Entrevista

Leila Slimani

«Las madres son las guardianas de la virginidad y la moral»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 16 minutos
leila slimani
Leila Slimani (Barcelona, Feb 2019) | © Alejandro Luque / M’Sur

Barcelona  | Febrero 2019

La sensación de fragilidad que transmite su delgadez extrema dura solo hasta que separa los labios: apenas empieza a hablar, Leila Slimani (Rabat, 1981) es todo fuerza, solidez y claridad de ideas. Vistosa melena rizada, ojos grandes y expresivos, gestos serenos, la escritora no pasó desapercibida en la última edición del festival BCNegra, donde fue la invitada de la fundación Tres Culturas y habló de la novela que la dio a conocer, Canción dulce (Cabaret Voltaire), que le valió nada menos que el premio Goncourt 2016. En ella narra la historia basada en hechos reales de una asistente de hogar que mata a los dos niños a su cargo, la que la convirtió en un fenómeno internacional

Hija de un banquero y una médico marroquíes, antes se había dado a conocer en Gallimard con En el jardín del ogro, que acaba de ser relanzada por la misma editorial. Hace un par de años vio también la luz Sexo y mentiras, un valiente ensayo sobre la vida sexual de Marruecos.

A ratos, Canción dulce y Sexo y mentiras parecen dos libros escritos por autoras diferentes. ¿A qué cree que se debe?

Pues sí, un poco es así, porque en Sexo y mentiras estoy hablando de cosas que existen, ofrezco el testimonio de mujeres reales, me pongo más en un papel de periodista, porque tengo que restituir la verdad; mientras que Canción dulce es una historia que invento, es mentira, aunque esté inspirada en un suceso real. No es para nada la misma manera de construir, ni de escribir.

También son dos historias en las que se habla, desde puntos de vista distintos, de la violencia sobre las mujeres…

«También los hombres son víctimas de esa represión de la sexualidad, de ese sistema»

Sí, pero de entrada pienso que la violencia está por todas partes. Es difícil escribir sin hablar de la violencia, porque forma parte de nuestra humanidad, de nosotros, de nuestra cotidianidad. Y además me interesa mucho la condición de la mujer, qué es ser mujer hoy, qué hacer para ser a la vez mujer, madre, profesional, y seguir siendo un individuo. Cómo hacer para luchar por nuestra libertad, nuestra dignidad, eso es algo muy importante para mí: preguntarme cuál es el lugar de la mujer en nuestra sociedad.

Sin embargo, en Sexo y mentiras falta la mirada de los hombres, que al fin y al cabo son la mitad de la sociedad, ¿no? ¿Es una ausencia deliberada?

Sí, quería realmente que este libro fuera una suerte de espacio protegido para las mujeres, un espacio para la palabra totalmente libre. No es como en un tribunal, donde vamos a pedirle a todo el mundo su opinión y a confrontrarlas luego. Aquí quería crear un espacio de palabras, donde se escuche la voz de las mujeres, su manera de ver el mundo. No digo que sea suficiente ni exhaustivo, la manera de ver el mundo de los hombres es importante también. Pero quería que se escuchara a los hombres a través de lo que las mujeres nos cuentan. Que por una vez no se escuche a los hombres. Que no estén en este libro es irrelevante: están por todas partes.

¿Cree que ellos son también víctimas, a su manera, del propio sistema patriarcal?

Por supuesto, lo digo también en el libro. Incluso en el final, digo que son víctimas de esa represión de la sexualidad. Ellos mismos quieren amor, ternura, muchos desean construir otro tipo de relación con las mujeres. Y también son víctimas de ese sistema, totalmente.

Hace poco hablé con su colega y amigo Abdellah Taia sobre el tema de la madre. ¿Qué ocurre con las madres en Marruecos?

«En Marruecos, las madres crían a sus hijos para que se vuelvan futuros machos dominantes»

El problema es que perpetúan el sistema patriarcal. Crían a sus niños para que se vuelvan futuros machos dominantes, que dominarán a una mujer, y ella misma acabará educando a su hijo para que a su vez sea dominante. Esto es un tabú muy fuerte, no se critica a las madres en Marruecos. Pero la verdad es que haría falta que muchas mujeres se cuestionaran su manera de educar a los hijos, y así se iría arreglando poco a poco el mundo.

Una amiga marroquí me contó que cuando perdió la virginidad, en lugar de ver la cara de su novio, vio…

… ¡la cara de su madre!

Así es. Es un poco pesadilla, ¿no?

Es un poco como en el libro, cuando cuento la historia de esta mujer a quien su madre le repite: “No te olvides de no perder la virginidad”. Las madres son las guardianas de la virginidad. Y las guardianas de la moral. Tienen que hacer todo para que las chicas no se estropeen antes de casarse. Y desempeñan, a pesar de ellas mismas, el papel de sostén del sistema patriarcal. Finalmente, acaban reproduciendo sobre sus hijas lo que les hicieron a ellas antes. Hay que romper este círculo infernal.

Una imagen que sorprende mucho a los turistas que visitan los países árabes es la de todos esos hombres en el cafetín, solos. Y se preguntan: ¿Dónde están las mujeres?

Depende, son sociedades muy complejas. En el caso de Marruecos, por ejemplo, en una gran ciudad como Marrakech, Casablanca o Tánger, veréis a muchas mujeres en los cafés, hablando entre amigas, o con su marido. Pero en el mundo rural, en el campo o los pueblos pequeños, las mujeres trabajan, están en la casa, hacen las labores del hogar, la colada, la comida, la limpieza, se encargan de los niños, de las personas mayores… Están ausentes porque trabajan.

¿Los hombres no trabajan?

«Se educa a las mujeres en esa idea de que se casan a cambio de algo»

En países como Marruecos, donde hay una gran tasa de desempleo, a menudo los hombres están en el paro y se van al cafetín todo el día porque no tienen nada mejor que hacer, mientras que las mujeres trabajan, nunca paran de trabajar, siempre tienen cosas que hacer, y eso de hecho genera mucho conflicto. Hoy en día ellas lo aceptan cada vez menos, que el hombre se quede en el cafetín mientras ellas curran. Empiezan a tomar el poder también económicamente, y a reivindicar para sí una consideración diferente.

¿Y cree que sea también una amenaza la igualdad en Marruecos el hecho de que el esposo deba todavía aportar una dote?

Sí, desgraciadamente es así. Pienso que el hecho de que, de alguna manera, el matrimonio, las relaciones sexuales, estén vinculados a algún tipo de contrato o de comercio, donde alguien tiene que aportar dinero o similar, daña el principio mismo de la pareja. Parece que la mujer es algo que vamos a comprar, a obtener; y finalmente incita, educa a las mujeres en esa idea de que se casan a cambio de algo: así vemos ahora, en los entornos burgueses, a mujeres que dicen “yo quiero el último bolso Louis Vuitton, o un coche así o asá, porque es normal, vale, me voy a casar con él, pero al menos le habré sacado dinero”. Efectivamente, no es una visión muy romántica, muy sentimental, del matrimonio.

Con el auge del islamismo, para la sociedad marroquí, ¿es mayor la dificultad de avanzar, o el miedo a retroceder?

Soy bastante optimista sobre esto: retroceder, no creo que retrocedamos. Aunque es verdad que la sociedad es más conservadora y moralista que antes, al mismo tiempo pienso que las marroquíes están bastante apegadas a todo lo que hemos obtenido, a todo lo ganado. No pienso que tengan ganas de renunciar precisamente a lo que decía antes, a salir, a irse al café, es gente a la que le gusta la buena vida, la música, la familia. Y luego sí, hay una parte de la sociedad que se ha encerrado en sí misma, que es más conservadora y defiende un islam radical, que no tiene nada que ver con el islam marroquí.

¿Y eso no es un peligro?

«En Marruecos tenemos una cultura vieja, hemos vivido mucho tiempo con los judíos»

Creo a pesar de todo que los marroquíes valoran su cultura, su manera de practicar el islam; lo vimos cuando hubo ese horrible atentado en Marruecos, cuando asesinaron a dos mujeres [dos turistas escandinavas en diciembre de 2018]. Los marroquíes se echaron a la calle, fueron a apoyar a las familias, estaban escandalizados, dijeron: “Eso no tiene nada que ver con nuestro país, no es nuestra religión, es horrible, nos avergüenza esto”. Por eso pienso que no están dispuestos a ceder al oscurantismo.

¿La sociedad marroquí está en ese sentido más protegida que otras de la zona?

No por desgracia, nadie lo está. Pero creo igualmente que tenemos la suerte de tener una verdadera cultura, de tener una raíz cultural y tradiciones muy fuertes. Hay una verdadera cultura marroquí, antigua y consolidada. No es como en Qatar, Arabia Saudí, etc. , con ese islam radical desde siempre. En Marruecos tenemos una cultura vieja, hemos vivido mucho tiempo con los judíos, es una cultura de la apertura, incluso en la relación con España. Andalusí es nuestra música, nuestra cocina, nuestra forma de vivir. Por eso no tenemos un país negro, oscuro, es un país al que le gusta el sol, la amistad, la hospitalidad la gente y la fiesta. Eso no se borra de la noche a la mañana, está en el corazón de la gente.

Si usted entra en Tinder en Cádiz o Algeciras, puede encontrar a muchas chicas marroquíes que buscan experiencias. ¿Las nuevas tecnologías van a ayudar a esa apertura?

Lamentablemente no lo he utilizado nunca, pero todo ha cambiado ya mucho, en efecto. Se ha visto sobre todo en la primavera árabe, desde 2011, con la revolución tunecina y egipcia. Todos los marroquíes, los argelinos, todo el mundo se ha dicho: “Se puede utilizar la tecnología y las redes sociales para expresarse, decir lo que pensamos, rebelarnos, juntarnos”. Las cosas han cambiado, sobre todo en las relaciones sexuales, porque las personas se encuentran de manera distinta, más fácilmente. Las personas que geográficamente están lejos se pueden conectar. Para los homosexuales, por ejemplo, besarse en la calle podía ser peligroso y ahora en internet buscan dónde reunirse, y se ha limitado el riesgo. Así que todo es diferente.

También la prostitución: dicen que ha pasado de la calle a los hoteles, y de ahí a las webs de contactos…

«La cuestión de la sexualidad es económica: como el sexo está prohibido, hay que pagar»

Eso es así, por supuesto. Yo diría que está por todas partes, ahora en internet se contacta a la persona desde casa o el trabajo. Por supuesto la calle sigue existiendo y existirá siempre, pero luego hay también una diferencia económica: lo cuento en mi libro, hay mujeres que en Marruecos se ganan mejor la vida que un policía. Uno de ellos me decía: “Ganan más que yo, tienen mejor coche, tiene un gran apartamento pagado por un hombre de negocios saudí”. La cuestión de la sexualidad es allí una cuestión económica. Como el sexo está prohibido y reprimido, hay que pagar, y cuanto más caro se paga, más sofisticado es el servicio.

Películas como la polémica Much loved, o libros como el suyo, ¿pueden ayudar a cambiar las cosas?

Lo mentalidad no sé, pero en todo caso hacen hablar a la gente, y eso ya es algo. En los medios, en los periódicos en la tele, en la radio, hay debates todo el rato sobre la sexualidad, qué debemos hacer o permitir, qué no. Ya no hay aquel silencio, la hipocresía que hacía que ni se mencionara esto. Ahora hablamos, cada uno da su opinión. Yo siempre digo que respeto a todo el mundo, incluso a los que piensan que hay que prohibir las relaciones sexuales, estoy dispuesta a hablar con ellos. Pero quiero poder opinar también. Cada uno opina, y ya veremos hacia dónde avanza la sociedad marroquí.

El imperio de la h’shuma [la vergüenza], ¿se acabará algún día?

No, está siempre ahí, es muy fuerte. Las nuevas generaciones, pienso, van a cambiar la manera de definirla.

¿Se siente sola en la literatura marroquí? No hay demasiadas mujeres tan visibles como usted en ese ámbito…

No, no hay muchas mujeres escritoras. Hay una joven francesa de origen marroquí, Meryem Alaoui, que escribe en francés, que ha publicado su novela. Y Najat El Hachmi, que escribe en catalán, y es magnífico lo que hace, es muy fuerte, me ha gustado mucho el texto sobre su padre.

Dicen que casi tiene lista su próxima novela. ¿Algo que pueda adelantar?

Nada aún. Pero será muy diferente, lo veremos.

 

De mujeres y hombres

Leila Slimani concibió su novela Canción dulce un buen día, mientras observaba a la ingente masa de gente que deambula por París. Se fijó especialmente en los transeúntes de los parques, y en concreto en las nannys, “hijos de la emigración que se ocupan de los hijos de los burgueses franceses. Y me propuse describir ese mundo secreto”.

Decidió ambientar la historia en uno de esos viejos barrios obreros de la capital gala que ahora habitan parejas hipsters con sus tabletas Apple, sus comercios bio y sus bicicletas. “La nanny en cambio vive fuera, tarda una hora y media en llegar allí en tren de cercanías. Llega al barrio como Mary Poppins, caída del cielo, y se va igual. Todos viven en París, pero son dos ciudades diferentes”, explica la autora.

«Pregunté a mucha gente si sabía dónde vivía su nanny, si estaba casada. Y nadie lo sabía»

Pero la profundidad de análisis de Slimani va más allá. Habla de la casa como “un espacio de violencia, de dominio entre jefe/empleado, hombre/mujer, padres/hijos… ¡No es baladí que Virginia Woolf escribiera aquello de la habitación propia! En Francia la empleada de hogar es la domestique, la que está en la casa, la que sabe lo que hace todo el mundo allí, lo más íntimo, si la señora tiene la regla… Por eso planteé la novela como un thriller: alguien entra en tu casa y descubre todo de ti, pero de ella no se sabe nada. No interesa. Mientras escribía, pregunté a mucha gente si sabía dónde vivía su nanny, si estaba casada. Y nadie lo sabía. No quieren saber. No quieren entrar en su miseria”, agrega.

Slimani recuerda cuando un periodista le dijo que su novela iba de la lucha de clases, pero sin lucha y sin clases. “Todos viven juntos, no hay violencia, no hay gritos, todo el mundo finge que las cosas van bien. La nanny acepta el dominio, la madre hace lo posible por ser la señora correcta y generosa, le regala ropa, un tupper con comida… Ya no hay partidos o sindicatos como antes, nadie se define ahora por su clase social. Y eso es todavía más violento, porque no te puedes agarrar a nada”.

Lo que tenía muy claro la escritora es que no le interesaba “el espectáculo de la violencia” como el que en los últimos meses ha protagonizado el movimiento de los chalecos amarillos, porque “la mayoría de la violencia no es espectacular. Me interesa en este sentido la violencia de género, he conocido a mucha gente que ha sufrido violaciones y me pregunto, ¿dónde están esos hombres? Son el novio, el vecino, el padre. La auténtica violencia es silenciosa”.

«Se dice que tenemos menos deseo sexual, cuando se nos ha educado para que lo reprimamos»

Una violencia que Leila Slimani conecta directamente con la vergüenza, algo muy presente en la cultura sexual de Marruecos: “La mujer debe sentirla. Si pierdes la virginidad, si te quedas embarazada sin estar casada, te autoexcluyes del grupo y caes en el silencio. Por eso me marcó el movimiento #MeToo: cuando rompes el silencio abres esa puerta, entras en la dignidad, reclamas tu derecho a contar tu vida”, asevera.

Cuando se le pregunta si las mujeres son biológicamente menos violentas que los hombres, lo niega. “No es una cuestión genética. Lo que ocurre es que las mujeres han aprendido a domar, a amaestrar esa violencia. Como cuando se dice que tenemos menos deseo sexual, olvidando que se nos ha educado durante 3000 años para que lo reprimamos. Son restricciones sociales, no biológicas. Hay muchas mujeres que cuando tienen la oportunidad de desatar la violencia, lo hacen: con sus hijos, contra sí mismas. La de los hombres es solo más espectacular”.

Por último, Slimani recuerda: “Pertenezco a una generación a la que nuestras madres nos dijeron: podéis tener todo: hijos, viajes, trabajo… Pero todo el rato te sientes culpable, cansada, superada. Cuando viajo, siempre hay alguien que me dice: ‘Debe de ser duro, los hijos deben de echarte mucho de menos’. A los hombres se les supone que pueden ser egoístas, a nosotras no se nos está permitido”.

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© Alejandro Luque | Parcialmente publicado en La Marea

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