Opinión

Chirac: las luces y la sombra

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 12 minutos

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No me he leído todos los obituarios dedicados a Jacques Chirac. Se han publicado muchos y muy completos, pues venían preparados de antemano, ya que el que fuera presidente de la República francesa de 1995 a 2007 tenía los días contados por la enfermedad.

En su recorrido político de cuarenta años, fue el ultimo dirigente del movimiento gaullista. Acabó de sepultar esa corriente política, hundiéndola en el “centrismo” europeísta. Se ha recordado su habilidad para subir escalones traicionando a sus compañeros y aliados, con métodos que asustarían hasta a Errejón. También su habilidad para enfrentarse a traiciones urdidas para desbancarlo, hasta que no pudiera con la vejez…

Lógicamente, se ha comentado su vida de guapo mujeriego, simpático y amante de la buena comida y el buen vino, arquetipo del francés. También fue un personaje televisivo: el muñeco que lo representaba fue durante dos décadas la estrella del programa de títeres Les guignols de l’info.

«Las promesas electorales solo son vinculantes para quienes se las creen” resume la actitud de Chirac

Antes de ser presidente de la República, Chirac se esforzaba en parecer un “cuñado”, pensando que así conseguía votos. Quedaba sorprendido quien se enteraba de que era un lector apasionado de poesía, gran conocedor de arte africano y oceánico, que además viajaba con frecuencia a Japón para presenciar competiciones de sumo, deporte peculiar del que era aficionado.

Estuvo metido en escándalos de corrupción, que parecerían pocos comparados con los del PPSOE… o los que están por venir en la era Macron. Un barón gaullista resumió así el pensamiento político de Chirac: “Las promesas electorales solo son vinculantes para quienes se las creen”.

De su recorrido público me quedo con dos luces tardías, en 2003 y 2004. Y una gran sombra, en 2005.

Es famosa su oposición tajante, en 2003, a la guerra norteamericana en Iraq. También se opusieron Alemania y Rusia, pero Francia usó su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, denunciando las mentiras estadounidenses en un discurso histórico del ministro de exteriores, Dominique de Villepin. Los halcones de Georges W. Bush decidieron gestionar tal rebelión con la formula “olvidar a Rusia, perdonar a Alemania, castigar a Francia”. Los franceses sucedieron a rusos y libios en los papeles de malvados de las películas de acción de Hollywood (la más graciosa, “Die Hard IV” con Bruce Willis) y las papas fritas, las “french fries”, pasaron a llamarse “liberty fries” por algún tiempo.

Después de Chirac, los presidentes Sarkozy y Hollande se comportaron como perfectos lacayos de EE. UU., acabando con lo que quedaba de independencia gaullista (integraron al ejercito francés en el mando de la OTAN, es decir estadounidense).

Menos conocida fue la promulgación en 2004 de la ley prohibiendo las vestimentas visiblemente religiosas en los recintos escolares: “Ni velo, ni kipá, ni cruz”. A raíz de esa ley, movimientos progresistas, feministas y antirracistas han difundido la leyenda de que en Francia habría “racismo de Estado”… consiguiendo anclar tal certidumbre en la militancia progre española.

En 1881 sacaron los crucifijos de las aulas, en 2004 se trataba de sacar de las aulas el velo

La ley de 2004 zanjaba una polémica que corría desde 1989, cuando tres chicas se presentaron en su instituto (en Creil, norte de Francia) con velo islámico, provocando su exclusión por el director. Este hombre fue tachado de racista – a pesar de ser negro – por la izquierda ‘moral’ que había creado la asociación SOS Racismo bajo tutela socialista. Necesitó protección policial. Esa primera provocación de islamistas organizados, disfrazada –con la ingenua complicidad de los medios ‘progres’– en acto espontaneo de chicas libres, funcionó perfectamente. Sirvió de modelo a las provocaciones mediáticas posteriores, las más recientes siendo las del ‘burkini’.

Cuando Chirac impulsó esa ley, la división en la izquierda se hizo profunda. Una parte de los diputados progresistas siguió su tradición laica: en 1881 sacaron los crucifijos de las aulas, en 2004 se trataba de sacar de las aulas la herramienta de la corriente musulmana más conservadora, utilizada para imponer en todos los ámbitos de la vida, en las barriadas populares, el machismo y la separación de la gente según una asignación identitaria religiosa.

Esta tradición laica conllevaba la defensa en las aulas de la educación sexual y en la igualdad, de la teoría de la evolución, de la historicidad de las religiones. Porque la correlación de fuerzas impuesta por la influencia creciente de los imames de barrio se traducía ya en 2004 (y la cosa ha ido a peor) en ataques a los contenidos de historia y geografía, de filosofía, también en separación de sexos en los deportes, y por supuesto en educación sexual…

Pero gran parte de la izquierda defendió en 2004 la “libertad” de ponerse el velo como expresión saludable de una revuelta identitaria antiimperialista, para cambiar una sociedad francesa que sufriría racismo constitutivo. Conocemos bien, hoy, tales figuras de propaganda; hemos podido leer alguna que otra columna de Santiago Alba Rico afirmando que la religión musulmana libera mientras que hay laicidades que oprimen, etc. Entonces aún sonaban novedosas, promovidas por intelectuales pretendidamente marxistas, com Alain Badiou, autoproclamado continuador de la catedra de Althusser.

Para mantener la calma en sus barriadas, inyectaban dinero en asociaciones “culturales” de islamistas

En 1989, cuando el velo islámico empezó su recorrido exitoso en la sociedad francesa, nadie en la izquierda pensaba que iba a generalizarse, ni se planteaba defender lo que hoy defiende. Entonces todos hablaban del bonito velo de las chicas traviesas musulmanas… así las alababa Badiou y así se les dibujaba en las portadas del Le Monde. Al niqab, la abaya o el burka, a esas marcas wahabíes y talibanas se les repudiaba unánimemente con asco. Pero quince años más tarde, ahí tenemos a los mismos defendiendo el burkini o haciéndose fotos solidarias vestidos de burka en el Orgullo gay neerlandés… y ni se despeinan.

Al final de los años ochenta, alcaldes y ediles, tanto de derechas “centristas” como de izquierda, ya lidiaban con relaciones de fuerzas que les imponían reclutar a los “grandes hermanos” para mantener la calma en sus barriadas, e inyectaban dinero en asociaciones “culturales” en manos de estos. En las manifestaciones estudiantiles de aquella época aparecieron actos de violencia sistemática y pillajes de supermercados, que acabaron de inquietarles.

Entonces acogieron en las barriadas, con los brazos abiertos, a imames pagados por países lejanos, sin interesarse por lo que predicaban. Creían de verdad que, obedeciendo al imam, los delincuentes de barrio que envenenaban la convivencia entre las clases populares se portarían bien. Tarik Ramadan, nieto del fundador de los Hermanos Musulmanes, se convirtió durante dos décadas en ponente preferido de ediles comunistas y socialistas de toda Francia. Quienes formulaban inquietudes quedaban fuera de juego.

De hecho, el avance en la sociedad francesa del wahabismo, la versión la más retrograda del islam, ha contado con la complicidad de la izquierda, empezando por el Partido Socialista y ganando a las organizaciones comunistas (al ir achicándose han sido “escaladas” por islamistas que mandan hoy en las juventudes comunistas y en el sindicato estudiantil). En 2004, cuando se votaba la ley prohibiendo el velo en las escuelas, el Partido Comunista colocaba como primero de lista en las elecciones regionales para el departamento de Seine-Saint-Denis a Mouloud Aounit, dirigente del movimiento antirracista MRAP y promotor de una ley para prohibir la blasfemia respecto al islam.

Cada noche se quemaban miles de coches: los de la gente humilde de las mismas barriadas

La gran sombra, ocultada en los obituarios, de la presidencia de Chirac, llegó el 27 de octubre de 2005. Dos chavales –uno hijo de magrebís, otro de subsaharianos– murieron electrocutados en un transformador en el que se escondían de la policía. En un ambiente mediático saturado por las declaraciones del ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, quien prometía limpiar los barrios de la chusma delincuente, esas muertes se consideraron asesinatos entre “los jóvenes” del barrio (cuando el carácter accidental era evidente: se solían meter allí a pesar de los carteles alertando del peligro, porque sabían que la policía no entraría). Empezaron manifestaciones violentas en aquel gueto del este de París. Cuando, pocos días después, en una actuación de antidisturbios, entró una granada lacrimógena en una mezquita, las revueltas se extendieron a todas las banlieues de Francia. Durante tres semanas, cada noche se quemaban miles de coches – los de la gente humilde de las mismas barriadas– , escuelas, bibliotecas, centros deportivos y ambulatorios: todo servicio publico laico para la población local, en una ola de nihilismo poco analizada hasta hoy.

El gobierno francés proclamó el “estado de urgencia” en todo el país el 8 de noviembre de 2005, para tres meses. Eso no había ocurrido desde los atentados de la ultraderechista OAS, al inicio de los años sesenta. La próxima vez sería a raíz de los atentados islamistas de noviembre de 2015.

Los acontecimientos de octubre 2005 fueron como una precipitación química, estructurando el marco político-social francés actual.

Desde entonces, golfos de barrio queman miles de coches cada navidad y cada 14 de julio por “tradición” y los ministros de Interior y los medios callan sistemáticamente el alcance de tales delitos, que se dejan impunes. Atacar a coches de policía, pero también a ambulancias y bomberos, es lo normal para “defender tu barrio”. En el centro de las pequeñas y medianas ciudades francesas, una parte de la juventud de barriadas dominadas por los islamistas marca así su hostilidad hacia la población “blanca”.

Desde entonces, ninguna persona de origen judía ha podido seguir viviendo en la mayoría de las barriadas populares: se han ido de sus pisos y casas ante la indiferencia lamentable de casi todos los ediles locales.

Desde entonces el pequeño partido fascista PIR de Houria Bouteldja, quien justifica los atentados islamistas y llama a la guerra civil contra la Francia blanca, se mueve a sus anchas en las izquierdas, contando con amigos diputados en el partido France insoumise. En enero de 2015, cuando salieron millones de personas a la calle en protesta por los atentados islamistas contra Charlie Hebdo y el Híper Casher, el “intelectual progresista de referencia” Emmanuel Todd “analizó” tal movilización: era un “catolicismo zombi”… La exigencia de libertad de expresión y de laicidad solo escondería el catolicismo eterno de la población “blanca”. Al mismo tiempo dijo que reírse de la religión musulmana es agredir a la “religión de los oprimidos”…

Los nuevos fascistas y los islamistas -y sus idiotas utiles- piensan exactamente igual

Le hace eco la corriente fascista teorizada por el columnista mediático Eric Zemmour, quien llama a defender al “hombre blanco católico heterosexual” ante la milenaria amenaza musulmana. La Revolución francesa, los derechos humanos, la laicidad, la igualdad y la Ilustración son, para esa estrella del “pensamiento” de derechas, una histórica bajada de pantalones ante los moros.

Los nuevos fascistas, los islamistas y sus idiotas utiles piensan exactamente igual, son la “radio mil colinas” de Francia.

Desde 2005, las fuerzas “progresistas” se muestran incapaces de entender el anidamiento, en una parte de la población francesa, del terrorismo islamista, que va matando desde 2012 – el golfo de barrio Mohammed Merah asesinando a militares y niños judíos – hasta hoy, con el degollamiento de cuatro policías en París. Ya en los noventa, cuando FIS y GIA masacraban al pueblo argelino, imponiendo el velo generalizado a punta de pistola, la izquierda francesa aceptó mayoritariamente el “negacionismo en tiempo real” (expresión del expresidente de MSF Rony Brauman) de los islamistas, difundido por los diarios “progresistas” Le Monde y Libération.

Todo eso lo describe muy bien Gilles Kepel, en varios trabajos sobre los acontecimientos de 2005, la estrategia islamista de separación social en los barrios, el terrorismo islamista y su propaganda.

A partir de 2005, los dirigentes de la izquierda han quedado absolutamente convencidos de que, abandonando la laicidad y la perspectiva integradora de la inmigración en el marco cultural francés, podrían ganarse la franja del pueblo francés de origen magrebí. La verdad es que, por lo menos desde la independencia de Argelia, no tienen ni puta idea de como ganársela.

Macron, de acuerdo con esa izquierda, se dispone a cambiar el marco legal de la laicidad para darle el control de un nuevo “islam de Francia” a los Hermanos Musulmanes. Sigue la pendiente de Sarkozy y de Hollande, quienes facilitaron que Qatar, Arabia Saudí, Marruecos y Turquía puedan financiar acciones “sociales” en las barriadas populares.

Más de lo mismo, desde 1989, con la marcada excepción de la ley de 2004. Ningún dirigente político parece dispuesto a recoger la bandera alzada por el pueblo francés el 11 de enero de 2015, ante la matanza de Charlie Hebdo y del Híper Casher. El pueblo ha pedido nítidamente que se defienda el “modelo francés”: libertad, igualdad y fraternidad, laicidad e integración; ha marcado su rechazo del control social y político de los clérigos, reclamando la invisibilidad de las religiones en el espacio publico. Más claro, agua.

Hoy solo tenemos dirigentes políticos acojonados ante el islamismo e incapaces de traducir en políticas y leyes el sentir popular. El ultimo en haberlo hecho fue Chirac en 2004, en aquel brote tardío de republicanismo reforzando la laicidad en las escuelas. No parece haber dejado heredero.

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© Alberto Arricruz |  Octubre 2019 · Especial para M’Sur

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