Opinión

Esperando al Trump francés

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 13 minutos

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Hace poco, me tomé un café tempranito cerca de la estación de trenes de una ciudad alejada de París, en un bar cutre típico de banlieue, donde el dueño, originario de Cabilia, atiende al pequeño melting-pot local de obreros jubilados, empleados de limpieza, parados, migrantes y algún sintecho.

Presidiendo copas y cafés, estaba colgado– probablemente desde hace más de veinte años – un cartel editado por Charlie Hebdo del manifiesto de Coluche para su candidatura a la elecciones presidenciales de 1981: “Llamo a los vagos, los guarros, los drogadictos, los alcohólicos, los maricones, las mujeres, los parásitos, los jóvenes, los viejos, los artistas, los presos, las tortilleras, los aprendices, los negros, los peatones, los árabes, los franceses, los melenudos, los locos, los travestís, los antiguos comunistas, los convencidos abstencionistas, (…). ¡Todos juntos para darles por culo!”

Puede que Coluche haya sido el primer cómico famoso que se lanzara al tablero político en Europa, y desde luego el primer ejemplo en Francia del “populismo” moderno. La revista satírica “Hara-Kiri” (que se fusionó con “Charlie Hebdo”) era el “medio oficial” de su campaña, marcadamente de izquierda y con un sentido de la provocación y del humor que todos echamos de menos.

Muchas personas capaces de expresar sintonía con Charlie Hebdo se pronuncian en contra de los Chalecos amarillos

De nombre verdadero Michel Colucci –su padre era inmigrante italiano– fue inmensamente popular como cómico, pero también llegó a ser galardonado con el César (equivalente francés del Goya) al mejor actor. Frente a la pobreza creciente, fundó los “Restaurantes del corazón”, hoy en día la más importante ONG que se dedica a repartir alimentación en Francia.

Cuando inició su campaña, las cloacas del Estado se pusieron a trabajar: policías actuando al margen de la ley por orden directo del ministro del Interior. Se filtró lo muy poquito que encontraron, la prensa servil encargándose de montar el pollo con eso. Mientras, los medios de Estado aplicaron la orden de ignorarlo por completo; hablamos de Francia en 1980… Fue espiado, recibió serias amenazas de muerte. Al cabo de unos meses, exhausto y moralmente tocado, Coluche renunció. El socialista Mitterrand ganó las elecciones frente al derechista Giscard d’Estaing, y prometió acabar con las cloacas. Pero el espionaje a Coluche siguió hasta su muerte, en un accidente de moto, en 1986.

A Coluche probablemente le habrían gustado los “Gilets jaunes”: parecen aplicar su manifiesto, ese que aun podemos leer en algún bar perdido de los territorios olvidados de la República.

Pero los tiempos han cambiado. Muchas personas que conozco, capaces de expresar sintonía con Coluche y con Charlie Hebdo, se pronuncian ahora en contra del movimiento de chalecos amarillos. Peor aun: aprueban la represión policial inaudita, que ha dejado centenares de heridos, entre ellos decenas de gravedad.

En 1986 salieron en masa a la calle después de la muerte del manifestante estudiante Malik Oussekine golpeado por la policía, y ante la potencia de la calle se disolvieron las unidades más represivas de los antidisturbios, los “voltigeurs” a moto. Hoy, cuando un dirigente del partido de Macron dice que “es hora de olvidarse de Malik Oussekine”, ilustrando la vuelta de los temidos “voltigeurs”, no se rebelan.

Pero incluso las personas capaces de ver la manipulación de Estado en los provocadores metidos en manifestaciones para reventarlas, hoy en día se ponen de perfil.

La propaganda del poder cuenta con prácticamente todos los medios audiovisuales, concentrados en manos de un reducido grupo de oligarcas que apadrinan a Macron. No reparan en difundir las afirmaciones más groseras del gobierno, como afirmar que la propaganda rusa por redes sería determinante en el movimiento de los “Gilets jaunes”, o que el primero de mayo, unos manifestantes violentos habrían asaltado el hospital parisino de La Pitié (todo “fake news”).

En los tribunales llueven las condenas más duras contra manifestantes. Por ejemplo, ocho meses de cárcel para un manifestante gritando “¡Policías, suicidaos!”. Mientras, de las decenas de activistas ultra violentos “Black block”, que se mueven a sus anchas en pleno París, no se ha juzgado ni un solo cabecilla.

La pequeña burguesía –las “clases medias progresistas»–  ve al pueblo como peligroso, facha, racista,

El famoso sindicato de la magistratura, nec plus ultra del progresismo, portavoz de los jueces de izquierda y abanderado de los derechos humanos, no ha publicado ni medio comunicado en esos meses. Para esa gente, normalmente muy habladora, eso significa que lo aprueban.

¿Cómo puede ser? La respuesta es tan sencilla como asombrosa: la gran mayoría de la pequeña burguesía –las “clases medias”– de cultura progresista, ve al pueblo como peligroso, facha, racista, contaminador, nacionalista, inquietante.

Cierto: cuando sale el pueblo a la calle, fijaos, también salen los cuñados. Y, de forma notable, ya que los chalecos amarillos carecen de una organización vertebrada capaz de controlar manifestaciones, se desata todo grupúsculo de extrema izquierda y extrema derecha, incluyendo islamistas, todos más o menos permeados por las cloacas del Estado como suele ser.

Al contrario de lo que nos han contado los ideólogos del movimiento comunista, el pueblo no es esa entidad pura, llevando en su seno la cultura alternativa a la ideología burguesa, y cuya promoción al poder bastaría para desarrollar el socialismo y acabar (después) con el racismo, el machismo y todas las plagas de la sociedad.

Hemos podido presenciar, en las manifestaciones de chalecos amarillos, la convergencia entre activistas neonazis, gente de extrema izquierda e islamistas, reunidos en el antisemitismo. Eso lleva unos años cuajando, con la figura del otrora actor “cómico” Dieudonné sirviendo de puente entre ellos. Dieudonné, antítesis de Coluche, es el inventor del saludo nazi invertido llamado “quenelle”, que permite a todo facha que quiera (y son muchos) colgar fotos con ese saludo en redes, sin que pueda sea delito de enaltecimiento del nazismo.

Los “Gilets jaunes” han colocado en el orden del día la recuperación de los servicios públicos

Cierto es que en Francia el antisemitismo ha cobrado fuerza con el auge del islamismo político. Vivir en algunas ciudades y barrios se ha vuelto imposible para familias judías; todas acaban mudándose por miedo. Ser un niño judío en las escuelas publicas de barrios populares es exponerse al bullying y a cosas peores. Desde el secuestro y asesinato bajo tortura del joven Ilhan Halimi por “los bárbaros” en 2006, decenas de judíos de todas las edades han sido asesinados en Francia en actos terroristas o en crímenes de odio.

Algunos de los autoproclamados portavoces visibles de los “Gilets jaunes”, famosos en Facebook, Twitter e Instagram, pueden reproducir discursos complotistas de esos que vamos a oír a menudo a las barras de bar (yo, el ultimo que oí denunciar que los judíos lo controlaban todo era un borracho en El Vizcaíno, calle Feria en Sevilla). Claro, esos “portavoces” son los que los medios invitan.

Pero eso no representa el pueblo, ni siquiera lo que queda de chalecos amarillos que aun siguen, cada sábado, manifestando en las ciudades del país.

Los “Gilets jaunes” han colocado en el orden del día las subidas de salarios y pensiones, la recuperación de los servicios públicos, de hospitales y escuelas, de la vivienda, la justicia fiscal –con la exigencia de recuperar el impuesto sobre las grandes fortunas– y el rechazo a las privatizaciones. Y han mostrado la profunda adhesión popular a la igualdad. Han dado una visibilidad nueva, imposible ahora de borrar, a las dificultades de la gran mayoría de la población y a la regresión social masiva en Francia.

Macron ha tenido que conceder medidas permitiendo aumentar los salarios, por primera vez en Francia en 35 años, y parar algunas medidas antipopulares. Esas concesiones se han obtenido sin los sindicatos, que no han pintado nada para conseguir lo que reivindican sin éxito desde décadas. Perdurarán como aparatos, pero ya están fuera de juego para el pueblo.

La escisión de la pequeña burguesía progre respecto a su pueblo coincide con otra escisión: entre las categorías populares y las organizaciones clásicas de la izquierda.

Hoy en día, ninguna fuerza de izquierda es una organización de masas que organiza y promueve franjas importantes de las clases populares, como lo fueron el Partido Comunista y el sindicato CGT hasta la década de los setenta. Se nota en el movimiento de los chalecos amarillos, que ha adoptado formas asambleístas parecidas a las del 15-M, rehuyendo todo partido o sindicato.

Mélenchon ha sufrido un importante desgaste por la operación de acoso y derribo montada contra él

Al contrario de los sindicatos y del Partido Comunista, el movimiento France insoumise (equivalente de Podemos) se ha volcado en apoyo y defensa de los chalecos amarillos, sin que eso se traduzca de inmediato en una corriente visible de adhesión. Destaca el éxito del activista François Ruffin, diputado del norte obrero, personalidad independiente asociada al grupo parlamentario insumiso. Ruffin ha publicado un exitoso panfleto y ha producido una película dando la palabra al pueblo de los chalecos amarillos, con la que multiplica los eventos multitudinarios en todo el país.

Jean-Luc Melenchon, fundador de France insoumise, ha sufrido un importante desgaste por la operación de acoso y derribo montada contra él por el poder. Mientras Macron se beneficia de una absoluta impunidad respecto a sus cuentas de campaña electoral y sus mentiras en su declaración de renta, la Fiscalía –la misma que acosó al candidato de derechas Fillon en 2017– montó en octubre pasado una macrooperación de registros en quince sedes y domicilios de responsables de France insoumise, incluyendo el domicilio de Melenchon. Sorprendido temprano en su propia casa por decenas de policías –algunos armados– para llevarse todo lo que fuese, ha estallado y todo se ha grabado.

Durante semanas, los medios se han llenado de las imágenes del monumental enfado, con miles de comentarios despectivos de “tertulianos”. Cabalgando sobre la pésima imagen dejada por Melenchon, se le presenta como un peligro para la democracia.

Esa construcción ha calado perfectamente en parte de la pequeña burguesía que se piensa progresista, la misma que un mes después ha sentido espanto en el surgimiento de los chalecos amarillos. Ahí está el problema de France insoumise: el gran resultado, casi 20% de votos, obtenido por Melenchon en las elecciones presidenciales de 2017, reunía votos populares y de clases medias urbanas, un voto disputado a Macron.

Ahora, la gran mayoría de la pequeña burguesía progre, carcomida por el miedo, cierra filas con Macron. El resultado es un panorama político enrocado.

En diciembre, Macron prometió un “gran debate” publico en todo el país, para recoger las reclamaciones de los franceses. Pero se saltó los organismos oficiales encargados de organizar ese tipo de consulta, y montó una serie de reuniones entre él y alcaldes, sin verdadero contrincante, en tandas de seis horas ininterrumpidas difundidas por las teles sin corte publicitario. Solo faltaba un teléfono y el sol de Caracas para reinventar “Alo presidente”.

Ante tales atropellos a la democracia, los “progresistas” de toda la vida no se inmutan. Macron ha conseguido hacerles creer que él solo, actuando así, los protegerá del peligro representado por el movimiento popular. Garantiza a la pequeña burguesía la aceleración del movimiento centrifuga que la separa de las clases populares en términos económicos, topográficos, culturales.

“Democracia-liberalismo-competencia-Europa”, frente a “pueblo feo-racista-antisemita-Estado social»

Electoralmente, las clases populares votan mucho menos que las clases medias y altas. Así, Macron puede ser francamente minoritario en el pueblo, pero seguir ganando elecciones. Paro eso pretende reducir el tablero político a la disyuntiva entre el conjunto discursivo “democracia-liberalismo-competencia-Europa”, frente al conjunto malo “pueblo feo-racista-antisemita-contaminador-Estado social demasiado caro-nacionalismo” …

En las elecciones al Parlamento Europeo, este domingo día 26, se espera una pésima participación, quizás por debajo de 40%. Macron ha presentado estos comicios como un cara a cara entre él – la democracia, el liberalismo, Europa – y Le Pen/Orban/Salvini.

La lista del partido de Marine Le Pen, el RN (ex FN) tiene todas las probabilidades de alcanzar el mismo resultado que hace cinco años, el 25%. La lista del partido de Macron, que recoge parte del voto “centrista” (10% en 2014) y prácticamente todo el voto socialista de entonces, se ha fijado como meta igualarse con la de Le Pen.

En 2014, la lista de derecha UMP, hoy LR, llegó segunda con 21%, y la lista socialista, tercera con 14%. Hoy LR espera cosechar un 15%, y los socialistas intentan no quedar por debajo del 5% – se quedarían sin diputado–. La France insoumise pulsa para llegar delante de la lista verde, y se pondría contenta con superar los 10%. El partido comunista pelea para no desaparecer.

La campaña electoral cuenta. La cabeza de lista de Macron, la ministra Nathalie Loiseau, es un desastre como candidata, y ahora Macron saca carteles en donde aparece solo, sin foto de Loiseau, para salvar lo que pueda. La derecha, por primera vez, ha puesto en primera fila un candidato “personalmente” antiaborto, confirmando una deriva derechista parecida al PP.

Los socialistas, desesperados, han puesto en cabeza a un personaje que apoyaba a Sarkozy y que en 2017 se felicitaba de la muerte del PS: van a pagarlo. Su excandidato presidencial, Hamon, al frente de su propia lista esta vez, no pinta nada. La candidata insumisa es buena, pero no recuperará esta vez el voto de clase media que se ha descolgado de Melenchon.

Y ¿qué pasa con el “Rassemblement national” (ex Frente nacional) de Marine Le Pen? Ella no lidera la lista; ha puesto a un joven novato, Jordan Bardella.

En Francia no ha surgido un Salvini o un Trump, con un talento que le permitiría franquear la frontera para alcanzar el poder. En 2017, en el debate de la segunda vuelta de las presidenciales, Marine Le Pen mostró sus limitaciones, y son tales que no le permiten esperar ganar la presidencial de 2022.

Pero, ojo con el cabeza de lista Jordan Bardella. No creo que la hija Le Pen le deje el sitio en ese partido que es una empresa familiar heredada. Pero si se abre paso, puede que tengamos a nuestro Trump.

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© Alberto Arricruz |  Mayo 2019 · Especial para M’Sur

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