Opinión

Compórtate, que soy religioso

Sanaa El Aji El Hanafi
Sanaa El Aji El Hanafi
· 5 minutos

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“Las cortas de mente y de fe se cubren porque el hombre recto de religión y de pensamiento no puede controlarse a sí mismo”, escribió una mujer en una bonita, divertida y mordaz respuesta a la campaña “Tapa a tu hija, deja que la gente pueda ayunar”.

Desde hace varios años, cada vez que comienza el mes de ramadán, se lanzan campañas de este tipo que invitan a los hombres a cubrir a sus hijas y mujeres para que los que ayunan puedan hacerlo sin tentaciones. Por supuesto el discurso no va dirigido a las afectadas, sino a aquellos a quienes los responsables de estas campañas consideran como tutores de las mujeres. Los hombres deben tomar la decisión en lugar de sus hijas, esposas y hermanas, porque ellas son menores de edad, tengan la edad que tengan, y porque el hombre debe decidir taparlas: si no lo hace, es un “cornudo”.

Lo fascinante es que ese hombre capaz, fuerte, racional, religioso, creyente, ideal y perfecto, siente que su fe se tambalea por ver a otra persona comer en su presencia durante ramadán, o por ver a una mujer que lleva un pantalón ajustado o una falda (sin olvidar que muchas mujeres sufren violencia, acoso o violaciones aunque no lleven ropa corta ni ajustada). A ese hombre se le tambalea su fe cuando sabe que otro ha elegido una religión diferente al islam (o si directamente elige no ser religioso), y también si discute sobre la herencia religiosa o sobre la libertad de credo.

No puedes imponer a la mujer una vestimenta determinada para que tú puedas ir al cielo

¿Cuándo se va a convencer el hombre musulmán de que su devoción es suya privada, y recordar que se supone que la practica por su plena voluntad, por su propia determinación, por sus propias convicciones? No puedes pedirle a otra persona que se comporte de una manera determinada para que tú vayas al cielo. No puedes imponerle a alguien que ayune ni aparentar en público que lo haces –como ya dijimos en un artículo anterior– para que vayas al cielo. No puedes imponer a la mujer una vestimenta determinada para que tú puedas ir al cielo.

¿Dónde está tu fe en todo eso, si necesitas controlar y juzgar el comportamiento de los otros para que tú cumplas con las condiciones de la devoción?

Además, ¿por qué esta obsesión con los cuerpos de las mujeres solo la vemos en las sociedades en las que son los hombres los que tienen el “derecho” de cubrir los cuerpos de ellas? ¿Por qué será que las cifras más altas de acoso las tienen países como Egipto o Afganistán, y no las tienen Suecia o Dinamarca? ¿Por qué los países desarrollados consideran el acoso como un delito, penalizado por la ley y castigado por las autoridades, mientras que en nuestras sociedades lo hacemos todo para proteger al infractor? Nos preguntamos acerca de la ropa de la víctima, la hora a la que salió, el lugar donde se encontraba, su respiración, su sonrisa, el color de su bolso…

Según el estudio conducido por la investigadora egipcia Rasha Mahmud Hasan, titulado “Nubes sobre el cielo de Egipto”, el 72,9% de las mujeres egipcias que sufren acoso diario llevan hiyab o niqab. ¡Así es! El 72,9% de las víctimas del acoso sexual diario…

Otro desastre es que algunas mujeres promueven este discurso que convierte sus cuerpos en delito

Y ese querido hermano nuestro todavía le insiste al compañero, al vecino y al primo de que “hay que tapar a las hijas para que la gente pueda ayunar”. Siguen convencidos de que el problema está en la ropa de la hija del vecino en lugar de en la manía enfermiza que sufren miles de hombres (aunque desde luego debemos dar las gracias a todos aquellos hombres respetables que no están en este grupo).

Otro desastre es que algunas mujeres promueven este discurso que convierte sus cuerpos en delito y hace ver que cubrirlos sea una condición para garantizar el ayuno y la religiosidad de los hombres.

Quizá necesitemos décadas para terminar con esta cuestión de manera sencilla: es derecho de toda persona el ser religiosa; es derecho de toda persona practicar su credo, pero nadie tiene derecho a imponer la fe o la práctica religiosa a otros y nadie tiene el derecho de poner como condición el comportamiento de otros para cumplir con su devoción. Y sobre todo: es deber del Estado proteger la religiosidad, pero también la no religiosidad o, sencillamente, la elección libre.

Ser religioso o no serlo es una elección personal y el Estado no puede entrometerse, ni a favor ni en contra; de lo contrario, lo que hace es aumentar el margen de dominación religiosa sobre el individuo.
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© Sanaa El Aji | Primero publicado en Al Hurra · 16 Mayo 2019 | Traducción del árabe: Carmen Gómez Orts.

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