justo por un simple post en Facebook o Twitter, debido a la tremenda politización del sistema judicial.

Afrontar la realidad

Hoy en día no resulta fácil escribir. Para las personas que afrontan la realidad escribiendo, como yo, es una muerte lenta. En realidad, nada es fácil en los tiempos que corren. Con el paso del tiempo, los sucesos me han entumecido y carezco de la energía necesaria para conmoverme por un atentado con bomba, para indignarme al leer un informe sobre las torturas perpetradas por las fuerzas de seguridad o para enfurecerme cuando un inocente recibe una sentencia injusta. No se trata de que haya aceptado la situación sino de que estoy exhausto. El agotamiento me ha sumido en una espiral de depresión, culpa e impotencia.

Vivir en un estado de amenaza constante resulta insoportable. ¿Seré la próxima víctima a causa de mis opiniones, mis amigos o algo que escribí en el pasado? La sensación de culpa aumenta a medida que veo cómo mis amigos acaban entre rejas. El mero hecho de decir la verdad se ha convertido en un crimen.

El Ejército ha cerrado muchos de los cafés de El Cairo donde antes nos reuníamos a soñar y conversar

“La revolución continúa”, decíamos cuando las cosas se ponían feas en los meses que siguieron a la revolución. Por entonces aquello quería decir que la resistencia continuaría y que seguiríamos luchando por un futuro mejor. La frase aún se dice, pero ahora alude al trauma psicológico que se ha adherido a la revolución, un trauma que no cesa.

La revolución ha supuesto una especie de toma de conciencia de todo lo que no funciona en nuestro país, pero al mismo tiempo ha tenido como resultado el castigo colectivo de una nación al completo por haberse atrevido a levantarse contra la corrupción, la injusticia y las brutales prácticas de las fuerzas de seguridad egipcias.

La represión continúa sin cuartel a día de hoy. Y no se trata simplemente de afianzar el control sobre el país y volver al orden establecido: es personal. Está motivada por los deseos de venganza de un aparato de seguridad que nunca se llegó a desmantelar. Apenas quedan lugares de reunión. El Ejército ha cerrado muchos de los cafés del centro de El Cairo y ha diseminado a sus informadores por los locales donde antes nos reuníamos a soñar y conversar. Los actuales gobernantes se sienten amenazados por ese tipo de establecimientos.

La cuestión no es cómo huir de la impotencia. La cuestión es cómo huir de la esperanza. De la esperanza que tuvimos, de la esperanza que aún atisbamos los unos en los otros. Cómo huir del recuerdo de aquellos maravillosos luchadores y luchadoras que perdieron la vida a causa de su propia integridad.

Los abusos no han cesado; nunca se exigen responsabilidades: el trauma es el nuevo status quo

En cierta ocasión leí que la superación del trauma consiste en encontrar paulatinamente un sentido de justicia en la sociedad, aceptando y reconociendo que las experiencias que lo produjeron se salían de la norma. Pero en nuestro caso, mientras intentamos sanar de todo lo visto y vivido, somos conscientes de que aún se siguen cometiendo las mismas injusticias. Los abusos no han cesado y a quienes los cometen nunca se les exige responsabilidad alguna. El trauma es el nuevo status quo.

Este es nuestro dilema: ni podemos luchar por la justicia ni podemos aceptar ser esclavos. Algunos han optado por el silencio, otros han intentado dedicarse a otras cosas, otros se han exiliado y trabajan o estudian en el extranjero. Pero rara vez dejamos de ser conscientes de lo que perdimos y de lo que perderemos en el futuro, de las muchas personas como Karika y todos sus sueños y esperanzas.

Cuestión de suerte

Después de la victoria electoral de Sisi en 2014, mis amigos diplomáticos me preguntaban: “¿Por qué no estás en la cárcel ni te han torturado?” Aunque lo decían en broma, su preocupación era patente. Siempre me sentía tentado de responder: “Porque Egipto es una democracia en la que no se encarcela a nadie por expresar su opinión”. Estoy seguro de que les habría divertido mucho. Al fin y al cabo, nadie está seguro. Estar a salvo es mera cuestión de suerte.

La mayoría de los diplomáticos son conscientes de la atroz situación que estamos viviendo. Sin embargo, en los círculos formales hay consideraciones más relevantes que los derechos humanos.

En marzo de 2017 asistí a un encuentro con una delegación del Parlamento alemán. Durante mi intervención expliqué que no militaba en ningún grupo político opositor y que la situación en el país era grave. Les dije que el Parlamento egipcio estaba compuesto en su mayor parte por personas elegidas a dedo por las fuerzas de seguridad, por lo que no era un organismo representativo del pueblo ni una fuerza dispuesta a producir un cambio positivo. Cuando terminé, me preguntaron por qué los jóvenes no presentaban candidaturas al Parlamento para llevar a cabo dicho cambio en lugar de manifestarse y recurrir a la acción directa. Parecía que no habían oído una sola palabra de lo que había dicho.

Un enorme volumen de negocio depende de mirar hacia otro lado en ante los derechos humanos en Egipto

¿Por qué iban a escucharme, cuando un enorme volumen de negocio depende de mirar hacia otro lado en lo tocante a las violaciones de los derechos humanos en Egipto? Los alemanes no tienen el menor deseo de que se reduzca la venta de armas a Egipto ni el acuerdo energético de miles de millones de euros que Siemens ha firmado con el Gobierno.

Otro países europeos han adoptado un enfoque parecido. El presidente francés, Emmanuel Macron, ni siquiera se molesta en fingir: cuando le preguntaron por las violaciones de los derechos humanos en Egipto, respondió simple y llanamente que no estaba dispuesto a darle lecciones a Sisi sobre cómo gobernar Egipto.

Los mismos líderes políticos y diplomáticos que un día alabaron nuestros valores y deseos de democracia y libertad ponen hoy en manos de nuestros opresores los instrumentos para debilitarnos y reprimir nuestros ideales. El verdadero rostro de la represión no es solo el de los líderes egipcios, sino también el de los líderes de esos países occidentales que abrazan la retórica de la democracia y las libertades pero cuyas políticas destruyen en la práctica esos valores. Nos sentimos traicionados cuando el Reino Unido invierte en el brutal aparato de seguridad egipcio, o cuando Alemania firma un tratado de defensa o cuando Francia exporta armas y equipos de vigilancia a costa de nuestras vidas.

Desprenderse de la sensación de derrota resulta imposible incluso para los que se han exiliado

Esos gobiernos europeos no son ya observadores pasivos. Son cómplices que ponen a su industria y sus corporaciones por encima de la población tanto de otros países como de los suyos propios. El silencio, la complicidad y la participación en los crímenes que se vienen cometiendo en Egipto condujeron al asesinato de Giulio Regeni, un estudiante italiano residente en El Cairo. Regeni desapareció el 25 de enero de 2016, sexto aniversario de la revolución. Encontraron su cuerpo varios días después en la cuneta de una carretera del extrarradio de El Cairo con señales de tortura. Lo más seguro es que fuera asesinado por el aparato de seguridad egipcio, pero no se ha acusado a nadie del crimen.

Un año más nos preguntamos si merece la pena celebrar el aniversario de la revolución. Resulta tentador exclamar “¡Sí!” pero la respuesta no es ni sencilla ni concluyente. Los años de confrontar al poder con la verdad nos brindaron la admiración de muchos y sirvieron de inspiración a otros tantos, pero el precio diario que pagamos por ello es cada vez más difícil de sobrellevar.

La revolución ha creado una división moral que parece imposible de franquear. Los que nos atrevimos a soñar hemos sido aplastados, traumatizados, vencidos, arrestados, exiliados, desaparecidos, asesinados. Los que se manifestaban a nuestro lado nos han dado la espalda y ahora nos critican por exigir justicia e igualdad. Desprenderse de la sensación de derrota resulta imposible incluso para los que se han trasladado al otro extremo del mundo. No tenemos un hogar al que volver.

Una amiga solía decirme: “Tenemos que seguir nadando en el agua fría”. Entonces no terminaba de comprender el significado de sus palabras, pero hoy ya no me cabe duda. Seguiremos adelante, cueste lo que cueste, a pesar de todo. La revolución nos transformó en luchadores a base de enfrentarnos a la injusticia. Pero la única lucha que podemos permitirnos ahora mismo es por la supervivencia. Y es que sobrevivir es resistir.

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