Opinión

Ceren, Nadira y Sule

Hürrem Sönmez
Hürrem Sönmez
· 10 minutos

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Era una mujer en la flor de la vida, era académica, profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Çankaya, y se llamaba Ceren Damar. La mató un estudiante al que ella pilló copiando en el examen. Fue a su despacho universitario, le asestó 17 puñaladas en la espalda y le descerrajó dos tiros de pistola.

El estudiante de la Facultad de Derecho, Hasan Ismail Hikmet, fue detenido y en su primera declaración confesó que mató a su profesora porque le habia pillado copiando. “Para aprobar necesitaba copiar”, dijo.

Hace pocos días tuvo lugar la primera vista del juicio, con el estudiante en prisión preventiva. Pero esta vez, el acusado cambió su declaración. “Teníamos una relación, éramos amantes”, dijo en su defensa. “Nuestra relación había durado unos seis meses. Después de dejarla, me presionaba, me tuve que meter en tratamiento psiquiátrico… No pude olvidar lo que dijo de mi madre, a la que yo quería tanto en vida. Si no se hubiera metido con mi madre fallecida, todo esto no habría pasado”, dijo.

En la sala del juicio se dijeron unas cuantas cosas sobre Ceren Damar que, al no estar ya viva, no pudo refutar nada. Y todo eso, en la cara de la familia de Ceren, de sus estudiantes y sus amigos.

El acusado intentó crear la impresión de que en realidad no era tanto autor como víctima del delito

Ceren Damar era una mujer joven y exitosa. Era alguien que se esforzaba por hacer bien su trabajo y vivir una vida recta, según explican sus allegados. Pero el camino que eligió el acusado para defender su inocencia era crear la impresión de que en realidad no era tanto el autor como la víctima del delito, aunque para ello tuviera que montar un ataque ficticio contra la profesora Ceren, aunque tuviera que ‘ensuciar’ a la fallecida, arrojar sombras sobre su cadáver, destruir la opinión general, formada en la sala de juicio, de que se trataba de una persona “recta, sincera y franca”. Así se podrán presentar tesis de “legítima defensa” o de “grave provocación”. Se puede hacer llegar el mensaje de “En realidad no fue como ustedes creen. El acusado ha cometido un crímen, sí, pero la víctima tampoco es inocente”.

Nadira Kadirova era una joven de 23 años, ciudadana de Uzbekistan. Trabajaba en casa de Şirin Ünal, diputado por Estambul del partido AKP. Según se ha dado a conocer, Nadira cometió suicidio la semana pasada, empleando el arma de su patrón, Ünal. Un día antes, la joven había dicho a una amiga: “Están ocurriendo cosas malas. ¿Cómo podré mirar a la cara a mi hermano? Quiero morirme”. Según se sabe explicó a la amiga que su empleador, el diputado, la acosaba sexualmente.

La prensa ha difundido informaciones según la que el fiscal que investiga el caso preguntó a esta amiga, que declaraba como testigo: “¿Usted llevaba a Nadira Kadirova a prostituirse?” La testigo rechazó la acusación de prostitución. Declaró además que la policía le dijo: “Aquí hay gato encerrado, nosotros investigaremos, la volveremos a llamar a declarar”. Lo que viene a significar: Nosotros nos ocuparemos del asunto, usted se quede quietecita. Se ha señalado también que el cadáver de la mujer se ha enviado a toda prisa a su país, sin hacer una autopsia y antes de pedir declaración a los testigos.

En vez de aclarar su muerte y determinar los hechos, el fiscal preguntaba si ella se prostituía

Nadira Kadirova ya no está en este mundo y su muerte es un folio en una carpeta. Y en vez de aclarar esta muerte y determinar “los hechos probados”, lo que es un derecho humano, se pregunta si se prostituía o no. Antes de preguntarnos por qué murió, preguntamos qué tipo de vida llevaba. Si el caso llega a juzgarse, no es difícil imaginarse qué podrá decirse en la sala del juicio, qué expresiones se utilizarán para describir a Nadira en nombre de la “defensa”.

No es difícil: ahí está el ejemplo de Şule Çet, de la que se dice que se suicidó saltando por la ventana de un edificio de oficinas, pero con indicios que hacen pensar que fue asesinada. Hemos visto como los abogados de la defensa han llevado a debate el hecho de que estaba soltera. Hemos visto como la defensa en el caso de Ceren Damar ha sugerido que era “una profesora que abusaba de un estudiante”.

Hace pocos meses escuchamos los gritos de “No quiero morir”, oímos a una niña pequeña gritar “Mamá, por favor, no te mueras”, y mañana, cuando se celebre el juicio por el asesinato de Emine Bulut, que a todos nos ha dejado en shock, y el asesino aparezca ante el juez ¿podremos sorprendernos si se presenta como una víctima, con la conciencia limpia, aduciendo en su defensa: “La maté por mi honor, ella llevaba una vida amoral”? Tras el asesinato de Emine Bulut, las mujeres de este país han tenido que escribir “No hay derecho a matar a nadie”; parece que hay que recordarlo, hay que difundirlo, porque podría ocurrir que a algunos se les olvide: en más de un juicio directamente parece que se cree lo contrario.

Después de todo asesinato de una mujer escuchamos frases que se repiten como la morcilla: todo eso de “mujer de poca moral”, la defensa de “Me superó”, con lo que se lee entre líneas: “Ella tampoco es inocente, mira lo que le ha hecho a este hombre”, las lamentaciones de: “Qué pena de los dos, él irá a prisión, otra víctima más”, todas esas defensas de “grave provocación”, las solicitudes de atenuantes, toda esa insistencia en el mismo tema: la percepción de que ella no tenía moral.

Si somos abogados, depende de nosotros qué línea de defensa adoptamos, qué valores respetamos

Todos los que hacen este tipo de defensas, los que en la sala del tribunal pisotean el honor personal de las mujeres asesinadas bajo guisa de “establecer unos hechos probados”, invocando el sagrado derecho a la defensa, forman parte de un sistema firmemente establecido. Nos lo recuerdan en cada ocasión tanto el poder político como el judicial: esta es la compasión de la moral conservadora. Deberíamos investigar en los tribunales no solo a los autores del delito sino también este sistema de alimentación de la opinión que beneficia a la defensa.

La vida que llevamos, la posición que adoptamos, qué hacemos y cómo lo hacemos es resultado de una decisión personal. Porque lo que llamamos hechos probados se puede fácilmente torcer y rizar en un país como el nuestro. Si somos fiscales, depende de nuestra decisión a qué dar prioridad, qué impulsar durante la investigación. Si somos abogados, depende de nosotros qué línea de defensa adoptamos, sobre qué palabras la construimos. Qué valores humanos respetamos, y hasta qué punto, cómo definimos nuestras prioridades, es una decisión nuestra, y esta decisión la tomamos ante toda la sociedad.

No tengo intención de cuestionar la estrategia a la que recurre un abogado en el ejercicio de su tarea de mostrar que tiene razón y de excusar los actos de la persona en el banquillo de acusados. Porque la defensa es un derecho y le corresponde al tribunal evaluarla. Pero cuando una mujer ha sido asesinada, decir ante el juez que ella había cometido abusos sexuales es una decisión determinada. Cuando una joven, que ha venido de un país lejano para trabajar, ha muerto en circunstancias sospechosas, no recoger las pruebas necesarias es una decisión determinada. De qué lado se presentan los hechos probados es una decisión determinada…

Desde luego, a una estructura ajena no se le puede infundir desde fuera la sensación de justicia y conciencia ni de ética profesional. Pero cuando somos testigo, y cada vez que escuchamos esas conocidas frases, ante Ceren Damar, Nadira Kadirova, Emine Bulut y todas las demás mujeres que han muerto asesinadas y cuyos nombres ignoramos, aparte de entristecernos y de enfurecernos, tenemos la responsabilidad de decir: “No, estos no son hechos probados”.

Debemos cuestionar lo “organizado” de estas defensas que se parecen demasiado como para ser casualidad, al ver qué hechos probados se presentan en un juicio, cómo se consideran, qué reglas escritas y no escritas se siguen.

Debemos poner fin a la mentalidad de quienes buscan agarrarse a la doble moral conservadora

Es nuestra responsabilidad construir un orden social y jurídico en el que todas esas frases de “Teníamos una relación”, “Ella llevaba una vida inadecuada”, “Vulneró mi hombría” no tengan razón de ser, no aseguren ninguna protección y, al contrario, se conviertan en motivo de vergüenza para quienes las pronuncien, no en fundamento de ‘buena conducta’ sino de mala conducta.

Porque mientras no rompamos filas, mientras sigamos al lado de aquellos fiscales y jueces que no investigan por qué murió una mujer sino cómo vivía, como si esto fuera su cometido, al lado de los abogados que hacen este tipo de defensa y de quienes creen que estas defensas tienen razón de ser, siempre habrá alguien que siga pronunciando estas frases.

Hoy era una profesora de Derecho, ayer una estudiante de universidad, mañana será una obrera inmigrante… Pero al margen de quiénes eran y de qué vida llevaban, es posible no pisotear el honor de estas mujeres a las que les arrebataron el derecho a la vida y, al contrario, erosionar y poner fin a la mentalidad de quienes buscan una “excusa por hombría”, repitiendo las citadas frases en cada ocasión, buscando agarrarse a la doble moral conservadora de una sociedad que juzga y condena a las mujeres asesinadas.

Así se cortará el flujo vital que alimenta un clima de impunidad mediante insinuaciones y cosas que se leen entre líneas. Por todas las mujeres que no pueden ya afrontar a los asesinos ni a quienes les dan cobertura. Para que no se vuelvan a decir las mismas frases, después de otra mujer. Para que alguien salga a defender los derechos de una mujer que nadie conoce y que ha vuelto muerta a su país.
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